jueves, 21 de junio de 2018

Jesse Harding Pomeroy



Nació el 29 de noviembre de 1859 en Charleston, Massachusetts, E.U. Sus padres fueron Thomas y Ruth Ann Pomeroy. A pesar de que la familia de Jesse tenía una buena posición económica, su padre se emborrachaba continuamente y cuando se enojaba era intolerante con sus cuatro hijos; cuando estaba cansado de sus travesuras, los llevaba a una cabaña para bajarles los pantalones y golpearlos.

Jesse fue el segundo hijo pero su aspecto era muy diferente al de sus hermanos. Tenía la cabeza y las orejas muy grandes, un ojo en blanco, era extremadamente alto y muy feo. Sus compañeros de la escuela, incluyendo a sus hermanos lo rechazaban por tener un defecto en el ojo y una mirada diabólica. Jesse empezó a tener una conducta extraña y cuando su padre lo golpeaba parecía no importarle. Su madre era muy religiosa, le preocupaba que su hijo fuera el feo de la casa y era más tolerante con él porque sus otros niños eran muy bien parecidos.

Pomeroy empezó a apartarse, era muy reservado, no externaba sus emociones y permanecía en silencio durante horas; jamás sonreía y tenía muchos tics nerviosos.

En su casa mataba a las mascotas de una manera sádica y como las destrozaba, su madre prefirió no tenerle tentaciones en casa.

Jesse negaba haberlos matado, pero su madre sabía que su hijo no estaba bien y que tenía resentimientos por saberse diferente. Lo más terrible fue que al poco tiempo también se fue portando sádico con niños más pequeños.

En diciembre de 1871 invitó a un pequeño de apenas cuatro años de edad a dar un paseo por el campo y en la primera oportunidad lo atacó; lo dejó colgado del techo en una cabaña, lo golpeó hasta que quiso con gran crueldad y después huyó sin que supieran que había sido él. En cuanto los padres del pequeño lo encontraron, reportaron el caso con la policía y se sintieron impotentes al no dar con el culpable. En febrero de 1872, Pomeroy le dijo a otro niño que lo llevaría a ver unos soldados y en cuanto pudo le hizo lo mismo que al otro niño. Los padres de la criatura se quejaron con la policía y se obtuvo la primera pista; sabían que se trataba de un chico con el cabello castaño, pero no pudieron dar con él.

A mediados de abril de 1872, Pomeroy encontró a otro niño y le prometió llevarlo al cine. Después que caminaron un rato y de que lo había llevado a un lugar solitario, lo desnudó y lo golpeó, obligándolo a echar maldiciones mientras él se masturbaba y se llenaba de felicidad al ver la cara de sufrimiento del chiquillo.

El niño al ser cuestionado por la policía explicó que se trataba de alguien de cabello pelirrojo; como Pomeroy lo tenía castaño, no lo pudieron encontrar. En el mes de julio del mismo año, martirizó a otro niño de siete años. Para entonces la policía ofreció una recompensa a quien ayudara a dar con el muchacho monstruoso y cobarde que agredía a los niños de Boston.

La madre de Pomeroy repentinamente decidió que era mejor dejar ese lugar para que no sospecharan de su hijo. Se fueron a Chelsie y muy pronto empezó a suceder lo mismo con algunos niños de ese lugar. La madre se preocupaba, ponía a rezar a su hijo; ella jamás iba a delatarlo a pesar de que sabía que era un sádico; quizás esperaba que Jesse cambiara su conducta poniéndolo a rezar. Al poco tiempo el sádico muchacho atrajo a un niño de nombre George Pratt; le ofreció dinero para que lo acompañara a comprar algo. Se lo llevó a un lugar solitario, lo amarró, lo desnudó, pero esta vez le mordió la cara y le clavó una aguja por todo el cuerpo; le quiso picar un ojo, pero cuando sació sus instintos, lo dejó en paz por temor a que lo descubrieran y huyó.

Después atacó a un niño de seis años de nombre Harry Austin. Cada vez era más sádico; en este caso lo apuñaló y le obligó a recitar oraciones religiosas mientras se masturbaba. Había pensado cortarle el pene, pero al escuchar que algunas personas se acercaban, escapó.

No contento con lo anterior, volvió a atacar a otro niño de cinco años de nombre Gould Kennedy, quien al delatarlo con la policía explicó que su atacante tenía el cabello castaño y un ojo en blanco.

La policía temía que muy pronto ese loco empezara a matar a los niños de la región, así que llevó a Gould a todas las escuelas para encontrar a su agresor. Cuando Pomeroy se dio cuenta que lo andaban buscando, fue a la estación de policía a vigilar a Kennedy, quien afortunadamente lo identificó de lejos y lo arrestaron.

Pomeroy se mostró extrañamente tranquilo ante las acusaciones. La policía le dijo que si no confesaba por qué martirizaba a los niños le iban a dar 100 años de cárcel. Su respuesta fue: “No puedo contenerme”. La madre lo quiso defender pero a sus catorce años fue enviado a un reformatorio. Se le dijo que iba a salir de ese lugar hasta que cumpliera 18 en caso de que mostrara una mejor conducta. Pomeroy se portó tan bien por año y medio, que las instancias y súplicas de su madre dieron resultado y le concedieron la libertad condicional.

A los dos meses de haber logrado la libertad, en marzo de 1874, Jesse se encontraba trabajando en la tienda de su madre, solo. En ese momento llegó una niña de nombre Katie Curran a pedir un cuaderno a este joven sádico. Pomeroy le dijo que tenía uno en el sótano y se lo podía regalar, pero le pidió que lo acompañara. Al llegar al sótano sacó una navaja, la degolló y dejó su cuerpo encharcado en sangre. En seguida regresó con toda tranquilidad a la tienda, se limpió la sangre para que no sospecharan de él y siguió trabajando.

Después de tres días, debido a que había un olor nauseabundo en ese edificio, encontraron el cuerpo de la niña. La policía pensó que la menor había sido secuestrada por alguien que había dejado el cadáver masacrado en ese lugar y se cerró ese caso.

Al poco tiempo Pomeroy conoció a un niñito de cuatro años de nombre Horece Mitlen y lo invitó a comer pastel y a correr en los pantanos de Boston. Las personas vieron algo extraño en la conducta del muchacho asesino, pues se le veía eufórico. Pensaron que el niño era su hermanito y vieron que se alejó llevando de la mano al pequeño.

Lo llevó a un lugar solitario y después de asestarle varios golpes, le clavó un cuchillo en el ojo y luego lo mató cortándole el cuello. De acuerdo a las características de estos asesinatos, la policía recordó el caso de Pomeroy. Se creía que estaba en la cárcel, pero al hablar con las autoridades se les informó que el sádico muchacho tenía libertad condicional. Los investigadores se fueron a su casa inmediatamente, y tanto Jesse como su madre fueron llevados a la cárcel a declarar. Una vez que Pomeroy quedó solo, lo llevaron a ver al pequeño que había matado. Lo amenazaron con ahorcarlo en ese momento si no hablaba, por lo que aceptó sus culpas, pero pidió que no le dijeran nada a su progenitora.

En 1929 Pomeroy fue sentenciado a cadena perpetua. Su padre y hermanos no quisieron saber nada de él. Su madre mientras vivió fue a verlo cada mes. Al morir la señora nadie lo visitó jamás y como a los 40 años de encierro, el joven asesino murió debido a que tenía muchas enfermedades; sufrió mucho como pagando sus atrocidades; sin embargo, jamás se arrepintió.

Este caso fue recordado por mucho tiempo en Boston sin que las personas pudieran comprender cómo era posible que existiera tanta crueldad en un solo individuo.

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