sábado, 3 de noviembre de 2018

Felicitas Guerrero y su fantasma



Que los fantasmas femeninos vistan casi siempre de blanco no es capricho del más allá. Tal registro está relacionado con la antigua costumbre de vestir o amortajar a las mujeres jóvenes con un símbolo de pureza terrenal. Quizás se buscaba con ello que su espíritu fuera bien recibido o considerado con respeto en el limbo al que partiría.

La aparición del barrio de Barracas

Es así que Felicitas Guerrero viste un vestido de época blanco cuando aparece, según testigos que afirman haberla visto. Algunos afirman que en realidad son jirones de un vestido y otros que es una túnica mortuoria. El fantasma de Felicitas, dicen, suele pasearse por el templo dedicado a Santa Felicitas en el barrio porteño de Barracas, muy a pesar de sus autoridades religiosas, ya que ahuyenta a quienes desean casarse de esa iglesia. Se presume que Felicitas comenzó a aparecer en 1930, y que cada 30 de enero vuelve a pasearse por los pasillos de la iglesia que lleva su nombre. La iglesia de Santa Felicitas, una mártir del siglo II, es la única iglesia que pertenece al gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Es, además, la única de estilo neogótico alemán y afirman que es la única con figuras no religiosas.

La historia trágica y origen de la leyenda

La joven Felicitas se casó con 17 años (otros autores dicen 15 años) de edad en 1862. Fue un matrimonio por conveniencia impuesto por sus padres con Martín Gregorio de Álzaga, un acaudalado hombre de la alta sociedad que contaba entonces con 50 años de edad. Dicen que ella se resistió a la imposición familiar, pero terminó sucumbiendo ante las obligaciones sociales de la época. Su padre le explicó que, de esa manera, se aseguraba un futuro importante y que la felicidad y el amor surgirían con el tiempo. La nueva pareja se mudó a una quinta en la zona de Barracas, que en ese tiempo era un gran descampado salpicado de quintas y establecimientos relacionados con la actividad portuaria. Tuvieron dos hijos, uno murió a los seis años durante la epidemia de fiebre amarilla y el otro nació sin vida.

A los 26 años Felicitas ya era una viuda acaudalada. Dicen que era una linda mujer. Los galanes la asediaban por su belleza y fortuna, pero ella se enamoró de Samuel Pedro Sáenz Valiente Higuimbothom, descendiente de familia patricia. Otro de los pretendientes, Martín Ocampo, también de la alta sociedad de la época, no soportó ser relegado. Dicen que se emborrachó en una confitería cercana y se apersonó luego en la casa de Felicitas. Tras una agria discusión extrajo un revólver y disparó contra ella, al tiempo que (dicen los testigos) exclamó: “¡O te casas conmigo o no te casas con nadie!”. Otros autores afirman que profirió una maldición: “Te mataré una y mil veces”. La bala le perforó el pulmón derecho y Felicitas agonizó durante tres días. Finalmente falleció el 30 de enero de 1872. El asesino se disparó al corazón y murió. La casualidad hizo que ambos cortejos fúnebres se encontraran en la puerta del Cementerio de la Recoleta, donde están depositados sus restos.

El mito urbano

Sus padres hicieron construir un templo para recordarla en la calle Isabel La Católica 520 de Barracas, justo detrás de la casona familiar donde murió. El templo fue abierto al público en enero de 1876, cuatro años después del brutal crimen de Felicitas. Algunos autores afirman que su cuerpo está enterrado en algún lugar de la iglesia, algo que queda desmentido por los registros oficiales. No está claro tampoco el porqué las apariciones del supuesto fantasma de Felicitas comenzaron alrededor de 1930, casi 50 años después de su muerte.

Los vecinos memoriosos cuentan que las campanas suelen agitarse solas y que algunas parejas se habrían arrojado desde su torre. No constan registros de tales fallecimientos. El mito más fuerte y que llena de temor a las personas que acuden a la iglesia es que si alguna persona toca a voluntad o inadvertidamente la estatua que representa a Felicitas junto a su difunto hijo Félix, se llena de desgracias. La trágica historia real y el mito hacen que las parejas no quieran casarse en ese lugar. El cura a cargo de la parroquia niega tales habladurías y sostiene que la gente no se casa allí porque carecen de la autorización eclesiástica para tal cometido.

Hay otro aspecto menos trágico del mito, es el que nos dice que cada 30 de enero, si atas un pañuelo blanco a la reja de la iglesia y este aparece húmedo (por las lágrimas de Felicitas) tu amor llegará y se quedará para siempre. Algunos prefieren algo más sencillo que es tocar directamente las rejas y pedir por ese ser amado que no está a tu lado (vivo). Dicen que con eso bastará para que vuelva rendido a tus pies.

Más allá del mito y las creencias, hay un misterio que puede verificarse apenas uno se acerca a la reja. Decenas de gatos se detienen a mirar a quien se acerque. Sostienen la mirada y parecen en guardia como si estuvieran protegiendo algo que no entendemos. Varias veces se ha tratado de erradicarlos y siempre vuelven, están allí, mirando en silencio a quien se detenga frente a las rejas.



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