martes, 23 de agosto de 2016

Las carreteras de los cadáveres



Aún hoy en día se pueden encontrar en Gran Bretaña vestigios de unos caminos creados en la Edad Media para llevar los difuntos desde las aldeas más alejadas hasta los camposantos. Era un tiempo en el que el miedo a “aparecidos” y fantasmas era generalizado, así que no es de extrañar que estos caminos se convirtieran en una fuente inagotable de leyendas y supersticiones.


A finales de la Edad Media se produjo un aumento de población en Gran Bretaña y con él una ola de construcción de nuevas aldeas e iglesias dentro del territorio de las ya existentes. Con el tiempo estos nuevos asentamientos empezaron a exigir más autonomía, lo cual despertó la alarma entre las Minster (título honorífico que recibían en la Edad Media las catedrales y otras iglesias “importantes” del Reino Unido) ante la posible pérdida de poder y sobre todo de diezmos.

En estos asentamientos se construyeron pequeñas capillas que estaban autorizadas para hacer misas los domingos pero las Minster retuvieron el monopolio de los funerales, lo que significaba que muchos parroquianos que vivían en los núcleos alejados tenían que transportar sus difuntos largas distancias, algunas veces a través de terrenos difíciles. Se crearon así las carreteras o caminos de los cadáveres, féretros, ataúdes o de las procesiones.


Muy habitualmente estos caminos solían ser estrechos y empinados debido a la dificultad del terreno. Unas veces esta dificultad y otras el mal tiempo hacían que en muchos tramos los cuerpos tuvieran que ser llevados en andas por personas al ser imposible utilizar carros. En cualquier caso el carro era un lujo que no todas las familias se podían permitir, al igual que los ataúdes, razón por la cual la mayoría de difuntos se enterraban envueltos en sudarios o sábanas.

Uno de estos caminos es el que va de Rydal a Ambleside en el Lake District donde aún se puede ver una piedra para ataúdes, es decir una piedra donde se dejaba el ataúd mientras los parroquianos descansaban antes de continuar el camino.


La parada en estas piedras tenía también una parte ritual. En algunos casos si el difunto había sido una persona especialmente querida por la comunidad se grababan sus iniciales sobre la piedra y se solía aprovechar para tomar un trago en su honor y de paso entrar en calor. Las cruces de los caminos, los bancos de piedra situados antes de los puentes o algunos árboles señalados eran otros sitios que se utilizaban para estas paradas.

Otro de estos caminos es el de la iglesia de Saint Peter and Paul en Blockley (Gloucestershire), que retenía del derecho de entierro de los habitantes de las aldeas de Stretton-on-Fosse en Warwickshire, y Aston Magna, ambas aldeas sólo contaban con capillas. De esta manera, los diezmos y los derechos mortuorios (derechos percibidos por las ceremonias fúnebres) iban a la iglesia parroquial de Blockley, a cuya iglesia tenían que llevar sus difuntos para ser enterrados los habitantes de Stretton y Aston.


La carretera de los difuntos de Aston a la iglesia de Blockley es de unos 3km y cruza tres pequeños riachuelos. La que va de Stretton a Blockley es aún más larga, 6 km, y cruza otros dos riachuelos. En 1351 las gentes de Stretton solicitaron el derecho para enterrar a sus muertos en su iglesia, con lo que se evitaban pagar los derechos mortuorios en Blockley, pero el obispo de Worcester se lo denegó. No sería hasta la llegada de la Reforma cuando Stretton obtendría la licencia para oficiar sus propios funerales.

Como hemos dicho, estos caminos estaban, y están, rodeados de numerosas supersticiones y leyendas. Una de las más antiguas es la que afirma que cualquier terreno por el que se transportaba un difunto pasaba a ser de libre paso para todo el mundo. Esta creencia generaba disputas entre las familias de difuntos y propietarios de terrenos, cuando las familias se disponían a atravesar sus campos. Los propietarios temían que parte de su terreno se convirtiera en camino público. También había casos que se hacía con toda la intención, y de esta manera ganar un paso. Aunque ambos comportamientos eran casos aislados, pues la mayoría de propietarios no ponían objeción alguna.


Otra superstición advertía que era muy importante no abandonar el camino marcado, incluso aunque hubiera nieve o inundaciones, de no ser así la mala suerte caería sobre los que se habían apartado de la ruta y el difunto jamás podría descansar en paz. Era considerado de mala educación o causante de mala suerte obstruir la procesión funeraria. También se decía que era nefasto que un féretro cruzara dos veces un puente. En cualquier caso que un cadáver pasara por un puente o carretera de peaje, siempre podía suponer un problema a su propietario, ya que de convertirse en paso público jamás podría volver a cobrar.

También se creía que si un cuerpo era transportado a través de un campo arado, el campo jamás volvería a producir una buena cosecha. Incluso hoy en día algunos piensan que un difunto siempre debe ser sacado de su casa por la puerta principal y además con los pies por delante, de hecho es aconsejable evitar que durante el recorrido hacia la iglesia apunte con los pies en la dirección de su casa.


Estos rituales y supersticiones pretendían evitar a toda costa que el difunto volviera de la tumba convirtiéndose en un “aparecido”. En la Edad Media el miedo a los aparecidos era generalizado en toda Europa y especialmente en Gran Bretaña. Los aparecidos eran espíritus o almas en pena que se manifiestan entre los vivos, principalmente en los lugares que habían frecuentado en vida, con el único motivo de acosar a sus familiares y vecinos. Pasada la Edad Media se empezaría a creer que esta “vuelta” era debida a algún motivo en particular, como por ejemplo que el difunto hubiera dejado algún asunto o venganza pendiente en vida.

Habitualmente los “aparecidos” habían sido gente malvada, vanidosa, poco creyentes o incluso malhechores. Los aparecidos eran culpados de la propagación de enfermedades entre los vivos o incluso de chupar sangre. La solución para estos casos era desenterrar los cuerpos y decapitarlos.


En tiempos antiguos los cruces de caminos eran considerados lugares peligrosos, ocupados por espíritus guardianes al ser lugares de transición donde el mundo de los vivos y el inframundo se encontraban. Posteriormente en los cruces se erigieron cruces cristianas. Se creía que los cruces de caminos inmovilizaban los espíritus de los muertos, en especial los de suicidas, ahorcados pero también brujas o fugitivos. Si las rutas rectas facilitaban el viaje de los espíritus, los cruces, los laberintos de piedras o césped, o los puentes y corrientes de agua lo entorpecían. Cruzarlos por tanto significaba entorpecer la vuelta del difunto como aparecido.

En Irlanda, el “féar gortach” (hierba del hambre) se dice que crece en los lugares donde se dejo un cadáver sin ataúd en su camino al cementerio. A aquel que pisa esa hierba le posee un apetito insaciable. Uno de estos lugares está en Ballinamore y era conocido que la mujer que vivía en la casa cercana, previsora ella, siempre tenía su despensa repleta no fuera necesario alimentar a alguna víctima.


La existencia de las piedras para ataúdes, cruces o lych gates (puerta para cadáveres cubiertas que se encontraban a la entrada de los camposantos) en estos caminos, sugiere la idea que fueron situados y santificados para permitir que los féretros fueran colocados allí de manera temporal sin el riesgo que el suelo fuera mancillado. Se consideraba que las lych gates formaban parte de la iglesia y era en ellas donde el sacerdote salía a esperar el féretro. Después este se colocaba sobre unas andas o unas piedras bajo el cobijo del tejado de la puerta y el sacerdote oficiaba la primera parte del sepelio.

A parte de estas leyendas abundan las historias locales de casos particulares. En Devon una procesión que llevaba el cuerpo de un viejo malvado , decidió descansar al llegar a una de las piedras para ataúdes, dejando el cuerpo sobre ella. De repente un rayo cayó de los cielos el ataúd reduciendo su contenido a cenizas y partiendo en dos la piedra. Según la leyenda Dios no quería que un hombre como aquel fuera enterrado en un Su santo cementerio.


Como ya hemos dicho las procesiones portando un difunto podían ser largas y cansadas, así que es de entender que los potadores del féretro descansaran y tomaran un refrigerio de vez en cuando. Esto es lo que, según cuenta una leyenda local, hizo una de estas procesiones a su paso por Hamblenton Hills, dejando el cuerpo al lado de la carretera, pero la sorpresa fue mayúscula cuando a su vuelta comprobaron que el cuerpo había desaparecido, el lugar sería a partir de entonces conocido como el Lost Corpse End.

A medida que las nuevas iglesias fueron obteniendo la licencia para oficiar funerales y estos caminos fueron perdiendo su uso inicial y algunos empezaron a desaparecer, aunque en algunos lugares fueron usados hasta finales del siglo XIX. Los que sobreviven en la actualidad, lo hacen como caminos rurales pero su propósito original se ha olvidado. Esto ocurre especialmente si las cruces y piedras para ataúdes ya han desparecido. Los campos que eran cruzados por estos caminos a menudo son llamados aún con nombres como “Church-way” o “Kirk-way field”, y hoy en día es a veces posible trazar la línea que seguían estos caminos por la secuencia de los nombres antiguos de los campos, las leyendas locales o las cruces marcadas en viejos mapas.

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