El 1 de noviembre el egiptólogo Howard Carter, subsidiado por el Marqués de Carnarvon comenzaron a escavar la última zona virgen del Valle de los Reyes, un triángulo de aproximadamente una hectárea. Tres días después se encontraban frente a una entrada en forma de escalinata hundida. Inmediatamente se dieron cuenta que estaban frente a una tumba sellada. Lo que no se imaginaron, que ante ellos se encontraba la tumba de Tutankamón.
Varios días después Carnarvon, su hija Evelyn, Carter y su ayudante Arthur Callender, entraron en la tumba y se abrieron camino hacia la cámara interior, descubriendo objetos sagrados de oro que rodeaba los sarcófagos, también de oro, en donde yacía la momia de Tutankamón.
Durante los días siguientes, eufóricos realizaron la apertura oficial de la cámara exterior y comenzaron los preparativos para sacar su contenido.
En la tumba de Tutankamón, se podía admirar una estatua de tamaño natural del rey, con los ornamentos de la cabeza y su falda de oro; también se observaba el trono de oro con la escena en bajo relieve del Faraón junto a su esposa. Sus joyas, asombrosa combinación de oro y piedras preciosas; el sarcófago interior hecho en oro macizo, tan pesado que fueron necesarios más de ocho hombres para levantarlo; y la máscara de oro brillante de la propia momia, cuyos ojos, barba y tocado, representan al rey como el Dios Osiris, señor de los muertos.
Tanta excitación por lo descubierto, tuvo su primer signo de alarma. El canario de la suerte que normalmente estaba en la casa de Carter, cerca de la entrada del Valle de los Reyes, se lo había tragado una cobra que misteriosamente había llegado hasta su jaula. Los obreros egipcios que trabajaron en el lugar, sabían perfectamente que se había abierto una tumba real, sabían también que la realeza egipcia estaba protegida por la cobra, la diosa Uadjet. Lo obreros sabían que dicho hecho era presagio de una muerte inminente.
El 5 de abril del año 1923, a las 1.55 de la madrugada en El Cairo, reino la oscuridad. Un repentino apagón dejo la oscuridad absoluta en las calles y casas de la ciudad.
En el mismo instante en que se apagaban todas las luces, en el lujoso hotel Continental Savoy, moría a los 57 años de edad un personaje clave en el descubrimiento de la tumba del faraón, Lord Carnarvon, quien fue el primer europeo en penetrar en la tumba del Faraón Tutankamón.
Como broma del destino, o con el fin de alimentar la leyenda de la maldición del faraón, en Inglaterra y en el mismo momento de su deceso, su perro fox-terrier, llamada Susan comenzó a aullar, muriendo poco después para consternación de su mayordomo.
Murió oficialmente de “neumonía atípica”, según consta en su certificado de defunción. Su historia clínica indica que padecía una tremenda infección en la sangre, probablemente a consecuencia de una mordedura o picadura de algún insecto venenoso. Por dichos de Carter, también se supone cuándo recibió la picadura, fue precisamente al penetrar en la cámara del faraón, ya que pocas horas después la pequeña irritación se había convertido en una llaga y la fiebre se apodero de él por algunos días.
Según la enfermera que paso los últimos días con Carnarvon, sus delirios eran constantes, aterrorizado hablaba a alguien invisible, pronunciando a menudo el nombre de Tutankamón. Cuando la ciudad quedo a oscuras por el gran apagón, el enfermo grito desesperado “¡Se acabó, ya voy!” y resolló como si alguien lo estuviese ahogando. La enfermera salió corriendo de la habitación pidiendo ayuda. A los 10 minutos la luz volvió, pero para ese entonces Lord Carnarvon estaba muerto en su lecho, con una expresión de terror muy marcada en su rostro.
Si bien el tendido eléctrico del Cairo de la época era un poco inestable, la investigación llevada a cabo por el apagón nunca pudo determinar las causas de la misma. No se encontró la mas mínima avería o indicio de que pudo ser la causa de semejante apagón. “Es científicamente inexplicable lo sucedido” tuvo que admitir el ingeniero jefe de la Sociedad Eléctrica del Cairo.
La maldición del Faraón había comenzado cayendo sobre el profanador de su tumba.
Seis meses después de la muerte de Lord Carnarvon, falleció también su hermano menor, el Coronel Aubrey Herbert, pocas semanas después fue el turno de la enfermera que cuido de él.
La lista de las victimas del Faraón, continuaron; también fallecieron los tres colaboradores de Carter: Arthur C. Mace, del Metropolitan Museum of Art de Nueva York, Georges Benédite, del Louvre de Paris y Richard Bedell, hijo de Lord Westbury. Todos ellos participaron activamente en la profanación de la tumba.
La muerte seguía su andar incansable a todos aquellos que participaron de diferente manera en el descubrimiento de la tumba. Murió el profesor Douglas E. Derry y el doctor Saleh Bey Hamdi, ambos habían participado en el reconocimiento anatómico de la momia. También falleció el radiólogo Archibald Doublas Reed, que había sometido a la momia a los Rayos X. Todos fallecieron repentinamente y por causas clínicas no comprobables, pues la medicina no sabía cómo clasificar el siguiente cuadro patológico: súbito malestar general, depresión nerviosa profunda, sueños agitados, pesadillas, debilitación progresiva y generalizada, desenlace repentino.
Nadie pudo negar los fallecimientos, por ende, la ciencia se vio obligada a desterrar el “efecto superstición” y encontrar una explicación sensata a las muertes sucedidas.
En primer lugar, se dijo que las muertes habían sido provocadas por algún tipo de virus desconocido presente en la momia de Tutankamón, pero nunca se ha podido aislar el tal pretendido microorganismo. También se han mencionado misteriosos venenos, indicando que los antiguos egipcios eran expertos en manipular sustancias toxicas. Se trabajó mucho para probar la valides de esta teoría, pero los resultados fueron negativos. En los sarcófagos no había nada de nada.
Más recientemente un equipo de físicos nucleares del Centro de Oakridge, Estados Unidos, tras analizar materiales procedentes de la tumba, avanzo con una hipótesis nueva y desconcertante para muchos egiptólogos y arqueólogos: había indicios casi insignificantes de radiación.
Esta versión, no fue aceptada y no prospero. Contra ella se formó una rigurosa y unánime conjura de silencio, en la que participaron egiptólogos, historiadores y arqueólogos, porque, si se aprobaba esta teoría habría que asumir que los egipcios conocían el fenómeno de la energía nuclear. Y llegar a la conclusión de que la civilización egipcia conocía los secretos de la energía atómica, con lo cual caerían un sinfín de teorías confeccionadas por los “especialistas “en la materia.
Su momia no fue trasladada al museo del Cairo, como los demás objetos hallados en la tumba. Simplemente se la volvió a colocar en su sarcófago, en la cámara mortuoria ya desmantelada y desnuda y allí continúa descansando. Rara vez algún alma piadosa deja un pequeño ramo de flores encima de la tapa del sepulcro. Tutankamón fue despojado impiadosamente de sus lujos mortuorios, pero no se ha podido despojar la magia de su leyenda.
¿Quién mato entonces a Lord Carnarvon y a todas las demás personas? ¿El fantasma de Tutankamón? ¿La maldición mágica del Faraón?
Quizás la maldición de Tutankamón, fue simplemente esto, una mentira que adquirió repentina notoriedad debido a la inesperada muerte de varios personajes. Quizás el interés del público a exacerbado acontecimientos ocasionales y casuales dando paso a la teoría de la maldición. O quizás simplemente habría sido atinado, haber dejado reposar tranquilo al gran Faraón Tutankamón.
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