martes, 7 de junio de 2016

Asesinato en la habitación 1046 del Hotel President



Es el día 2 de enero de 1935 en la ciudad de Kansas, en Missouri, en el vestíbulo del Hotel President un sujeto solicita una habitación alejada de la planta baja, varios pisos arriba. Sin equipaje, el hombre se registra como “Roland T. Owen”, originario de Los Angeles, y paga únicamente una noche de alquiler. Los testigos lo describieron como un hombre joven, alto, encantador, con una “oreja de coliflor” (común en los peleadores) y con una gran cicatriz un lateral de la cabeza. La recepcionista le asigna las llaves de la habitación 1046.

En el camino a su habitación, Owen le cuenta a Randolph Propst, un botones del hotel, que su plan inicial era hospedarse en el Hotel Muehlebach, pero que le pareció ridículo tener que pagar cinco dólares por una noche de estadía. Cuando llegan a la habitación, Owen saca de entre los bolsos de su saco un peine, un cepillo de dientes y una pasta dental, y deja estos objetos en el baño. Ambos salen de la habitación, el empleado pone llave a la puerta y los dos regresan al vestíbulo. Owen recibe la llave y sale del hotel mientras Randolph regresa a hacer sus tareas cotidianas.


Más tarde ese mismo día, una mucama se dirige a la habitación 1046 para hacer la limpieza de rutina. Owen se encuentra en el interior de la habitación. Le permite la entrada a la mujer y le solicita que deje la puerta abierta pues está esperando a un amigo que llegará dentro de poco. La mujer nota que aquella habitación está en penumbras, y una pequeña lámpara es la única fuente de iluminación en el lugar. Posteriormente contó a la policía que Owen parecía nervioso, o asustado. Mientras hace la limpieza, Owen se pone el saco y sale, puntualizando que la habitación debe quedar sin llave.

En torno a las 4:00 P.M., la mucama regresa al 1046 con toallas nuevas. La puerta está sin llave y la habitación sigue poco iluminada. Owen está recostado en la cama, totalmente vestido. Sobre el buró la mujer ve una nota que dice “Don, vuelvo en quince minutos. Espérame”.


El próximo movimiento registrado de Owen tiene lugar en torno a las 10:00 A.M. del día siguiente, cuando la mucama acude a la habitación a hacer la limpieza nuevamente. Abre la puerta con una llave maestra (algo que solo podía hacer si la puerta había sido asegurada desde afuera). Cuando entra, queda sorprendida al ver a Owen sentado silenciosamente en una silla, observando la oscuridad. El momento incómodo es interrumpido por el timbre del teléfono. Owen atiende. Tras mantenerse a la escucha durante algunos instantes, responde “No, Don. No quiero comer. No tengo hambre. Acabo de desayunar”. Después de colgar, por algún motivo se dirige a la mucama cuestionándola sobre las actividades que realiza en el Hotel President. Otra vez saca a colación los precios absurdos del Hotel Muehlebach.

La empleada termina de ordenar la habitación, toma las toallas usadas y sale, muy feliz por no tener que permanecer más ante la presencia de aquel huésped tan extraño. Por la tarde, nuevamente va a la habitación 1046 para resurtir las tollas. Desde el pasillo puede escuchar a dos hombres conversando. Toca la puerta y anuncia el motivo de su presencia. Una voz desconocida le responde con rispidez que no necesitan toallas nuevas. La mucama se alza de hombros y se va.


Más tarde ese día, una mujer llamada Jean Owen (no tenía nada que ver con Roland) se hospeda en el hotel y recibe la habitación 1048. Le es imposible conciliar el sueño. Los sonidos constantes de por lo menos una voz masculina y una femenina que discuten de forma violenta en el cuarto contiguo le hacen imposible conciliar el sueño. Más tarde, la Sra. Owen escucha el sonido de una pelea y poco después un “jadeo” que confunde con ronquidos. Incluso piensa en llamar a recepción, pero desafortunadamente no lo hace.

El operador nocturno del elevador, de nombre Charles Blocher, también nota un movimiento inusual esa noche. Cree que tiene lugar una fiesta bastante ruidosa en la habitación 1055. En algún punto después de la media noche, lleva a una mujer hasta el décimo piso. Busca la habitación 1026. Charles ya la había visto incontables veces en el hotel, ella era “una mujer que frecuentaba diversas habitaciones de hoteles diferentes con distintos hombres”, en palabras del empleado.


Minutos más tarde, el elevador es requerido en el décimo piso. La misma mujer está preocupada pues los sujetos con que tenía planeado encontrarse no están por ningún lado. Sin poder ayudarla, Blocher baja otra vez. Más o menos media hora después, la mujer llama al elevador nuevamente, pues desea bajar al vestíbulo. Una hora después, regresa acompañada de un hombre. Blocher los lleva hasta el noveno piso. Alrededor de las cuatro de la mañana la mujer abandona el hotel, y quince minutos después el sujeto también se va. Esta pareja no fue identificada, y jamás se supo si hubo alguna conexión entre ellos y el Owen de la habitación 1046.

A las once de la noche de ese mismo día, un obrero llamado Robert Lane conduce por una calle del centro de la ciudad cuando ve a un hombre corriendo por la banqueta. Se extraña al ver que, a pesar de que es una noche de invierno, el hombre solo viste pantalones y una camisa sin mangas.


El sujeto le hace señas al conductor, pensando que es un taxista. Cuando nota que se ha equivocado, pide disculpas y pregunta a Lane si podría llevarlo a algún sito donde pueda tomar un taxi. Lane acepta y le comenta “parece que te metiste en algo turbio”. El hombre asiente con la cabeza y responde “voy a matar a ese hijo de perra mañana”. Lane nota que su pasajero tiene un corte en el brazo.

Cuando llegan a destino, el hombre da las gracias a Lane y sale del auto para llamar a un taxi. Lane se va del lugar, sin saber que ha tenido participación en uno de los asesinatos más misteriosos de esa ciudad.

Alrededor de las 7:00 A.M. de la mañana siguiente, la encargada del conmutador del Hotel President nota que el teléfono de la habitación 1046 está descolgado. Pasan tres horas y nadie cuelga, entonces envía a Randolph Propst para solicitar que desocupen la línea. El empleado encuentra la puerta con llave, con un cartel de “No Molestar” colgado en la puerta. Algunos instantes después de tocar, escucha una voz diciendo que puede pasar. Cuando intenta abrir, la puerta sigue con llave. Toca otra vez, y la voz le pide que encienda las luces. Después de algunos minutos de seguir tocando en vano, Prost finalmente grita “cuelgue el teléfono” y se va, creyendo que se trata de un huésped loco o terriblemente borracho.


Hora y media después, la operadora ve que el teléfono de la 1046 sigue descolgado. Una vez más, Propst acude a la habitación. El cartel de “No Molestar” sigue allí. Después que nadie responde, usa la llave maestra para abrir e ingresa a la habitación.

El pobre de Propst encuentra algo mucho peor que un borracho. Owen, todavía desnudo, está agachado en el suelo sosteniendo entre sus manos su cabeza ensangrentada. Aterrado, el empleado informa al gerente del hotel que llama inmediatamente a la policía.

La policía descubrió que seis o siete horas antes, alguien había cometido una serie de atrocidades contra Roland Owen. Había sido atado y apuñalado en repetidas ocasiones. Su cráneo estaba fracturado por los golpes. Alrededor de su cuello había una anillo color purpura, lo que sugirió estrangulación. Había sangre por todos los rincones de la habitación. Aquel pequeño cuarto de hotel se había convertido en una cámara de tortura. Cuando le preguntaron lo que había sucedido, Owen, semiconsciente, balbuceó “me caí en la bañera”. La inspección de la habitación no hizo más que acrecentar el enigma. No había ropa alguna en el lugar. Los jabones, el champú y las tollas que el hotel ofrecía también habían desaparecido. Lo único que encontraron fue la etiqueta de una corbata, un cigarrillo no fumado, cuatro huellas ensangrentadas en la lámpara y una pinza para cabello. No encontraron las cuerdas utilizadas para atar a Owen ni el arma del crimen. Un empleado del hotel dijo que, varias horas antes, había visto a un hombre y una mujer salir del hotel con mucha prisa. No había duda que, en palabras de uno de los detectives, “alguien más estaba involucrado en esto”.


Cuando era trasladado al hospital, Owen entró en coma. Murió la noche de ese mismo día.

Mientras tanto, los detectives descubrían que no se trataba de un caso típico de asesinato. La policía no encontró registro alguno de alguien llamado Roland T. Owen, lo que los llevó a creer que era un seudónimo. Una llamada anónima alertó a la policía diciendo que el hombre muerto vivía en Clinton, Missouri.

El cadáver de “Owen” fue llevado a una funeraria, donde lo expusieron públicamente con la esperanza de que alguien lo reconociera. Entre los visitantes se encontraba Robert Lane, que lo identificó como el hombre extraño que le había pedido un aventón el día 3 de enero. Varios camareros ofrecieron descripciones que coincidían con las características de “Owen”, declararon que lo habían visto acompañado de dos mujeres. La policía también descubrió que una noche antes a que “Owen” se hospedara en el President, un hombre con sus mismas facciones se había registrado brevemente en el Muehleback, dando el nombre de Eugene K. Scott, de Los Angeles. Otra vez, no encontraron ningún registro con ese nombre. Antes de todo esto, Owen/Scott, se había hospedado en compañía de otro hombre que no fue identificado, en otro hotel de la ciudad de Kansas, el St. Regis.


Tampoco tuvieron suerte localizando al tal “Don”, con quien “Owen” había sostenido la conversación durante su estadía en el President. ¿Sería él el hombre que estaba con las prostitutas? ¿Sería su voz la que le indicó a la mucama que no necesitaban toallas? ¿Sería “Don” el hombre que “Owen” pretendía matar? ¿Sería este sujeto con quien se hospedó “Owen” en el St. Regis? Estas preguntas jamás tuvieron respuesta.

Nueve días después de la muerte de “Owen”, un promotor de peleas llamado Tony Bernardi, identificó al muerto como alguien que lo había visitado varias semanas antes y que se había inscrito para pelear. Bernardi dijo que el hombre se presentó como “Cecil Werner”.

Aunque esto ayudó a establecer que “Roland Owen” era un sujeto sumamente extraño, nada conducía a su verdadera identidad, y mucho menos a los motivos del asesinato. Unas pinzas para cabello y las voces que Jean Owen había escuchado, hicieron que los investigadores especularan un triángulo amoroso como motivo del crimen, pero no pasó de simple especulación. La investigación se quedó sin pistas y la policía se inclinó por dar el caso como un misterio no resuelto y, a inicios de marzo, empezaron las preparaciones para sepultar al desconocido en una tumba sin nombre.


Sin embargo, poco antes de que “Owen” fuera llevado al cementerio de indigentes de la ciudad, el encargado de la funeraria recibió una llamada anónima. El hombre solicitó que el entierro fuera aplazado hasta que tuviera dinero para pagar los gastos de un entierro decente. El hombre dijo que “Roland T. Owen” era el verdadero nombre del muerto, y que Owen había sido novio de su hermana. El director de la funeraria declaró que el misterioso benefactor se limitó a decir que Owen “se había metido en problemas”. También le comentó que la policía estaba en la “dirección equivocada” en sus investigaciones.

Poco tiempo después, el dinero llegó mediante el correo por encomienda especial anónima, y finalmente Owen fue sepultado en el Cementerio Memorial Park. Nadie, además de los detectives, acudió al entierro. Misteriosamente, enviaron otra cantidad de dinero al florista local, cantidad con la que se cubrió un ramo de rosas para la tumba. Una tarjeta acompañaba a las flores y decía: “Te amor para siempre – Louise”.


El caso de Roland T. Owen parecía totalmente estancando, hasta que a finales de 1936, una mujer llamada Eleanor Ogletree supo del caso a través de la revista “American Weekly“. Creyó que la descripción de “Owen” coincidía como la de su hermano Artemus que se encontraba desaparecido. La familia Ogletree no lo había visto desde que salió de su casa en Birmingham, Alabama, en 1934. Pretendía “conocer el país”. La última vez que su madre, Ruby, tuvo noticias suyas fue a través de tres breves cartas mecanografiadas. La primera de estas pequeñas notas llegó en la primavera de 1935 – varios meses después de que “Owen” murió. La Sra. Ogletree dijo haber sospechado de estas cartas desde el comienzo, pues sabía que su hijo no podía utilizar una máquina de escribir. La última carta decía que se “embarcaba a Europa”. Varios meses después, recibió la llamada de un sujeto llamado Jordan. Le dijo que Artemus le había salvado la vida en Egipto y que su hijo se había casado con una mujer adinerada en El Cairo. Cuando le mostraron una foto del cadáver de “Owen”, la Sra. Ogletree lo reconoció de inmediato como su hijo desaparecido. Apenas tenía 17 años cuando lo asesinaron.

Finalmente habían identificado el cadáver. Pero el móvil de ese asesinato tan brutal siguió siendo un misterio. Este es uno de esos “crímenes perfectos”, una montaña de preguntas sin respuestas. ¿Por qué Artemus Ogletree utilizaba nombres falsos? ¿Qué hacía en la ciudad de Kansas? ¿Quién lo mató y por qué? ¿Quién era “Louise”? ¿Quién era “Jordan”? ¿Quién envió el dinero para pagar su funeral? ¿Quién escribió las cartas a Ruby Ogletree? ¿Qué demonios sucedió en la habitación 1046?


Es casi una certeza que jamás conoceremos las respuestas a estas preguntas. La investigación en torno al caso Ogletree se reabrió brevemente en 1937, cuando los detectives encontraron semejanzas con un crimen cometido en Nueva York, pero las pistas de este crimen tampoco condujeron a ningún lugar. El caso sigue totalmente frío hasta nuestros días, con excepción de un extraño incidente ocurrido hace más de una década. John Horner, un bibliotecario de la Biblioteca Pública de la Ciudades de Kansas, hizo una extensa investigación sobre el caso Ogletree y añadió esta última parte. En el 2004, alguien fuera del estado llamó a la biblioteca preguntando sobre el caso. Esa persona dijo que recientemente había recogido algunas pertenencias de un conocido que había muerto. Entre estas pertenencias se encontraba una caja con recortes de periódico sobre el asesinato. También mencionó que el periódico citaba una determinada “cosa” en la noticia y que esta “cosa” estaba dentro de la caja. Por supuesto, no dijo lo que era.



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