domingo, 1 de noviembre de 2015

Triángulo de las Bermudas I



El siglo IV a. C. vio nacer a uno de los mayores conquistadores de la Humanidad. Nació en Macedonia y en poco tiempo superó en leyenda a su padre Filipo II. Hablamos de Alejandro Magno, quien con apenas 20 años ya era el dueño de más de medio mundo conocido. Durante su última campaña, Alejandro fue capaz de cruzar el río Indo, internándose en unas tierras extrañas, nunca antes vistas por personas ajenas a esta zona del planeta.

En esta aventura le acompañaba un notable ejército, aumentado con soldados procedentes de las tierras que iba conquistando a su paso. Pero había un núcleo central compuesto por macedonios, como él, que ansiaban regresar a casa. Habían acompañado a su lider durante más de dos años y echaban de menos a sus familias.


Tras una discusión, Alejandro accedió a su regreso. Lo harían en barcos capitaneados por el almirante Nearco, quien los transportaría por el Golfo Pérsico y de allí al Mediterráneo. Pero jamás volvieron a ver a sus mujeres e hijos. Aquella flota desapareció de forma intrigante. Los estudiosos han planteado distintas teorías para explicar este suceso. Una de ellas señala como culpable a una feroz tormenta, que se habría llevado a las embarcaciones a las profundidades. Esto resulta bastante improbable, ya que hablamos de varias decenas de barcos. Otra hipótesis apunta a que las naves se perdieron al no conocer aquellas aguas, equivocando la ruta y adentrándose en la península de Malasia. Incluso algunos investigadores especulan que quizá alcanzaron las islas de Tahití o Hawai, apoyándose en la similitud existente entre algunas palabras del hawaiano y del griego clásico. Tal es el caso del término águila, aeto en el idioma de esas islas y aetos en la lengua de Homero. Lo único cierto es que de aquella inmensa flota compuesta por cientos de hombres no hubo más noticias.


Sí parece cierto que la mar ha sido un terreno muy proclive para este tipo de sucesos. Más misteriosas aún fueron las desapariciones de tripulaciones tan numerosas como la del Cyclops o la del Marine Sulphur Queen. El primero era un buque americano de 19.600 toneladas que, tras zarpar el 4 de marzo de 1918 de las Islas Barbados, jamás llegó a su destino. El navío, de 542 pies de largo, era una de las mayores embarcaciones de su tiempo. Constaba de una tripulación de 306 hombres y dejó de dar señales de vida poco después de su partida. Ni siquiera se recibió señal de socorro y tampoco se encontró un sólo resto del barco flotando a la deriva.


Se barajó la hipótesis de un ataque de submarinos alemanes, pero los archivos consultados demuestran que ninguno operaba por aquella zona en esa fecha. Es más, estos navíos tenían por costumbre informar por radio de sus ataques a grandes barcos enemigos, y en esta ocasión nada de ello se produjo.

También se sugirió que quizá el barco chocara contra una mina o que una tormenta hubiera provocado su hundimiento. Pero se comprobó que no había minas en aquellas aguas y que el tiempo era idóneo para la navegación en la fecha de su desaparición. Además, en ambos casos el capitán habría dispuesto de tiempo suficiente para emitir una señal de SOS, cosa que nunca ocurrió.


Algo semejante sucedió con el buque SS Marine Sulphur Queen, del que no se tuvo más noticia después de que en la mañana del 4 de febrero de 1963 mandara un mensaje de rutina cuando se encontraba a unos 200 kilómetros de Cayo West, en Florida (EE UU). Los posteriores intentos de contacto fracasaron y los 39 marineros que formaban la tripulación pasaron a engrosar la tenebrosa lista de las desapariciones de alta extrañeza.

Aldeas fantasma

Estos dos últimos casos se produjeron en el llamado Triángulo de las Bermudas, unas coordenadas geográficas que poseen una larga tradición relacionada con desapariciones misteriosas.


Pero, lejos del célebre Triángulo, y del mar, quizá los episodios más desconcertantes sean aquellos ocurridos en tierra firme. ¿Es posible que de la noche a la mañana poblaciones enteras desaparezcan sin explicación, dejando tras de sí calles y casas vacías? Un barco siempre puede haberse hundido pero ¿también los habitantes de un pueblo? Por increíble que parezca, existen dos casos documentados en los que cientos de personas se «perdieron» en la nada.

El primero nos traslada a la época del establecimiento británico en el Nuevo Mundo. En 1587, un grupo de colonos ingleses desembarcó en la isla de Roanake, frente a la costa de Carolina del Norte. Su misión: establecer una colonia y preparar así las futuras llegadas de pioneros, abriendo la ruta al interior del continente. El barco que había trasladado a aquellas familias regresó a Inglaterra dejando atrás a los pioneros. Tras unos meses, llegó un nuevo navío con pasajeros que esperaban encontrar una próspera colonia que les acogiera. Pero al desembarcar sólo encontraron silencio. Ni uno sólo de aquellos hombres, mujeres y niños que se habían establecido meses antes salió a recibirles. Se les buscó, pero sin encontrar rastro alguno. El barco volvió a zarpar, esta vez dejando en Roanake a más de un centenar de personas y, cuando al tiempo retornó, la isla se encontraba nuevamente vacía.



No había signos de violencia, ni de lucha, ni tumbas. Únicamente las palabras CRO y CROATAN talladas en dos troncos de árbol. Se pensó que aquellos colonos pudieran haberse trasladado a la isla de Croatan, pero tampoco allí se supo de su paradero.

Algo semejante sucedió en un pueblo situado a orillas del lago canadiense de Angikuni en 1930. Aunque se trataba de un lugar aislado, sus pobladores esquimales eran visitados frecuentemente por tramperos para comerciar con pieles y aprovisionarse de alimentos. En noviembre de aquel año Joe LaBelle, un cazador con más de cuarenta años de experiencia en la zona, llegó hasta el poblado y descubrió asombrado que éste se encontraba vacío. En el interior de las viviendas encontró las pertenencias de sus dueños, incluida ropa con las agujas clavadas en ellas y a medio coser.


Todo indicaba que aquellos hombres y mujeres habían abandonado precipitadamente sus hogares hacía algunas semanas. Los kayaks permanecían intactos en sus amarres, los rifles no habían sido disparados y LaBelle tampoco encontró signos de lucha. Incluso los perros habían muerto de inanición atados a sus postes, lo que indicaba que se había producio una rápida estampida, pero ¿por qué? La Real Policía Montada del Canadá investigó la denuncia de desaparición interpuesta por LaBelle. Sus pesquisas no solucionaron este misterio, que años después sirivió de inspiración para que el novelista Dean R. Kootz escribiera su best-seller Fantasmas, llevado posteriormente al cine.

Aviones desaparecidos


Desapariciones en el mar, en tierra, y… ¡en el aire! Los archivos militares de algunas Fuerzas Aéreas guardan verdaderas joyas relativas a tripulaciones que desaparecieron en situaciones anómalas y a las que se buscó infructuosamente en grandes operaciones de rescate.

El suceso más famoso es el de los cinco aviones Avenger y un Mariner que se «perdieron» en 1945 dentro del Triángulo de las Bermudas –nuevamente– y que hoy se conoce con el nombre ya legendario de Vuelo 19. Recientemente parece haberse encontrado una respuesta a este famoso suceso, ya que se han descubierto unas aeronaves que parecen coincidir con las del célebre vuelo, pero otros muchos permanecen sin explicación. Por ejemplo, el caso de los tripulantes de un monomotor británico que, realizando un vuelo rutinario por el desierto de la antigua Mesopotamia, dejaron de emitir señales tras cuatro horas.


Era el verano de 1924 y la tensión en la zona hacía necesarias este tipo de misiones. Cuando se emitió la orden de búsqueda, cientos de soldados se desplegaron por el área del posible siniestro. El avión fue localizado al día siguiente. Se encontraba en perfecto estado. El motor se puso en marcha en cuanto se accionó el arranque y los tanques estaban llenos de combustible.

Sólo faltaban los pilotos W.T. Day y D.R. Stewart. Lo último que dejaron tras de sí fueron unas misteriosas huellas en la arena que se detenían en seco a pocos metros del aparato. Parecía como si en ese punto algo les hubiera sucedido, porque más allá no había nada, tan sólo desierto. La búsqueda continuó durante varios días sin encontrar más rastro.

Un misterio que se repetiría años después con el Lady Be Good, bombardero del que se perdió contacto en la mañana del 4 de abril de 1943. Su misión era bombardear el puerto de Nápoles, algo que nunca llevaron a cabo. Tampoco regresaron a su base y, tras las tareas de búsqueda, aquel Liberator B-24 se dio oficialmente por desaparecido.


Así hasta que un grupo de prospectores petrolíferos se topó en 1959 con los restos de un viejo avión en el desierto de Libia. En su gastado fuselaje podía leerse Lady Be Good. Los petroleros encontraron las pertenencias de sus ocupantes y los instrumentos del aparato en perfectas condiciones. Incluso había una botella de agua, pero de los nueve tripulantes nada. Hizo falta que el Ejército norteamericano se interesara en el caso para que en sucesivas expediciones de búsqueda se fueran encontrando los restos óseos de ocho de los nueve soldados y se esclareciera el misterio de aquel vuelo que durante años dio tanto de qué hablar.

¿Por qué desaparecieron?

Las hipótesis para explicar algunos de estos episodios son de lo más variado. Lo idóneo es buscar la solución de manera individual, aunque algunos investigadores se han aventurado en lanzar teorías unificadoras. Las más sorprendentes hablan de puertas a otras dimensiones, de saltos espacio-temporales, e incluso de abducciones masivas. Algunos de los casos mencionados en estas líneas parecen apuntar a esas vías, pero no hay que eliminar explicaciones más convencionales, como aviones y embarcaciones pérdidas o huídas voluntarias. Aunque es cierto que fueron los pocos rastros que quedaron tras estas desapariciones los que hacen descartar estas alternativas.

En un mundo como el nuestro, en el que hay tanto por descubrir, no puede desecharse ninguna teoría. A este respecto habría que hacer válida la frase que Sir Arthur Conan Doyle ponía en boca de su personaje más célebre, el detective Sherlock Holmes, cuando ante las preguntas de su fiel compañero, aquel le respondía: «Querido Watson, una vez estudiadas todas las posibilidades y desechadas las imposibles, la que queda, por improbable que parezca, es la correcta».

Otros blogs que te pueden interesar.


Image and video hosting by TinyPic

No hay comentarios:

Publicar un comentario