miércoles, 12 de agosto de 2015

Hernán Cortés y la muerte de su esposa



Cortés era muy aficionado a llevar una vida licenciosa y galante mientras duró su potencia viril, ya nos lo confirma Bernal Díaz del Castillo: "oí decir que cuando mancebo, en la isla Española, fue algo travieso sobre mujeres, e que se acuchilló algunas veces con hombres esforzados e diestros" (Historia verdadera de la conquista de la Nueva España) y en otra referencia tomada del libro de Prescott: "e era demasiado dado a mujeres, e celoso en guardar las suyas" (Historia de la Conquista de México).

En el juicio de residencia tomado a Cortés, Bernardino Vázquez de Tapia habla de la vida que llevó Cortés una vez conquistadas las tierras Mexicanas:

"que tenía infinitas mujeres, dentro de su casa, de la tierra, e otras de Castilla, e según era pública voz e fama entre sus criados e servidores, se decía, con cuántas en su casa había tenía acceso; aunque fueran parientas unas de otras; e que con otras mujeres casadas es notorio que a tenido muchos accesos, e que enviaba los maridos fuera de esta ciudad, por quedar con ellas, los nombres aquí no se ponen, sacáronse en un papel aparte, que algunas dellas parieron del dicho don Fernando".


Sirva esto de antecedente para conocer un poco del carácter del conquistador, sobre todo en sus relaciones amorosas y revisemos ahora los hechos que dieron lugar al primer matrimonio del Marqués del Valle de Oaxaca.

Después de consumada la conquista de Cuba en 1511, Cortés se establece en Manicarao, donde obtiene un repartimiento de indios junto con Juan Xuárez y gana una posición como vecino acomodado de la isla, por lo que parece olvidar los sueños de grandeza con los que se embarcó al Nuevo Mundo.

Juan Xuárez, una vez que obtuvo el repartimiento mando traer a su madre María Marcayda, a sus hermanas y hasta una abuela de Santo Domingo a donde habían ido esperando casarse con hombres ricos, pues los Xuárez eran "...gente pobre y de escasa valía" (Fernández del Castillo). Y ya que doña Catalina Xuárez, una de las hermanas, era de buen parecer y las mujeres españolas eran raras en la isla, pronto se entendieron don Hernando y doña Catalina.

Al poco tiempo del cortejo, el futuro conquistador de México prometió matrimonio a Catalina. Sin embargo su versatilidad e inconstancia en materia de amores, enfriaron pronto el sentimiento que tenía Cortés con Catalina hasta el punto de negarse a cumplir la promesa antes hecha. Diego Velázquez, gobernador de Cuba, estaba en amoríos con otra hermana de Juan Xuárez, por lo que presionado por esta última, obligó a Cortés a casarse con Catalina y éste al negarse fue hecho prisionero. Tiempo después Hernán Cortés aceptó contraer nupcias con Catalina Xuárez más por obtener de nuevo el favor del gobernador que por otra causa, no sin antes obtener ventaja, pues le dieron al casarse ciertos esclavos y bateas para sacar oro y ropa de vestir.


Así se realizó dicho matriomonio y Cortés volvió a tener el favor de don Diego Velázquez, al punto que él mismo fue padrino de bodas y otorgó a Cortés un buen repartimiento, además de nombrarlo alcalde ordinario de la ciudad de Santiago, con lo que Cortés prosperó notablemente.

Después de los descubrimientos de nuevas tierras que prometían gran riqueza y aventura hechos por Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva, el espíritu aventurero de los españoles despertaron, planeándose así viajes de expedición y conquista encabezados por el gobernador Velázquez. Al enterarse de estos proyectos Cortés, no se da punto de reposo hasta obtener el mando de tal expedición.

Es así como Hernán Cortés abandona la isla junto con su armada, sin gran sentimiento por la separación de su mujer y una vez llegando a las costas mexicanas, absorto en su empresa y en amoríos con doña Marina y otras indias, parece olvidar por completo a su esposa en Cuba. Desde que salió de la isla (18 de febrero de 1519) a la toma de la ciudad de México (13 de agosto de 1521) solamente una vez se escribió con doña Catalina, después de la noche triste en que escribiría a su mujer para pedirle perdón por el olvido que hasta entonces le ha tenido.


Las noticias de las heroicas hazañas de su esposo despertaron en doña Catalina el deseo de participar de su fortuna y embarcarse a la Nueva España sin avisar a Cortés de sus planes (agosto de 1522). Así, estando Gonzalo de Sandoval en Coatzacoalcos, le llegaron cartas acerca de un barco que entraba en el río de Ayahualulco en que venía de Cuba la señora doña Catalina Xuárez de Marcayda, con su hermano Juan y otra hermana; por lo que Sandoval salió a recibir a los viajeros acompañado de la mayor parte de los capitanes y soldados, entre ellos Bernal Díaz. Sandoval mandó avisar a Cortés de inmediato y éste mandó recibir a su esposa y cuñados con grandes honras y fiestas y los mandó traer a México con gran algarabía durante todo el camino.

Seguramente a Cortés le disgustaba la presencia de doña Catalina aunque no dio muestras de ello (ya que había favorecido a aquellos quienes traían mujeres e hijas españolas para incrementar la población en aquellas tierras y no podía mostrarse contrario a sus propias leyes). Además entonces estaba en amoríos con Marina, indispensable para la conquista de México e inseparable compañera de Cortés y con la que además tenía ya un hijo. Este era don Martín Cortés (que tendría cerca de un año a la llegada de doña Catalina a México), uno de los hijos predilectos del conquistador y que posteriormente fuera reconocido como legítimo por el papa Clemente VII en 1529.


Las terribles condiciones en que quedó Tenochtitlán después del prolongado asedio y terribles combates, obligaron a Cortés a vivir en Coyoacán, donde se celebraron grandes fiestas por el triunfo sobre la ciudad azteca. Era este el entorno festivo cuando llegó doña Catalina, quien rápidamente se acostumbró a los lujos que le otorgaba la nueva posición en que se encontraba, ignorando por completo que a tres meses en que llegara de Cuba habría de morir trágicamente.

La mañana del día de su muerte, Catalina asistió muy bien ataviada, sana y contenta a la iglesia acompañada de varias damas. Posteriormente invitó a estas mujeres a una comida en casa de Cortés, en donde se comió y bebió alegremente hasta pasadas las diez de la noche en que los invitados se despidieron.

Durante la comida Cortés se jugó una broma de mal gusto para doña Catalina. Esto ocasionó que doña Catalina se retirara de la mesa disgustada. La broma consistió en que doña Catalina, dirigiéndose a Solís, capitán de artillería, le dijo: "Vos Solís, no queréis sino ocupar a mis indios en otras cosas de lo que yo les mando, y no se hace lo que yo quiero, y os prometo que antes de muchos días, haré yo de manera que nadie tenga que entender en lo mío". A lo que Cortés respondió: "¿Con lo vuestro señora? ¡Yo no quiero nada de lo vuestro!". Alfonso del Toro escribe al respecto de esta respuesta: "Recordándole con tales palabras que nada había llevado al matrimonio fuera de su persona, que ésta era ya poco apetecible para Cortés, y que cuanto ella era y valía lo debía a su marido".


Doña Catalina, indignada, se dirigió al oratorio a llorar su vergüenza, a donde después acudió Cortés arrepentido de su actitud en el salón. Posteriormente ambos esposos se dirigieron a su recámara, donde sus servidores los desnudaron y se marcharon para dejarlos solos en su lecho. Al poco tiempo mandó llamar don Hernando a gritos a las mujeres de la casa, diciendo que doña Catalina estaba enferma. Al llegar estas al aposento, encontraron a doña Catalina yaciendo inerte en los brazos de su esposo, quien al ser interrogado por ellas solo pudo contestar que pensaba que su mujer estuviera desmayada, aunque en realidad doña Catalina ya estaba muerta.

Las mujeres se apresuraron a amortajar a la finada y aunque su esposo parece sentir un gran dolor dando gritos y golpeando las paredes, todos notan que los funerales se apresuran, al punto que al rayar el nuevo día el cuerpo de doña Catalina está ya dentro de su ataúd.

Así fue la muerte de doña Catalina Xuárez, primera esposa de Hernán Cortés, ocurrida en Coyoacán el 1 de noviembre de 1522. Dicha muerte fue tan apresurada y tan en secreto se ordenaron los preparativos funebres, que pronto comenzaron a circular rumores culpando a Cortés de lo sucedido. Sin embargo, parece no haber pasado nada sino hasta 1529 cuando comienza el juicio de residencia de Cortés mientras éste se encontraba en España. El interrogatorio propio del juicio se hizo a varios testigos.


El asunto de la muerte de doña Catalina comienza a cuestionarse como parte del juicio de residencia el 29 de enero de 1530. Durante el proceso se interrogó a catorce testigos, por lo que trataré de hacer un breve recuento de lo que estos testigos dieron a conocer 6 años después del suceso.

La muerte de doña Catalina ocurrió en Coyoacán. Una vez que la pareja quedó sola en su habitación, pasaron algunas horas cuando Cortés llamó a gritos, a los que acudieron Alonso de Villanueva camarero y Diego de Soria mayordomo, quienes llamaron a la dama de doña Catalina, María de Vera, diciéndole que "su mujer estaba mala". Esto ocurría aproximadamente a las doce de la noche.

María de Vera se ocupa de amortajar a Catalina Xuárez y platicando con Alonso de Villanueva, camarero de Cortés, menciona "que yo la dejé amortajada, y ese traidor de Fernando Cortés la mató: porque mientras la amortajaba, le vide cardenales en la garganta en señal que la ahogó con cordeles"..."e que al tiempo que María de Vera entró en la dicha cámara donde estaba muerta, halló una gargantilla de cuentas de azabache derramadas por la dicha cama, y estaba la dicha Catalina Xuares, toda descabellada, como que había andado poniendo fuerza". Hay testigos que afirman ver la cama orinada.

Algunos testigos afirmaron que doña Catalina sufría de desmayos ocasionales, y que Cortés había asido a doña Catalina del cuello para volverla en sí, con lo que explican el encontrar las cuentas del collar dispersas.


Cortés mandó poner el cuerpo de su esposa en un ataúd y cerrar la caja con clavos.

Al llegar fray Bartolomé de Olmedo le dijo a Cortés: "...toda esta ciudad dice públicamente, que vos habeis muerto a Catalina Xuarez vuestra mujer; conviene que para vuestra honra, e para que no os echen la culpa, si no la tenéis, que mandéis que ante un alcalde, e un escribano, e testigos la saquen del ataut donde está, e la vean antes que la entierren". A lo que Cortés se enojó mucho y contestó: "¿Quiénes son los traidores bellacos que tal dicen?, No curen en poner mi honra en disputa, entiérrenla".

Alfonso Toro, en su libro "Un Crimen de Hernán Cortés", trata de reconstruir los móviles que motivaron a Cortés a este hecho:

"Un hombre como don Hernando, amante de devaneos amorosos, casado sin amor y casi por la fuerza, hastiado de su mujer, falto de escrúpulos para conseguir un fin cualquiera, duro y cruel en ocasiones, considerando a doña Catalina como indigna de él, por su carencia de bienes y fortuna, debía ver a su mujer como un obstáculo bochornoso para aspirar a mayor grandeza, a la que hubiera sido bien fácil ascender por una alianza matrimonial. De aquí debe de haber nacido en Cortés la idea de deshacerse de aquella rémora para sus futuros adelantos, sin que le espantara la idea de recurrir al crimen para conseguirlo".


Mientras que dice de doña Catalina "Enamorada y amante de su marido, se veía repudiada y humillada constantemente, al grado de verse arrojada del lecho nupcial, tratando solo a un pequeño grupo de familias españolas, por lo que era fácil que la Marcayda se enterara de las infidelidades de Cortés; de ahí que pasara una vida de constantes disgustos".

Sobre lo que pasó en la habitación, del Toro escribe "... Una vez que se hubo retirando la servidumbre, comenzó sin duda una escena de lágrimas y reconvenciones por parte de doña Catalina; y quizá hubo quejas y palabras duras y airadas entre ambos esposos. Los lloros y reclamaciones por celos de parte de la Marcayda, despertaron el enojo de don Hernando, quien fue poniéndose cada vez mas nervioso y excitado por las quejas de doña Catalina, acabando por encolerizarse, y quizá después de maltratar de obra y de palabra a la desdichada, se lanzó sobre la indefensa y espantada mujer, estrangulándola."

Finalmente, para este autor "el crimen lo cometió don Hernando por un impulso momentáneo, en medio de su cólera, debe haber visto la conveniencia de cometer un crimen meditado desde antes y que tan favorable podía ser para sus futuros adelantos".

El juicio de residencia nunca fue concluido, por lo que nunca se llegó a una determinación al respecto de la muerte de doña Catalina Xuárez. En la actualidad existen muy pocos documentos al respecto, la mayoría de ellos son parte del juicio de residencia de Cortés. Y a menos que se encuentren documentos no conocidos que revelen nueva información sobre este polémico suceso, será muy difícil otorgar un justo veredicto al respecto.

Existen opiniones favorables para Cortés en el sentido que no fue el autor del crimen, y por otro lado hay quienes lo culpan de dicho acto. Me parece que nunca se sabrá lo que en verdad pasó en Coyoacán aquella noche de 1522.

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