miércoles, 18 de mayo de 2016

La leyenda del juego maldito de Kukulcán



Antigua Yucatán

Corría el año de 738 y la civilización maya se encontraba en su máximo apogeo, con inmensas ciudades llenas de magníficos templos y construcciones rituales que seguramente superaban a cualquier otra en aquel momento de la Historia. El esfuerzo consistente de decenas de generaciones había creado una sociedad única en el duro ecosistema tropical del Yucatán (hoy Guatemala y parte de México) que se convertiría en el ícono de las civilizaciones mesoamericanas y uno de los mayores misterios de nuestro tiempo.


En aquel año Uaxaclajuun Ub’aah K’awiil, soberano de la ciudad de Copán y constructor de sus más grandes logros, decidió hacer un juego de pelota en honor a los dioses… o dicen otras voces, para engrandecerse.

No se conoce mucho de las reglas que entonces tenía la pelota mesoamericana – a duras penas si sabemos cómo se jugaba a la llegada de los españoles, casi 700 años después – pero sabemos que se trataba de todo un acontecimiento que aglomeró a ancianos, niños y adultos en el campo de juego. La sociedad en pleno se encontraba allí, viendo uno de los primeros juegos de pelota de los que se tiene registro.


Las crónicas que permanecen cuentan de un juego particularmente lento, en el que los jugadores fueron incapaces de anotar ningún punto y la pelota permaneció en el aire por mucho más de lo natural.


La Maldición

Según las crónicas escritas por los mayas y rescatadas más de 1.000 años después, la luz del cielo se oscureció de repente y un disco opaco bajó de las alturas hacia el campo de juego. Por alguna razón, el juego había molestado a Kukulkán.


La serpiente emplumada – seguramente la misma Quetzalcoatl azteca, o una antecesora – descendió entre los hombres y caminó por las calles de la ciudad gloriosa ante el silencio y el terror de los habitantes. Su presencia pudo haber durado un minuto, una hora o un día, nadie pudo recordarlo.

Pero cuando se fue, sobrevino la catástrofe

El final de Copán se precipitó. Aquel mismo día cayó sobre él la desgracia: sus cosechas se quemaron, sus puertas se abrieron a los enemigos. Según los hallazgos arqueológicos K’ak’ Tiliw Chan Yopaat, hasta entonces subordinado del señor de Copán, lo habría traicionado y habría destruido la ciudad poco tiempo después, quizás atacándola aquella misma noche.



Al final, Copán cayó ante la tragedia del recién creado juego de pelota, un regalo de los dioses que no fue valorado como se debía. Los futuros habitantes del norte aprenderían la lección y donarían como ofrenda las cabezas de los jugadores derrotados. Eran exigentes, los dioses de Mesoamérica.


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