jueves, 2 de febrero de 2017

Terror urbano sobre Cinépolis


Hoy en día Cinépolis es una de las cadenas de complejos de salas cinematográficas más importante no solamente de México, sino de gran parte del continente americano. Se trata de una empresa cuya matriz se encuentra en el estado de Michoacán, pero que gracias a su nuevo esquema de negocios ha logrado traspasar las fronteras de territorios tan lejanos como España, la india y Brasil.


Lo que muchos no recuerdan es que durante su primera etapa, misma que terminó en el año de 1994, la empresa tenía otro nombre. Así es, se le conocía como “Multicinemas”. Este concepto no era muy común en México, ya que desde la llegada del cine a nuestro país, los empresarios se empeñaron por abrir grandes salas en donde únicamente se exhibía una película al día (A veces dos: Los días de programa doble o de Matiné).

De esos pequeños complejos, el que más recuerdo era el que estaba ubicado en Plaza Universidad, un centro comercial de la Ciudad de México. Las salas eran sumamente pequeñas y por lo general no encontrabas entradas disponibles, si lo que querías ver era la película de estreno. Recuerdo haber acudido a ese sitio más de una docena de veces acompañado de mi padre, sobre todo durante los meses de julio y agosto.


Después vino la reingeniería de la marca y con ello también aparecería la leyenda urbana de Cinepolis que estoy a punto de contarles. Un amigo de la preparatoria de nombre Antonio, entró a trabajar ahí como taquillero después de la reapertura.

Era fantástico, ya que durante mis años de estudiante pude entrar varias veces gratis a ver cintas. Sin embargo, un día platicando con él me relató una historia que aún hoy en día hace que se me erice el cabello.


Durante el tiempo que laboró en ese lugar, el gerente les tenía prohibido a los empleados entrar a una de las bodegas en donde se almacenaban los rollos de películas que estaban por devolverse a las distribuidoras.

El hombre aseguraba que sólo se podía entrar a esa habitación a determinada hora del día.


Luego de escuchar la crónica, le dije a mi amigo Antonio que creía que esa historia era mentira y que sólo se las contó para asustarlos por novatos. Por mucho tiempo le insistí que entrara aunque fuera a hurtadillas para que luego me platicara que era lo que había en aquel cuarto.


Lo que pasó después eso no tiene ninguna explicación lógica y es que a mi camarada le empezaron a ocurrir hechos sobrenaturales durante sus jornadas de trabajo. Por ejemplo, había veces en las que se encontraba limpiando una sala y de pronto la película empezaba a correr sin que aún hubiera llegado el proyeccionista.


También por noche, en las salas de proyección llegó a encontrar objetos antiguos que aparentemente no eran de nadie. Preguntándole a gente de aquí y de allá pude saber que en la década de los 80 un proyeccionista trabajó en los Multicinemas de Plaza Universidad, pero nadie supo decirme su nombre ni la fecha en la que fue despedido.


A pesar de ello, los entrevistados coincidieron en que era una persona muy extraña a la que le gustaba recortar algunos fotogramas a los rollos, sobre todo cuando estos eran de películas de terror.

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