jueves, 22 de septiembre de 2016

La dama blanca de la abadía de mortemer



La abadía de Mortemer (L’Abbaye de Mortemer) fue un monasterio cisterciense, que está situado en le “Haute-Normandie”, en Eure, Francia. Está considerado como uno de los lugares más encantados de Francia.


Fue construida en el siglo XII, concretamente en 1134 por Henri Beauclerc I, hijo de Guillermo el conquistador, en terrenos dotados a los monjes cistercienses por Enrique de Inglaterra.

Esta abadía recibió ilustres visitas como la de los reyes Henri I, Ricardo Corazón de León,… pero también ha sido testigo de muchas apariciones. Se dice que en sus parajes existen numerosas entidades.


Los edificios del siglo XII fueron más o menos abandonados ya por la época de la Revolución Francesa, aparte de los claustros, que están relativamente intactos, del resto sólo queda algunas paredes. Los edificios del siglo XVII por el contrario están bien conservados y abiertos al público, con visitas guiadas la mayor parte del año. La Abadía también conserva en buen estado un “palomar” del siglo XVII, que también fue utilizado como cárcel en los siglos XVIII y XIX.


A través de los siglos, la Abadía cayó en decadencia y abandono hasta el punto de que es reconstruida en el siglo XVII, pero un año después de la revolución francesa, en 1790 sólo quedaban ya en Mortemer cinco monjes. Durante la revolución francesa, los revolucionarios, confundieron a cuatro monjes con los sacerdotes ricos del pueblo, a los que persiguieron hasta el sótano, en donde fueron asesinados. 


Desde ese día, se dice que sus espíritus vagan cruzando la amplia zona de césped, para ir desde el palomar hasta el sótano, como hicieron el fatídico día de su asesinato, incluso cuando estos edificios se convirtieron en “Hospital” y “Cuartel General” durante las dos Guerras Mundiales.


La abadía estuvo habitada hasta 1965. Su último ocupante huyó despavorido, presa cada noche entre las once de la noche y las cinco de la mañana de manifestaciones sobrenaturales. Ruidos de pasos en el piso de arriba, cuadros que se colocaban del revés contra la pared, caída de objetos, el respirar de alguien detrás de uno, pomos de las puertas que giraban solos, incluso la aparición de huellas en habitaciones vacías. En su última noche, oyó golpes en toda la abadía, pero principalmente sobre la puerta acristalada, justo al lado de su habitación. No aguantó más la tortura y se marchó.


Los ruidos provenían de la llamada “habitación rosa”, cuya propietaria fue la Emperatriz Matilda, hija de Enrique I. Matilda se casó a la edad de 6 años con un emperador alemán que moriría cuando ella tenía 20 años. De nuevo libre, su padre decide retirarla en claustro en la Abadía, por un período de cinco años.


Sería en la abadía en donde Matilda viviría sus horas más terribles, volviéndose a casar en 1127 con el conde de Anjou Godofredo Plantagenet y dando a luz a quien sería Enrique II.
Tras su muerte, su fantasma aparece desde hace más de 800 años vestida con una luz blanca cada luna llena, generalmente en agosto asustando a los vecinos de la Abadía.


La leyenda dice que cualquiera que la ve vestida con los guantes negros, fallecerá ese mismo año. Al contrario, si ella aparece con guantes blancos, anuncia un matrimonio o un nacimiento a la persona que la ve. La Iglesia hizo exorcizar la Abadía, pero fue en vano, pues cada luna llena, Matilda vuelve. A pocos kilómetros de la Abadía Mortemer, uno puede descubrir la “Fuente de Santa Catalina”. 


Esta fuente cuya canalización hicieron los monjes, durante siglos recibe la visita de todas la niñas que se quieren casar en la región. Ellas han de lanzar un alfiler al agua para ver si encuentran un marido en el año en curso. Si el alfiler flota el matrimonio se realizará, pero si se hunde no habrá ningún pretendiente ese año.


Esta fuente emite una extraña sensación de quietud y a la vez de extremo asombro por la aparición de un monje que siempre ayuda a personas que están en gran peligro. Durante la ocupación, el monje ayudó a un paracaidista aliado a encontrar la granja en la que le esperaba la resistencia. Cuando habló de él a los partisanos, éstos se santiguaron muertos de miedo, porque allí no había ni un solo monje desde la Revolución Francesa.




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