El caso de Antonio Villa Boas, es el primer caso de abducción registrado, en donde el testigo es tomado por la fuerza en contra de su voluntad y llevado a un objeto volador no identificado para ser sometido a diferentes pruebas y experimentos.
Es un caso que dio lugar a infinitas especulaciones, las mas obvia de las cuales, fue la sugerencia de que Villa Boas, había sido víctima de una fantasía erótica.
Cualquiera que sea la realidad, Villas Boas nunca se retractó de lo dicho, a pesar de sentirse a veces molesto por la forma en que su experiencia fue explotada por los medios de comunicación (el encuentro llegó a ser el tema central de una tira cómica francesa) y, a lo largo de los años, su relato no incurrió jamás en contradicciones.
Hoy, mas de 50 años después, constituye uno de los misterios mas grandes de todo el fenómeno OVNI.
La historia
El 22 de febrero de 1.958 por la tarde, en Río de Janeiro, en el consultorio del doctor Fontes y en presencia del periodista Joao Martín, en calidad de testigo, Antonio Villas Boas hizo la siguiente declaración:
Me llamo Antonio Villas Boas, tengo veintitrés años y soy agricultor. Vivo con mi familia en una granja de nuestra propiedad. Está situada cerca de la ciudad de Sao Francisco de Sales, en el Estado de Minas Gerais, cerca de la frontera con el Estado de Sao Paulo. Tengo dos hermanos y tres hermanas, todos los cuales habitan en la misma región; otros dos hermanos murieron. Todos los hombres de la familia trabajan en la granja. Tenemos muchos campos que cultivar. Para la labranza tenemos un tractor de gasolina, marca Internacional que utilizamos en dos turnos cuando hay que arar. Durante el día, lo manejan los jornaleros y, por la noche, suelo utilizarlo . Soy soltero y gozo de salud, trabajo mucho, sigo cursos a distancia y estudio cuando puedo. Para mi ha sido un sacrificio venir a Río, ya que hago mucha falta en casa. Pero pensé que era mi deber informar de los extraños sucesos en los que me he visto envuelto. Haré todo lo que ustedes crean oportuno, señores, y estoy dispuesto a declarar ante las autoridades civiles o militares.
Todo empezó la noche del 5 de octubre de 1.952, habíamos tenido visitas y no nos acostamos hasta eso de las 11, mucho más tarde de lo normal. En la habitación estábamos mi hermano Joao y yo, hacía mucho calor y abrí las ventanas que dan al patio; entonces, en medio del patio, vi un gran resplandor que iluminaba todo el suelo.
Era mucho más intenso que la luz de la Luna y no conseguía ver de dónde venía, pero tenía que proceder de arriba; era como si unos focos dirigidos hacia abajo lo iluminaran todo. Pero en el cielo no se veía nada, llamé a mi hermano y le hice mirar; pero él nunca pierde la calma y me dijo que sería mejor dormir. Cerré la ventana y nos acostamos otra vez. Pero yo no podía dormir, la curiosidad me martirizaba; volví a levantarme y abrí la ventana. La luz seguía en el mismo sitio. Yo me quedé mirando afuera y de pronto se movió hacia mi ventana. Asustado, cerré de golpe con tanto ruido que mi hermano se despertó. Juntos, en la habitación oscura, seguimos la trayectoria de la luz que se filtraba por las rendijas de los postigos en dirección al techo y, luego, por entre las tejas (Las casas de campo brasileñas, a causa del calor tienen ventanas que llegan hasta el techo y, para conseguir una mejor ventilación, carecen de cielo raso). Al fin, la luz desapareció definitivamente.
El 14 de octubre ocurrió el segundo incidente. Serían entre las 9,30 y las 10 de la noche, no lo sé con exactitud, ya que no llevaba reloj. Yo estaba trabajando en el campo con el tractor y con mi otro hermano. De pronto, vimos una luz muy fuerte, tanto, que dolían los ojos al mirarla. Al principio, era redonda y del tamaño de una rueda de coche y estaba en el extremo norte del campo era muy roja e iluminaba una gran extensión.
Dentro de la luz había algo, pero no puedo decir con seguridad lo que era porque estaba casi cegado. Le pedí a mi hermano que me acompañara a explorar. El se negó y fui yo solo. Cuando me acerqué, la cosa se movió bruscamente con enorme velocidad y se situó en el extremo sur del campo, donde se quedó quieta. Corrí hacía ella y repitió la misma maniobra. Esta vez, volvió a su posición anterior. Lo intenté de nuevo y la maniobra se repitió veinte veces. Al fin me cansé y regresé donde estaba mi hermano. La luz permaneció en el mismo sitio sin moverse. De vez en cuando, parecía despedir rayos en todas direcciones, como los del sol poniente.
De todos modos, no estoy seguro de si todo ocurrió realmente así, ya que no sé si estuve mirando ininterrumpidamente en la misma dirección. Quizás aparté la mirada un momento y entonces se elevó rápidamente y había desaparecido cuando volví a mirar.
Al día siguiente, 15 de octubre, estaba trabajando en el mismo campo con el tractor yo solo. La noche era fresca y el cielo estaba estrellado; exactamente a la 1, vi una estrella roja muy brillante. Enseguida me di cuenta de que no era una estrella, ya que aumentaba de tamaño, como si se acercara. A los pocos instantes, vi que era un objeto de forma ovalada que se acercaba velozmente. tan aprisa venía que, antes que pudiera pensar en lo que iba a hacer, estaba encima del tractor. De pronto, el objeto se paro a unos 50 m, encima de mi cabeza. El tractor y el campo estaban tan iluminados como si fuera de día. El resplandor de los faros del tractor quedaba totalmente anulado por aquella brillante luz roja. Yo tenía mucho miedo al no poder imaginar lo que era. De buena gana me hubiera alejado de mi tractor, pero éste era tan lento comparado con el objeto que comprendí que sería inútil. De haber saltado del tractor para salir corriendo hubiera podido romperme una pierna en el campo recién arado.
Mientras yo dudaba y reflexionaba, durante tal vez un par de minutos, el objeto volvió a moverse y se paró a unos 10 o 15 m. delante del tractor. Luego, descendió lentamente al suelo y fue acercándose hasta que pude distinguir una extraña máquina casi redonda rodeada de lucecitas rojas ; frente a mi había un gran foco rojo, el que me había cegado cuando el objeto descendió. Entonces vi claramente la forma de la máquina. Parecía un huevo alargado con tres antenas en la parte delantera, una en el centro y una a cada lado. Eran unas barras metálicas anchas en su base y acabadas en punta. No se distinguían los colores, ya que la maquina estaba envuelta en una luz roja. Encima giraba muy rapidamente algo que desprendía también una luz fluorescente rojiza.
En el momento en que la maquina aminoró la velocidad para aterrizar, cambió la luz, a medida que disminuían las revoluciones de la pieza giratoria, a verdosa ‑o así me lo pareció. Aquella pieza giratoria parecía entonces un plato o una cúpula achatada. No sé si era este realmente su aspecto o si la impresión era provocada por el movimiento. La pieza no se detuvo ni un segundo, ni siquiera después de que el objeto aterrizara.
Naturalmente, la mayoría de los detalles no los vi hasta después, ya que al principio estaba tan asombrado que no me enteraba de nada. Cuando, a pocos metros del suelo, aparecieron en la parte inferior del objeto tres soportes metálicos, como un trípode, yo acabé de perder la serenidad. Evidentemente, aquel trípode era lo que soportaba el peso de la máquina durante el aterrizaje. Pero no iba a esperar a que aterrizara. El motor del tractor estaba en marcha. Di gas y traté de escapar sorteando el objeto. Pero al cabo de un par de minutos el motor se paró y se apagaron los faros. No sé por qué, pues el contacto estaba dado y las luces, encendidas. Conecté el motor de arranque, pero fue inútil.
Entonces, salté al suelo por el lado contrario al del objeto y eché a correr. Pero ya era tarde pues a los pocos pasos me cogió del brazo un pequeño ser vestido de un modo extraño que me llegaba por el hombro. Yo, desesperado, me revolví y le di un empujón que le hizo caer al suelo de espaldas. Traté de escapar pero en el mismo instante otros tres seres desconocidos me saltaron encima por los lados y la espalda y me levantaron sujetándome por brazos y piernas sin que pudiera soltarme. Yo me debatía pero ellos me tenían bien agarrado. Entonces pedí socorro a gritos y empece a insultarles. Al parecer, mis voces les sorprendieron o excitaron su curiosidad, porque, mientras me llevaban hacia el aparato, cada vez que yo gritaba ellos se paraban y me miraban fijamente a la cara, pero sin dejar de sujetarme con fuerza. Eso me permitió imaginar cuál debía ser su interés por mí y me sentí un poco aliviado.
Me llevaron al aparato que había quedado a unos diez metros del suelo, apoyado en su pie metálico. En la parte de atrás había una puerta que se abría de arriba a abajo, formando una especie de rampa. En su extremo había una escalera de metal. Era del mismo material plateado de las paredes de la máquina y llegaba hasta el suelo. Les costó mucho trabajo a los desconocidos subirme por la escala, en la que apenas cabían dos personas de lado. Ademas, la escalera no era rígida sino elástica y se tambaleaba violentamente a causa de los esfuerzos que hacía por desasirme. A uno y otro lado había un pasamanos de un espesor de un mango de escoba al que yo me agarraba con fuerza para impedir que me subieran al aparato. Por ello, los desconocidos tenían que detenerse a cada momento para soltar mis manos de la barandilla. Esta también era elástica. Después, cuando bajé, me pareció que estaba formada por piezas insertas unas en otras.
Por fin consiguieron subirme y me llevaron a una pequeña habitación cuadrada. La luz que despedía el techo se reflejaba en las pulimentadas paredes metálicas y procedía de multitud de lámparas colocadas alrededor del techo.
Me dejaron en el suelo y se cerró la puerta, con la escalerilla replegada. La habitación estaba tan iluminada que parecía de día; pero ni siquiera con aquella luz se veía dónde estaba la puerta, ya que ésta se había cerrado sin la menor fisura, quedando perfectamente empotrada. Solo por la escalerilla metálica podía imaginarme dónde estaba.
Una de aquellas cinco personas señaló una puerta y me dio a entender que le siguiera a la otra habitación. Yo obedecía, ya que no tenía más remedio.
Entramos todos en la habitación, que era mayor que la otra y tenía forma de medio ovalo. Sus paredes también eran brillantes. Creo que se encontraba en el centro de la nave, pues estaba atravesada de arriba a abajo por una columna redonda y robusta que se estrechaba por la mitad. No creo que estuviera allí solo de adorno. Supongo que servía para sostener el techo. En la habitación no había más muebles que una mesa y varias sillas giratorias de forma extraña, parecidas a nuestros taburetes de bar. Todo era del mismo metal. La mesa y las sillas no tenían mas que un pie central.
El de la mesa estaba clavado en el suelo y el de las sillas estaba unido por tres puntales a un aro móvil e hincado también en el suelo. De este modo, sus ocupantes podían volverse en todas direcciones. Aún me mantenían sujeto y parecían estar hablando de mi. Aunque digo que hablaban, los sonidos que yo oía no tenían el menor parecido con voces humanas. No sabría imitarlos. Al fin, parecieron ponerse de acuerdo. Entre los cinco empezaron a desnudarme. Yo me resistí gritando y jurando. Ellos se interrumpieron y trataron de darme a entender que sus intenciones eran amistosas. Me dejaron en cueros, aunque sin hacerme daño ni romperme la ropa.
Yo estaba desnudo y muy asustado, ya que no sabía que iban a hacer conmigo. Uno de ellos se me acerco trayendo algo en la mano. Debía de ser una especie de esponja empapada en un liquido con el que me frotó todo el cuerpo. Una esponja muy suave, no de esas corrientes de goma. El liquido era transparente y no tenía olor, pero era más denso que el agua. Al principio pensé que tal vez fuera aceite, pero no me dejó la piel grasienta. Mientras me frotaban el cuerpo, yo tiritaba de frío, pues, ademas de que la noche era fresca, la temperatura de la habitación era más baja que la del exterior. Por si no era bastante que me hubieran desnudado, ademas, me mojaban. Estaba helado. El líquido se secó enseguida sin dejar rastro.
Después, tres de ellos me condujeron a una puerta situada frente a la entrada de la nave. Uno tocó algo que había en el centro y la puerta se abrió hacía los lados, como la de un bar. Sus hojas llegaban desde el suelo hasta el techo. Encima había una inscripción con signos luminosos rojos. Por efecto de la luz, daba la impresión de que estaba en relieve, uno o dos centímetros sobre la puerta. No tenían el menor parecido con ninguna escritura que yo conozca. Traté de grabarlos en la memoria, pero después se me olvidaron.
Entré, pues, con dos de los hombres en una pequeña habitación cuadrada, iluminada como las otras dos. Nada mas entrar, la puerta se cerró a nuestra espalda. Cuando volví la cabeza, no pude distinguir dónde estaba la puerta; solo una pared como las otras.
De pronto, aquella pared volvió a abrirse y entraron otros dos hombres. Traían en la mano dos tubos de goma rojos, bastante gruesos, de más de un metro de largo. Uno de los tubos estaba conectado por un extremo a un recipiente de cristal en forma de copa. En el otro extremo había una boquilla con aspecto de ventosa. Me la aplicaron a la barbilla, aquí, donde me ha quedado esta mancha oscura. Antes de empezar, el hombre oprimió la goma con la mano como para sacar el aire. Al principio, no sentí ni dolor ni cosquilleo; solo un tirón en la piel. Luego, empezó a quemarme y a latir y al fin me di cuenta de que tenía una herida.
Cuando me hubieron aplicado el tubo de goma, vi que la copa se llenaba de sangre hasta la mitad. Entonces me quitaron la goma y me pusieron la otra al otro lado de la barbilla. Aquí pueden ver la señal, señores. Esta vez la copa se lleno hasta. el borde. También en este lado me ardía y palpitaba la herida. Los hombres salieron llevándose las copas. La puerta se cerro tras ellos y yo me quedé solo.
Durante un rato; más de medía hora, nadie se ocupó de mí. En la habitación no había mas que un ancho diván, no muy cómodo, pues estaba abombado en el centro, pero por lo menos era blando, como de gomaespuma y estaba cubierto de una gruesa tela gris muy suave.
Después de tantas emociones y esfuerzos, yo estaba muy cansado y me senté en el diván. En aquel momento, note un extraño olor muy desagradable. Me parecía estar respirando un humo denso y creí que me asfixiaba. Tal vez estuvieran asfixiándome realmente, pues, al observar detenidamente la pared, descubrí numerosos tubitos de metal situados a la altura de la cabeza, cerrados por el extremo pero llenos de agujeritos, como una ducha. Por los agujeros salía un humo gris que se diluía en el aire. De ahí venía el olor. Sentí nauseas y vomité en un rincón. Después pude volver a respirar con facilidad, pero seguía mareándose el olor. Yo estaba desesperado. ¿Qué destino me aguardaba?
Hasta entonces, no tenía ni la menor idea del aspecto de los desconocidos. Los cinco llevaban monos muy ajustados de una suave y gruesa tela gris con alguna franja negra. Se cubrían la cabeza con una capucha del mismo color, de un material más duro ‑no sé exactamente cual‑, reforzada por dos tiras metálicas colocadas detrás y con unos lentes redondos a través de los que me miraban fijamente con unos ojos que me parecieron azules.
De los lentes hacia arriba, la capucha era el doble de alta que en una cabeza normal. Quizás el casco llevaba algún aparato en su interior que no se distinguía desde fuera. Desde el centro de la cabeza les bajaban por la espalda tres tubos plateados, no sé si de goma o de metal, que se introducían en el mono a la altura de las costillas. El central caía a lo largo de la espina dorsal y los laterales, hasta unos diez centímetros por debajo de las paletillas. No pude ver escotadura ni saliente alguno que indicaran que pudieran conectarse a un recipiente o instrumento debajo del traje.
Las mangas eran largas y ajustadas y estaban rematadas por unos guantes de cinco dedos del mismo material que sin duda entorpecían el movimiento de las manos. Por ejemplo, pude observar que los hombres no podían tocarse la palma de la mano con las yemas de los dedos. De todos modos, eso no les impedía sujetarme con fuerza ni manejar agilmente los tubos de goma mientras me sangraban.
Aquellos trajes debían ser una especie de uniforme, ya que todos los miembros de la tripulación llevaban un escudo del tamaño de una rodaja de piña del que partía una tira de tela plateada o de metal que terminaba en un estrecho cinturón sin hebilla. Ninguno de aquellos trajes tenía bolsillos ni botones. El pantalón era muy ceñido y terminaba en una especie de zapatilla de tenis. Ahora bien, las suelas tenían un espesor de cuatro a siete centímetros. Los zapatos se alzaban ligeramente en la punta, aunque no tanto como los zuecos. Los desconocidos caminaban agilmente con ellos. Únicamente el mono parecía entorpecer sus movimientos, que parecían siempre un poco rígidos. Excepto uno, que apenas me llegaba a la barbilla, todos eran de mi estatura. Todos parecían robustos, pero no lo bastante como para intimidarme. En campo abierto, hubiera podido medir mis fuerzas con cualquiera de ellos.
Al cabo de una eternidad, el ruido de la puerta me saco de mi abstracción. Volví la cabeza y vi acercarse a una mujer. Estaba desnuda y descalza, lo mismo que yo. Yo me quede atónito y a ella pareció divertirle mi expresión. Era muy hermosa y muy distinta de las mujeres que conozco. Tenía el cabello suave y rubio, casi albino y le caía por la espalda, con las puntas dobladas hacia dentro. Llevaba raya en medio y tenía unos ojos grandes, azules y rasgados. La nariz era recta. Sus pómulos eran muy altos y la forma de su cara era exótica, mas ancha que la de las indias sudamericanas y casi triangular, con una barbilla muy puntiaguda. Los labios eran muy finos, casi sin dibujo y las orejas (que vi después) iguales a las de nuestras mujeres.
Tenía la figura más bonita que he visto en mi vida, con los pechos altos y bien formados, la cintura estrecha, caderas anchas, muslos largos, pies pequeños y manos delgadas de uñas bien formadas. Era mucho más baja que yo; su cabeza me llegaba por el hombro.
La mujer se acercaba y me miraba en silencio, como si quisiera algo de mí. De pronto me abrazo y empezó a frotar su cara contra la mía al tiempo que se apretaba contra mi. Tenía la piel blanca de nuestras mujeres rubias y pecas en los brazos. Yo solo notaba su olor a mujer; pero ni en su piel ni en su pelo había perfume alguno.
La puerta había vuelto a cerrarse. A solas con aquella mujer que tan claramente expresaba lo que quería de mi, me sentí muy excitado. Dada mi situación, eso parecía increíble aunque imagino que, eso se debía al líquido con el que me habían friccionado el cuerpo. Seguramente lo hicieron a propósito. Lo cierto es que yo no podía dominar el deseo. Nunca me había ocurrido. Finalmente, olvidándome de todo, abrace a la mujer y empece a devolverle sus caricias. El acto fue normal y ella se comporto como cualquier mujer, incluso después de repetidos abrazos. Hasta que el cansancio la hizo jadear. Yo seguía excitado, pero ella se me negó. Esto me serenó bruscamente Con que para eso me querían, para semental que mejorara su raza. Aquello me enfureció, pero puse al mal tiempo buena cara, ya que la experiencia había sido muy grata. Ahora bien, yo prefiero a nuestras mujeres, con las que puedes hablar y te entienden. Además, había momentos en los que sus sonidos guturales me irritaban. Al parecer, tampoco sabía besar y solo me mordía ligeramente la barbilla. Aunque no estoy seguro de que esto tuviera el mismo significado.
Curiosamente, el vello de las axilas y del otro sitio era rojo, casi color de sangre. Poco después de que nos soltáramos, se abrió la puerta y uno de los hombres llamo a la mujer. Antes de salir, ella se volvió, se señaló el vientre; luego con una especie de sonrisa, me señaló a mi y, por ultimo, señaló al cielo, creo que hacía el Sur. Después se fue. Creo que con aquel ademán quiso indicar que volvería a buscarme para llevarme allí, no se dónde. Aún hoy tiemblo al pensarlo, pues si vuelven estoy perdido. Por nada del mundo quisiera separarme de mi familia y de mi tierra.
Entonces entró uno de los hombres con mi ropa bajo el brazo y yo me vestí. No faltaba nada, salvo el encendedor. (quizá lo perdí durante el forcejeo). Volvimos a la otra habitación, en la que tres miembros de la tripulación, sentados en las sillas giratorias, gruñían entre sí (seguramente, cambiaban impresiones). Mi acompañante se unió a ellos y pareció olvidarse de mi. Mientras ellos hablaban, yo procuraba grabar en mi memoria hasta el ultimo detalle. Me llamo la atención una caja cuadrada con tapa de cristal que había encima de la mesa. Tenía una esfera que recordaba la de un reloj y una sola manecilla y, en los lugares correspondientes a las tres, las seis y las nueve, había una marca negra, mientras que en el de las doce se veían cuatro pequeños signos negros, uno al lado del otro. Para qué, no lo sé pero así era.
Al principio creí que aquel instrumento era una especie de reloj, ya que uno de los hombres lo consultaba de vez en cuando. Pero luego comprendí que era imposible, ya que, mientras estuve allí; la manecilla no se movió.
Entonces se me ocurrió la idea de apoderarme del objeto, ya que necesitaba una prueba de mi aventura. De haber podido llevarme la caja, mi problema hubiera estado resuelto. Si los desconocidos se daban cuenta de mi interés por el objeto, tal vez me lo regalaran. Me acerqué lentamente a la mesa y, mientras ellos miraban en otra dirección, cogí rápidamente el instrumento con ambas manos.
Era muy pesado, de más de dos kilos. No tuve tiempo de observarlo mas detenidamente, ya que uno de los hombres saltó sobre mí, me arrancó furiosamente la caja de la mano, apartándome de un empujón y volvió a ponerla en su sitio.
Retrocedí hasta la pared y me quedé quieto. No le tengo miedo a nadie, pero comprendí que sería mejor no buscar problemas. Se había demostrado que sólo me trataban con amabilidad si me portaba bien. En tal caso, ¿para qué exponerme a un peligro si, de todos modos, mi tentativa debía fracasar?. De manera que me quedé quieto, esperando. No volví a ver a la mujer, ni desnuda ni vestida. Pero creía saber dónde estaba. En la parte delantera de la sala grande había otra puerta que no estaba cerrada del todo y tras la que, de vez en cuando, se oía el ir y venir de unos pasos.
Puesto que todos los demás tripulantes estaban conmigo en la sala grande, aquellos pasos solo podían ser de ella. Supongo que en aquella parte de la nave debía de estar la cámara de instrumentos; pero, naturalmente, no podía asegurarlo.
Finalmente, uno de los hombres se puso en pie y me dio a entender que le siguiera. Los otros ni me miraron. Cruzamos la pequeña antesala. La puerta de acceso estaba abierta y la escalera, bajada. Pero no descendimos por ella, sino que mi acompañante me señaló una plataforma, situada al lado de la puerta por la parte exterior, que daba la vuelta a todo el aparato. Fuimos primeramente hacia delante y pude ver un saliente metálico cuadrado. En el lado opuesto había otro cuya forma me hizo pensar que podía ser el control de despegue y aterrizaje. Debo decir que nunca vi el aparato en movimiento, ni siquiera cuando se elevo, por lo que no me explico cuál pudiera ser su finalidad.
Cuando llegamos a la parte delantera, el hombre me señaló las tres púas metálicas que ya mencioné. Las tres estaban unidas a la maquina, y la de en medio directamente a la proa. Todas tenían la misma forma, ancha en la base y puntiaguda, y sobresalían horizontalmente. No podía decir si eran del mismo metal que la maquina. Aunque relucían como metal candente no despedían calor. Encima había unas luces rojas. Las dos laterales eran pequeñas y redondas mientras que la central, por el contrario, era gigantesca. Se trataba del faro que ya mencioné. Encima de la plataforma, en todo alrededor de la maquina, había innumerables lámparas cuadradas empotradas en el fuselaje que iluminaban la plataforma con su luz rojiza. Esta terminaba en la parte delantera, junto aun grueso cristal, incrustado profundamente en el metal y abombado. Puesto que no había ventanas, seguramente aquel cristal servía de observatorio, por mas que debía de ser difícil distinguir las cosas a través de él, ya que desde fuera se veía muy turbio.
Después de visitar la parte delantera de la máquina, nos fuimos de nuevo atrás (esta parte tenía una curvatura mas pronunciada que la delantera), pero antes nos paramos un momento pues el hombre señaló hacía arriba, donde giraba la enorme cúpula en forma de plato. Mientras giraba lentamente, estaba bañada en una luz verdosa cuya procedencia no pude describir. Se oía al mismo tiempo una especie de siseo, parecido al que produce un aspirador o el aire al pasar por muchos orificios pequeños.
Cuando la máquina se elevó, la velocidad de rotación de la cúpula fue en aumento, hasta que de ésta no se vio más que un resplandor rojo vivo.
Al mismo tiempo, el ruido aumentó hasta convertirse en un estridente aullido, por lo que comprendí que la velocidad de la cúpula estaba en relación de causa a efecto con el ruido. Cuando lo hube visto todo, el hombre me llevo a la escalera de metal y me dio a entender que podía irme. Cuando hube bajado a tierra, me volví. El hombre seguía allí. Entonces se señaló a si mismo, a mi y al cielo en dirección Sur, me indicó que me retirara y desapareció en el interior del aparato. La escala de metal empezó a subir, los peldaños se replegaban unos sobre otros. Cuando estuvo recogida la escala, la puerta que, abierta, formaba una rampa, se elevó quedando perfectamente encajada en la pared. Las luces de los espolones metálicos, del foco principal y de la cúpula se intensificaron a medida que aumentaba la velocidad de rotación de esta última. El aparato se elevó lentamente en sentido vertical mientras el trípode se replegaba y la superficie inferior de la nave quedaba tan lisa como si el tren de aterrizaje no existiera.
El objeto volante se elevó lentamente hasta unos 30 o 40 metros y permaneció unos segundos estático, mientras aumentaba su luminosidad. El zumbido subió de tono y la cúpula empezó a girar a gran velocidad, al tiempo que su luz se hacía intensamente roja; el aparato se ladeó ligeramente, se oyó una pulsación rítmica y, bruscamente, la nave salió disparada en dirección Sur. A los pocos segundos, había desaparecido.
Volví a mi tractor, había subido al extraño aparato a las 1.15 y ahora eran las 5.30 de la madrugada. Es decir, me habían retenido durante cuatro horas y quince minutos. Mucho tiempo.
Solo conté lo sucedido a mi madre. Ella dijo que sería mejor no tener más tratos con aquella gente. A mi padre no me atreví a decirle nada. Ya le había hablado de la luz y el no me creyó; dijo que seguramente eran figuraciones mías.
Más adelante, decidí escribir al senador Joa Martins. Había leído su artículo publicado en el Cruzeiro de noviembre, en el que invitaba a sus lectores a que le informaran de sus experiencias con platillos volantes. De haber tenido más dinero, hubiera venido antes a Río; pero tuve que esperar a que el se ofreciera a pagar una parte de los gastos de viaje.
El caso fue investigado por dos médicos y ufólogos Cariocas , Fuentes Olavo y Walter Buller, quien a través de exámenes realizados a Antonio Villas Boas diagnosticaron, exposición a la radiación, lo que dio lugar a insomnio, cansancio, dolor de cuerpo, náuseas, dolores de cabeza, pérdida del apetito, ardor en los ojos, lagrimeo y lesiones permanentes en la piel.
También aparecieron manchas amarillentas en el cuerpo, que tomaron entre 10 a 20 días para desaparecer. Las lesiones siguieron apareciendo durante meses,parecían pequeños nódulos rojizos, más duro que la piel alrededor, protuberantes, y dolorosos al tocar. Cada una con un pequeño orificio central produciendo una pequeña descarga acuosa amarilla. La piel que rodea las heridas presenta "una área violeta hipercromática."
Pasaron los años y Antonio Villa Boas, se recibió de abogado, se casó y tuvo 4 hijos, aparentemente por décadas se mantuvo sano, y luego cayó enfermo debido a una enfermedad muy particular y extraña; por la cuál fué llevado incluso a los EE.UU, para realizar un tratamiento, lamentablemente su estado empeoró, y falleció en 1992, a causa de las complicaciones de su enfermedad.
Realmente el relato de Villa Boas parece extraído del guión de una película de ciencia ficción, los detalles en cada momento de su relato, hacen que uno pueda imaginar cada despacito de esa historia.
Pero el caso es verídico , y sigue siendo un misterio y un punto de referencia en nuevos casos, para los investigadores ufológicos.
Villa Boas defendió su historia hasta el día de su muerte, nunca se contradijo. A pesar del paso de los años, no especuló con la misma, no se paseó por los programas de televisión, y no cobró por ello.
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