domingo, 31 de julio de 2016

Leyenda de las Gemelas



Se dice que entre los hermanos gemelos hay un vínculo tan especial que cuando le sucede algo a uno de ellos el otro puede sentirlo. Un caso extremo es lo que les sucederá a las niñas de esta escalofriante leyenda urbana… Había dos hermanas gemelas que se llevaban muy bien, como si hubiesen nacido siendo amigas: nunca se peleaban, rara vez discutían, compartían todo lo que podían, tenían las mismas aficiones y aversiones y hasta vestían parecido.

Toda su vida habían estado en un barrio tranquilo, una zona residencial algo alejada del ajetreo propio de tantas partes de la urbe. Aunque ahora por razones laborales, su madre les había dicho que debían mudarse a una zona distinta de la ciudad, una parte en la que había mucha más actividad y en consecuencia debían tener más cuidado.


Llegó así un día en que llamaron a la madre del trabajo y, a diferencia de tantos otros días, las niñas debían cruzar solas una calle bastante transitada. Como habían atravesado esa calle cientos de veces junto a ella, la madre pensó que podía despreocuparse de sus hijas y les dijo que tenía que irse rápido y que ellas podían cruzar solas sin problema siempre y cuando miren a uno y otro lado y estén bien atentas a los automóviles.


Las niñas siguieron el consejo de la madre y esta siguió su rumbo dándoles la espalda; pero, ni bien hubo caminado un par de metros, oyó un ruido espantoso, algo parecido al ruido que hace un coco al quebrarse.


Eran sus hijas, tendidas sobre el pavimento con las cabezas aplastadas y los cerebros desparramados junto a esquirlas de hueso. A lo lejos un camión huía a toda velocidad, el conductor probablemente distraído con el teléfono o quizás tras haberse tomado un par de copas a la hora de la comida, las arrolló sin tan siquiera reducir su velocidad. El imprudente conductor al sentir los cuerpecitos aplastarse bajo las ruedas del camión aceleró y no solamente no las auxilió, si no que además puso en peligro a otros conductores que pudieron sufrir un accidente al cruzarse con él en su desesperada huída.


Por desgracia todo el mundo quedó tan conmocionado que nadie tuvo tiempo de apuntar su matrícula por lo que escapó impune.


La madre lloraba desconsoladamente en medio del tráfico detenido, gritaba y agitaba sus cuerpecitos como esperando que se levantaran de nuevo y le ofrecieran una de sus sonrisas. ¿Cómo podría superar la pérdida de sus angelitos de tan solo ocho años?


Dicen que el tiempo es el mejor remedio y así fue… Era joven, tenía apenas unos 28 años y un par de años después, se quedó de nuevo embarazada. Casualidades del destino tuvo otra vez gemelas: el problema es que no lograba olvidar del todo a sus hijas fallecidas, sobre todo porque de alguna u otra forma sus nuevas gemelas —que ahora tenían justo la edad en que murieron las anteriores— le recordaban a sus primeras hijas.


Tenían tantas cosas en común que algunas veces incluso se equivocaba de nombre al llamarlas y estallaba en lágrimas al recordarlas…


Pero esta vez por nada del mundo descuidaría a sus pequeñas. Las tenía terminantemente prohibido cruzar la calle solas.


Un día sin embargo vio que mientras jugaban en el parque cerca de su casa se estaban acercando demasiado a la calle y, aterrorizada, les gritó para que se detuvieran, a lo cual ellas respondieron al unísono:


No pensábamos cruzar, ya nos atropellaron una vez aquí y no volverá a ocurrir…

sábado, 30 de julio de 2016

La niña en la escalera



Esta leyenda nos llega desde el Distrito Federal de México, en una época sin especificar, en la cual una mujer que había enviudado, acongojada por la soledad, había buscado consuelo en un hombre que en un principio parecía ser una buena persona, pero el tiempo se encargaría de mostrar lo contrario.


La mujer invitó al hombre a vivir en su casa, y como dijéramos, al comienzo de la relación todo marchaba bien. La mujer tenía tres hijos, la menor de ellos una niña de unos seis años, que era su preferida. La relación entre el hombre y los hijos de la mujer era buena, hasta que el vicio de la bebida pudo más. Fue entonces que comenzaron los malos tratos, las amenazas, las discusiones y los golpes. Finalmente, era más tiempo el que este hombre pasaba en estado de ebriedad que sobrio, momentos en los que desparrabama su ira contra su mujer y los hijos de ésta. Cuando estaba a punto de emprenderla a golpes con la hija menor, la mujer se interponía y le rogaba que no lo hiciera.


Quizás una luz de remordimiento lo consumía entonces y con improperios se iba al cuarto matrimonial a echarse a dormir. Estas desagradables escenas se repetían varias veces a la semana.


Naturalmente, el dinero escaseaba, ya que este buen señor gastaba mucho en bebida y no se apresuraba por buscar trabajo. Un día, a la vez ebrio y disgustado por la falta de bebida con la que comprar más alcohol, comenzó una vez más la golpiza contra la mujer. En esta ocasión la hija menor se interpuso y le rogó que se detuviera. Ciego de ira, el hombre golpeó entonces repetidas veces a la niña a pesar de los ruegos de la mujer, los que, más que aplacarlo, parecían alimentar su furia. Desatado en su furor, tomó a la niña y la arrojó por las escaleras de casa, matándola.


Al comprobar la muerte de la criatura, la madre lloró desconsoladamente sobre el cadáver. El hombre, aterrado por su propio crimen, en un principio quiso huir, pero su desesperación fue más fuerte: tomó una cuerda, caminó hacia su habitación y se ahorcó. Luego de las averiguaciones policiales y el funeral de la niña, la madre y los hijos sobrevivientes abandonaron para siempre la casa, que quedó hasta hoy deshabitada. Es aquí donde comienza la leyenda.


Dicen quienes han estudiado el caso que la niña se conviertió en un espíritu benefactor, que presta ayuda a las personas que corren riesgo de vida al subir o bajar una escalera. Cuando alguien que ha trastabillado en los escalones está a punto de caer, y de pronto recupera el equilibrio, se dice que ha sido ayudado por el espíritu de la niña de las escaleras. Algunos hasta afirman haberla visto, con su vestido oscuro, pequeña y sonriente, quizás ajena a la misión salvadora que su destino de ultratumba le hizo escoger.



viernes, 29 de julio de 2016

La planchada



La leyenda de la planchada es probablemente una de las más populares de México. En ella narran la historia de una enfermera fantasmal que vaga por los pasillos del hospital y atiende a los enfermos que necesitan ayuda médica… 


Cuentan que cierto día, una chica llamada Eulalia entró a formar parte del personal de enfermería en el hospital. Era una chica de buena presencia, con cabellos rubios, ojos claros y facciones finas, con una actitud amable y educada aunque revestida por un ligero aire de seriedad. Desde sus primeros días en la institución médica, Eulalia demostró gran profesionalismo y diligencia, mostrándose siempre solicita con el personal médico y con los pobres enfermos, hacia los cuales profesaba una dedicación que a veces iba más allá del mero deber. 


Por otra parte, Eulalia siempre estaba muy limpia y arreglada, con el uniforme blanco perfectamente planchado e impoluto, exento de la más mínima mancha o arruga. Como era de esperarse, Eulalia se granjeó rápidamente el aprecio de los médicos, a la par que, gracias a su natural simpatía, logró verse libre de inspirar envidia en sus compañeras y compañeros de enfermería. 


Por otra parte, la vida de Eulalia era realmente tranquila, sana y sencilla, ya que todo su tiempo se dividía entre las labores en el hospital y las atenciones hacia su pequeña pero estable y relativamente feliz familia, conformada por sus padres y sus dos hermanos menores, al menos en lo que respecta a su círculo más cercano. Por ello, los días habituales de Eulalia consistían en trabajar en el hospital, llegar a casa con una sonrisa, comer con todos, dormir un rato, despertar y pasar sus horas siguientes en tareas domésticas que compartía con su madre, en jugar con sus hermanos o en la lectura. 


Sin embargo, un día todo cambió… En efecto, cierta mañana el director del hospital convocó al personal para presentar al nuevo médico que acababa de llegar: el Dr. Joaquín, un tipo inteligente, guapo y alto, venido “de buena familia”, pero con un cierto aire de arrogancia. 


Todas las demás enfermeras y casi todos los enfermeros fueron, pero Eulalia se quedó atendiendo a un paciente. Pasados unos cuantos días, Eulalia todavía no había cruzado palabra alguna con el Dr. Joaquín, y apenas lo había visto de lejos, aunque a sus oídos ya habían llegado los rumores que lo retrataban como un tipo orgulloso, como uno de esos hombres que miran a casi todos “por encima del hombro”. 


Eso hacía que ella no tuviera muchos deseos de conocerlo, pero un día la convocaron para que lo ayudase con la extracción de una bala en la pierna de un paciente… Pese a los rumores, cuentan que Eulalia quedó prendada del Dr. Joaquín cuando lo vio de cerca, al punto de que sus manos temblaban ligeramente cuando le pasaba los instrumentos, llegando incluso a equivocarse en lo que respecta a entregar el instrumento correcto… Después de ese primer encuentro, Eulalia empezó a enamorarse apasionadamente del Dr. Joaquín, a pesar de que le decían que no le convenía, que el tipo era un egocéntrico y que coqueteaba con una y otra enfermera. 


No obstante ella siguió en su afán, diciéndose que sus compañeras estaban exagerando o simplemente justificando a Joaquín cuando no podía dudar de tales o cuales críticas que sobre él se cernían. De ese modo, pasados algunos meses ella consiguió su propósito y el Dr. Joaquín cedió a sus encantos, aceptando ser su novio. Durante un largo tiempo Eulalia se sentía la criatura más dichosa del mundo, y su pasión crecía como un incendio a pesar de que Joaquín no parecía amarla con la misma intensidad e incluso, según las malas lenguas, coqueteaba con otras chicas a espaldas de ella. Tras poco más de un año de noviazgo, Eulalia se sorprendió cuando cierto día Joaquín le propuso matrimonio, a lo cual ella accedió con el cándido entusiasmo de una quinceañera enamorada. Sin embargo era necesario esperar para la boda, ya que antes Joaquín debía irse a un seminario de 15 días en otra ciudad.


Antes de irse él le pidió que le planchara y preparara un fino traje, ya que debía estar impecable y elegante en el seminario. Entonces ella aceptó y, justo un día antes del viaje, él fue a recoger el traje y a visitarla, hablando tendidamente con ella y despidiéndose entre abrazos, besos y promesas de amor eterno… Tan solo una semana tras la partida de Joaquín, Eulalia ya lo extrañaba como si hubiese estado ausente varios meses, por lo que a veces adoptaba una actitud de melancólica nostalgia.


 Paralelamente, justo después de una semana cumplida desde el último día en que vio a Joaquín, un enfermero la abordó cuando estaba sola, le declaró su amor y le pidió que por favor lo acompañara a una fiesta como su pareja de baile, pero ella se negó y le dijo que si acaso no recordaba que el Dr. Joaquín y ella tenían una relación… Asombrado y algo herido, el enfermero la miró y le dijo que no entendía cómo es que nadie le había contado que Joaquín renunció en el hospital y se fue a un viaje de luna de miel con su nueva esposa… Las palabras del enfermero habían dejado completamente helada a Eulalia, con esa mezcla de dolor y consternación que alguien siente cuando inesperadamente le informan que su madre o alguien muy querido ha muerto, aunque con la enorme y gran diferencia de que en la mirada de Eulalia latía la decepción. 


Por eso ella no acertó a decir nada, y solo agachó la cabeza y se fue, caminando con la leve esperanza de que aquello fuese un invento del enfermero para salir con ella. Pero a la mañana siguiente fue y averiguó en los registros, y efectivamente Joaquín había renunciado, por lo cual era lógico asumir que lo de la luna de miel era también cierto, tal y como decían muchas más personas además del enfermero… Desde su decepción amorosa, Eulalia jamás volvió a ser la misma. Nunca había tenido un novio antes, y solo le había gustado uno que otro chico durante su adolescencia, siendo con Joaquín con quien supo lo que realmente era el amor. 


Sentía que su corazón era un jarrón despedazado sobre el árido suelo de la vida, y al parecer ni ella misma quiso recoger los pedazos y recomponerlo, ya que permitió que la amargura fuera apoderándose progresivamente de ella, hasta convertirla en un ser frío, silencioso y sombrío, en una mujer que no volvió a vincularse a ningún hombre porque se abandonó a la idea de que todos “eran iguales”, y en una enfermera que realizaba su trabajo con el alma empolvada por el tedio y el desgano, descuidando a los enfermos hasta el punto de que algunos murieron por sus negligencias al olvidarse darles la medicación, a pesar de ello no fue despedida porque, sus compañeros y superiores la apreciaban y pensaban que tarde o temprano volvería a ser la chica trabajadora y dedicada a los pacientes que siempre había sido. 


Pasaron así los años y un día la enfermedad cayó sobre ella, transformándola en una paciente más del hospital donde por décadas fue indiferente hacia el malestar de los enfermos que tan mal atendía. Ella era la abandonada ahora. Sin embargo, en lo profundo de su soledad, la reflexión le ablandó el corazón y, antes de morir, se arrepintió de haber sido tan mal enfermera, falleciendo sin poder perdonarse a sí misma, y con el anhelo de enmendar de alguna forma sus errores pasados… Tras la muerte de Eulalia, en el hospital comenzaron a surgir testimonios de gente que era atendida por una amable enfermera que no parecía pertenecer al personal del hospital. 


Una chica joven con la ropa impecable, perfectamente planchada, tal y como la llevaba Eulalia en vida. Normalmente los testimonios eran confusos porque solía atender a los enfermos cuando dormían, se encontraban sedados o estaban muy graves. En cierta ocasión, una de las enfermeras que trabajaban de noche se quedó dormida en su turno. Su negligencia le podría haber costado la vida a un paciente que necesitaba una importante medicación para tratar una fuerte infección que hacía peligrar su vida. El hombre, semiinconsciente, observó como una enfermera, a la cual no pudo reconocer porque tenía el rostro ligeramente borroso y como desdibujado, le suministró el antibiótico necesario y, mientras lo arropaba, le dedicó una caricia en el pelo. 


Un par de horas después, la enfermera que se había dormido en su turno se despertó sobresaltada y, acordándose de lo importante que era suministrarle la medicación al señor, salió corriendo hacia su habitación, temiéndose lo peor. Al llegar allí se encontró que, el goteo que mezclaba el antibiótico con el suero, estaba perfectamente colocado y la dosis era la correcta. Aún asustada, le preguntó al paciente quién le había puesto la medicación. La respuesta la dejó helada: “Su compañera rubia, la que tiene la bata sin una sola arruga”. Ésta fue una de las cientos de veces que “La Planchada” atendió a alguien que necesitaba la ayuda médica o que había sido descuidado por las otras enfermeras. 


Pocos son los que la recuerdan, ya que siempre atiende a personas graves o cuando están medio dormidas; ninguno puede recordar su rostro con claridad, ya que, casi siempre que se ha dejado ver, lo ha hecho con su cara ladeada o de espaldas. Pero todos los testimonios concuerdan en lo mismo, en lo impoluto de su aspecto y en la perfecta forma en la que están planchadas sus ropas, así como en lo cordial y profesional de su trato. Algunos, de entre el personal del hospital, también dicen haberla visto durante escasas fracciones de segundo entrar o salir de la habitación de un paciente e incluso haber sido despertados por el espíritu de Eulalia cuando dormían en sus turnos, tocándoles el hombro, y comprobando al despertar que estaban solos y que los pasillos del hospital estaban desiertos.


 Aunque nunca la vieron como una amenaza, ya que ayudaba a los enfermos cuando estos eran descuidados, cosa que se sabía gracias a los múltiples testimonios de pacientes que afirmaban haber recibido tal o cual medicación en ausencia de personal médico. NOTA: Según varias fuentes esta leyenda es originaria de México, específicamente del hospital de Juárez, pero se cuenta que la planchada ha aparecido en otros hospitales e incluso hay historias similares en otros países. 


Esta podría denominarse la versión “moderna” de la leyenda que se hizo enormemente popular en el siglo XX en México. Pero existe una versión anterior surgida a raíz de la Guerra de Intervención Estadounidense que enfrentó a Estados Unidos y México, durante dicha guerra perecieron cerca de 25.000 soldados mexicanos, y en los hospitales de campaña las condiciones de trabajo del personal sanitario eran tan duras que era frecuente que las enfermeras se quedaran dormidas en sus interminables turnos. 


Al despertar, muchas de ellas, acudían rápidamente a seguir atendiendo pacientes y se encontraban que ya habían sido limpiadas sus heridas o suministrada la medicación que precisaban. Al preguntarles quien les había atendido siempre daban la descripción de una mujer rubia con cabello corto y rostro serio, que no correspondía con el aspecto de ninguna de las enfermeras que trabajan en el hospital. Los pocos que trataron de seguirla se llevaron la sorpresa de que parecía esfumarse al doblar una esquina



jueves, 28 de julio de 2016

El Cadejo Negro



Los cadejos negros son perros fantasmales de gran tamaño, color negro, y brillantes ojos rojos, que vagan por las noches para asustar, atacar o, según ciertas versiones, matar a individuos malos o inmorales. Para contrarrestarlos están los cadejos blancos, que protegen de los cadejos negros, entablando con éstos, de ser necesario, encarnizados combates…



La leyenda de El Cadejo o de Los Cadejos está presente en casi toda Centroamérica, en México, y al extremo sur en Argentina. Se trata de dos tipos de perros grandes, de centellantes ojos rojos, usualmente descritos como “espectrales” o “fantasmales”: el primer tipo de perro es blanco, está asociado al bien, y tiene un carácter protector, cuidando (desde las sombras o como una presencia que se siente pero casi nunca se ve) sobre todo a ciertos borrachos y a hombres que llegan a su hogar a altas horas de la noche; el segundo es negro, está asociado al mal, y ataca o mata a personas que son malas o muy inmorales. Según se cuenta, ambos tipos de cadejos son enemigos encarnizados, que cuando se enfrentan entablan salvajes combates, en los cuales siempre hay tiempo para que la persona, puesta en peligro por el cadejo negro, consiga escapar; no obstante, esto no sucede siempre, pues los cadejos negros generalmente atacan al tipo de personas que no protegen los cadejos blancos.


Origen

Remaining time: x seconds En la mitología mesoamericana existía la creencia en los nahual, que eran animales-espíritus que protegían a la gente. Según aquella creencia, cada persona, al momento de nacer, contaba ya con un nahual que lo guiaba y protegía. Paralelamente y también en México y Centroamérica, existía la creencia de que los xoloitzcuintle, un tipo de perros, acompañaban a las almas de los difuntos en su tránsito por el Mictlán o inframundo.


Posteriormente, cuando los españoles llegaron a América, trajeron consigo muchas leyendas europeas sobre perros fantasmas, sobre todo perros negros. Pero también trajeron el Cristianismo, con su creencia en los ángeles guardianes y en los demonios como seres que frecuentemente acechaban al ser humano, acercándose sobre todo a aquellos que estaban más alejados de la gracia de Dios y que, por su comportamiento pecaminoso, eran más propensos a ser abandonados por sus ángeles guardianes…


Ocurrió así que, en el proceso de colonización, ambas creencias se fusionaron, y crearon muchos mitos como por ejemplo la leyenda de los cadejos; la cual, como bien puede percibirse, mezcla elementos de cada una de las creencias mencionadas, tanto del lado europeo como del lado nativo. Por este motivo el cadejo blanco y el negro pelean interminablemente como los ángeles contra los demonios, y como los dioses Quetzacóatl y Tezcatlipoca.


Versiones de la leyenda en distintos países

Honduras

En Honduras se cree en ambos cadejos: el blanco, que protege a la gente de bien, y el negro, que ataca a las malas personas y a las buenas. Según se cuenta, el cadejo negro aparece a las 12:00; pero, cuando ataca, únicamente puede matar a las malas personas, pues la gente buena tiene la protección del cadejo blanco.


El Salvador

La leyenda dice que Dios, al ver todos los males que caían sobre la gente, creó una figura que inspiraba temor pero que tenía el fin de proteger: el cadejo blanco. Sin embargo, al ver lo que Dios había hecho, Satanás sintió envidia y ensañamiento contra Dios, y creó al cadejo negro para contrarrestar al cadejo blanco y frustrar los planes divinos. En la versión convencional, el cadejo blanco protege a todo aquel que se encuentre casualmente en su camino, mientras que el negro ataca a cualquiera que se le cruce; y, cuando ambos cadejos se encuentran, entablan un fiero combate.


Cierta variante salvadoreña de la leyenda, afirma que el cadejo negro se aparece a quienes deambulan a altas horas de la noche, que los persigue para aterrorizarlos, y después los hipnotiza con sus brillantes ojos rojos, robándoles finalmente el alma y dejándolos atontados por el resto de sus vidas, mal que en El Salvador se conoce como “haber quedado jugado por un mal espíritu”. Dentro de esta misma variante de la leyenda, se cree que el cadejo negro no puede robarle el alma a quien se le antoje, ya que el cadejo blanco protege a los creyentes y a los recién nacidos. Y por último, si alguien cree que no será protegido por el cadejo blanco, puede prender incienso pues el humo del incienso ahuyenta al cadejo negro.


México

En México la leyenda de El Cadejo se conoce sobre todo en el estado de Chiapas, dentro de la región de Soconusco, aunque solo se cree en el cadejo negro, no en el blanco.


Cuentan que el cadejo (cuando hablamos de México, se sobreentiende que es el negro) suele aparecer por las noches, y que delata su presencia por el hedor a putrefacción que mana, y porque cuando está cerca todos los perros en la zona lloran, como si el mismo Diablo estuviese llegando; y es que, según dicen, es tan perverso que devora a todas las crías de los canes, por lo que se recomienda esconder a los cachorros si se sospecha de su cercanía.


Pero si el cadejo negro se acerca, no todo está perdido: hay que caminar con los pies juntos (por más difícil y lento que se nos haga) y, si se acerca, escupir en la palma de nuestra mano y ofrecerle el escupitajo…


En cuanto a su origen, en la costa Chiapaneca se cuenta que entre la gente existen ciertos brujos que, mediante un hechizo, pueden materializarse y tomar la forma de cadejos negros, aprovechando ese estado para cometer fechorías como matar gallinas y otros animales, destruir cosas, aterrorizar, acechar mujeres, entrar a casas y robar (llevándose cosas en la boca), o, sobre todo cuando hay luna llena, deambular por calles oscuras y poco o nada transitadas, esperando entre las sombras a que algún incauto de malos pasos les encuentre y sienta el pánico de ver al colosal perro negro con sus colmillos afilados y sus ojos diabólicos… Según dicen, estos brujos-cadejos solo pueden transformarse a medianoche y bajo una ceiba o pochota (unos tipos de árboles), ya que en la simbología maya el Yaxché (una ceiba) era un puente entre el Cielo, la Tierra, y el Inframundo…


Lo anterior puede sembrar la duda de si todos los cadejos son brujos o sólo algunos, y la respuesta es que la leyenda dice que no todos son brujos, que hay otro tipo de cadejos que también fueron humanos, y hay cadejos que jamás fueron humanos.

Sobre los otros cadejos que fueron humanos, una parte de ellos fueron hijos maldecidos por sus padres, creencia esta que se origina de una historia en que un joven libertino fue maldecido por su padre y se convirtió en un alma en pena con forma de enorme perro negro cubierto de cadenas. También existe la historia de una mujer despechada que hizo un pacto diabólico para obtener una transformación y a partir de esa transformación vengarse de su novio que la engañaba. Veamos la historia de la joven despechada:

Jacinto y Margarita eran una pareja de novios que ya llevaban mucho tiempo juntos; él venía prometiéndole matrimonio desde algún tiempo atrás, pero cierto día desapareció sin decir nada y, cuando mucho después Margarita tuvo noticias suyas, se enteró de que se había casado con otra mujer… Sí, todo ese tiempo le había mentido, nunca la tomó en serio, y eso la llenó de ira y rencor, al punto de que hizo un pacto con el Diablo para que éste la transformase en un cadejo y así ella pudiese darle a Jacinto un tormentoso final…


El pacto entre el Diablo y Margarita funcionó, y ella comenzó a transformarse en cadejo cada noche, saliendo de casa y destrozando a dentelladas a todos los perros que se interponían en su camino; cada noche intentaba entrar a la casa de Jacinto, pero la puerta estaba cerrada y por ello se limitaba a intentar tumbarla y a arañarla. Sin embargo, cierto día Jacinto se reunió con amigos y vecinos para que le ayudasen a darle su merecido al cadejo que siempre iba a buscarlo. Esa noche esperaban a Margarita con palos, piedras, agua bendita y orina. Supieron que venía por el llanto y los ladridos de los perros en los alrededores, y cuando por fin sus embestidas y arañazos se escucharon en la puerta de Jacinto, alguien abrió la puerta, el cadejo entró y todos lo atacaron con una mezcla de miedo y furor, dejándolo al borde de la muerte…

Finalmente, una vez que el cadejo estaba en ese estado, en vez de darle muerte lo ataron a un árbol y lo dejaron colgado, a ver si era uno de esos cadejos-brujos. No obstante, todos se llevaron una gran sorpresa cuando, con el despertar del sol, la luz deshizo la intimidante apariencia del cadejo y entonces allí, agotada y colgada del árbol, estaba la despechada y ahora también humillada Margarita, que no dudó en confesar el pacto que hizo con El Maligno para vengarse del mentiroso de Jacinto…


Costa Rica

En términos generales, en Costa Rica se cree que el cadejo es un enorme y fantasmal perro negro, que tiene cadenas, brillantes ojos rojos, cola larga y muy poblada de pelo y, según algunos, patas de cabra y dientes de jaguar. Pero, pese a su aspecto, este ser cuida a los borrachos cuando regresan a sus casas, y espanta (sin atacar) a los niños desobedientes o que andan fuera de casa a horarios indebidos (en la noche).

Cierta versión costarricense de la leyenda, cuenta que hace mucho tiempo existía, en una pequeña comunidad, un sacerdote que, usando su autoridad moral y su elocuencia, deformó el sentido religioso y moral de la comunidad, conduciéndola al pecado. Como castigo a su mal proceder, Dios lo condenó por cien años (trescientos según algunos) a tener la forma de un perro negro, enorme y de ojos rojos. Cuando por fin acabó su tormento, el hombre estaba trastornado y no aguantaba la vida, así que se lanzó al cráter del volcán Poás, pero no murió de la forma en que esperaba, sino que su espíritu se quedó atrapado en el interior del volcán, en medio del magma, los vapores y las rocas, cual si ese fuese su propio infierno personal. A causa de eso, se cree que es él quien provoca los estremecimientos del volcán.

Otra versión costarricense, cuenta que existía un borracho que malgastaba casi todo su dinero en bebida y maltrataba a su familia, sobre todo a la esposa. El hijo mayor del borracho era muy inteligente y estaba cansado del comportamiento dañino de su progenitor, así que ideó un plan para castigarlo. El plan consistía en disfrazarse de monstruo con un cuero negro, y aparecérsele por las noches cuando regresase bien tarde en estado de ebriedad. La primera noche, el susto fue tal que el borracho casi se infarta, y como ya se insinuó, no fue la única vez, pues su hijo siguió asustándolo hasta que, cierto día, él se enfureció y reunió valor para tomar un machete y descuartizar a lo que sea que fuere aquello que por las noches se le aparecía… Así, esa noche, como todas las demás, el “monstruo” se le apareció y él sacó el machete y se abalanzó, pero la criatura retrocedió para esquivar el golpe y de ella salió algo que no se esperaba: la voz de su hijo mayor… “¡Papá, no me mates que soy tu hijo, era solo una broma!”, exclamó, a lo que él respondió maldiciéndolo: “¡De cuatro patas andarás toda la vida!”. Según se cuenta, cuando el joven murió, se transformó en un enorme y espectral perro negro, que sigue a los borrachos como su padre pero no les hace daño.

Finalmente, la tercera versión costarricense cuenta que existía un hijo menor (un “benjamín” o “cumiche”) que vivía en el libertinaje y el despilfarro, por lo que fue maldecido por su padre y se transformó en cadejo. En esta última versión, existe una historia muy interesante:

Había una vez una familia muy adinerada, religiosa, conservadora y de buen nombre, pero el hijo menor despreciaba los preceptos de sus mayores, no conocía lo que era la responsabilidad y, habiéndose acostumbrado a vivir en el lujo y la abundancia, se volvió mimado, arrogante, egoísta y muy libertino (borracho, jugador, mujeriego). Como era de imaginarse, satisfacía sus vicios con el dinero que su padre le daba, hasta que un día el padre se hartó y le dijo que no le daría nada de dinero hasta que no enmendase su comportamiento. Entonces, en lugar de corregirse, el hijo gastó todo lo poco que tenía guardado, y después comenzó a endeudarse para poder pagar el alcohol, las apuestas, y las mujeres. De ese miserable modo siguió subsistiendo, hasta que sus acreedores empezaron a hostigarlo más de lo que podía soportar, pero su solución no fue trabajar para pagar o pedirle perdón a su padre y solicitarle dinero para las deudas: no, lo que hizo fue entrar sigilosamente al cuarto de sus padres, a ver si no lo pillaban y conseguía sacar unos cuantos billetes de esos que su padre guardaba en un sitio que él conocía. Pero el intento de robo falló y su padre, al despertar y ver que el ladrón era su propio hijo, se enfureció tanto que llamó a sus sirvientes, pidiéndoles que lo ataran con cadenas y le dieran unos cuantos azotes; aunque ese no fue el peor castigo, sino la maldición que le hechó y que sorprendentemente se cumplió: “¡Perro maldito, de cuatro patas seguirás toda la vida!”


Guatemala

En este país, el cadejo es un gran perro fantasmal, de color negro o blanco y ojos como ascuas. Este ser cuida a los que se emborrachan, cuando intentan volver a casa o duermen en la calle, por lo que los sigue o duerme cerca de ellos para evitar que los roben o ataquen. Pero lo anterior es solo una creencia puntual, ya que en general hay cierta ambigüedad con respecto a los colores del cadejo y su actitud:

Por un lado, se cree que el blanco es bueno y el negro es malo, y que el blanco sigue a sus protegidos para cuidarlos del negro; pero, cuando aparece un tercer espíritu como La Llorona o la Siguanaba, o simplemente cuando aparece un maleante peligroso, ambos cadejos se unen para proteger a la persona… Entretanto, por otro lado se cree que el blanco cuida a las mujeres y a los niños, y el negro cuida a los hombres.

Finalmente, aumentando el carácter variopinto de las creencias guatemaltecas sobre el cadejo, se cree que, si éste (en su versión negra) llega a lamer la boca de alguien, lo seguirá durante nueve días causándole temor (sin atacar); y, si la persona lamida es alcohólica, jamás podrá abandonar su adicción…

Nicaragua

En Nicaragua se cree que el cadejo blanco (un perro grande, fantasmal, de ojos rojos) cuida a los hombres trasnochadores, siguiéndolos a corta distancia hasta que llegan a sus hogares y están a salvo. Como contraparte el cadejo negro, que en la versión nicaragüense tiene un collar blanco, siempre está deambulando por las noches, al acecho de trasnochadores, sobre los cuales se abalanzará, para golpearlos (aunque jamás los muerde), dejarlos sin sentido, y en un estado de tartamudez, insulsez e idiotez, que desemboca posteriormente en la muerte…

Como bien se ve, el cadejo negro de Nicaragua, aunque no muerda a sus víctimas humanas, es en última instancia un asesino; aunque, para contrarrestarlo, está el cadejo blanco ―hablamos genéricamente, en realidad son “los cadejos blancos” y “los cadejos negros”―, que luchará encarnizadamente con él, siempre venciéndolo. No obstante, la leyenda nicaragüense advierte de que no se debe despreciar al cadejo blanco: hay que tratarlo bien, ya que, si se lo apedrea o se lo intenta ahuyentar con gritos o de cualquier manera, actuará igual que el cadejo negro y la persona finalmente acabará muerta o, como se diría en Nicaragua, “jugada por el Cadejo”.

Por último, entre los indios nicaragüenses de Monimbó, se cuenta que los ojos de los cadejos “parecen candelas”, y que éstos nunca se cansan de caminar, por lo que pasan moviéndose toda la noche, hasta que el sol emerge en el horizonte y entonces, en vez de morir como los vampiros, desaparecen como los espectros que son.

Argentina

En Argentina hay una leyenda muy vinculada al cadejo, al punto de que muchos la cuentan como “la versión argentina del cadejo”: se le conoce como “El Perro Familiar” o el “Familiar”, sobre todo en las zonas rurales de las provincias norteñas. Asimilando a la leyenda del Familiar en la creencia en los cadejos, diríamos que solo existe el cadejo negro, que es enorme, tiene ojos rojos (o no tiene cabeza en ciertas versiones menos extendidas), porta cadenas, está asociado al Diablo pues es un demonio, y siempre aparece después de la medianoche, dando a conocer su proximidad por el ruido de las cadenas que arrastra y el llanto de temor que suscita entre los perros que se encuentran en sus proximidades… Según cuentan, El Perro Familiar (hay algunos, no es un ente único), una vez que se come a alguien, no para hasta devorar al resto de la familia de esa persona. ¿Cómo se originó esta creencia?, veamos:


La leyenda surgió en el siglo XIX, en el latifundio de la familia Hileret, en los alrededores de la ciudad de Lules, después se popularizó en la ciudad de Santa Ana y se expandió por todo el Noroeste de Argentina. La leyenda cuenta que el patrón de los Hileret hizo un pacto con el Diablo para ganar más dinero, y que así consiguió al “Familiar”, con el cual hacía desaparecer a sus empleados más rebeldes… Al respecto, el historiador Eduardo Rosenzvaig dijo: “Los peones estaban capturados de por vida por sus deudas, entonces la única forma que tenían de dejar el ingenio era fugándose. Los patrones tenían hombres armados que trataban de impedirlo; cuando agarraban algún fugitivo lo mataban para dar el ejemplo. Para que eso funcionase en la psicología de los peones se crea el mito: que en las noches de luna llena sale el Familiar. Y que el Familiar hace desaparecer al peón más rebelde”. Explicando mejor la expansión de la leyenda, ocurrió que en el siglo XIX muchos ingenios azucareros se hicieron con enormes sumas de dinero en poco tiempo, a la par que ciertos empleados desaparecían y jamás volvían… La gente del campo entonces se preguntaba: ¿cómo es que los patrones hacen dinero tan rápido?, ¿por qué justamente los peones más vagos y rebeldes son los que desaparecen? La respuesta para ellos, era que los patrones tenían pacto con el Diablo, quien los proveía de un Familiar, ese enorme perro-demonio que pasaba guardado en lugares oscuros y escondidos casi todo el año, pero cada cierto tiempo se encargaba de asesinar a los peores empleados… Por último, el Familiar pasó a convertirse en un ser aún más siniestro con la dictadura militar argentina denominada el Proceso de Reorganización Nacional, que acabó con muchos individuos y con familias enteras, usando cuando podía la leyenda del Familiar, a fin de lavarse las manos con respecto a las desapariciones…