lunes, 26 de febrero de 2018

CA’ DARIO, LA CASA (VENECIANA) QUE MATA



Fantasmas o no, el palacio Ca´Dario – que al igual que la Torre de Pisa, se encuentra inclinado – tiene una historia trágica detrás de su fachada de piedra de Istría que se asoma al Canal Grande.

Ser propietario acaba por llevar a la muerte a su comprador, y esto es así desde 1487. Ca´Dario – la casa que mata - se llama así por los venecianos debido a su historia.

Marieta, la primera dueña e hija de Giovanni Darío (primer dueño), murió en el siglo XV junto a su esposo Vincenzo Barbaro en la pobreza más absoluta viviendo en esa casa. Tras esta muerte pasó a manos de la familia Barbaro, que perdió a uno de sus herederos de asesinado en Candia. Su siguiente propietario tampoco tuvo mucha suerte. El siguiente en la lista de compradores fue el rico comerciante de piedras preciosas Arbit Abdoll, que perdió toda su fortuna en diamantes poco después de comprar la casa.

A mediados del siglo XIX, Ca’ Dario presenció en un breve espacio de tiempo el doble suicidio del inglés Radon Brown y de su inquilino, después de que se supiera que ambos eran homosexuales y pareja, con el consiguiente escándalo. Con la muerte de Brown, Charles Briggs, también estadounidense y homosexual, compro la casa pero al conocer la historia anterior decidió marcharse a Méjico escapando de las habladurías junto con su amante, que se suicidó.

Tras ellos, el famoso tenor Mario Del Mónaco sufrió un accidente con su coche mientras se dirigía a Venecia para cerrar la compra del Palacio.

En 1970 murió asesinado en Londres el ex amante y asesino del propietario del momento, el Conde Filippo Giordano delle Lanze. Raoul, un marinero serbio de 18 años abrió la cabeza con una estatua de bronce – en Ca´Dario- al Conde, con el que mantenía una relación. Escapo a Londres, donde fue asesinado.

Pese a todo lo ocurrido, Christopher Lambert (no el actor), el mánager del grupo The Who, decidió comprarla y poco después se cayó por las escaleras de la casa londinense de su madre, muriendo.

El siguiente fue el italiano Fabricio Ferrari (rico empresario) que después de comprar la casa murió endeudado en un accidente de coche.

Y por último el magnate italiano Raoul Gardini, quien fue además propietario del famoso barco de vela Moro di Venezia, que se suicidó en 1993 de un disparo, envuelto en el escándalo del proceso de corrupción Manos Limpias.

Actualmente un rico norteamericano se ha hecho con ella y quién sabe si con la maldición, por ocho millones de euros. Lo pagará caro?

viernes, 23 de febrero de 2018

El Sillón del Diablo, Valladolid (España).



El Sillón del Diablo que concede el saber o roba la vida.

Una cinta disuade a los visitantes del Museo de Valladolid de sentarse en esta silla del siglo XVI sobre la que pesa una maldición.

El Sillón del Diablo pasaría desapercibido en la sala 14 del Museo de Valladolid, entre el resto del mobiliario del siglo XVI, si no fuera por la leyenda maldita que se sienta sobre él. Hoy una cinta de seda disuade a los visitantes de descansar en él, pero en otro tiempo llegó a estar colgado en un rincón de la sacristía de la Capilla Universitaria, fijado a la pared a una respetable altura y boca abajo, para que nadie cometiera la misma imprudencia que los dos infelices bedeles que aparecieron muertos entre sus brazos.

Así al menos lo contó Saturnino Rivera Manescau en las «Tradiciones Universitarias (Historias y Fantasías)» que publicó en 1948. El investigador y profesor universitario recogió la terrorífica historia que ronda a este sillón frailero, llamado así por ser habitual en ambientes monásticos y religiosos.

La silla habría pertenecido al licenciado Andrés de Proaza, un médico «reputado en su ejercicio profesional como hombre que realizaba notables curaciones» en aquel año de 1550 en el que el cirujano Alfonso Rodríguez de Guevara estableció en Valladolid la primera cátedra de anatomía de España. El prestigioso cirujano granadino impartió durante 20 meses en un aula de la universidad sus lecciones, que incluían la disección y estudio anatómico de cadáveres procedentes del Hospital de Corte y del de la Resurrección.

Andrés de Proaza era uno de los más constantes asistentes a las clases. Se murmuraba que ejercitaba la magia en el sótano de su casa, situada en la calle de Esgueva. Los vecinos aseguraban que por la noche se escuchaban gemidos y que el río, al que daba la trasera de la casa, «llevaba teñidas sus aguas de rojo, como de sangre que en él se hubiera vertido, y se hubiera coagulado en largos filamentos, que flotaban y se perdían en la corriente».

Los rumores aumentaron aún más con la desaparición de un niño en el vecindario. Cuando las autoridades registraron la vivienda, encontraron los restos del pequeño al que el médico «había practicado, en una locura de investigación y de estudio, la disección en vivo, la vivisección, como confesara ante la autoridad», contaba Rivera Manescau.

La maldición del sillón

Durante el proceso, el acusado aseguró que no había practicado la hechicería, pero alertó de que tenía un sillón que le había regalado un nigromante de Navarra al que salvó de la persecución que realizó fray Juan de Zumárraga en 1527. Sentándose en esa silla se recibía «luces sobrenaturales para la curación de enfermedades», pero quien se sentara en él tres veces y no fuera médico moriría, así como quien destruyese el sillón.

A Andrés de Proaza lo ahorcaron y sus bienes fueron a parar a un trastero de la universidad. Allí encontró el sillón un bedel, que se lo llevó para descansar durante la larga espera de las clases y a los tres días fue hallado muerto, sentado en él. También el bedel que lo sustituyó siguió su misma suerte a los tres días de haber tomado posesión de su cargo. Fue entonces cuando se recordaron las palabras de Proaza y se acordó colgar la silla en la capilla, de forma que nadie pudiera volver a usarla.

Allí permaneció hasta que fue derribado el antiguo edificio de la Universidad. El Sillón del Diablo pasó a formar parte de las colecciones del Museo Provincial en 1890 y al menos desde 1968 se expone en sus salas «como un exponente más del mobiliario del siglo XVI», según señala Eloísa Wattenberg.

«Es una silla de brazos de roble con asiento y respaldo de cuero trabajados con dibujos, con la particularidad de que es desmontable», describe la directora del museo, que añade: «Tiene dibujos geométricos, pero no hay nada cabalístico en ella».

Aunque Rivera Manescau decía no creer en la leyenda, no aconsejaba a nadie que se sentara en ella. «¡Lo mejor de los dados, es no jugarlos!», decía. Sin embargo, Wattenberg asegura que «hay gente que ha pedido permiso para pasar la noche sentada en el sillón», una petición que, «naturalmente», se les ha denegado. La respuesta hubiera sido la misma si se hubiera tratado de cualquier otra silla, pero ¿habrá salvado el Museo a más de uno? Quien crea en la leyenda seguro que lo piensa.

domingo, 18 de febrero de 2018

Dama Blanca Del Castillo De Trécesson



El Castillo de Trécesson en francés Château de Trécesson, está situado en la comuna de Campéneac en el departamento francés de Morbihan, cerca del bosque de Brocéliande.

Se trata de una propiedad privada cuyos imponentes muros de pizarra rojiza reflejados en el estanque que le rodea constituyen uno de los mejores ejemplos de arquitectura medieval bretona conservados hoy en día. Está clasificado como Monumento Histórico de Francia.

Se desconoce la fecha del primer asentamiento sobre el Castillo de Trécesson. En textos del Siglo VIII aparece mencionado como hogar de los señores de Plöermel y Campénéac. Posteriormente lo sería de la familia Trécesson, de la que se tiene conocimiento a partir del siglo XIII y cuyo primer gran representante sería Jean de Trécesson, condestable de Bretaña. Dama Blanca nace en otoño del año 1750, momento en el cual un cazador llegó al bosque del castillo en busca de una de sus presas. Desde allí agazapado en la espesura vio de repente un carro tirado por caballos negros que transportaba varios sirvientes y una escolta. Se detuvieron cerca del lugar en donde estaba escondido el cazador; el grupo de sirvientes comenzó a cavar una especie de pozo, mientras dos caballeros bajaban del carro arrastrando a una mujer joven vestida con ricas sedas blancas y con un tocado de flores en el pecho. Parecía vestida para su propia boda, sin embargo tenía el cabello revuelto y los ojos llenos de lágrimas. La palidez de su rostro daba a entender que se hallaba completamente aterrorizada. Los dos caballeros la arrastraron hasta la fosa que estaban cavando mientras ella se aferraba a ellos pidiendo clemencia.

El espectador se sorprendió aun mas cuando se enteró de que quienes la transportaban eran sus propios familiares, sus propios hermanos le decían que ya no era un quienes le decían que ya no era un miembro de la familia y que debía pagar por el oprobio y resignarse a la muerte. Cuando los criados dejaron de cavar, los dos caballeros hermanos de la desconsolada joven, la lanzaron al pozo y rápidamente comenzaron a echar tierra sobre ella, sin hacer caso de los agónicos gritos de la joven. L tumba fue tapada y la muchacha enterrada viva, tras lo cual el grupo regresó de nuevo al castillo.

El cazador aterrado por lo que acababa de ver regresó a su casa y le contó a su mujer lo que había presenciado. Por supuesto ella le recriminó su cobardía y le ordenó ir de nuevo al lugar en donde estaba enterrada la joven y desenterrarla, pero el cazador le dijo que tenía miedo de que fuesen descubiertos y fuesen acusados ellos del asesinato. Decidieron que lo mejor era ir hasta el Castillo y hablar con el Señor de Trécesson, cuando éste les recibió, el cazador y su esposa le contaron el caso e indicaron el lugar exacto en donde estaba enterrada la joven. Cuando fueron hasta allí, cavaron hasta encontrar el cuerpo de la muchacha con los ojos abiertos e inertes de la Dama Blanca.

A partir de ahí, se intentó dar con los culpables y averiguar la identidad de la joven y el por qué de su asesinato.

En la actualidad, el vestido de novia de la joven y el ramo de flores permanecen en el altar de la capilla del Castillo. Jamás se supo nada sobre la identidad, historia o el por qué de su asesinato, así como tampoco se pudo dar con nadie de su familia. A día de hoy es un misterio que vivirá para siempre.

miércoles, 14 de febrero de 2018

La niña de comunión



Varias personas han contemplado la aparición de una pequeña de aspecto fantasmal en un tramo de una carretera que conduce a Valparaíso (Cáceres). Uno de los testigos incluso intentó intercambiar unas palabras con ésta, que se «desmaterializó» ante sus ojos.

La salida 174 de la Autovía de Extremadura conduce a Valparaíso, una localidad cacereña que antaño gozó de gran relevancia, pero que hoy en día es sólo un vano recuerdo, una de tantas poblaciones abandonadas que jalonan la geografía española. Si uno es mínimamente sensible a las «otras realidades», enseguida se dará cuenta de que el enclave oculta ciertas «particularidades» que los cinco sentidos no son capaces de captar. Muy cerca de Valparaíso reside el protagonista de esta historia, Gorgonio Fernández Naranjo, quien por tres veces se topó con lo insólito en las inmediaciones del «pueblo fantasma». Hombre de fe, profundamente católico, colabora con numerosas instituciones solidarias y se gana la vida como empleado de la Central Nuclear de Almaraz-Trillo.

Una tarde de mayo, no recuerda bien si del año 1992 ó 1993, regresaba en su automóvil a Navalmoral de la Mata –población donde reside–, en dirección a la Autovía de Extremadura, cuando a la altura en la que la vía se cruza con otra, observó la imagen de una niña vestida de comunión que permanecía quieta junto al camino, a unos 50 metros de su posición. El técnico de Almaraz, extrañado, se preguntó qué hacía allí una chiquilla sola a esas horas, pues pronto empezaría a anochecer. Conforme se aproximó con su Citroën AX 1400, Gorgonio pudo confirmar lo que desde el primer momento le había parecido: la pequeña iba vestida con un traje de comunión. Inmediatamente, la lógica trató de poner las cosas en su sitio, y pensó que algo más adelante, en cualquier recodo de la ­vereda, hallaría a los padres de la niña.

Gorgonio prosiguió el trayecto hasta llegar su domicilio, momento en el que cayó en la cuenta de que, tras el encuentro con la pequeña, no había visto a nadie más en el camino de Valparaíso. Pero le intrigó aún más un detalle que recordó en ese preciso instante: los ropajes de comunión de la chiquilla parecían de otro tiempo. Aquello le hizo sospechar que su experiencia nada había tenido de normal. Justo un año después tendría nuevamente se toparía con lo insólito.

También por la tarde, Gorgonio regresaba a su domicilio. Cuando de repente aquella extraña figura apareció nuevamente ante sus ojos. Entonces le vinieron a la mente, en tromba, los comentarios de algunos vecinos. Al parecer, no había sido el único testigo, y en el pueblo algunos hablaban claramente de la «niña fantasma». Sin embargo, la imagen que tenía delante no se mostraba evanescente ni vaporosa. Al contrario, parecía tan física como el resto del escenario que la circundaba. Por supuesto, en esta ocasión se fijó mucho mejor. El testigo de las apariciones describió la figura como la de una niña de 8 o 9 años de cara redondeada, con un gorrito antiguo, vestido de comunión blanco también antiguo, guantes blancos, un rosario y un librito cerrado de pasta de nácar en la mano derecha. En Peraleda de la mata le cuentan algunos vecinos que en los años cincuenta hubo un accidente de tráfico en el que una niña que iba a hacer la comunión a Peraleda de la Mata y venía de un pueblo de al lado, murió. Tras rebasarla con el coche, quiso averiguar más cosas sobre ella y decidió dar la vuelta, pero la niña había desaparecido.

La tercera vez que se encontró con ella, habían pasado unos tres años desde la segunda vez que la había visto, el testigo en esta ocasión bajó la ventanilla del coche y directamente le preguntó: “¿Estás perdida?” “¿Te pasa algo”? Entonces la niña salió corriendo y el asombrado testigo bajándose del vehículo se lanza a correr detrás de ella, al doblar un recodo del camino puede verla a unos 30 metros de él, cuando de repente ésta desaparece ante su atónita mirada.

Hay una leyenda de finales del siglo XIX en la que se habla de un accidente en esa misma zona pero con caballerías y carruajes. Al parecer una familia venía de celebrar una comunión cuando fueron atacados por unos chacales o lobos, el ataque hizo que la pequeña se cayera del caballo y los padres no se dieran cuenta hasta mucho más tarde.

Gonzalo Pérez Sarró investigando el caso para Milenio3, obtuvo una psicofonía en el lugar de las apariciones bastante inquietante. En ella su esposa que iba con él, pregunta a la niña si necesita algo y la voz que se cuela en la grabación, voz dura y oscura dice simplemente “¡No!”.

Curiosamente todas las apariciones de la niña de las que fue testigo Gorgonio Fernández, fueron en el mes de mayo, mes de las comuniones. Sin duda un caso inquietante y escalofriante.



viernes, 9 de febrero de 2018

Monte Shasta



Es conocido como uno de los mayores lugares sagrados de la Tierra y es llamada por algunos como la montaña mágica, estamos hablando del majestuoso Monte Shasta, que se encuentra en la Cordillera de las Cascadas al norte de California. Levantándose alrededor de pintorescas montañas, en el condado de Siskiyou, a una altura de más de 4.322 metros sobre el nivel del mar es uno de los volcanes más grandes en estado latente (la última erupción ocurrió en 1786). El Monte Shasta es uno de esos lugares legendarios, míticos con abundantes leyendas desde el inicio de los tiempos. Al igual que el Triángulo de las Bermudas o el Stonehenge, hay una magia asociada a esta montaña en el norte de California que ha desconcertado y encantado no sólo a la población nativa americana local, sino también a miles de personas que han visitado esta maravilla de la naturaleza.

Los pueblos nativos siempre han considerado esta montaña como un lugar sagrado y en las últimas décadas los creyentes de la Nueva Era han considerado que tiene un poder místico que emana paz y armonía, y los creyentes del tema OVNI aseguran que se oculta una base extraterrestre secreta en lo más profundo de la montaña.

Breve historia de la montaña

Los objetos descubiertos en los alrededores de la montaña (sobre todo el lado norte) indican que ha estado habitada desde hace aproximadamente 9.000 años por diversas tribus nativas de Norteamérica. La montaña era una frontera de piedra natural que delineó el territorio tribal de muchas tribus incluyendo la Shasta, Modoc, Wintun, Atsugewi y Klamath. Las leyendas hablan que las antiguas tribus antiguas creían que el Monte Shasta fue originalmente el centro de la creación. Descendientes de nativos americanos de las tribus antiguas todavía llevan a cabo rituales en honor de la montaña para atraer el poder espiritual que emana.

Según algunos historiadores, el nombre de Monte Shasta se atribuye a un cazador de pieles ruso que regresó de pasar tiempo viviendo en la montaña y llamó al lugar Chaa-tcha que significa “bosquecillo”. Más tarde el nombre evolucionaría a Shasta y finalmente al de Monte Shasta. Otros historiadores creen que la palabra “Shasta” es un derivado moderno del nombre de una tribu de nativos americanos que llamaron a la montaña “Sastise”.

La nueva visión de la montaña

Hoy en día, se cree que hay más de 100 grupos religiosos de la Nueva Era que consideran la montaña como una fuente sagrada de poder místico que puede llevar a la gente a la armonía y la paz. El Monte Shasta ha sido identificado por muchos expertos en lo espiritual como un punto cósmico de energía, una zona de aterrizaje para ovnis, e incluso un punto de entrada a la quinta dimensión (o el acceso a civilizaciones subterráneas). En 1884, Frederick S. Oliver, escritor y explorador, escribió un libro titulado “A Dweller on Two Planets (Un Habitante de Dos Planetas)” que hablaba de túneles subterráneos y elaboradas salas donde vivían los descendientes de los atlantes.

En 1930, Guy Ballard, fundador del movimiento “YO SOY”, declaró que se encontró con el Maestro Ascendido Saint Germain en las laderas nevadas del Monte Shasta. Los Maestros Ascendidos se supone que son seres espirituales extremadamente evolucionados. Este culto y sus creencias fueron promovidas por Elizabeth Clare Prophet (1939-2009), una prominente maestra moderna de la Nueva Era. Y en 1932 se extendió la creencia de que el Monte Shasta se convirtió el lugar escogido por los Lemurianos para vivir después de que su isla fuera destruida por la supuesta actividad volcánica. Muchos creen que su remanente aún vive en lo más profundo de la montaña sagrada.

Debido a que el Monte Shasta es considerada una de las 7 montañas sagradas del mundo, se construyó un monasterio budista en 1971 por Houn Jiyu-Kennett. En parte debido a que se convirtió en el sitio de los santos templos, santuarios y otros lugares sagrados religiosos de la meditación. Ya en 1987, el Monte Shasta fue el lugar donde se suponía que ocurría la Convergencia Armónica, un punto focal de los rayos de energía de energía positiva que se unen con el fin de evitar una crisis mundial y traer la paz mundial a la humanidad.

Los misterios del Monte Shasta

En 1931, un feroz incendio forestal arrasó el Monte Shasta. Pero lo más sorprendente y misterioso fue que el avance imparable del feroz incendio fue detenido por una misteriosa niebla que surgió de la nada. Curiosamente la inusual niebla creó una demarcación lineal de fuego, donde se podía observar como los daños del incendio se encontraba en una curva perfecta en correlación directa con la zona central.

Adema de esto, también se han informado de la presencia de Bigfoots en el monte Shasta, donde los expertos creen que es uno de los mejores lugares para que estas míticas criaturas se oculten. Como hemos comentado anteriormente, también se cree que es una base de abastecimiento energético para ovnis. Esto es debido al avistamiento masivo en las ultimas décadas de extrañas luces pulsantes y luces en movimiento con inusuales formaciones. Los indios Hopi tienen leyendas sobre una vasta red de cuevas y una ciudad bajo el Monte Shasta donde viven criaturas reptilianas.

Los nuevos creyentes de la Nueva Era ven al Monte Shasta como uno de los principales vórtices de energía espiritual de la Tierra. Es un lugar donde extrañas nieblas y nubes aparecen y desaparecen en cuestión de momentos, y no horas, dejando a la gente sorprendida y asombrada. Muchas personas que viven alrededor del Monte Shasta cuentan historias sobre humanoides muy altos que aparecen de vez en cuando en los pueblos pequeños. Estos humanoides simplemente desean comerciar y luego desaparecen en el grueso pincel de la montaña.

Otra leyenda habla de grupos llamados Yaktavians, que se comunican con una gran campana. A través del sonido y las vibraciones pueden manipular muchos aspectos de la vida y las dimensiones de la percepción sensorial.

Misteriosas desapariciones

El Monte Shasta también es conocida por sus numerosas y misteriosas desapariciones a lo largo de la historia. Uno de los casos más recientes ocurrió en 2011, cuando un niño de 6 años despareció durante aproximadamente 5 horas mientras jugaba en el bosque. Los testigos afirmaron que el niño despareció repentinamente en tan sólo un segundo. Mientras que muchas personas todavía estaban desconcertadas buscando al niño, este reapareció repentinamente como si no hubiera pasado nada.

Según explico el niño, la abuela del robot lo llevó a una cueva llena de arañas. Sin embargo, nadie creyó la historia del pequeño. Poco tiempo después de este suceso, ocurrieron otros extraños casos en el mismo lugar. En marzo de 2011, un hombre de Los Ángeles que estaba practicando senderismo afirmó escuchar una voz femenina que procedía del bosque. El hombre se sintió hipnotizado y absorbido por la voz, despareciendo durante semanas.

Cuando reapareció, este hombre afirmó haber secuestrado por fuerzas misteriosas que lo llevaron a una cueva muy oscura donde fue despojado de sus ropas. Entonces, una mujer inusualmente alta de ojos azules y con un traje extraño lo rescató. Este hombre también dijo que recibió un “regalo” y una información confidencial.

¿Te atreves a visitarla?

Como hemos podido comprobar todas las leyendas del Monte Shasta tienen algo en común, extraterrestres y misteriosas cuevas. En particular, muchas personas creen que en lo más profundo de la montaña se oculta la ciudad multidimensional de Telos, donde los Lemurianos (profetas étnicos y divinos que vivieron hace 14.000 años) desarrollaron una civilización distinta a la nuestra. En la actualidad, es la quinta montaña más alta de California con grandes cuevas que nunca han sido exploradas, y con una misteriosa historia que continúa sorprendiendo incluso al más escéptico. ¿Te atreves a visitarla?

lunes, 5 de febrero de 2018

Leyenda del Turrialba



Muchos años antes de la conquista, habitaban esta fértil región, indios fuertes y valientes. El Cacique, viejo viudo, cuidaba como único tesoro a su hija, hermosa joven de quince años, de cuerpo esbelto, de pechos en maduración, carnes morenas provocativas.

La Tribu vivía feliz. Cira, tal era el nombre de la joven india, era caritativa y amorosa con todos; manejaba el arco y la flecha con destreza.

Una tarde de verano en que el sol, como gota de sangre, se hundía tras la montaña, Cira sintió el encanto de la selva murmuradora y se inició por ella; fue recogiendo florecillas, internándose cada vez más. Ya el cielo arrojaba sus lágrimas. Cira, cansada, sentóse sobre un viejo tronco, la oscuridad de la selva la envolvía; sintió miedo, gritó, pero las tinieblas devoraban su grito; comenzó a llorar; su cuerpo fatigado buscó la fresca hierba, se quedó dormida. Los árboles dejaron penetrar hilos de plata que iluminaba el rostro de aquella virgen salvaje.

La selva crujió ante el paso de un hombre, los árboles lanzaron un quejido; un indio herrante, de otra raza, entraba en la selva; caminó un poco, se detuvo asombrado; ante sus pies estaba Cira, sus ojos dieron con aquel diamante rodeado de esmeraldas; se inclinó y posó sus labios, como roce de alas, sobre los de la hermosa india; la virgen se estremeció, púsose de pie, quiso huir, pero unos brazos fuertes rodearon su cintura; el indio alzó su presa y corrió hacia la cima, ahí se detuvo y sentó a Cira a su lado, le cantó su amor acompañado del leve suspiro de las hojas que crujían ante el alba que nacía, débil cinta de plata iluminaba a la pareja feliz; las estrellas temblorosas, como pétalos de rosa que se marchita, comenzaban a huir.

En la tribu de Cira había confusión; los caracoles punzaron el espacio con su grito de alerta.El viejo cacique, el primero, se internó en la selva que ocultaba a su diosa. Todos los indios con sus arcos listos, le seguían de cerca. Caminaron, caminaron; el sol se desprendía alegre y coquetón de la cima.

El viejo cacique lanzó un grito que hizo temblar la selva; Cira estaba allí, en brazos de otro hombre; los arcos inflaron sus vientres, prestos a arrojar sus lenguas mortales, pero la selva se agitó, abrió un inmenso vientre y ocultó a dos seres felices ya; una columna de humo sagrado salía de aquel vientre, como apoteosis del amor de dos razas.

Años después, cuando los intrépidos conquistadores hallaron esta región, sus ojos se extasiaron ante aquella columna de humo sagrado, le dieron el nombre de torre-alba, que luego, con el trotar de los años, los moradores de esta región lo cambiaron por el de Turrialba.

jueves, 1 de febrero de 2018

Abducción de Antonio Villa Boas



El caso de Antonio Villa Boas, es el primer caso de abducción registrado, en donde el testigo es tomado por la fuerza en contra de su voluntad y llevado a un objeto volador no identificado para ser sometido a diferentes pruebas y experimentos.
Es un caso que dio lugar a infinitas especulaciones, las mas obvia de las cuales, fue la sugerencia de que Villa Boas, había sido víctima de una fantasía erótica.

Cualquiera que sea la realidad, Villas Boas nunca se retractó de lo dicho, a pesar de sentirse a veces molesto por la forma en que su experiencia fue explotada por los medios de comunicación (el encuentro llegó a ser el tema central de una tira cómica francesa) y, a lo largo de los años, su relato no incurrió jamás en contradicciones.
Hoy, mas de 50 años después, constituye uno de los misterios mas grandes de todo el fenómeno OVNI.

La historia

El 22 de febrero de 1.958 por la tarde, en Río de Janeiro, en el consultorio del doctor Fontes y en presencia del periodista Joao Martín, en calidad de testigo, Antonio Villas Boas hizo la siguiente declaración:

Me llamo Antonio Villas Boas, tengo veintitrés años y soy agricultor. Vivo con mi familia en una granja de nuestra propiedad. Está situada cerca de la ciudad de Sao Francisco de Sales, en el Estado de Minas Gerais, cerca de la frontera con el Estado de Sao Paulo. Tengo dos hermanos y tres hermanas, todos los cuales habitan en la misma región; otros dos hermanos murieron. Todos los hombres de la familia trabajan en la granja. Tenemos muchos campos que cultivar. Para la labranza tenemos un tractor de gasolina, marca Internacional que utilizamos en dos turnos cuando hay que arar. Durante el día, lo manejan los jornaleros y, por la noche, suelo utilizarlo . Soy soltero y gozo de salud, trabajo mucho, sigo cursos a distancia y estudio cuando puedo. Para mi ha sido un sacrificio venir a Río, ya que hago mucha falta en casa. Pero pensé que era mi deber informar de los extraños sucesos en los que me he visto envuelto. Haré todo lo que ustedes crean oportuno, señores, y estoy dispuesto a declarar ante las autoridades civiles o militares.

Todo empezó la noche del 5 de octubre de 1.952, habíamos tenido visitas y no nos acostamos hasta eso de las 11, mucho más tarde de lo normal. En la habitación estábamos mi hermano Joao y yo, hacía mucho calor y abrí las ventanas que dan al patio; entonces, en medio del patio, vi un gran resplandor que iluminaba todo el suelo.
Era mucho más intenso que la luz de la Luna y no conseguía ver de dónde venía, pero tenía que proceder de arriba; era como si unos focos dirigidos hacia abajo lo iluminaran todo. Pero en el cielo no se veía nada, llamé a mi hermano y le hice mirar; pero él nunca pierde la calma y me dijo que sería mejor dormir. Cerré la ventana y nos acostamos otra vez. Pero yo no podía dormir, la curiosidad me martirizaba; volví a levantarme y abrí la ventana. La luz seguía en el mismo sitio. Yo me quedé mirando afuera y de pronto se movió hacia mi ventana. Asustado, cerré de golpe con tanto ruido que mi hermano se despertó. Juntos, en la habitación oscura, seguimos la trayectoria de la luz que se filtraba por las rendijas de los postigos en dirección al techo y, luego, por entre las tejas (Las casas de campo brasileñas, a causa del calor tienen ventanas que llegan hasta el techo y, para conseguir una mejor ventilación, carecen de cielo raso). Al fin, la luz desapareció definitivamente.

El 14 de octubre ocurrió el segundo incidente. Serían entre las 9,30 y las 10 de la noche, no lo sé con exactitud, ya que no llevaba reloj. Yo estaba trabajando en el campo con el tractor y con mi otro hermano. De pronto, vimos una luz muy fuerte, tanto, que dolían los ojos al mirarla. Al principio, era redonda y del tamaño de una rueda de coche y estaba en el extremo norte del campo era muy roja e iluminaba una gran extensión.
Dentro de la luz había algo, pero no puedo decir con seguridad lo que era porque estaba casi cegado. Le pedí a mi hermano que me acompañara a explorar. El se negó y fui yo solo. Cuando me acerqué, la cosa se movió bruscamente con enorme velocidad y se situó en el extremo sur del campo, donde se quedó quieta. Corrí hacía ella y repitió la misma maniobra. Esta vez, volvió a su posición anterior. Lo intenté de nuevo y la maniobra se repitió veinte veces. Al fin me cansé y regresé donde estaba mi hermano. La luz permaneció en el mismo sitio sin moverse. De vez en cuando, parecía despedir rayos en todas direcciones, como los del sol poniente.
De todos modos, no estoy seguro de si todo ocurrió realmente así, ya que no sé si estuve mirando ininterrumpidamente en la misma dirección. Quizás aparté la mirada un momento y entonces se elevó rápidamente y había desaparecido cuando volví a mirar.

Al día siguiente, 15 de octubre, estaba trabajando en el mismo campo con el tractor yo solo. La noche era fresca y el cielo estaba estrellado; exactamente a la 1, vi una estrella roja muy brillante. Enseguida me di cuenta de que no era una estrella, ya que aumentaba de tamaño, como si se acercara. A los pocos instantes, vi que era un objeto de forma ovalada que se acercaba velozmente. tan aprisa venía que, antes que pudiera pensar en lo que iba a hacer, estaba encima del tractor. De pronto, el objeto se paro a unos 50 m, encima de mi cabeza. El tractor y el campo estaban tan iluminados como si fuera de día. El resplandor de los faros del tractor quedaba totalmente anulado por aquella brillante luz roja. Yo tenía mucho miedo al no poder imaginar lo que era. De buena gana me hubiera alejado de mi tractor, pero éste era tan lento comparado con el objeto que comprendí que sería inútil. De haber saltado del tractor para salir corriendo hubiera podido romperme una pierna en el campo recién arado.

Mientras yo dudaba y reflexionaba, durante tal vez un par de minutos, el objeto volvió a moverse y se paró a unos 10 o 15 m. delante del tractor. Luego, descendió lentamente al suelo y fue acercándose hasta que pude distinguir una extraña máquina casi redonda rodeada de lucecitas rojas ; frente a mi había un gran foco rojo, el que me había cegado cuando el objeto descendió. Entonces vi claramente la forma de la máquina. Parecía un huevo alargado con tres antenas en la parte delantera, una en el centro y una a cada lado. Eran unas barras metálicas anchas en su base y acabadas en punta. No se distinguían los colores, ya que la maquina estaba envuelta en una luz roja. Encima giraba muy rapidamente algo que desprendía también una luz fluorescente rojiza.

En el momento en que la maquina aminoró la velocidad para aterrizar, cambió la luz, a medida que disminuían las revoluciones de la pieza giratoria, a verdosa ‑o así me lo pareció. Aquella pieza giratoria parecía entonces un plato o una cúpula achatada. No sé si era este realmente su aspecto o si la impresión era provocada por el movimiento. La pieza no se detuvo ni un segundo, ni siquiera después de que el objeto aterrizara.

Naturalmente, la mayoría de los detalles no los vi hasta después, ya que al principio estaba tan asombrado que no me enteraba de nada. Cuando, a pocos metros del suelo, aparecieron en la parte inferior del objeto tres soportes metálicos, como un trípode, yo acabé de perder la serenidad. Evidentemente, aquel trípode era lo que soportaba el peso de la máquina durante el aterrizaje. Pero no iba a esperar a que aterrizara. El motor del tractor estaba en marcha. Di gas y traté de escapar sorteando el objeto. Pero al cabo de un par de minutos el motor se paró y se apagaron los faros. No sé por qué, pues el contacto estaba dado y las luces, encendidas. Conecté el motor de arranque, pero fue inútil.

Entonces, salté al suelo por el lado contrario al del objeto y eché a correr. Pero ya era tarde pues a los pocos pasos me cogió del brazo un pequeño ser vestido de un modo extraño que me llegaba por el hombro. Yo, desesperado, me revolví y le di un empujón que le hizo caer al suelo de espaldas. Traté de escapar pero en el mismo instante otros tres seres desconocidos me saltaron encima por los lados y la espalda y me levantaron sujetándome por brazos y piernas sin que pudiera soltarme. Yo me debatía pero ellos me tenían bien agarrado. Entonces pedí socorro a gritos y empece a insultarles. Al parecer, mis voces les sorprendieron o excitaron su curiosidad, porque, mientras me llevaban hacia el aparato, cada vez que yo gritaba ellos se paraban y me miraban fijamente a la cara, pero sin dejar de sujetarme con fuerza. Eso me permitió imaginar cuál debía ser su interés por mí y me sentí un poco aliviado.
Me llevaron al aparato que había quedado a unos diez metros del suelo, apoyado en su pie metálico. En la parte de atrás había una puerta que se abría de arriba a abajo, formando una especie de rampa. En su extremo había una escalera de metal. Era del mismo material plateado de las paredes de la máquina y llegaba hasta el suelo. Les costó mucho trabajo a los desconocidos subirme por la escala, en la que apenas cabían dos personas de lado. Ademas, la escalera no era rígida sino elástica y se tambaleaba violentamente a causa de los esfuerzos que hacía por desasirme. A uno y otro lado había un pasamanos de un espesor de un mango de escoba al que yo me agarraba con fuerza para impedir que me subieran al aparato. Por ello, los desconocidos tenían que detenerse a cada momento para soltar mis manos de la barandilla. Esta también era elástica. Después, cuando bajé, me pareció que estaba formada por piezas insertas unas en otras.

Por fin consiguieron subirme y me llevaron a una pequeña habitación cuadrada. La luz que despedía el techo se reflejaba en las pulimentadas paredes metálicas y procedía de multitud de lámparas colocadas alrededor del techo.
Me dejaron en el suelo y se cerró la puerta, con la escalerilla replegada. La habitación estaba tan iluminada que parecía de día; pero ni siquiera con aquella luz se veía dónde estaba la puerta, ya que ésta se había cerrado sin la menor fisura, quedando perfectamente empotrada. Solo por la escalerilla metálica podía imaginarme dónde estaba.
Una de aquellas cinco personas señaló una puerta y me dio a entender que le siguiera a la otra habitación. Yo obedecía, ya que no tenía más remedio.
Entramos todos en la habitación, que era mayor que la otra y tenía forma de medio ovalo. Sus paredes también eran brillantes. Creo que se encontraba en el centro de la nave, pues estaba atravesada de arriba a abajo por una columna redonda y robusta que se estrechaba por la mitad. No creo que estuviera allí solo de adorno. Supongo que servía para sostener el techo. En la habitación no había más muebles que una mesa y varias sillas giratorias de forma extraña, parecidas a nuestros taburetes de bar. Todo era del mismo metal. La mesa y las sillas no tenían mas que un pie central.

El de la mesa estaba clavado en el suelo y el de las sillas estaba unido por tres puntales a un aro móvil e hincado también en el suelo. De este modo, sus ocupantes podían volverse en todas direcciones. Aún me mantenían sujeto y parecían estar hablando de mi. Aunque digo que hablaban, los sonidos que yo oía no tenían el menor parecido con voces humanas. No sabría imitarlos. Al fin, parecieron ponerse de acuerdo. Entre los cinco empezaron a desnudarme. Yo me resistí gritando y jurando. Ellos se interrumpieron y trataron de darme a entender que sus intenciones eran amistosas. Me dejaron en cueros, aunque sin hacerme daño ni romperme la ropa.

Yo estaba desnudo y muy asustado, ya que no sabía que iban a hacer conmigo. Uno de ellos se me acerco trayendo algo en la mano. Debía de ser una especie de esponja empapada en un liquido con el que me frotó todo el cuerpo. Una esponja muy suave, no de esas corrientes de goma. El liquido era transparente y no tenía olor, pero era más denso que el agua. Al principio pensé que tal vez fuera aceite, pero no me dejó la piel grasienta. Mientras me frotaban el cuerpo, yo tiritaba de frío, pues, ademas de que la noche era fresca, la temperatura de la habitación era más baja que la del exterior. Por si no era bastante que me hubieran desnudado, ademas, me mojaban. Estaba helado. El líquido se secó enseguida sin dejar rastro.
Después, tres de ellos me condujeron a una puerta situada frente a la entrada de la nave. Uno tocó algo que había en el centro y la puerta se abrió hacía los lados, como la de un bar. Sus hojas llegaban desde el suelo hasta el techo. Encima había una inscripción con signos luminosos rojos. Por efecto de la luz, daba la impresión de que estaba en relieve, uno o dos centímetros sobre la puerta. No tenían el menor parecido con ninguna escritura que yo conozca. Traté de grabarlos en la memoria, pero después se me olvidaron.

Entré, pues, con dos de los hombres en una pequeña habitación cuadrada, iluminada como las otras dos. Nada mas entrar, la puerta se cerró a nuestra espalda. Cuando volví la cabeza, no pude distinguir dónde estaba la puerta; solo una pared como las otras.

De pronto, aquella pared volvió a abrirse y entraron otros dos hombres. Traían en la mano dos tubos de goma rojos, bastante gruesos, de más de un metro de largo. Uno de los tubos estaba conectado por un extremo a un recipiente de cristal en forma de copa. En el otro extremo había una boquilla con aspecto de ventosa. Me la aplicaron a la barbilla, aquí, donde me ha quedado esta mancha oscura. Antes de empezar, el hombre oprimió la goma con la mano como para sacar el aire. Al principio, no sentí ni dolor ni cosquilleo; solo un tirón en la piel. Luego, empezó a quemarme y a latir y al fin me di cuenta de que tenía una herida.
Cuando me hubieron aplicado el tubo de goma, vi que la copa se llenaba de sangre hasta la mitad. Entonces me quitaron la goma y me pusieron la otra al otro lado de la barbilla. Aquí pueden ver la señal, señores. Esta vez la copa se lleno hasta. el borde. También en este lado me ardía y palpitaba la herida. Los hombres salieron llevándose las copas. La puerta se cerro tras ellos y yo me quedé solo.
Durante un rato; más de medía hora, nadie se ocupó de mí. En la habitación no había mas que un ancho diván, no muy cómodo, pues estaba abombado en el centro, pero por lo menos era blando, como de gomaespuma y estaba cubierto de una gruesa tela gris muy suave.
Después de tantas emociones y esfuerzos, yo estaba muy cansado y me senté en el diván. En aquel momento, note un extraño olor muy desagradable. Me parecía estar respirando un humo denso y creí que me asfixiaba. Tal vez estuvieran asfixiándome realmente, pues, al observar detenidamente la pared, descubrí numerosos tubitos de metal situados a la altura de la cabeza, cerrados por el extremo pero llenos de agujeritos, como una ducha. Por los agujeros salía un humo gris que se diluía en el aire. De ahí venía el olor. Sentí nauseas y vomité en un rincón. Después pude volver a respirar con facilidad, pero seguía mareándose el olor. Yo estaba desesperado. ¿Qué destino me aguardaba?

Hasta entonces, no tenía ni la menor idea del aspecto de los desconocidos. Los cinco llevaban monos muy ajustados de una suave y gruesa tela gris con alguna franja negra. Se cubrían la cabeza con una capucha del mismo color, de un material más duro ‑no sé exactamente cual‑, reforzada por dos tiras metálicas colocadas detrás y con unos lentes redondos a través de los que me miraban fijamente con unos ojos que me parecieron azules.
De los lentes hacia arriba, la capucha era el doble de alta que en una cabeza normal. Quizás el casco llevaba algún aparato en su interior que no se distinguía desde fuera. Desde el centro de la cabeza les bajaban por la espalda tres tubos plateados, no sé si de goma o de metal, que se introducían en el mono a la altura de las costillas. El central caía a lo largo de la espina dorsal y los laterales, hasta unos diez centímetros por debajo de las paletillas. No pude ver escotadura ni saliente alguno que indicaran que pudieran conectarse a un recipiente o instrumento debajo del traje.
Las mangas eran largas y ajustadas y estaban rematadas por unos guantes de cinco dedos del mismo material que sin duda entorpecían el movimiento de las manos. Por ejemplo, pude observar que los hombres no podían tocarse la palma de la mano con las yemas de los dedos. De todos modos, eso no les impedía sujetarme con fuerza ni manejar agilmente los tubos de goma mientras me sangraban.

Aquellos trajes debían ser una especie de uniforme, ya que todos los miembros de la tripulación llevaban un escudo del tamaño de una rodaja de piña del que partía una tira de tela plateada o de metal que terminaba en un estrecho cinturón sin hebilla. Ninguno de aquellos trajes tenía bolsillos ni botones. El pantalón era muy ceñido y terminaba en una especie de zapatilla de tenis. Ahora bien, las suelas tenían un espesor de cuatro a siete centímetros. Los zapatos se alzaban ligeramente en la punta, aunque no tanto como los zuecos. Los desconocidos caminaban agilmente con ellos. Únicamente el mono parecía entorpecer sus movimientos, que parecían siempre un poco rígidos. Excepto uno, que apenas me llegaba a la barbilla, todos eran de mi estatura. Todos parecían robustos, pero no lo bastante como para intimidarme. En campo abierto, hubiera podido medir mis fuerzas con cualquiera de ellos.

Al cabo de una eternidad, el ruido de la puerta me saco de mi abstracción. Volví la cabeza y vi acercarse a una mujer. Estaba desnuda y descalza, lo mismo que yo. Yo me quede atónito y a ella pareció divertirle mi expresión. Era muy hermosa y muy distinta de las mujeres que conozco. Tenía el cabello suave y rubio, casi albino y le caía por la espalda, con las puntas dobladas hacia dentro. Llevaba raya en medio y tenía unos ojos grandes, azules y rasgados. La nariz era recta. Sus pómulos eran muy altos y la forma de su cara era exótica, mas ancha que la de las indias sudamericanas y casi triangular, con una barbilla muy puntiaguda. Los labios eran muy finos, casi sin dibujo y las orejas (que vi después) iguales a las de nuestras mujeres.

Tenía la figura más bonita que he visto en mi vida, con los pechos altos y bien formados, la cintura estrecha, caderas anchas, muslos largos, pies pequeños y manos delgadas de uñas bien formadas. Era mucho más baja que yo; su cabeza me llegaba por el hombro.

La mujer se acercaba y me miraba en silencio, como si quisiera algo de mí. De pronto me abrazo y empezó a frotar su cara contra la mía al tiempo que se apretaba contra mi. Tenía la piel blanca de nuestras mujeres rubias y pecas en los brazos. Yo solo notaba su olor a mujer; pero ni en su piel ni en su pelo había perfume alguno.
La puerta había vuelto a cerrarse. A solas con aquella mujer que tan claramente expresaba lo que quería de mi, me sentí muy excitado. Dada mi situación, eso parecía increíble aunque imagino que, eso se debía al líquido con el que me habían friccionado el cuerpo. Seguramente lo hicieron a propósito. Lo cierto es que yo no podía dominar el deseo. Nunca me había ocurrido. Finalmente, olvidándome de todo, abrace a la mujer y empece a devolverle sus caricias. El acto fue normal y ella se comporto como cualquier mujer, incluso después de repetidos abrazos. Hasta que el cansancio la hizo jadear. Yo seguía excitado, pero ella se me negó. Esto me serenó bruscamente Con que para eso me querían, para semental que mejorara su raza. Aquello me enfureció, pero puse al mal tiempo buena cara, ya que la experiencia había sido muy grata. Ahora bien, yo prefiero a nuestras mujeres, con las que puedes hablar y te entienden. Además, había momentos en los que sus sonidos guturales me irritaban. Al parecer, tampoco sabía besar y solo me mordía ligeramente la barbilla. Aunque no estoy seguro de que esto tuviera el mismo significado.

Curiosamente, el vello de las axilas y del otro sitio era rojo, casi color de sangre. Poco después de que nos soltáramos, se abrió la puerta y uno de los hombres llamo a la mujer. Antes de salir, ella se volvió, se señaló el vientre; luego con una especie de sonrisa, me señaló a mi y, por ultimo, señaló al cielo, creo que hacía el Sur. Después se fue. Creo que con aquel ademán quiso indicar que volvería a buscarme para llevarme allí, no se dónde. Aún hoy tiemblo al pensarlo, pues si vuelven estoy perdido. Por nada del mundo quisiera separarme de mi familia y de mi tierra.
Entonces entró uno de los hombres con mi ropa bajo el brazo y yo me vestí. No faltaba nada, salvo el encendedor. (quizá lo perdí durante el forcejeo). Volvimos a la otra habitación, en la que tres miembros de la tripulación, sentados en las sillas giratorias, gruñían entre sí (seguramente, cambiaban impresiones). Mi acompañante se unió a ellos y pareció olvidarse de mi. Mientras ellos hablaban, yo procuraba grabar en mi memoria hasta el ultimo detalle. Me llamo la atención una caja cuadrada con tapa de cristal que había encima de la mesa. Tenía una esfera que recordaba la de un reloj y una sola manecilla y, en los lugares correspondientes a las tres, las seis y las nueve, había una marca negra, mientras que en el de las doce se veían cuatro pequeños signos negros, uno al lado del otro. Para qué, no lo sé pero así era.
Al principio creí que aquel instrumento era una especie de reloj, ya que uno de los hombres lo consultaba de vez en cuando. Pero luego comprendí que era imposible, ya que, mientras estuve allí; la manecilla no se movió.
Entonces se me ocurrió la idea de apoderarme del objeto, ya que necesitaba una prueba de mi aventura. De haber podido llevarme la caja, mi problema hubiera estado resuelto. Si los desconocidos se daban cuenta de mi interés por el objeto, tal vez me lo regalaran. Me acerqué lentamente a la mesa y, mientras ellos miraban en otra dirección, cogí rápidamente el instrumento con ambas manos.
Era muy pesado, de más de dos kilos. No tuve tiempo de observarlo mas detenidamente, ya que uno de los hombres saltó sobre mí, me arrancó furiosamente la caja de la mano, apartándome de un empujón y volvió a ponerla en su sitio.

Retrocedí hasta la pared y me quedé quieto. No le tengo miedo a nadie, pero comprendí que sería mejor no buscar problemas. Se había demostrado que sólo me trataban con amabilidad si me portaba bien. En tal caso, ¿para qué exponerme a un peligro si, de todos modos, mi tentativa debía fracasar?. De manera que me quedé quieto, esperando. No volví a ver a la mujer, ni desnuda ni vestida. Pero creía saber dónde estaba. En la parte delantera de la sala grande había otra puerta que no estaba cerrada del todo y tras la que, de vez en cuando, se oía el ir y venir de unos pasos.

Puesto que todos los demás tripulantes estaban conmigo en la sala grande, aquellos pasos solo podían ser de ella. Supongo que en aquella parte de la nave debía de estar la cámara de instrumentos; pero, naturalmente, no podía asegurarlo.
Finalmente, uno de los hombres se puso en pie y me dio a entender que le siguiera. Los otros ni me miraron. Cruzamos la pequeña antesala. La puerta de acceso estaba abierta y la escalera, bajada. Pero no descendimos por ella, sino que mi acompañante me señaló una plataforma, situada al lado de la puerta por la parte exterior, que daba la vuelta a todo el aparato. Fuimos primeramente hacia delante y pude ver un saliente metálico cuadrado. En el lado opuesto había otro cuya forma me hizo pensar que podía ser el control de despegue y aterrizaje. Debo decir que nunca vi el aparato en movimiento, ni siquiera cuando se elevo, por lo que no me explico cuál pudiera ser su finalidad.

Cuando llegamos a la parte delantera, el hombre me señaló las tres púas metálicas que ya mencioné. Las tres estaban unidas a la maquina, y la de en medio directamente a la proa. Todas tenían la misma forma, ancha en la base y puntiaguda, y sobresalían horizontalmente. No podía decir si eran del mismo metal que la maquina. Aunque relucían como metal candente no despedían calor. Encima había unas luces rojas. Las dos laterales eran pequeñas y redondas mientras que la central, por el contrario, era gigantesca. Se trataba del faro que ya mencioné. Encima de la plataforma, en todo alrededor de la maquina, había innumerables lámparas cuadradas empotradas en el fuselaje que iluminaban la plataforma con su luz rojiza. Esta terminaba en la parte delantera, junto aun grueso cristal, incrustado profundamen­te en el metal y abombado. Puesto que no había ventanas, seguramente aquel cristal servía de observatorio, por mas que debía de ser difícil distinguir las cosas a través de él, ya que desde fuera se veía muy turbio.

Después de visitar la parte delantera de la máquina, nos fuimos de nuevo atrás (esta parte tenía una curvatura mas pronunciada que la delantera), pero antes nos paramos un momento pues el hombre señaló hacía arriba, donde giraba la enorme cúpula en forma de plato. Mientras giraba lentamente, estaba bañada en una luz verdosa cuya procedencia no pude describir. Se oía al mismo tiempo una especie de siseo, parecido al que produce un aspirador o el aire al pasar por muchos orificios pequeños.
Cuando la máquina se elevó, la velocidad de rotación de la cúpula fue en aumento, hasta que de ésta no se vio más que un resplandor rojo vivo.
Al mismo tiempo, el ruido aumentó hasta convertirse en un estridente aullido, por lo que comprendí que la velocidad de la cúpula estaba en relación de causa a efecto con el ruido. Cuando lo hube visto todo, el hombre me llevo a la escalera de metal y me dio a entender que podía irme. Cuando hube bajado a tierra, me volví. El hombre seguía allí. Entonces se señaló a si mismo, a mi y al cielo en dirección Sur, me indicó que me retirara y desapareció en el interior del aparato. La escala de metal empezó a subir, los peldaños se replegaban unos sobre otros. Cuando estuvo recogida la escala, la puerta que, abierta, formaba una rampa, se elevó quedando perfectamente encajada en la pared. Las luces de los espolones metálicos, del foco principal y de la cúpula se intensificaron a medida que aumentaba la velocidad de rotación de esta última. El aparato se elevó lentamente en sentido vertical mientras el trípode se replegaba y la superficie inferior de la nave quedaba tan lisa como si el tren de aterrizaje no existiera.
El objeto volante se elevó lentamente hasta unos 30 o 40 metros y permaneció unos segundos estático, mientras aumentaba su luminosidad. El zumbido subió de tono y la cúpula empezó a girar a gran velocidad, al tiempo que su luz se hacía intensamente roja; el aparato se ladeó ligeramente, se oyó una pulsación rítmica y, bruscamente, la nave salió disparada en dirección Sur. A los pocos segundos, había desaparecido.
Volví a mi tractor, había subido al extraño aparato a las 1.15 y ahora eran las 5.30 de la madrugada. Es decir, me habían retenido durante cuatro horas y quince minutos. Mucho tiempo. Solo conté lo sucedido a mi madre. Ella dijo que sería mejor no tener más tratos con aquella gente. A mi padre no me atreví a decirle nada. Ya le había hablado de la luz y el no me creyó; dijo que seguramente eran figuraciones mías.
Más adelante, decidí escribir al senador Joa Martins. Había leído su artículo publicado en el Cruzeiro de noviembre, en el que invitaba a sus lectores a que le informaran de sus experiencias con platillos volantes. De haber tenido más dinero, hubiera venido antes a Río; pero tuve que esperar a que el se ofreciera a pagar una parte de los gastos de viaje.

El caso fue investigado por dos médicos y ufólogos Cariocas , Fuentes Olavo y Walter Buller, quien a través de exámenes realizados a Antonio Villas Boas diagnosticaron, exposición a la radiación, lo que dio lugar a insomnio, cansancio, dolor de cuerpo, náuseas, dolores de cabeza, pérdida del apetito, ardor en los ojos, lagrimeo y lesiones permanentes en la piel.
También aparecieron manchas amarillentas en el cuerpo, que tomaron entre 10 a 20 días para desaparecer. Las lesiones siguieron apareciendo durante meses,parecían pequeños nódulos rojizos, más duro que la piel alrededor, protuberantes, y dolorosos al tocar. Cada una con un pequeño orificio central produciendo una pequeña descarga acuosa amarilla. La piel que rodea las heridas presenta "una área violeta hipercromática."

Pasaron los años y Antonio Villa Boas, se recibió de abogado, se casó y tuvo 4 hijos, aparentemente por décadas se mantuvo sano, y luego cayó enfermo debido a una enfermedad muy particular y extraña; por la cuál fué llevado incluso a los EE.UU, para realizar un tratamiento, lamentablemente su estado empeoró, y falleció en 1992, a causa de las complicaciones de su enfermedad.

Realmente el relato de Villa Boas parece extraído del guión de una película de ciencia ficción, los detalles en cada momento de su relato, hacen que uno pueda imaginar cada despacito de esa historia.

Pero el caso es verídico , y sigue siendo un misterio y un punto de referencia en nuevos casos, para los investigadores ufológicos.
Villa Boas defendió su historia hasta el día de su muerte, nunca se contradijo. A pesar del paso de los años, no especuló con la misma, no se paseó por los programas de televisión, y no cobró por ello.