miércoles, 11 de noviembre de 2015

El misterioso Cristóbal Colón



No se sabe a ciencia cierta de donde venía; tampoco se sabe a ciencia cierta si los restos que se encuentran en la Catedral de Sevilla son los de él. El mayor misterio de Cristóbal Colón ha sido él mismo, sus verdaderos orígenes y su destino final. La hipótesis más aceptada ha sido que era hijo de un comerciante genovés, pero en los últimos tiempos suena una nueva hipótesis, que Colón era de Mallorca, e hijo del Príncipe de Viana. Existen personas que a través de conferencias y escritos tratan de “demostrar” esta última hipótesis.


Lo cierto es que en torno a la figura de Cristóbal Colón ha habido siempre un halo de misterio. Incluso su hijo Fernando anduvo tocando puertas en la búsqueda de sus orígenes, pero al parecer no sacó mucho en claro. Las razones que nuestro conferencista aportó no son más que circunstanciales, adaptables, si uno quiere, puede aceptarlas como reales, pero también, si se quiere, puede mantenerse pensando que era genovés.


Al parecer, todos los escritos de Cristóbal Colón fueron realizados en castellano, incluidas anotaciones “personales” al margen de los libros. Según el conferencista, es normal que sus cartas a los Reyes Católicos fueran escritas en castellano, pero para anotaciones personales se suele usar el idioma natal o el idioma más usado en nuestra vida diaria ¿por qué entonces Cristóbal Colón no escribió sus anotaciones en italiano, o en portugués, lugar de donde vino a presentar su proyecto a los Reyes y donde vivió tantos años?


Los hermanos de la supuesta madre mallorquina de Colón, Margarita, eran corsarios y uno de ellos se llamaba Cristóbal. Esto demostraría porque Colón tenía conocimientos navegantes, lo cual no se explica si fuera un vendedor de telas e hilos, como se supone en la hipótesis genovesa.


El príncipe de Viana era el hijo de Blanca de Navarra y Juan II de Aragón. A la muerte de su madre, él debió haber heredado el trono, que le fue arrebatado por su padre. Así se inició una guerra, y Carlos, el príncipe de Viana, viajó durante muchos años buscando apoyo para recobrar el trono perdido. Durante su destierro estuvo en Mallorca, en el año de 1459. El príncipe murió en Barcelona en 1461 sin poder acceder nunca al trono de Navarra.


Según la hipótesis mallorquí, y de acuerdo a documentos históricos, Cristóbal Colón se presentó por primera vez a los Reyes a los 28 años, lo cual situaría su nacimiento en 1460. Sin embargo, la fecha “oficial” de su nacimiento se sitúa en 1451.


Lo cierto es que las dudas en torno al nacimiento, vida y muerte del Almirante son muchas, y entre otras cosas, no se puede explicar la serie de privilegios que obtuvo de los Reyes Católico, empezando porque la mismísima reina de Castilla empeñó sus joyas para financiar su primer viaje. 


Lo cierto es que si nos basamos en todo el apoyo recibido antes de su viaje, sumado a la aceptación por parte de los reyes en cuanto a las exigencias de cargos y riquezas de Colón, no se puede entender cómo un simple aventurero desconocido recibiera tanto de parte de ellos. Por lo tanto, Cristóbal Colón no era ni tan simple, ni tan desconocido. Era además, un hombre reconocido en Portugal, donde vivió los años previos a la Gran Aventura.


Su hijo Fernando anduvo tras de esta y todas las pistas posibles, pero siempre se topó con barreras, misterios y censuras, por lo que no pudo llegar al fondo del origen de su padre. Aún así, el conferencista no logró dar ninguna prueba suficientemente contundente ni sobre el origen mallorquí, ni sobre el origen real de Cristóbal Colón. 


El único “lazo” que se puede establecer de manera un poco más clara es el que presenta su relación con Luis de Santángel, tesorero real que conoció al Príncipe de Viana, vivió en Mallorca y financió con su propio dinero parte del primer viaje de Colón. Pero su relación con Santángel abre, además, una nueva hipótesis sobre el origen de Colón: la tesis que algunos sostienen sobre su origen judío. Pero esa es otra historia.


Al parecer, todo este embrollo podría solucionarse gracias a los avances de la ciencia. Se espera el momento en que un análisis de ADN demuestre, antes que nada, si Colón realmente está en la tumba que se encuentra en Catedral de Sevilla, o si se encuentra en Santo Domingo, como algunos suponen. Una vez resuelto el misterio de su muerte, se podría abrir una nueva puerta para resolver el misterio de su nacimiento. Entre tanto, la leyenda y las dudas continúan.


¿Había estado Cristóbal Colón ya en América antes de su famoso viaje?

El misterioso navegante llevaba dos cuentas diferentes durante la primera travesía. Una, la que enseñaba a sus capitanes y anotaba menos leguas de las recorridas, y otra correcta que guardaba en secreto. Su oscura biografía alimenta las dudas.


La expedición castellana que Cristóbal Colón condujo hasta el Nuevo Mundo, aunque entonces nadie pensaba que se trataba de un nuevo continente, inició un encuentro entre dos civilizaciones que cambió la Historia. No eran, sin embargo, los primeros europeos en llegar a sus costas –sí los primeros en establecer una ruta fija– puesto que hay pruebas claras de que los vikingos estuvieron en la costa noroccidental de Terranova. 


Otras tantas teorías sitúan a navegantes chinos, turcos e incluso romanos en las costas americanas muchos siglos antes que Colón. Y puede que ni siquiera fuera el primer hispánico: los balleneros cántabros y vascos habían frecuentado Terranova sin que exista consenso sobre la fecha en la que comenzaron sus primeros viajes.


La hipótesis de que Cristóbal Colón pudiera haber estado anteriormente en América, o en contacto con marinos que lo habían estado, nace de su injustificado convencimiento en que lograría su propósito –a pesar de que fue incapaz de demostrarlo desde un punto de vista científico frente a los Reyes Católico– y de la siempre misteriosa biografía del descubridor. 


Nacido probablemente en Génova, dentro de una familia de tejedores de clase media, Colón se vinculó desde la juventud con el mar y la navegación, pese a que en su estirpe no había tradición marinera. «De muy pequeña edad entré en la mar, navegando, y lo he continuado hasta hoy», declaró en una ocasión el navegante a los Reyes Católicos. En valoración de Lourdes Díaz-Trechuel o y Spinola, autora de «Cristóbal Colón: primer almirante del mar océano» (1991), lo hizo a los 14 años como grumete en un mercante genovés.


Colón sirvió a Renato de Anjou, rival de Fernando «El Católico» en Nápoles

Si bien no hay duda de que Colón tuvo contacto con la vida marítima desde muy joven, más difícil es atestiguar que tuviera conocimientos avanzados de astronomía, cosmología, geometría y navegación; ciencias necesarias para plantear una expedición que desafiaba a todo lo conocido en la época. 


Al contrario, el genovés aprendió las primeras letras en una escuela que el gremio de artesanos, al que pertenecía su padre, sostenía en Génova, pero resulta poco probable que estudiara latín y gramática en la Universidad de Pavía como relató Hernando Colón, el hijo del navegante. No obstante, los historiadores que han buscado alguna referencia o matrícula en esta universidad han fracasado y consideran que fueron adornos del hijo para revestir a un hombre que fue completamente autodidacta.


El último documento firmado por Colón en Génova es del 7 de agosto de 1473: los siguientes 5 años resultan casi desconocidos para los historiadores. Según Díaz-Trechuelo y Spinola, Colón pasó aquellos años embarcado como comerciante y corsario en aventuras que más tarde se cuidó en ocultar. 


Una de las banderas bajo las que sirvió fue la de Renato de Anjou, pretendiente al trono de Nápoles, que permanecía bajo el control de Aragón. Porque quizás no estaba interesado en que después se conociera su pasado hostil a la causa de Fernando «El Católico» se difuminaron los detalles de su participación como corsario en esta empresa.


Portugal le pone en contacto con otros aventureros

Tras adquirir una amplia experiencia en el Mediterráneo, Cristóbal Colón se lanzó al Atlántico a través de la Corona portuguesa, muy activa en la costa africana a finales del siglo XV. «Fue en el Atlántico, en sus islas, en sus costas, donde Colón concibió la gran idea de buscar el Levante por el Poniente», narra Paolo Taviani, autor de «Genesis de un descubrimiento». 


Para llevar a cabo su empresa, Colón tuvo la suerte de contar con las escrituras y cartas de marear de su difunto suegro Bartolomé Perestrello y estuvo en contacto con marineros que habían alcanzado los límites de lo que se consideraba el fin del mundo. Un piloto –así lo recoge el propio navegante– le dijo que a 450 leguas al oeste del cabo de San Vicente había encontrado en el agua un madero labrado por manos de hombre. 


Otro marinero daba fe de dos cadáveres de cara ancha naufragados en el cabo de la Verga, en la costa occidental de África. No en vano, Colón reparó en que los avistamientos de islas hacia poniente, donde se suponía que no había nada, se repetían frecuentemente entre los habitantes de Madeira, las islas del Hierro, Gomera y las Azores. No podía ser casualidad.


Coincidiendo con los testimonios que alcanzaban sus oídos, Colón entró en contacto en Portugal con el médico florentino, aficionado a la Cosmografía, Paolo del Pozzo, que le sirvió en bandeja la parte teórica para confeccionar su plan. Las autoridades portuguesas preguntaron al florentino sobre la posibilidad de buscar una ruta para el comercio oriental, puesto en jaque con la toma de Constantinopla por los turcos en 1453, a través de occidente. 


Toscanelli propuso navegar hacia el oeste desde Europa, sin sospechar que antes de llegar a las cosas orientales de Asia se interponía todo un continente. La posibilidad de realizar este viaje la avaló el florentino con una errónea medida basada en la longitud que Ptolomeo dio al grado terrestre. Colón tuvo acceso a esta información, incluido el error de cálculos, y elaboró un proyecto que presentó ante la corte portuguesa primero y ante la española después.


Es complicado situar a Cristóbal Colón en otras expediciones previas al Descubrimiento, puesto que su biografía en los años portugueses cuenta con claridad los detalles de esta parte de su vida, pero hay indicios de que personas de su entorno pudieron viajar al Nuevo Mundo poco tiempo antes que él.


El primer cronista de las Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo, recoge en sus textos una noticia que algunos han catalogado de leyenda. A una carabela que navegaba de España a Inglaterra le sobrevivieron vientos contrarios y «tuvo necesidad de correr al poniente tantos días que reconoció una o más islas destas partes e Indias». Bajó a tierra y halló gente desnuda. 


En la travesía de regreso murieron casi todos los hombres y solo el piloto (Alonso Sánchez de Huelva) y otros cuatro marineros llegaron a Portugal, tan enfermos que en pocos días fallecieron. 


El piloto, que era «muy íntimo amigo de Cristóbal Colón», fue a parar a su casa y en ella murió, pero antes pudo darle información del viaje, e incluso una carta de marear en la que había señalado las tierras que había visto.


«Como si en ellas hubiera estado ya»

Otro importante cronista del periodo, Bartolomé de Las Casas aporta un dato de interés al decir que los indios de Cuba tenían reciente memoria de que habían llegado a la vecina isla Española (Santo Domingo) «otros hombres blancos y barbados antes que nosotros no muchos años». Se trata de un testimonio que refuerza la teoría del predescubrimiento.


«Tan cierto iba de descubrir lo que descubrió como si dentro de una cámara con su propia llave lo tuviera»

A su vez, fray Ramón Pane, compañero de Colón en el segundo viaje, recoge una creencia indígena, según la cual, llegarían a la isla «hombres vestidos, armados, de espadas capaces de dividirnos de un solo tajo, a cuyo yugo habría de someterse nuestra descendencia». 


Frente a estas evidencias, el profesor Juan Manzano afirmó en su libro «Colón y su secreto » (1976) que sin duda algunos portugueses habían llegado por azar a las islas antillanas, a La Española y, concretamente, a la región de Cibao. 
El encuentro entre algunos de estos marineros y Colón tuvo lugar, en opinión de Manzano, en Madeira hacia 1478, lo cual explicaría la seguridad con que el genovés defendía su proyecto «como si en ellas personalmente hubiera estado», que escribió Las Casas.


«Tan cierto iba de descubrir lo que descubrió y hallar lo que halló como si dentro de una cámara con su propia llave lo tuviera», dejó también registrado Bartolomé de Las Casas sobre la inquebrantable seguridad de Cristóbal Colón durante todo el viaje. Aunque el proyecto no había podido ser respaldado con argumentos científicos sólidos –tanto los asesores portugueses como luego los castellanos habían desaconsejado su ejecución–, fue finalmente aprobado por empeño personal de los Reyes Católicos que, fiándose de su instinto, abrazaron la interminable confianza que parecía radiar Colón. 


Presumiblemente, el navegante sabía más de lo que decía como atestigua el hecho de que llevara dos cuentas durante todo el viaje. Una, la que enseñaba a sus capitanes y en la que cada día anotaba menos leguas de las recorridas, y otra, secreta y acertada. La supuesta razón de portar dos cuentas era «porque si el viaje fuera luengo no se espantase ni desmayase la gente».


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