lunes, 31 de octubre de 2016

El Perro Familiar



En una fábrica de un pequeño barrio de argentina, cada año se reportaba un desaparecido. Después de muchos sucesos extraños los vigilantes de la fabricaba aseguraban que escuchaban un gruñido realmente sorprendente, una vez que se asomaban por la ventana de su cabina, siempre encontraban un perro con un tamaño impresionante, enorme ojos de color rojo.


Muchos mencionaban que se trataba del “El Perro Familiar”, donde el dueño de dicha fabricaba había realizado un pacto con el Diablo para que siempre tuviera éxito, por lo cual cada año le ofrecía un empleado.


Esta leyenda de terror se encuentra relacionada con la de los Pueblos Azucareros del Norte Argentino, donde se los dueños pactaban con el Diablo, en el cual la persona se comprometía a entregar un empleado completo cada año a cambio de riqueza. Donde quien salia a buscar el empleado era El Familiar, este era un impresionante perro de color negro, enormes ojos de color rojo, que parecía que tenían llamas sus ojos, sin mencionar su enorme garras, que tenia cadenas largas arrastrando de su cuello. Este animal feroz tenia un hambre que solo se saciaba con el empleado, en caso de no cumplir con el pacto terminara el dueño.


El dueño de la fábrica tenían un cuarto oculto donde se encontraba El Familiar. Aquí el dueño mandaba a sus empleados a buscar herramientas, o cualquier cosa para que fueran a dicho sitio, pero lamentablemente nunca volvían a salir. Cuando algún trabajador se moría, mencionaban que era culpa de El Familiar que se encontraba con mucha hambre, donde el año seria mucho mejor para el dueño. Pero esta malvado animal también devoraba a los empleados que no cumplían con su trabajo.


Si el administrador de la fabricaba se moría sin contar el secreto a otra persona el Familiar se moría de hambre, sin mencionar que se llevaba toda la riqueza acumulada por su dueño, dejando a la familia del dueño en maldición. Muchos mencionaban que nadie podría matar a esta perro, pero se podía escapar con solo llevar un rosario con una cruz.

sábado, 29 de octubre de 2016

El infierno de Junko Furuta



Junko Furuta, una típica estudiante de secundaria japonesa de 16 años, había sido secuestrada por cuatro de sus compañeros apenas uno ó dos años mayores que ella, y llevada a la casa de uno de estos. El líder del grupo y un miembro de la temible mafia Yakuza la amenazó con una afilada navaja y su destino quedó sellado ese día.

—Papá, mamá, no me busquen. He decidido escaparme de casa. Estaré bien…


—le decía Junko a sus padres por teléfono, obligada a hacerlo por sus secuestradores como una estrategia para que no la buscaran. Su madre reaccionó airada y perpleja del otro lado del teléfono y Junko se sintió tentada a decirle la verdad, pero el cuchillo en el cuello la disuadió.
—Adiós mamá —dijo casi llorando—
te… te amo…
Sus captores colgaron el teléfono.
—¡Muy bien! —dijo Miyano Hiroshi, el líder— ¡Eres tremenda actriz! Veremos si eres tan buena en la cama…
Dicho esto tomó a la niña y la lanzó contra el colchón del lecho más próximo. A pesar de la resistencia de la chica, le arrancó la ropa, le removió violentamente sus bragas, se desabrochó el cinturón y desfloró a la niña. Su pene le desgarró sangrientamente el himen en medio de las súplicas, quejidos y lágrimas de la joven. Una vez que se satisfizo con el orgasmo, se retiró sonriente.


Sus cómplices estaban enardecidos por aquello. Uno a uno se lanzaron sobre Junko y la violaron. Luego la giraron boca abajo e introdujeron sus penes por aquel ano tan virginal como hasta hace poco era la vagina sumiéndola en estrepitosos alaridos y en un temblor convulsivo.

Miyano, Jo, Mirato y Watanabe, los raptores de Junko, estaban muy satisfechos y fumaban complacidos contemplando su obra. Los padres de Watanabe escucharon el llanto de la niña y estaban temerosos de las implicaciones, pero Miyano les aseguró que, de delatarlo, haría que sus compinches en la mafia los mataran, así que desistieron de la idea.

Los cuatro adolescentes se ubicaron en el sótano donde colocaron unas colchonetas, un sofá y algunos otros muebles sin importancia. Las esperanzas de Junko de que, una vez violada, la dejaran ir se desvanecieron. Aquello iba para rato.


Durante dos ó tres días no hubo que no le hicieron a Junko. Le abrieron la boca para que les chupara las vergas, la violaban a veces de dos en dos —uno por la boca y otro por la vagina— ó hasta de tres —agregándose un tercero al ano—. Finalmente la violaron los cuatro al mismo tiempo cuando un cuarto usó sus pechos para masturbarse mientras el resto disfrutaba de sus orificios naturales.

Así terminaba Junko el día, repleta de semen en la boca, el recto, la vagina y los pechos. Bañada en aquella sustancia pegajosa y además ensangrentada por las constantes vejaciones a su anatomía.


Aunque reacia al principio, Junko decidió que era mejor ser sumisa, para evitar la ira de sus secuestradores, así que los complació en todo lo que le pidieron. Si le decían que se masturbara, lo hacía. Si la querían degradar ordenándole que bebiera orina ó masticara cucarachas, obedecía (aún cuando esto la hacía vomitar). Si los cuatro orinaban sobre ella, si le tomaban fotos desnuda para humillarla y amenazaban con difundirlas, etc., resistía. En general, cumplía todas las indicaciones por perversas que fueran. Pero esto, lejos de aplacar a los muchachos, enardeció su sadismo.

La ataron al techo y la usaron como saco de boxeo. Cuando se cansaron de la paliza que le propinaban con sus propias manos, tomaron los palos de golf del padre de Watanabe y comenzaron a azotarla con ellos. Posteriormente le clavaron agujas en los pezones. Luego la soltaron, tirándola sobre el piso y le quebraron los dedos de la mano derecha a punta de pisotones y le aplastaron la cara varias veces contra el suelo.

Junko emitió un gemido agónico y se desmayó del dolor.


Cuando Junko despertó
tenía a un desconocido encima de ella. Expedía un hedor pestilente a licor y suciedad y vestía harapos. Se trataba de un indigente y la estaba violando. Cuando el tipo finalizó su coito con el correspondiente orgasmo, otro lo sustituyó.

Un yen tuvieron que pagar los dos mendigos para violarla. Los muchachos les hicieron la oferta mientras ambos vagos registraban los basureros del vecindario. Descubrieron que aquello era buen negocio y corrieron la voz entre sus compañeros de colegio, los amigos criminales de Miyano y los marineros que trabajaban en el puerto. En el transcurso de unos cuantos días tantos hombres habían abusado de Junko que perdieron la cuenta, aunque en el juicio se dice que fue violada al menos quinientas veces por más de cien hombres, a veces hasta doce un mismo día.


La agotada joven estaba al borde de la locura. La habían violado masivamente de tantas y tan diversas formas… ¡tenía que escapar!
Aprovechando que su “cliente” de momento era un borracho que se había quedado dormido, se levantó de la cama y subió las escaleras sigilosamente. ¡El teléfono estaba muy cerca! ¡Casi lo tomaba…! ¡Podría llamar a la policía!
—¿Qué crees que estás haciendo, zorra? —preguntó Miyano aproximándosele y le arrebató la bocina de las manos para luego golpearla con ella. Ahora sí la pagaría caro…
—¡AAAAAAGGGGGHHHHH! ¡YA! ¡YA NO MÁS! ¡LO SIENTO! ¡LO SIENTO! ¡NO VOLVERÁ A PASAR! ¡POR FAVOR BASTA! ¡NO MÁS! —gritaba desesperada mientras le arrancaban el pezón derecho con un alicate. En Miyano había una mirada de profundo sadismo. Junko estaba atada a la cama con los brazos encadenados al respaldar mientras le desgarraban la carne del pecho. Luego de esto, Miyano se rió mientras observaba el pedazo de pezón en su alicate ensangrentado.

Tras esto, Miyano encendió un cigarro, como si estuviera gozando sexualmente de aquello, pero en realidad no pretendía fumárselo como descubrió Junko cuando se lo colocó en la piel. Ella exclamó nuevos gritos, pero Miyano estaba poseído por una saña febril y se decantó por quemarla con cigarros, velas y con fósforos en el área genital, hasta casi extirparle el clítoris.


—Tengo una idea —dijo Miyato y trajo unas pesadas mancuernas que usaba para ejercitarse— apártate…
—Po… por fa… favor… ya… ya… basta… —clamó ella con un hilo de voz temblando por las torturas tan horribles que había padecido, pero su victimario la ignoró y dejó caer la pesa sobre su estómago lesionándole gravemente.
Ella no pudo gritar, pues perdió todo el aire, pero el dolor era insoportable. Los cuatro captores se carcajearon, luego retomaron el asunto dejándole caer nuevamente las mancuernas al menos una docena de veces.
Miyano ordenó que le ataran los brazos a la espalda, desnuda como estaba, y la colocaron boca abajo y luego dijo:
—Vamos a hacer algunos experimentos. ¿Qué cosas cabrán por esa panocha tan sabrosa?
—¡No, por favor! —suplicó ella, inútilmente— ¡Se los ruego! ¡Por favor! ¡NO! ¡AAAAGGGHHH!
Miyano empezó violándola con una botella y sus compinches se carcajearon.
—¡Prueba con esto, Miyano! —dijo Watanabe y le pasó unas tijeras.
—¡NOOOO! ¡AAAAHHHH!
—¿Qué tal esto? —sugirió Miyato lanzándole unas afiladas pinzas para pollo, y Miyano hizo la prueba, nuevamente entraba bien.
—Ahora esto —dijo Jo y le entregó una lámpara de vidrio encendida que estaba caliente. El objeto incandescente penetró por la vagina de la mujer quemándola y provocándole un dolor tan punzante que no pudo ni siquiera gritar. La lámpara, además, se quebró adentro incrustándosele los vidrios en carne.


—Creo que todavía le caben cosas más grandes…
—¡Basta! ¡Por favor! —rogó ella, luego exclamó más alaridos cuando le introdujeron una varilla metálica que usaban para sostener una cortina.
—¡Se me acaba de ocurrir una idea! —aseguró Jo y subió hasta la alacena de la casa donde recordaba haber visto algo. Regresó con cohetes de fuegos artificiales y fósforos.
—¡NOOOOO! —clamó Junko— ¡Se los ruego! ¡Tengan piedad de mí!
Pero por respuesta a sus súplicas sólo obtuvo burlas y risas. Jo colocó el cohete en su ano y encendió la mecha. Esta se consumió lentamente y finalmente estalló despedazándole el área rectal y quemándole las nalgas.
Junko emitió un ensordecedor alarido. Los chicos repitieron el experimento una vez más, y otra y otra, hasta que la vagina de Junko fue transformada en una masa ensangrentada y molida. Estaba prácticamente desfigurada.
—¡Mátenme! —dijo Junko respirando entrecortadamente— ¡Mátenme de una vez! ¡Por favor! ¡Mátenme!


Pero todavía no pensaban liberarla de su dolor…
¿Por qué abría sufrido tanto dolor aquella infortunada muchacha?
No era el hecho de que hubiera sido violada y asesinada —algo que ha ocurrido a muchísimas mujeres a lo largo de la historia— sino que fue violada cientos de veces por una multitud de hombres diferentes, la torturaron y degradaron en todas las formas posibles hasta hacerla anhelar la muerte. Junko literalmente debe haber deseado nunca haber nacido. El dolor que sufrió a lo largo de cuarenta y cuatro amargos e infernales días es inimaginable. Pocos crímenes son tan atroces… aunque los ha habido…

El caso de Junko recuerda otros muchos. En la antigua Roma, por ejemplo, el emperador Tiberio ordenó la muerte de la adolescente Junilla, hija de su enemigo —también ejecutado— Sejano. Como era inaudito que una virgen fuera ejecutada, Tinerio ordenó al verdugo violarla antes.


Los romanos acostumbran hacer que diversas fieras, como leones, tigres y osos, violaran a las mujeres esclavas frente a las muchedumbres en el Coliseo, las cuales eran ultrajadas por estas bestias antes de ser devoradas por las mismas.

La filósofa romana Hipatia de Alejandría, brillante matemática, científica y pensadora del siglo V, considerada una de las mujeres más bellas de su tiempo, fue atrapada por una enfurecida turba de fanáticos cristianos que la desnudaron, la arrastraron así por las calles de Alejandría, para luego violarla y arrancarle la carne de los huesos con ostras afiladas.


Juana de Arco fue arrestada y llevada a Inglaterra donde, en los calabozos de la Inquisición, fue violada, torturada y luego quemada viva siendo tan sólo una adolescente.

La heroína indígena boliviana Bartolina Sisa, quien lideró una revuelta contra los españoles en el período colonial, fue traicionada por sus hombres y enviada a un calabozo donde la valerosa guerrera fue torturada, violada y luego humillada públicamente —siendo obligada a cabalgar desnuda mientras la gente de la ciudad la escupía y apedreaba— para luego ser ejecutada por las autoridades hispanas.

Realmente a lo largo de la historia muchas mujeres han sufrido el destino terrible de ser torturadas, violadas y asesinadas, en muchos casos siendo dulces adolescentes. Pero de todas, quizás, una de las que padeció el peor de los sufrimientos fue sin duda la japonesa Junko Furuta en 1988…


La puerta del refrigerador se abrió. En su interior estaba Junko, aún viva pero presa de tremores epilépticos por el frío. Era una tortura que usaban habitualmente. Se había orinado y defecado en aquel lugar pues, después de la forma en que despedazaron su ano y vagina, Junko no podía controlar sus esfínteres. Además, le tomaba casi una hora subir las escaleras para ir al baño pues tenía el cuerpo demasiado herido.

Su ojo izquierdo había sido cerrado por la quemadura de una vela, así que miró a sus captores con el único ojo que todavía podía usar. No sabía lo que ellos pretendían y, a ese punto, no le importaba. Cansados de ella, los torturadores de Junko la colocaron sobre el césped de la casa y la llenaron de gasolina, para luego prenderle fuego. Ella emitió alaridos con sus últimas fuerzas, pero la dosis de combustible no fue suficiente para matarla. Permaneció agonizando quejumbrosamente durante horas hasta que las dolorosas quemaduras finalmente le provocaron la muerte.


Aunque escondieron su cadáver en cemento y luego se deshicieron de él, el cuerpo de Junko y las evidencias de lo sucedido fueron hallados por la policía y esta dio con el arresto de los responsables.

Los cuatro perpetradores fueron condenados por secuestro y por lesiones graves que provocan la muerte. No fueron condenados por violación ya que Junko había sido violada tan repetidamente y por tantas personas que resultaba imposible tomar evidencias fiables de ADN. Tampoco de se les condenó por homicidio premeditado ni por tortura. Sus victimarios pasaron unos cuantos años en prisión, salieron, se casaron, tuvieron hijos, rehicieron sus vidas sin problemas. Tuvieron existencias plenas y dichosas.


Pero, quizás lo más tétrico del caso, es que ellos mismos admitieron que una centena de personas conocía de la situación de Junko Furuta, incluyendo los dueños de la casa donde estaba prisionera y las muchas personas que la violaron. Este tipo de eventos tan monstruosos nos permite darle un vistazo a la sociedad humana y su incalculable perversidad…



jueves, 27 de octubre de 2016

El secreto del Orfanato



Todo empezó cuando se pensaba invertir una gran cantidad dinero en la restauración de un antiguo orfanato, este permaneció por mas de 60 años abandonado, a consecuencia de un terrible incendio. Esta orfanato en sus mejores tiempo tenia una porcentaje importante del 80% de niños que se reintegraban a un hogar. Sin mencionar que muchos de los pequeño tenia discapacidades o problemas de nacimiento, pero esto no importaba ya que recibían cuidados de los mejores médicos, por este motivo querían rescatar este edificio, aunque seria un hospital infantil gratuito para familias de poco recursos.


Ahora tenia un nuevo vigilante nocturno para el cuidado del edifico, aunque este seria el numero 32, pues lo que anteriormente trabajaban desaparecía misteriosamente, alguno de ellos locos otros muertos en sucesos realmente extraños. Muchos advirtieron a este vigilante sobre los extraños sucesos, pero Salvador acepto el trabajo, en esa misma noche se encontraba vigilando un lugar abandonado.


Durante su recorrido, específicamente donde se encontraba la cocina el escucho golpes como también desesperados gritos, por el cual Salvador corrió metros hacia atrás, pero cuando tomo valor decidió volver a la cocina, abrió la puerta, donde hizo un rechinar terrorífico que le crisparon los pelos.


Rápidamente el entro cautelosamente, pero la puerta se cerro una vez que entro a la cocina, esto ocasiono que lo empujara frente a un viejo horno, aquí provenía los gritos que anteriormente había escuchado, desde aquí se lanzaban eructos de fuego que quemaban la cara de Salvador.


El se acerco para pagarlo, pero visualizo a través de una ventanilla pequeña un escenario terrorífico, ya que los gritos pertenecía a una persona que se estaba consumiendo en llamas infernales. El intento rescatar a esta persona sin importarle quemarse las manas, el trataba de abrir la pesada puerta que encerraba a esta persona que sufría de dolor.


Todo lo que realizo fue en vano, aquella persona que se estaba consumiendo por las llamas con sus ojos llenos de lágrimas, Salvador lo vio a través de la pequeña ventanilla pidiendo perdón por no poder ayudarlo, ante esto salto un rostro completamente calcinado desde el fondo de las llamas, empujo la puerta, la puerta de abrió lentamente, aun quejándose ante el dolor de las llamas, empezó a salir, detrás de Salvador que solo intentaba ayudar a este probé persona.


Al empezar a salir los cuerpos de las llamas Salvador noto que todos eran pequeños, sin duda se trataba de niños, estos se encontraban ocultos, ya que todo se era un engaño de que se encontraban con una familia, cuando solo los quemaban en el horno después de realizarles terribles experimentos, y alguno de estos pequeños terminaron como cena para sus demás compañeros, estos pasaban por un enorme molino con navajas.


Al terminar la noche, rápidamente fueron a buscar al guardia pero lamentablemente este se sumaba a la lista, ya que lo encontraron muerto en la cocina, con las manos completamente destruidas por las llamas, ademas que lo encontraron con una cara de terror con el rostro cubierto de sangre que no era de Salvador.

martes, 25 de octubre de 2016

Isabel Bathory, la condesa sangrienta



En las oscuras tierras de Transilvania, los cuentos y leyendas de terror acerca de vampiros y hombres lobo se entrecruzan con la horrible existencia real de hombres y mujeres que pasaron a formar parte de la triste historia de los asesinos en serie. Una de ellas, una condesa de alta cuna, conocida con el sobrenombre de “la condesa sangrienta”, ostenta un terrible récord de asesinatos, más de 650, en una macabra búsqueda de la belleza. No en vano, se la considera la peor depredadora que haya tenido la historia del crimen.


Aristocracia, educación y esoterismo

Erzsébet o Elizabeth Báthory nació en Nyírbátor, Hungría, el 7 a agosto de 1560 en el seno de una de las familias aristocráticas más importantes de Transilvania. Su tío Esteban I Báthory, príncipe de Transilvania, se convirtió en rey de Polonia a finales del siglo XVI.


Elizabeth recibió una amplia y exquisita educación aunque también estuvo en contacto desde su más tierna infancia con la alquimia y el esoterismo, prácticas ampliamente practicadas por algunos miembros de su dinastía.


Esposa del Héroe Negro, amante del Vampiro

En 1575, cuando Elizabeth era una joven de 15 años de edad, se casó con el conde Ferecz Nádasdy, de 20. La pareja se trasladó a vivir al solitario castillo de Csejthe donde Elizabeth quedó prácticamente recluida. Ferecz era un soldado que pasaba largas temporadas en las constantes guerras que asolaban el país. Sus prácticas crueles con sus enemigos le valieron el apodo de “El héroe negro”.


La existencia de la condesa se hizo tediosa y solitaria. Sin poder salir de su castillo por orden expresa de su marido, Elizabeth empezó a intentar escaparse por diversión, hecho que consiguió en varias ocasiones en las que vivió alguna que otra aventura, entre ellas, una fugaz con un excéntrico joven conocido como “el vampiro” por su extraño aspecto y vestimentas.


Tras los muros de su castillo, la condesa se rodeó de extraños sirvientes con los que practicó experimentos brujeriles y relacionados con la alquimia. Entre ellos, una bruja llamada Dorkó y su antigua nodriza, Jó Ilona, quien empezó a aconsejar a su señora el uso de la sangre para evitar los efectos del paso del tiempo. 


En aquel tiempo, Elizabeth ya empezó a martirizar a sus sirvientas con los más retorcidos métodos como cubrirlas de miel y dejarlas en medio de un jardín para deleite de los insectos o dejarlas en el frío invierno fuera mientras las congelaba con gélidos cubos de agua hasta convertirlas en auténticas estatuas de hielo. En sus castillos transilvanos de Csejthe y Varannó, la Báthory tuvo todo el tiempo y la soledad del mundo para desarrollar sus aficiones hasta un grado de sofisticación sádica escalofriante.


Pasaron más de 10 años de matrimonio hasta que la condesa se convirtió en madre por primera vez de una niña llamada Anna. Tras ella vendrían Úrsula, Catalina y Pablo. A pesar de que la maternidad la alejó de sus extrañas actividades, una obsesión rondaba su cabeza desde hacía tiempo. El inefable paso del tiempo, el envejecimiento de su cuerpo, empezaban a preocupar a Elizabeth de un modo que terminaría convirtiéndose en enfermizo.


El baño de sangre

La muerte de su esposo el 4 de enero de 1604 radicalizó las actuaciones crueles de la condesa. Viuda, se dio al vicio de enamorarse de sí misma.


La locura y sadismo de Elizabeth se desencadenó cuando una de sus desdichadas sirvientas le dio un desafortunado tirón de pelos mientras la peinaba. La bofetada que le propinó su señora le provocó una herida. La sangre le salpicó a Elizabeth en la mano quien fue pronto presa de la excitación al creer que la zona de la piel manchada se hizo más tersa y blanca. 


A la mente de Elizabeth volvieron las tétricas palabras de su nodriza y no dudó en desangrar a la torpe sirvienta y prepararse una bañera con su sangre en la que se sumergió. Ese sería el primero de una larga lista de asesinatos para abastecerse de la sangre suficiente que le daría la eterna juventud. En su paranoica locura no se conformó pues, para no frotarse con toallas que disminuyeran el efecto de la sangre, obligaba a otras sirvientas a lamerle el cuerpo. A estas más les valía no mostrar rechazo ni repugnancia pues el castigo sería peor. Torturarlas hasta la muerte fue una práctica que no dudó en llegar a cabo la condesa.


En aquella espiral de muerte y depravación, Elizabeth Báthory se hizo con una serie de artilugios como un terrible sarcófago conocido como la Dama de Hierro en el que introducía a sus víctimas que sufrían el pinchazo de los múltiples clavos que recubrían su interior.


Durante más de 10 años, los campesinos del lugar veían el carruaje de la condesa deambular por sus tierras en busca de pobres muchachas engañadas con la promesa de una vida mejor a la dura existencia del campo. Y las que se negaban, eran drogadas y obligadas a la fuerza a acompañar a Elizabeth a un castillo del que a buen seguro nunca más saldrían con vida. La gran cantidad de cadáveres fueron primero enterrados con cuidado en las inmediaciones de la fortaleza pero al final, la Báthory y sus cómplices no tuvieron reparo en dejarlos en los campos sin ningún problema. A pesar de que la población cercana empezó a sospechar de la desaparición constante de muchas de sus hijas, la alta cuna de la que provenía la condesa hizo que ésta pudiera continuar con sus prácticas asesinas de manera impune.


Un error de cálculo

Pero las jóvenes muchachas se fueron terminando y la sed de sangre de Elizabeth la llevó a cometer un grave error. No dudó, desesperada por conseguir líquido para sus baños y víctimas para sus sangrientas prácticas, recurrir a chicas de la aristocracia. El rey Matías no pudo ya hacer oídos sordos a las historias dramáticas que llegaban de su pariente.


Hombres del rey, dirigidos por el palatino Thurzó, decidieron investigar el caso. Cuando atravesaron los muros de Csejthe se encontraron un horrendo espectáculo de cadáveres torturados, sangre derramada y a la propia condesa disfrutando de uno de sus depravados baños.


La sentencia hecha pública el 17 de abril de 1611 condenaba a Elizabeth Báthory a ser recluida de por vida. No corrieron la misma suerte sus cómplices quienes fueron, todos ellos, ejecutados. La condesa pasó los siguientes 4 años enterrada en vida. Fue emparedada en su propio castillo, sin poder ver la luz del día, aislada completamente, con una sola rendija por la que recibía algo de comida. Moría el 21 de agosto de 1614.


Terminaba así la historia de terror de la Condesa Sangrienta a quien sus más de 650 asesinatos y torturas no le sirvieron más que para sembrar el horror. La supuesta belleza que su nodriza le había prometido de poco o nada le sirvió en su tumba.



domingo, 23 de octubre de 2016

El Cuentista



Estaba solo en la habitación, sentado en una esquina, lleno de preocupación, pues de la nada simplemente un día, se despertó sin ninguna inspiración, sentía el alma vacía, el corazón aletargado, todo aquello que antes le ilusionaba escribir, inventar, sentir, se volvió indiferente.


Pensaba en que tenía muchos compromisos aun, cientos de cuentos por entregar y nada que le diera una razón para escribir, después de intentarlo muchas veces, con el piso lleno de hojas llenas de letras pero con ningún sentido.


Sumido en su gran pena, escuchó una voz, que suavemente le dijo –No te preocupes aquí estoy-, volteaba alrededor, buscando la fuente, pero sin poder ver nada, creyó que se estaba volviendo loco, pero como aun cargaba una gran depresión encima, volvió a agachar la cabeza, sintió entonces un escalofrió en la espina cuando una mano le tocó la nuca. Se puso en pie en un segundo, esperando se revelara ante él la causa de tal espanto. Pero de nuevo ¡Nada!.


Sintió que su pena se hizo más grande hasta derramarle las lagrimas, y entonces se dejó caer en la cama, en un momento el cuerpo le pesaba tanto que no podía si quiera voltear, mirando fijamente hacia el techo un ligero humo negro, empezaba a formar una figura encima de él, justo frente a sus ojos, se creó una túnica negra de entre la cual apenas alcanzaba a apreciarse un rostro cadavérico, abrazando su cuerpo con firmeza la aparición le dijo –Soy la muerte y estoy contigo- el cuentista rompió en llanto profundo, podrían pensar algunos que le había llegado la hora, pero él por el contrario sentía paz, y una nueva alegría, que transformó su llanto en risa y entonces de nuevo la muerte le dijo: -Tu inspiración a mi servicio, escribe mis hazañas para que la gente recuerde que aun existo-. El cuentista aceptó sin vacilar, pues en ese justo momento ya había creado una historia para aquel hecho tan singular.


Abrazado de la muerte, convertidos en polvo en medio de un remolino, viajaron toda la noche a cada rincón de la tierra, en donde la muerte levantó su cosecha. Tomaba cada alma de diferente manera, haciendo que la mente del cuentista volara, creando miles de historias.