miércoles, 3 de enero de 2018

Nunca subas al desván



El relato que estoy a punto de contarles sucedió ya hace varios años. Un día al salir de clases mi amigo Efraín me invitó a comer a su casa. Yo estaba muy entusiasmado, pues era viernes y pensé que nos íbamos a pasar toda la tarde jugando videojuegos. (Le acababan de comprar una consola nueva).

Sus padres de mi camarada eran dos personas muy simpáticas. Al llegar a su domicilio ya me estaban esperando con los brazos abiertos. Nos sentamos a la mesa y comimos de todo. La comida estaba deliciosa (aún recuerdo que me sirvieron pollo frito con puré de patatas y de postre pastel de chocolate).

Luego de comer, su madre de Efraín le dijo: ¡Acuérdate que los videojuegos están castigados hasta nuevo aviso! Al oír eso, todo mi plan inicial se vino abajo y pensé que me iba a aburrir muchísimo, ya que mis padres iban a pasar por mí alrededor de las ocho de la noche y todavía quedaban muchas horas por delante.

Disimulé lo más que pude y le dije a mi amigo: No importa. Estoy seguro de que encontraremos otra forma de pasarla bien. Poco después, sus papás de Efraín nos dijeron que tenían que salir debido a que se había presentado una emergencia. También nos comentaron que podríamos hacer lo que quisiéramos con excepción de una sola cosa: – Efraín recuerda que nunca debes subir al desván. Replicó su padre de forma enérgica. Estoy seguro que ya adivinaron que fue lo que hicimos en cuanto ellos salieron del domicilio. Tomamos una escalera, abrimos la puerta de la guardilla y entramos sigilosamente.

Era un sitio muy oscuro y frío, encendimos nuestras linternas y lo primero que vimos fue un libro que llevaba por título “Seres de otro mundo historias y leyendas de la oscuridad ”(es un grupo que hice todos son bienvenidos) Lo ojeé un poco y leí un título que decía la leyenda del perro con botas.

Instantes después un perro apareció con un hueso en el hocico, lo seguimos hasta que se escondió detrás de unas cajas. Rápidamente las movimos sólo para percatarnos de que el animal había desaparecido. Sin embargo, una cosa llamó mi atención, en una de las cajas se encontraban guardados un montón de huesos. Mi amigo los miró y dijo: ¿qué extraño? – Sí, realmente me asustó esa caja de huesos. Le respondí. – No, lo raro es que la caja lleva el nombre de Marlene, así se llamaba mi hermana.

Nunca la conocí, murió antes de que yo naciera.

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