La historia que se esconde detrás de Sus Majestades navega, a día de hoy, entre el mito y la realidad.
Poco falta para que los Reyes Magos hagan las delicias de los más pequeños y comiencen su viaje a lo largo del planeta repartiendo ilusión y alegría. En unas horas, Melchor, Gaspar y Baltasar subirán a sus camellos para premiar a los niños buenos y dar un tirón de orejas con carbón a los que peor se hayan portado. Poco se puede decir de ellos que no se sepa. A día de hoy, de hecho, Sus Majestades son unos de los personajes más populares entre los niños Aunque lo que no se suele contar de ellos es su verdadero final. Quizá porque, en parte, navega entre la realidad, el mito y la tragedia.
Hechiceros para unos, astrólogos para otros, una de las versiones que narra la verdadera historia de los Reyes Magos afirma que estos desgraciados persas se convirtieron al cristianismo después de haber viajado hasta Belén y que, tras ser bautizados, fueron capturados y murieron martirizados por ayudar a extender y predicar el cristianismo. La controversia sobre estos personajes no terminó, ni siquiera, cuando murieron. En la actualidad, por ejemplo, se cree que sus restos reposan en la catedral de Colonia, donde habrían llegado después de que el popular Barbarroja destrozara su último sepulcro en Constantinopla.
Comienza la leyenda
El primer testimonio de su leyenda hay que buscarlo en la Biblia. El creador fue Mateo. El Apóstol fue el único de todos sus compañeros que desveló en el libro sagrado la existencia de estos personajes. Aunque no dejó escrito en las crónicas que fueran tres. Por el contrario, se limitaba a señalar que, tras el nacimiento de Jesucristo, llegaron de «Oriente a Jerusalén unos magos». A continuación, explicaba que habían preguntado por el pequeño. «¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?». En el texto, por lo tanto, no hacía ninguna referencia tampoco a su raza.
Mateo también incidía en que los Reyes Magos afirmaron que habían visto «su estrella» en «el Oriente» y que habían acudido a adorarle. Esta inesperada visita no tardó en ser conocida por Herodes, rey del país. Según el Apóstol, tras enterarse de que unos magos habían arribado a sus dominios, «el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él». El monarca, sin dudarlo, convocó a los principales sacerdotes y a los escribas y «les preguntó dónde había de nacer el Cristo». La respuesta de todos estos sabios fue unánime: en Belén. ¿La razón? Que así lo decía la profecía.
Siempre según las crónicas de Mateo, Herodes se reunió con los recién llegados y les tendió una trampa: les envió a la ciudad y les pidió que averiguasen todo lo que pudiesen acerca del niño, pues él quería adorarle también. «Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño». El evangelista continúa afirmando que, después de llegar a la casa en la que había nacido Jesús, se postraron y le adoraron como aun rey.
El texto también habla, por primera vez, de los regalos que llevaron a Jesús. «Le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra». Posteriormente se marcharon, pero no cumplieron su promesa de avisar al rey tras ser advertidos en sueños (por un poder superior) de lo que este pretendía. «Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino», completa Mateo. Esta es la información que daría lugar a la llegada de Sus Majestades a todas nuestras casas en la noche del 5 de enero. Una tradición que ha ido evolucionando con el paso de los siglos debido, entre otras cosas, a las múltiples versiones existentes.
Triste final
De forma independiente al momento exacto en el que nació su leyenda, cabe destacar que la tradición ha dado también un cruel final a los Reyes Magos. Según la creencia popular, nuestros protagonistas fueron bautizados por Santo Tomás y comenzaron a predicar el Evangelio por la India. En palabras de Juan de Hildesheim (« El libro de los Reyes Magos»), el religioso «consagró obispos a los tres Reyes y ellos, a su vez, eligieron entre las gentes del pueblo a personas sin mancha».
«Después de la partida y la muerte del bienaventurado Tomás, los tres reyes, ya ordenados obispos, peregrinaron por todas las ciudades y todos los pueblos, construyendo muchas iglesias y ordenando sacerdotes y ministros de Dios. Y puesta a un lado toda mundana vanidad, eligieron como morada perpetua la ciudad de Seuva, y con el auxilio de Dios y de todos los obispos y sacerdotes, gobernaron desde allí sus tierras y reinos, en lo espiritual y en lo temporal. Y todos los pueblos los obedecieron no por temor, sino por amor, no como señores, sino como padres, y los amaron con un amor que no era apariencia», añade el autor.
A partir de entonces las versiones sobre su muerte se diluyen. La más extendida es la que afirma que fueron martirizados en el año 70, después de evitar ser linchados en varias ocasiones por predicar el cristianismo. Uno de los que incide en este final es el cronista Pedro de Rojas en su obra del siglo XVII « Historia de la imperial ciudad de Toledo, cabeza de su felicísimo reino, fundación, antigüedades, grandezas (etc.)». En la misma, además, contradice a De Hildesheim al señalar que no eran reyes, sino que les denominaban de esta forma por el reconocido nivel de sabiduría que habían alcanzado.
«Ellos, santos Reyes Magos, padecieron martirio el año setenta del Señor, por su Santa Fe, teniendo Gaspar ciento y treinta años de edad, Baltasar ciento y diez y Melchor noventa y cuatro. Bien Logrados años, y buen remate de sus santas vidas. Novedad grande, curiosa y de ninguno tocada en esos tiempos», desvela este autor. Otros como Flavio Lucio Dextro (del que bebe De Rojas) es partidario de la versión del martirio y señala que se sucedió en la ciudad de «Sefania Adrumenta».
Sin embargo, De Hildesheim cree, como otros estudiosos y cronistas de la época, que los Reyes Magos fallecieron de muerte natural. En sus palabras, dejaron este mundo «poco antes de la fiesta de natividad del Señor» y justo después de que una estrella apareciera en el cielo como presagio de su defunción. A su vez, señala que el primero en partir fue Melchor, en su «centésimo decimosexto año de vida», y que lo hizo en presencia de todo el pueblo y sin sentir dolor. «Los otros dos Reyes, con todos los nobles y el pueblo, depositaron su cuerpo en el túmulo».
Según la versión de la tortura, sus cuerpos fueron enterrados en el mismo sarcófago, lo que podría sugerir que eran familiares. En todo caso, la leyenda afirma que santa Elena (la misma que halló la Vera Cruz) se llevó sus restos hasta Constantinopla en el siglo IV. Así, hasta que fueron dejados en Milán.
A partir de aquí se les habría perdido la pista, pues se cuenta que -cuando el emperador Federico Barbarroja asedió la ciudad en 1162- los huesos fueron llevados hasta Colonia. Comenzaron su viaje en 1164 y, poco después, se edificó una iglesia en la región en su honor. En ella, a día de hoy, permanece su relicario.
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