martes, 5 de julio de 2016

La historia del Club de la Sonrisa en Budapest



En los años posteriores a la culminación de la Gran Guerra, una lamentable ola de suicidios azotó a Budapest, la bella capital de Hungría. Nunca se conocieron los motivos, pero se supuso que se debía al sentimiento de pérdida de las personas, a su frustración o quizá a la desesperanza sobre el futuro de la humanidad. Quizá solo era una apatía inexplicable o una falta de interés manifiesta.


Otros estaban convencidos de que el problema se debía a una triste canción llamada “Gloomy Sunday”, una melodía cargada de melancolía que, según la leyenda, si se escucha en repetidas ocasiones puede provocar un deseo incontenible de cometer suicidio.

Cualquiera que fuera la razón, Budapest se había convertido en el centro europeo de las muertes autoinflingidas. Un título que a ningún habitante de la ciudad le provocaba orgullo. Sobre la lamentable fama de la ciudad, un periódico inglés publicó el siguiente artículo en octubre de 1937:

“Aunque se trate de una verdadero imán para turistas y viajeros de todos los rincones del mundo, en los últimos años Budapest se ha hecho conocida como la Ciudad de los Suicidios. La capital de Hungría sufre sobremanera los horrores de la guerra y ha recibido una desagradable publicidad gracias al asombroso número de casos de autodestrucción entre sus residentes. Para todos los estándares, la cantidad de suicidios en Budapest es definitivamente alta. El método favorito adoptado por muchos de los tristes habitantes es el ahogamiento – las personas se lanzan a las turbulentas aguas del río Danubio desde puentes altos o desde sus márgenes. La preocupación de las autoridades es tal, que organizaron un grupo de policías y barcos para patrullar de forma permanente y detectar a algún desesperado. Otro método empleado por las personas es el envenenamiento, por eso en las farmacias y boticas han sido prohibidas las ventas de sustancias toxicas y venenos a la población. Finalmente, tenemos los casos de individuos que prefieren morir utilizando armas de fuego o cuchillas. Los rumores dicen que el número de personas que ceden ante la desesperación, y utiliza armas de este tipo para poner fin a su miseria, aumentó después de las medidas restrictivas para impedir el acceso a puentes y la compra de sustancias nocivas. Lo que sucede en Budapest causa una gran preocupación y consternación”.

Lo más extraño del problema fue la forma en que la ciudad intentó hacer frente a los suicidios. Surgió algo llamado “Smile Clubs”. (Clubes de la Sonrisa)


Estos clubes surgieron a partir de una “broma” local hecha por un renombrado psiquiatra local, el Profesor Jeno y un famoso hipnotizador de la época llamado Binczo. Le imputaban la culpa por el gran número de suicidios a una condición melancólica típica del pueblo húngaro, una tristeza causada por la incapacidad de establecer empatía y alegrarse con las pequeñas cosas de la vida. El síntoma clásico de las personas afectadas por la “Tristeza Húngara” (un término que acabó quedándose), era la incapacidad de sonreír. Según Jeno, muchos de los habitantes de Budapest eran incapaces de mostrar alegría y buena parte ni siquiera podía sonreír.


En un espectáculo digno de vodevil, el hipnotizador Binczo demostró cómo el simple acto de sonreír resultaba complicado para los habitantes de la ciudad. Como parte de una presentación pública, puso en trance a un grupo de personas sacado del público e hizo que obedecieran sus órdenes, indicando que vieran cosas y se comportaran de forma poco común. Pero cuando finalmente ordenó que sonrieran, fueron incapaces de obedecer, algunas despertaron del trance o comenzaron a llorar de forma dramática. Parecía existir algo muy malo en la ciudad donde las personas no sonreían.


El gobierno dio inicio a una serie de programas para aumentar la jovialidad entre la población. Payasos, circos y comediantes eran requeridos para presentarse en las calles e intentar alegrar a las personas. Chistes se contaban a intervalos en los programas de radio más populares. Cines y teatros recibieron la orden de presentar comedia y substituir los dramas. Incluso la popular Gloomy Sunday (un éxito descomunal en el país) desapareció de las listas musicales.

Pero de nada sirvió… las personas continuaban quitándose la vida en Budapest. Un suicidio en particular llamó la atención, apareciendo en las portadas de los principales periódicos del país: una novia se había quitado la vida durante la fiesta de su boda. La joven tomó una dosis mortal de arsénico mientras los invitados se preguntaban cuando se serviría el pastel.


Las personas incluso llegaron a creer que la tristeza húngara podía ser contagiosa, algo que estaba en el aire y que podría afectar a cualquier persona, en cualquier momento.

Fue entonces que surgieron los “Clubes de la Sonrisa”.

Los primeros grupos fueron organizados como clases o cursos que prometían instruir a los húngaros en los secretos de la alegría, jovialidad y, por supuesto, el arte de mostrar una hermosa sonrisa. Puede parecer absurdo, pero estos clubes comenzaron a florecer atrayendo a cada vez más personas que temían ser contaminadas por una tristeza mortal. Estaban dispuestas a pagar a los especialistas por las clases prácticas y teóricas.

Frente a este gran número de interesados, la oferta de los clubes se diversificó, ofreciendo diferentes tratamientos contra el combate de la tristeza. Algunos contrataban a profesores para enseñar cómo debería ser la sonrisa perfecta, mostrando fotografías de celebridades y ordenando que los alumnos intentaran reproducir la expresión de la foto. Otra escuela ofrecía una especie de ganchos para labios, una armazón metálica que sujetaba los labios de tal forma que la persona era incapaz de contener la sonrisa. Otra fue mucho más lejos, ofreciendo un tratamiento de choque a base de gas de la risa para forzar a los alumnos a echarse unas buenas carcajadas.


Durante esta época, no era para nada absurdo salir a las calles de Budapest y encontrar a personas usando una placa de madera colgada frente a su boca con una sonrisa dibujada. Más que demostrar una sonrisa saludable, muchas personas creían que una cara triste podía contaminar a los demás, por eso era necesario restringir a aquellos que tenían expresiones melancólicas. Algunas personas distribuían bufandas con sonrisas bordadas a personas que padecían la “tristeza húngara”.

La situación se instaló en Hungría durante casi un año, después de esto las personas deben haber empezado a sentirse ridículas y los Clubes de la Sonrisa fueron desapareciendo.


En 1940, el gobierno obligó a los pocos clubes sobrevivientes a terminar sus actividades, acusando a sus propietarios de defraudar a la población con charlatanería. En torno a esa época, el número de suicidios fue disminuyendo hasta alcanzar niveles compatibles con las otras ciudades de Europa. La Segunda Guerra Mundial comenzaría poco tiempo después y no habría muchos motivos para sonreír, en Budapest y en el resto del mundo.



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