Esta leyenda se escucha por igual en varias capitales del mundo, y tiene como protagonista, invariablemente, a una niña pequeña. En estos tiempos de peligro, en donde los habitantes de las grandes ciudades están en guardia respecto de múltiples acechanzas, ser abordados por una niña pequeña y de aspecto dulzón en la calle no tiene nada de amenazador.
Esta niña en cuestión se nos acerca, nos toma de la mano y nos pide que aceptemos un regalo: su muñeca. Si respondemos que sí, allí comienza nuestra ordalía. Si respondemos que no, si amablemente nos excusamos porque llevamos prisa, nos encontraremos con la niña nuevamente en otra situación cotidiana, como puede ser esperando el metro, haciendo compras en el supermercado o regresando a casa después del trabajo.
Nos sobresaltará, claro, encontrarnos cara a cara con la misma niña a la que nos negamos a aceptar el regalo, y puede que esta vez sí nos dignemos a tomar su obsequio, o puede que echemos a correr, sintiendo que algo anda mal con esta insistente niña.
Si lo hacemos, todo se volverá peor: la niña nos seguirá y seguirá hasta que aceptemos el regalo, aunque deban pasar años (sí, años) para que lo hagamos. En algún momento tenemos la impresión de que sólo nosotros podemos ver a la niña, y de que nadie más puede vernos interactuar con ella; es como si nos encontrásemos en un mundo cerrado, exclusivo entre ella y nosotros. Una cosa es verdad: jamás invade nuestro hogar, de modo que nuestra mejor defensa es encerrarnos en él, el tiempo que podamos hacerlo.
Cuando hayamos aceptado el regalo, la niña nos dará un beso y nos dirá, contradiciendo un poco su ruego anterior, que no se trata exactamente de un regalo, sino de un préstamo, y que un día volverá para pedirnos que se lo devolvamos. No se retirará sin pedirnos que cuidemos mucho a su muñeca. Luego desaparecerá entre la gente.
Nos quedaremos boquiabiertos con ese regalo (o préstamo), pero lo más normal es que pronto olvidemos el asunto y dejemos a la muñeca abandonada en algún lugar de la casa. Pasan las semanas, los meses y los años, y sólo cuando vemos a la muñeca por casualidad en un recorrido por la casa recordamos la anécdota y sonreímos por habernos alarmado por tan poca cosa. Es más, en algunos casos hasta nos decidimos a desprendernos de la muñeca y la arrojamos a la basura.
Sólo cuando nos sucede una desgracia (si vivimos para contarlo) nos damos cuenta de que existe alguna relación entre la muñeca y nuestro cuerpo, ya que si la muñeca es destruida, irremediablemente morimos; si la muñeca es mutilada, perdemos esa misma parte del cuerpo; una relación que nos recuerda al vudú.
Cualquier daño que sufra la muñeca se ve replicado en nuestra osamenta. A algunos les lleva un tiempo tener cabal conciencia de esto, otros lo sospechan más rápidamente.
Sea como fuere, quienes se percatan de que esa misteriosa niña les ha puesto su propia vida en sus manos toman los recaudos más exigentes para mantener a la muñeca en perfecto estado. Si nos los proponemos, no es tan difícil de lograr.
Finalmente, ocurre que algún día la niña se presenta nuevamente ante nosotros y nos pida la muñeca: ése es el día de nuestra muerte. La niña no sería sino un psicopompos que nos da la oportunidad, por alguna razón desconocida, de disfrutar de una vida tranquila y de una muerte serena.
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