miércoles, 28 de junio de 2017

Leyenda de Amarca



En viejos romances canarios corría de boca en boca la triste historia de Amarca, la celebrada doncella indígena. Tan gallarda era su figura, tan peregrina su belleza que llegó a ser envidiada de todas las doncellas. Tenía su morada en las bellas alturas de Icod. Su rústico albergue parecía como un nidal colgado en las crestas de la montaña, para sustraerse a las miradas y a las ambiciones, esas aves rapaces, embaucadoras, que se llevan a las muchachas guapas. Hasta el rústico hogar de la doncella llegó un día Belicar, el último Mencey , Rey y señor de los dominios de Icod y se quedó atónito y deslumbrado ante la extraordinaria belleza de la joven. Desde aquel día memorable se acrecentó su fama y corrió como fausta noticia por todo el Menceyato. Una condición tenía la moza que contrastaba con lo humilde de su linaje: su natural altivo y desdeñoso. Amarca se veía continuamente asediada de amores por muchísimos hombres y otras tantas veces sembró el dolor y la decepción en sus amantes. ¿ A quién amará Amarca?, preguntábanse intrigada los zagales. ¿Para quién será el corazón de aquella belleza hija del Teide?. Guarecida a las faldas del coloso siempre entre las nieves. Uno de los más aguerridos vasallos del Reino, Garigaiga, el pastor, había enloquecido por Amarca. Ella esquivaba su cariño; repudiaba su pasión local, desenfrenada. Repelía al hijo del Volcán, el de la tez y morena y los brazos recios como robles.

Enloquecido por el dolor de verse desdeñado, una tarde mientras los horizontes se teñían de sangre y el sol moribundo plateaba las aguas del Océano como un riera de luna en una noche de misterio, vió que Garigaiga, en el borde de un alto precipicio, agitaba sus brazos como banderas en la premura. Vió arquear el cuerpo hacia delante, hundir la cabeza sobre el pecho y partir veloz hacia el abismo. La noticia del trágico suceso no tardó en extenderse por todas partes. Las mujeres, culpaban su egoísmo, y a sus desdenes atribuían la muerte del pastor. De pronto Amarca desapareció, nadie sabía cual había sido el destino de la doncella. Sólo un anciano que una mañana la había visto descender de las cumbres y caminar como una sonámbula hasta las orillas del mar, se hallaba en posesión del secreto. Que no la buscasen más, parecían decir sus labios fríos y trémulos plegados para siempre, y el anciano aquél lo contó todo. Una semana al brillar los primeros destellos del sol, vió que Amarca se arrojaba al abismo, y después de luchar con el bravo oleaje, se la llevaba mar adentro una ola alegre y corretona como un niño.

Era la época del "Beñesmén", de la sazón y de la riqueza de las mieses, eran los días de placidez y de luz, y todo se sumió en sombras y lágrimas... Amarca había aparecido muerta sobre las arenas de la playa, la habían matado un remordimiento muy hondo. El Mencey Belicar mandó que se cantasen tristes endechas; que se encendiesen luminarias en los cerros, y que los más fornidos mozos, como real costumbre en los días aciagos, azotasen con sus varas las aguas del mar. Mandó también que se ungiese su cuerpo con los más olorosos perfumes, que no en vano era la flor más preciada de la comarca. Al cabo de los años cuando algún nocturno caminante cruzaba las cumbres del Teide, un lamento extraño escalofriante, le detenía acongojado. Era una voz débil, apagada, dolorida, que parecía surgir del fondo del barranco. Era aquel mismo clamor de súplica, de pena, de trágica agonía que tantas veces balbucearan los labios febriles de Garigaiga, el loco: "Amarca......hermana Amarca".



viernes, 23 de junio de 2017

Pueblo Fantasma de Mengollo (Asturias).



Abril de 1.854: el cura párroco de Casares descubre que todos los habitantes del pueblo de Mengollo, en Quirós, habían muerto. Era una veintena de cadáveres. El cura visitaba el pueblo después de meses, pues las nieves lo dejaban aislado durante el duro invierno. Cuando llegó a un alto desde donde se divisaba el pueblo no se dio cuenta de que las chimeneas no humeaban. Según se fue aproximando, le extrañó el silencio. Cuando estaba cercano a las casas encontró un vecino sin vida. Asustado, se encaminó hacia las viviendas, cuando la imagen le sobrecogió. Más cuerpos inertes en el exterior. Entró en las viviendas gritando, para encontrarse a todos sus feligreses muertos. Describió de esta manera lo encontrado:


Las pinas callejas del pueblo estaban pobladas de cadáveres. La puerta de la iglesia permanecía abierta y tres o cuatro vecinos, en estado de putrefacción, yacían dentro, abrazados a los santos. Y los niños de pecho que había en el lugar estaban también muertos, abrazados a sus madres, que estaban tiradas entre la nieve que aún había en Mengoyo». La escena era dantesca y trágica.

Allí inspeccionaron los cadáveres, no había signos de violencia, y después de muchas deliberaciones atribuyeron las muertes al consumo del pan. Algo envenenó el alimento. Un cerdo permanecía muerto con restos de pan en su estómago.


La sabiduría popular acusó a la salamandra de ser la causante de envenenar el agua con que se elaboró la masa. También se dice que pudo haber sido a consecuencia de una planta venenosa que crece entre la escanda, y esta estaba mal cribada, el bollo fue echo con este cereal, En la Semana Santa era de costumbre elaborar pan de dulce y un vecino lo hacía comunalmente para todo el pueblo se sirvió después a todos los vecinos y perecieron envenenados.


Una fosa común albergó aquellos cuerpos en aquel mismo lugar. Los vecinos de Villagondu se llevaron la panera a su pueblo, y todavía permanece allí como testigo de una catástrofe. Las autoridades decidieron quemar el pueblo para eliminar todo peligro de infección por la peste u otra enfermedad. Así desapareció el pueblo de Mengollo. Durante años, los ganados no se enviaban a aquellos pastizales y la maleza se adueñó de aquel lugar, antaño poblado. Las ruinas de tres casas, entre helechos, en Mengollo, junto con varias construcciones auxiliares, son el testigo mudo de un misterio sin resolver.

domingo, 11 de junio de 2017

La Casa del Duende



La Casa del Duende estaba situada entre las calles Duque de Liria, Mártires de Alcalá y la plaza Seminario de Nobles. Esta casa, al igual que otras muchas de la época, fue construida en las primeras décadas del siglo XVIII por orden del rey para ser arrendada a sus criados, lacayos y personal de confianza. La casa pasó por varias manos, hasta que fue alquilada por unos hombres que la utilizaban por las noches como centro de reunión para juegos y grandes apuestas de dinero.


Fue entonces cuando una noche se originó una discusión entre varios de ellos y de repente se abrió una puerta interior y apareció un hombre bajito muy barbudo que les impuso silencio. Al principio se callaron pues estaban todos desconcertados con la aparición de aquel duende misterioso, pero cuando terminaron de indagar quién podía ser y cómo podía haberse colado en la casa, como quiera que fuera la cosa volvieron a enzarzarse en la discusión que habían suspendido. Sin saber cómo ni de dónde salieron, media docena de enanos armados con garrotas se abalanzaron sobre los jugadores y los golpearon. Los hombres salieron huyendo y nunca más volvieron al lugar.

Tiempo después, la casa fue comprada por doña Rosario de Benegas, marquesa de Hormazas, que se instaló en la segunda planta. Andaba la marquesa todavía con el traslado e intentando adecuar la decoración a sus gustos, cambiando cortinajes y demás detalles, cuando echó en falta un cortinón y una imagen del Niño Jesús en su cuna que había traído de su anterior domicilio. Enfadada por el extravío, se encontraba la marquesa dando una buena reprimenda a sus sirvientes cuando, de forma sorpresiva, entró en la habitación un enano con la imagen del Niño Jesús en sus manos y, tras éste, cuatro enanos más portando el cortinón que le faltaba. La marquesa no tardó ni dos días en poner pies en polvorosa, poniendo la casa a la venta sin tan siquiera haber vivido en ella.


La casa quedó deshabitada durante un tiempo, como en otras ocasiones entre compra y compra hasta que se instaló en ella don Melchor de Avellaneda, un canónigo de Jaén. Un buen día, cuando escribía al obispo de su diócesis para pedirle cierto libro del padre Tineo que necesitaba para sus sermones, justo antes de rubricar la carta, levantó la vista y vio asombrado como ante él aparecía un enano vestido con un traje de monaguillo que portaba en sus manos el libro que en ese mismo momento estaba pidiendo al obispo.

En esta ocasión, en lugar de salir corriendo, don Melchor se dedicó a buscar y rebuscar el lugar por donde había venido y por donde había desaparecido el misterioso duende, pero la búsqueda fue infructuosa. El canónigo decidió obviar el hecho, pero pocos días después se disponía a dar misa en el convento de los Afligidos y necesitaba una vestimenta apropiada al día, ordenando a un paje que fuera a la casa a buscarla. El paje, con la vestimenta bajo el brazo y cuando se disponía a cerrar la puerta de la casa para volver al convento, oyó en el interior una vocecilla curiosa que dijo: “No es ése el color de este día, vuelve a por los ornamentos que corresponden”. El paje se dio la vuelta lentamente y vio la figura de un enano burlón que rápidamente desapareció como el viento. Le contó lo ocurrido al clérigo jurando que no volvería a esa casa y don Melchor, parece ser que un tanto harto de tanto enano, decidió también abandonar el lugar.


El canónigo cedió la casa a Jerónima Perrin, una lavandera que vivía en el piso de arriba, hasta que acabase el contrato de alquiler o hasta que encontrara un piso donde alojarse. Cierto, día la mujer sedisponía a lavar unas mantas propiedad de la marquesa de Valdecañas. Hecho esto, y como era costumbre en las orillas del Manzanares, dejó la ropa oreándose al sol y al viento. Se fue a casa a comer con la intención de volver más tarde a recoger la ropa, pero cuando estaba en casa se desató una terrible tormenta que le impidió salir a por ella. Mientras miraba por la ventana de la buhardilla imaginando el enfado de la marquesa, que necesitaba la ropa para esa misma noche y a la que se conocía por su mal carácter, escuchó un portazo en el portal de la casa. Al bajar, se encontró con tres enanos empapados que portaban una cesta enorme con toda la ropa. Se dice que la lavandera, que había escuchado ya todos los rumores sobre los pequeños duendes, abandonó la casa ese mismo día.

Las historias habían llegado al Santo Oficio, quizás por los aportes clérigo. Así que la Inquisición se puso manos a la obra con el ánimo de expulsar a los demonios del lugar.


Se tomó declaración a varios testigos y se realizó una minuciosa búsqueda por todo el inmueble, hasta el último rincón, desde la cueva del sótano hasta la buhardilla que habitó la lavandera. Pero no se encontró nada ni a nadie. por ello comenzaron a pensar en espíritus diabólicos, y por orden inquisitorial, un día al atardecer, se presentó frente a la casa una comitiva religiosa presidida por el obispo de Segovia. Llevaban enormes velones, agua bendita y mucha sal. El obispo vertió sobre las paredes muchos litros de esta agua que él mismo había bendecido y muchos kilos de sal, y pronunció centenares de rezos y aleluyas con los que dio por concluido el supuesto exorcismo.

Según algunas versiones de la leyenda, los vecinos del pueblo se dirigieron a la casa con picos para derribarla; ésta, poco tiempo después, fue incendiada y cayó en el olvido. Pasaron muchos años, y, según se dice, las gentes de repente vieron abrirse una trampilla muy disimulada entre los escombros de la parte del sótano y cómo de ella salían nueve enanos, de los que se cuenta que eran falsificadores de moneda y que utilizaban la noche para salir a distribuirla.


Otra versión cuenta que, tras muchísimos años, la casa se derribó para construir el inmueble que hay hoy allí, y que los obreros, cuando llegaron a ala parte del sótano, del que desconocían su existencia, encontraron a nueve enanos demacrados entre un montón de máquinas para falsificar dinero. Según un acta de la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando, que estudia la arquitectura del edificio, se asegura que la moneda que falsificaban en el edificio eran doblillas de oro del Brasil y que todo fue un montaje de estos pillos que se inventaron una farsa en la que involucraron a varios enanos para atemorizar a los inquilinos y que les dejasen falsificar en paz.

Fuese como fuese, no cabe duda de que esta es una de las leyendas de Madrid más rocambolescas que podemos encontrar, con enanos, la inquisición y hasta el mismísimo Fernando VI involucrados en ella.



martes, 6 de junio de 2017

La leyenda de el pozo amargo



Noche tras noche se veían en secreto. Procuraban burlar toda vigilancia que acechara en sus encuentros. Y así estaban juntos; tan sólo la luna era cómplice de sus miradas.


Él, Fernando, había acudido presuroso tras salir de su casa sin ser visto. Aguardaba a que su madre, doña Leonor, comenzara el rezo del santo rosario, como tenía por costumbre al anochecer. Ya los criados de la noble casa también habían empezado a cerrar los portones de las estancias.

Era entonces cuando Fernando emprendía sigilosamente su camino hacia casa de la joven Raquel.


Raquel, la bella Raquel. Su amada Raquel. Hija de un acaudalado judío, vivía casi recluida en su palacete. La rigidez del padre marcaba las normas en la casa. Quizás al hebreo le hubieran llegado rumores. Acaso tuviera noticias sobre cierto joven cristiano. Leví no aceptaría amores prohibidos por la ley y menos admitiría traiciones en su casa. Por eso custodiaba y hacía custodiar las horas de su hija.


Cuando llegaba la noche y todos dormían, Raquel esperaba impaciente tras las verjas de sus habitaciones. Al oír la señal, corría a los jardines que Fernando una vez más había conseguido conquistar. Y allí, de nuevo, se declaraban su amor. Hablarían del futuro y, emocionados, contemplarían su presente juntos. Tal vez dieran gracias a cada uno a su dios por ello. Y con esto eran felices, porque no les pesaban leyes ni personas que pudieran destruir aquellos momentos.


Algo se oyó entre la maleza del jardín. Un crujir de hojas secas rompió el silencio. Fernando y Raquel se miraron sorprendidos. Los dos jóvenes permanecían mudos. Miraron a su alrededor inquietos; todo era calma. Aguardaron no obstante unos segundos: los ojos y los oídos alerta y el corazón agitado....Más el silencio de la noche les reconfortó de nuevo. No se atrevían aún a hablar, pero se sonrieron y ella suspiró aliviada cerrando los ojos de Fernando. Raquel se estremeció; sintió cómo se escurrían de entre sus dedos las manos de su amado. Y vio caer lentamente su cuerpo herido.

A Raquel se le heló la sangre. Fernando yacía muerto en el suelo. Una daga bien empuñada acertaba en su mortal punzada. Alguno de aquellos vigilantes puestos por Leví, había concluido su trabajo. De un certero golpe por la espada, habían dado muerte al joven cristiano.


Quedaba así en la casa de Leví, el honor salvado, la ley intacta y los rumores acallados. Raquel quiso despertar. Pero no era un sueño aquella visión. Estaba contemplando el más crudo horror.


Entonces la amargura se apoderó de ella; como un veneno la invadió. Y en su corazón se hizo la noche. Sentada junto al brocal del pozo del aquel jardín, Raquel pasaba largas jornadas en soledad. Lágrimas de hiel acariciaban su rostro. Brotaban incesables de su alma, y vertían amargas, caudalosas hacia las aguas del pozo que también amargo quedó.

Leyenda de

Raquel, la desconsolada Raquel, sólo deseaba llorar eternamente. Con los ojos turbios, atisbó una luz en la profundad el pozo. Era la luz de la luna reflejada. Calló su llanto y se enjugó las lágrimas. Asomada al brocal, creyó ver la imagen de Fernando. Aclaró otra vez sus ojos. Fernando la sonreía y le extendía las manos pidiendo tener las suyas. Raquel no lo dudó. Se abalanzó a fundirse en un abrazo con su amado. Su lloro ya no sería eterno. Si sería eterno ya su abrazo.



viernes, 2 de junio de 2017

La torre de los encantados



La Torre de los Encantados es una torre de vigilancia situada en el término municipal de Arenys de Mar, justo al límite con el término de Caldes d'Estrac. Situada en el Puig Castellar, en un lugar privilegiado, fue construida encima de un poblado ibérico del que se sacaron los bloques de piedra para su construcción. Los orígenes no son del todo claros, algunos estudiosos la sitúan en el siglo XI o XII. Durante el siglo XVI fue reforzada y fortificada con una corceles y una muralla a su alrededor para defenderse de los ataques constantes de los corsarios berberiscos. Durante el siglo XIX fue utilizada como estación de telegrafía óptica.


La Torre de los Encantados recibe el nombre a partir de una leyenda popular de Caldetes entre Fátima, una princesa sarracena, y en Busquets, hijo de Caldes.

Dos leyendas circulan sobre la "Torre de los Encantados"...

Una muchacha, hija de una de las familias más pobres del pueblo, desapareció sin dejar rastro. Durante muchos días todos los vecinos buscaron a la joven, sin obtener ni la mas pequeña pista de su paradero, y cuando ya todos la daban por perdida, una mañana apareció ante la puerta de su casa, llevando con ella gran cantidad de joyas y monedas de oro, suficientes para alejar la pobreza de la familia.


Contó la joven que, estando una tarde paseando cerca de los Encantados, un águila enorme se abatió sobre ella, y aprisionándola fuertemente en sus garras, pero sin causarle el menor daño, la llevo hasta el interior de la Torre. Dejó a la joven en el suelo, y en el acto, el águila se convirtió en un apuesto joven que le pidió disculpas por la forma en que la había arrebatado, y le rogó que le ayudara a deshacer el encantamiento que sufrían él y su prometida, por las malas artes de un malvado mago, envidioso del amor que se profesaban. Sólo se podría deshacer el embrujo si una joven accedía a quedar encerrada en la Torre hasta que una paloma viniera a posarse en sus manos.


La muchacha decidió quedarse y ayudar en lo posible a deshacer el terrible hechizo y el joven le prometió que de nada habría de preocuparse mientras allí estuviera.
Un ejército de duendecillos trabajaba afanosamente para mantenerlo todo perfectamente limpio y ordenado. Media docena de ellos le preparaban sabrosas comidas y otros tantos le confeccionaban suntuosos vestidos y elegantes zapatos. Además de todo eso, cada día, al despertar, encontraba sobre su almohada una espléndida joya o un puñado de monedas de oro.


Pasó mucho tiempo hasta que una mañana la muchacha vio una paloma que volaba derecha a su ventana, seguida de cerca por el águila. La paloma se acercó a ella y suavemente se posó sobre sus manos. En el mismo momento, el águila volvió a recuperar su forma humana y la paloma se transformó en una preciosa joven de dorados cabellos.


Locos de alegría por haber logrado deshacer el encantamiento, añadieron joyas y regalos a los muchos que ya tenía la joven campesina, le agradecieron mil veces su paciencia y desaparecieron, quedando la joven en libertad para volver con su familia.