lunes, 27 de noviembre de 2017

El viejo sepulturero



Cuentan que un viejo sepulturero, allá por el siglo XIX, escuchó un lejano tintineo mientras hacía su ronda nocturna por el cementerio del pueblo.
El hombre, sin inmutarse lo más mínimo, avanzó con su ligero renqueo siguiendo los tañidos, que cada vez se tornaban más insistentes, hasta llegar a una gran lápida de piedra con una pequeña campana en la parte de arriba. Era esa campana la que sonaba estrepitosamente.
Y es que en aquel entonces estaba muy arraigado el temor a ser enterrado vivo. Existían enfermedades, como la catalepsia, que reducían al mínimo las constantes vitales y hacían que los que padecían un ataque presentasen los síntomas de un cadáver, con la consiguiente sepultura. Era frecuente exhumar una tumba y que el nicho estuviese lleno de arañazos, así como que el rostro de su ocupante estuviese contraído en una grotesca mueca de horror.

Para prevenir este triste final, se colocaba un fino tubo que comunicaba el ataúd con el exterior, y por él se pasaba la cuerda de una campanita. Si el muerto llegase a "resucitar", podría dar el aviso.
Con este pensamiento en la cabeza, el sepulturero, que era viejo en el oficio y había vivido esta clase de cosas, se agachó y masculló:
-¡Oye! ¡El que está ahí abajo! ¿Cuál es tu nombre?
Al instante, la campanita se acalló y de lo más hondo de la tierra surgió una fina voz.
-¡Sarah! ¡Sarah O'Bannon!
-Bien, Sarah -dijo el sepulturero con una calma mortal- aquí pone que fuiste enterrada el dieciséis de julio de 1852, ¿me equivoco?
La voz confirmó la fecha desde las profundidades. Entonces, el enterrador sonrió para sí mismo y dijo:
-¿Sabes cuál es el problema, Sarah? Estamos a doce de diciembre de 1852.
Al instante, la voz del ataúd calló.
-Seas lo que seas, estoy completamente seguro de que no eres Sarah. De modo que no vas a salir de ahí abajo.
Y el anciano se levantó pesadamente y se marchó con su ligera cojera, dejando atrás la fría tumba de piedra, que volvía a estar tan silenciosa como siempre.

jueves, 23 de noviembre de 2017

Leyenda de Sarah O’Bannon



La humanidad, siempre ha temido a los entierros prematuros, pero este miedo a ser enterrado vivo, alcanzó su mayor apogeo en el siglo XIX, tanto que durante esta época, fueron diseñados los ataúdes de seguridad; una caja de muerto provista de una campana atada con un trozo de cuerda, la cual podía ser tirada desde dentro por el presunto muerto y así alertar a los de arriba, que seguía con vida.

Para evitar que la campana se moviera por el viento o cualquier otra influencia externa, la cuerda o cadena pasaba a través de unos tubos, cuidadosamente diseñados para no dejar entrar el agua evitando así que el cadáver se mojara. Por si fuera poco, había un segundo tubo a los pies del ataúd a través, para bombear aire a la víctima en caso de ser necesario, mientras se abría la tumba.

Uno de estos féretros fue utilizado para enterrar a Sara O’Bannon y el cuidador del cementerio, sintió que la sangre se le fue a los pies al escuchar la campana acompañada de una inquietante voz que rogaba por ser desenterrada.

Se acercó entonces el hombre a la tumba:

—¿Eres tú Sarah O’Bannon? —preguntó dudoso y con voz temblorosa.
—¡Sí!—respondió la voz algo agitada.
—¿Naciste en Septiembre de 17, 1827? —intervino de nuevo el hombre acercándose un poco más.
—¡Sí! —dijo nuevamente la voz desde la tumba.
—La lapida dice que moriste en Febrero 20, 1857 —insistía con seguridad el hombre.
—¡NO!, estoy viva, fue solamente un error, peor favor desentiérrame… ¡liberameeeee!…

—Lo siento, Señora —dijo en enterrador mientras arrancaba la campana y doblaba los tubos con la pala. —¡Ya estamos en Agosto!. Lo que sea que seas, estoy más seguro que perteneces al infierno y no te ayudare a subir…

martes, 21 de noviembre de 2017

10 intentos de utilizar magia (y similares) para ganar guerras



Si pensabas que después de la Ilustración, la idea de recurrir a la magia en conflicto se limitaba a algunas sectas y libros como Harry Potter, te equivocas: los líderes nazis, la CIA (servicio de inteligencia de EE.UU.) y el M15 (el servicio de inteligencia británico ) trataron de buscar ayuda en lo “sobrenatural” para sus guerras, como se puede leer a continuación.

1. El Proyecto Stargate.

Durante la Guerra Fría, el Pentágono invirtió más de $ 20 millones de dólares (un valor especialmente alto para la época) en el llamado Proyecto Stargate, en el que sería investigada la posibilidad de desarrollar algo que se conoce como “visión remota” (la capacidad de ver a largas distancias con la mente, sin el uso de equipos). Al final, decidieron que era mejor centrarse en los radares y los satélites.

2. Cómo ocultar un canal.

El mago Jasper Maskelyne fue llamado por los aliados durante la guerra para una curiosa iniciativa: Proyecto de camuflaje, que tenía como objetivo ocultar el Canal de Suez y, por lo tanto, dificultar los ataques de las tropas nazis. Cómo no podría extender una capa de invisibilidad gigante sobre el canal, Maskelyne desarrolló focos giratorios que podrían temporalmente a “ciegas” a los pilotos de combate que sobrevolaran el lugar.

3. Psicoquinesis estilo ruso.

En la década de 1920, el gobierno soviético comenzó a interesarse en la telepatía y la telequinesis (la capacidad de mover objetos con la mente), que serían más baratos que los dispositivos de comunicación y defensa (imagina cómo sería de “práctico” y “económico” desviar un misil con sólo el poder del pensamiento). La psicoquinesis, incluso, se estudió en el Instituto de Investigaciones Neurológicas, Universidad Estatal de Leningrado.

4. En busca del Santo Grial (en la vida real).

Parece exagerado, algo que veríamos apenas en las películas como las de Indiana Jones, pero es la realidad: los nazis buscaron el Santo Grial (supuestamente usado por Jesucristo en la Última Cena) y otros objetos religiosos. Parte de la búsqueda fue dirigida por Heinrich Himmler, uno de los comandantes más poderosos del ejército nazi.

5. El mago de Napoleón III.

En 1856, Napoleón III (sobrino de Napoleón Bonaparte) hizo llamar a Jean Eugene Robert-Houdin (cuyo nombre fue la inspiración para el nombre artístico de Harry Houdini) para combatir a los “magos” musulmanes en Argelia (entonces dominada por Francia). Ellos usaban trucos de magia para entretener a la gente y ganar su confianza, lo que para Napoleón III, podría terminar fomentando la unión de fuerzas contra el dominio francés. Robert-Houdin, más habilidoso, habría terminado por quitar la audiencia a sus “competidores”.

6. Defensa Paranormal.

En 2002, el Ministerio de Defensa británico llevó a cabo un estudio para evaluar si los soldados podrían ser entrenados para ser paranormales, lo que sería un “triunfo sobrenatural” en la lucha contra el terrorismo. Como parte de este esfuerzo, el gobierno británico invitó a personas que se hacían llamar “paranormales” para participar en las pruebas, pero se negaron – y en su lugar aparecieron candidatos que no eran “del ramo”, pero que vieron una oportunidad de hacer dinero fácil.

7. Los falsos horóscopos británicos.

Aprovechando el hecho de que Adolf Hitler y muchos de sus subordinados tenían una cierta obsesión con lo “sobrenatural”, el gobierno británico contrató al astrólogo Louis de Wohl para crear falsas predicciones del horóscopo (“todos los horóscopos son falsos”, pensaran algunos lectores – pero no todos tienen este merito) y dificultar el desempeño de los nazis en la guerra. A fin de cuenta, otras acciones aseguraron la victoria de los aliados, y el M15 lamentó involucrarse con De Wohl, aparentemente por darse cuenta de que era un charlatán – una cosa curiosa, porque esa habría sido una de las razones para solicitar su ayuda, para empezar.

8. Houdini, el espía.

Aunque no existen registros oficiales, se cree que el mago Harry Houdini había trabajado como espía para la Scotland Yard (cuartel general de la Policía Metropolitana de Londres) y para el gobierno de los EE.UU.. En 2006, fue publicada la biografía “The Secret Life of Houdini” (“La vida secreta de Houdini”, en español), en la que el autor apoya la idea, afirmando haber utilizado más de 700 mil páginas de documentos recopilados a lo largo de años para llegar a esta conclusión.

9. Magia policial.

En su lucha contra el narcotráfico en la frontera entre México y los Estados Unidos, la policía de Tijuana (México) utilizaron en 2010 rituales de ​​”magia” para tener alguna ventaja en el conflicto con los traficantes de drogas – en uno de los rituales, sacerdotes mataban pollos durante la luna llena y arrojaban la sangre al policía como una forma de “protección”.

10. El (Soldado) Ilusionista.

En la época de la Guerra Fría, la CIA contrató al ilusionista John Mulholland para escribir un manual que sería usado para enseñar a los soldados trucos de prestidigitación (un conjunto de técnicas que hacen uso de los movimientos rápidos y precisos de las manos) que él utilizaba en sus presentaciones.

El “The Official CIA Manual of Trickery and Deception” (algo así como “Manual Oficial de Trucos e Inducción a Engaños”) también enseñaba a utilizar compartimientos secretos para proteger documentos importantes y señales discretas (por ejemplo, una determinada manera de amarrarse los zapatos) para comunicarse con otros agentes durante las misiones sobre el terreno. Es el tipo de cosas que el Agente 86 haría si fuera menos torpe.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Leyenda del pozo del infierno



Según cuenta esta leyenda, algunos científicos rusos, dirigidos por el Dr. Azzacov, excavaron un pozo de unos 14.4 km en Siberia, en el agujero recién creado descubrieron una cavidad subterránea. Para saber un poco más sobre ella, hicieron descender equipos de medición, acompañados de un micrófono.

La temperatura registrada era de unos 1.100 º C y se pudieron escuchar gritos de personas sufriendo a través del equipo de audio. Por lo que los presentes no dudaron en afirmar que se había llegado hasta el mismo infierno.

La noticia fue emitida por primera vez en 1989, el canal de radio Trinity Broadcasting Network hizo su difusión en inglés, con los datos recogidos desde varios periódicos finlandeses. La noticia del “Pozo del infierno” se extendió a los periódicos de los Estados Unidos tiempo después y las grabaciones de los famosos gritos de las almas condenadas aparecieron regadas por el internet en 1997.


El canal religioso de radio TBN, no dudó en afirmar que esto era una prueba irrefutable sobre la existencia del infierno, en una forma tan literal como expresa la Biblia.

Este mismo canal, propagó también la historia de que un ser con alas de murciélago había surgido de su interior para trazar en el cielo siberiano la frase “¡He vencido!”. Sin embargo esto último fue solamente un engaño por parte del profesor noruego Åge Rendalen, quien estaba disgustado por la credulidad de la masas.

No obstante, han existido más historias como estas, en las que no solamente se afirma que se escuchan los gritos provenientes de su interior, sino que también se le atribuyen a estos agujeros capacidades paranormales como volver a la vida a los animales muertos.

sábado, 11 de noviembre de 2017

El jinete desconocido



Me queda clarísimo que no todos los mitos y leyendas cortas surgen de hechos aislados o están relacionados con cuestiones ligadas al terror. El día de hoy decidí escribir sobre una crónica que escuché en un pueblecillo llamado San Jacinto.

Cierto día, Inés, la más pequeña de las hijas de don Fermín enfermó repentinamente. El galeno del pueblo acudió velozmente al domicilio, más su visita no fue de gran ayuda, ya que la medicina que se ocupaba sólo la había en la farmacia de la capital.

– No importa doctor. Ahora mismo salgo para allá. Dijo don Fermín.

– Sí, la muchacha necesita esa medicina en un periodo menor a 12 horas, pues si no se le administra la dosis en ese tiempo puede morir. Comentó el galeno.

Don Fermín aprestó su caballo y se fue a todo galope con la esperanza de regresar a tiempo. Más nadie se imaginaría que apenas un par de horas después de su partida, se soltaría en esa región un aguacero sólo comparable con los estragos que puede causar una tormenta tropical.

El agua hizo que los ríos se desbordaran, lo que ocasionó que los caminos de tierra se volvieran verdaderos lodazales. Al ver eso don Fermín repetía una y otra vez en su mente:

– ¿Qué voy hacer ahora? Las patas de mi caballo se atoran en el fango y no logro avanzar nada.

De pronto, de entre la niebla surgió la figura de un jinete alto y robusto quien le cuestionó:

– Usted es don Fermín ¿no?

– Sí, ¿qué se le ofrece?

– No nada, lo que pasa es que lo reconocí y quise aproximarme para saludarlo en persona. ¿Le ocurre algo? Lo noto preocupado.

– Requiero llegar a San Jacinto en menos de tres horas y con este temporal no creo que eso sea posible. Me preocupa la vida de mi hija, debo llevarle esta medicina.

– Si quiere démela, yo voy para allá.

– ¡No, cómo va a ir usted, si le estoy diciendo que los caminos están inundados!

– Mi caballo ha estado transitado por peores vías sin dificultad.

Dado su alto grado de desesperación, don Fermín aceptó la propuesta del jinete.

Dos días después llegó a su casa esperando lo peor. Sin embargo, fue recibido en la puerta por su propia hija quien ya estaba curada.

– Hola papá. Hace dos días llamaron a la puerta y cuando mi mamá fue abrir, no había nadie. Únicamente estaba recargado sobre una maceta un paquete que contenía la medicina.

Nadie supo explicar lo ocurrido, más don Fermín supo que todo aquello había sido un milagro.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Leyenda el llanto del bebe



Mayela Garcia, una mujer que había tenido la mala experiencia de casarse con un tipo que solo la embarazaba, y después la golpeaba hasta perder los bebes, que tenia en gestación, esto paso en 3 ocasiones, hasta que se armo de valor y se fue de la vida de esa mala persona.

Adrian Jimenes, no podría quedarse solo, el estaba acostumbrado a tener la compañía de su mujer, a la cual solo castigaba, pero para el era la forma de demostrar su cariño.

Como todo loco, Adrian encontró a Mayela, recluida en un monasterio, y de ahí la saco, matando a varias monjas, que se interpusieron en su camino, ella ida, por los acontecimientos, decía que escuchaba los llantos de sus bebes no nacidos, y que le reclamarían tarde o temprano a el.

La llevo a unas cabañas, para escapar de las autoridades, y poder abusar libremente de la que fuera su mujer, ella no opuso resistencia, pero al terminar la violación, ella se suicido, con el arma que llevaba el en su mano.

El tipo que resulto ser un cobarde, planeo enterrarla en el bosque, y aun tibio el cuerpo de la que en un tiempo fue su esposa, se dispuso a enterrar su cuerpo.

Estaba haciendo el pozo en el bosque, cuando vio que algo a su alrededor se empezaba a mover, pensó que algún tipo de animal acechaba, pero empezó a escuchar el llanto de bebes y algunas risillas burlonas, pensó que eran sus nervios, por lo que le había sucedido con su esposa.

En ese momento claramente vio a los 3 bebes que el mismo había matado en el vientre de la que era su esposa, se le quedaron viendo y el tipo al verlos, se tropezó con la pala, con la que excavaba y se pego en la cabeza, cuando despertó, estaba enterrado vivo, así murió el que había hecho tanto daño.

viernes, 3 de noviembre de 2017

Leyenda del padre sin cabeza



Mito seguramente concebido en tiempos de la inquisición, durante la cual cortaban la cabeza a brujos, hechiceros, hombres y mujeres de mal vivir.

Dice la tradición que se le aparece a los hombres y mujeres que trasnochaban debajo de un árbol frondoso en el cual se puede ver una gran puerta de un templo.

La persona pasa la puerta y se encuentra una gran sala y al final un sacerdote cantando misa en latín.

Atraído y cargado de pecados la persona oye atentamente pero a la hora de la consagración al dar la cara el sacerdote se le ve sin cabeza y esta chorreando sangre entre sus manos.

Despavorido sale de aquel lugar y queda varias semanas sin habla, cambiando así su vida para siempre.

Eran aquellos tiempos del fusil de chispa, no tan distantes que digamos. Tiempos de oro y de alegrías en que nuestros antepasados, libres del apasionamiento fastuoso de la moderna civilización, vivían a su modo, pobre y humildemente, pero siempre contentos y alegres.

Nuestro pueblo, de labriegos sencillos formado, conservó de los conquistadores gallegos que vinieron de la Madre España, en busca de oro y de tierras para aumentar el poderío del León Ibero, su amor entrañable al hogar, su fe religiosa y la sonsería peculiar que lo hizo crédulo y creyencero.

A más de las fiestas de la iglesia, que formaban lista en el año, nuestros abuelos celebraban con menos pompa, pero sí con más alegría, dos festivales cívicos: el 27 de abril y la independencia. Esto es, el aniversario del golpe de cuartel del general don Tomás Guardia y el quince de septiembre, adoptado en Centroamérica como fecha de la emancipación política de España.

El programa era corto: Bailes populares al aire libre y repartición de licor, estallido de cohetes y bombas; gritos y, de cuando en cuando, algunos mojicones, por copa de más o de menos.

Y nuestros campesinos, todos guardaban su pala y el machete, limpiaban un poco sus manos; blanqueaban a fuerza de “eje” sus agrietados pies, y salían al anochecer a divertirse con sus respectivas familias, danzando al calor de la luz que despedían ios faroles de canfín o los reverberos de manteca. Y aquí entramos en nuestra relación, respecto al sucedido de la Calle del Cura.

Ñor Juan Rafael Reyes era el viejo más alegre del distrito de Patarra y no perdía, por nada de este mundo, los festivales del 27 de abril y la independencia, que bastante tenía que sudar los demás días del año para atender a su manutención y la de su familia, para no aprovechar la ocasión de echar una canita al aire.

En su caserío eran bastante recogidos, ajenos a todo, sólo pensaban en la quema de la piedra de cal que les daba, entonces más que ahora, el sustento. Las fechas memorables pasaban casi inadvertidas, por lo que Ñor Juan Rafael se veía obligado a ir hasta la villa para colmar sus ansias de fiesta. Allí era cosa de ver: Las taquillas permanecían abiertas la noche entera: los vecinos principales iluminaban los frentes de sus casas. En la plaza pública el entusiasmo no decaía hasta rayar el nuevo sol y la ilustre corporación municipal solía disponer el reparto de ”guaro” a todos los ciudadanos que vitoreaban al ciudadano presidente. Y eso entusiasmaba a Ñor Reyes, que muy a pesar de sus años que ya eran carga, gustaba de amanecer en vela, bailando a ratos, libando copas, mascullando su chircagre y enterándose de los corrillos de cuanto ocurría en el gran mundo, y soltando de cuando en vez su graceja, para no quedarse atrás con los cuentos, enredos y chistes que los contertulios iban enhebrando como para amenizar el rato.

Acertó caer la fecha de la independencia en domingo, y desde luego, la fiesta fue sábado en la noche. Por las vísperas se saca el día, y para cumplir con el adagio popular, de antes y con antes comenzaba la alegría.

Ñor Reyes no prescindía de bajar a la “suida a mercar” su manutención, lo que hacía todos los sábados al amanecer, y menos dejar pasar la parranda. Había que compaginar la obligación con la devoción. Verdad es que podía ajilar por la calle de Dos Ríos y evadir así la atención de la villa, pero solo una vez se celebraba al año la independencia y para el siguiente ya podía estar bajo tierra. Había que aprovechar la oportunidad, que algo la suele pintar calva. Ñor Reyes, -lo decía su mujer- sería parrandero y bebedor, eso sí my cumplido con sus obligaciones. Compraba el diario, y lo que quedaba libre era lo que podía beberse en ron o guaro de la Fábrica Nacional. Y cayendo y levantando, podía llegar ya al anochecer a su casa, pero con sus alforjas repletas, con provisión para la semana. También lo decía él: Los almadiados todo lo pierden, menos la memoria.

Ella se lo perdonaba a su marido, porque en su alacena todo abundaba; porque nunca la hizo ayunar, excepto los viernes de cuaresma -ya que era buen católico-, ni la obligó a solicitar prestado el puñadito de frijoles ni de sal, o la jarra de arroz, como le sucedía a la Piedades, su vecina, que a más de la vigilia en que vivía eternamente por las largas y repetidas parrandas de su hombre, que le duraban hasta ocho días larguitos, solía recibir un ajuste de azotes. Y todo se puede aguantar, menos eso de que un “mangúela” alce la mano contra su mujer.

Pues Ñor Reyes salió aquel sábado muy temprano, caballero con su yegua rosilla, vistiendo los trapitos de dominguear, los de coger misa. Lucía su banda tinta, de seda, que le daba varias vueltas en la cintura dejaba que las barbas salieran afuera del ruedo del chaquetón; no faltaba el pañuelo floreado al cuello ni la realera de puño de hueso y plata, compañera de los días de gran solemnidad.

Estuvo en la ciudad; hizo sus compras; provocó más de una risa sabrosota, con sus chistes y sus relatos, que salían de la boca a borbotones; sorbió sus copas de guaro nacional, más sabroso y más claro que el de “charral”, según su opinión de buen bebedor, y al atardecer dispuso el regreso pasando por los “Samparados”.

Ya preludiaban las marimbas y chisporroteaban los candiles, cuando hizo su entrada a la villa llevando sobre la al-barda sus grandes alforjas bien repletas. En la casa del compadre, Ñor Pedro el matador, amarró su ruco, sin desensillarla; dejó a buen recauda las alforjas y su ramita de espino, que le servía de espuela y la varillita de añono, que hacía de fuete y, tras un saludo en que hacia recuento de la salud de todos los de la casa, se salió a comenzar la juerga, relamiéndose de gusto, porque no había dejado de salir sin sorber la jícara de chocolate con sus bizcochos y embustes.

Bailó fandango y punto y sorbió copas. Tuvo más de una disputa y pudo regresar a casa del compadre, sano y salvo, gracias a la intervención de algunos amigos. Allí lo montaron en su bestia y lo pusieron en camino, tocándole el corazón, con el recuerdo de los suyos, que estarían en vela, deseosos de verlo llegar. Y la bestiecilla cogió el trote, calle arriba…

Era la madrugada oscura y fría. Mientras el jinete dormitaba, dejando floja la rienda, la ruca trotaba. Bien sabía Ñor Reyes que montado en un animal manso, que conocía el trillo de la casa como de memoria, podría dejarse llevar confiado y tranquilo.

Pasó por San Antonio sin novedad. Todo mundo dormía. Uno que otro perro ladró a su paso y vino a ahuyentar eí sueño. Cuando cruzó Río Damas y entró en su jurisdicción, apuró la yegua el trote, porque ya estaba próximo el momento de probar bocado y quedar libre del aparejo, el jinete y la carga.

Próximo al recodo llamado la “Calle del Cura sin Cabeza”, se bifurca el camino y dan sombra los altos higuerones. Era un sitio temido, porque decía el rumor popular que asustaban. Muchas historietas de aparecidos circulaban de boca en boca. Pero Ñor Reyes ni era hombre de miedo ni padecía de nervios, más bien se envalentonaba cuando sorbía sus copas.

Frente a la plazuela, donde solamente se levantaba una casa de peones de la finca, vio una ermita. Se restregó bien los ojos, porque no tenía memoria de que allí hubiera existido esa construcción. Pero como para desvanecer sus dudas, replicó campana llamando a misa. Y deseoso de enterarse por sus propios ojos de que no eran visiones ni cosas de! otro mundo, se desmontó y entró al templo, que estaba iluminado a media luz. Se hincó a cantar el “Dominus Vobiscwn ” y se dio cuenta de que al padre le faltaba la cabeza. La impresión lo levantó como con resortes y lo hizo abrirse en estampida. Al pasar bajo el coro, oyó un ruido infernal y sintió que la campana le seguía repicando su badajo… ¡No supo más!

Allí cerca, sobre el zacate, fue encontrado, sin sentido, por los carreteros madrugadores, que llevaban carga a !a ciudad. Lo recogieron y lo trasladaron a su residencia, donde pasó muy malito algunos días. Costó que volviera en sí. Hasta la pronuncia había perdido. Tenía que ser cosa mala la que vio, comentaban los familiares.

Pronto cundió la noticia del aparecido de la “Calle del Cura sin Cabeza”. Los curiosos llegaban a adquirir detalles del suceso y se tejían los más variados y fantásticos comentarios. El tío Melitón, que era muy ladino, definió el asunto: “Acechanzas del demonio”. Ñor Reyes había asistido a sus propios funerales, en castigo de sus pecados. Naturalmente, nunca más volvió a pasar en ‘”deshoras” por ese camino. Si iba a la ciudad, regresaba tempranito y por si tenía que viajar en carreta, para evitar que los bueyes se asolearan, madrugaba, pero siempre esperaba a otros compañeros. Que dos hombres se valen mejor que uno.

La moralidad pública habría ganado mucho, ya que se consumía menos licor nacional en la villa, si no se le ocurre a un vivo llevar al barrio licor clandestino de Agua Caliente, evitando así e! viaje a la villa, pasando por la “Calle del Cura sin Cabeza” en horas de la noche.

Han pasado muchos años y el suceso apenas si se recuerda. El trecho de camino conserva el nombre de la “Calle del Cura sin Cabeza”. Y la conseja del aparecido sigue siendo como una lección de moral, pero nadie escarmienta en cabeza ajena…