Tres de la madrugada, Pedro caminaba por las solitarias y frías calles hasta su casa. Las nubes cubrían la Luna, así que la oscuridad se presentaba cada vez más espesa. Apresuraba el paso, corriendo solamente de sus miedos, pues a su alrededor no se percibía ninguna presencia.
Al llegar a la calle que ya tanto conoce, divisa su casa, así que pudo tomar un descanso y recobrar el aliento, con una inmensa sonrisa, subió los dos primeros escalones, hasta que su cuerpo se queda inmóvil y su cara pierde todo el color, al ser tomado del brazo por un bulto que emite sonidos lastimeros.
Su cuerpo se desvanece y en ese momento el bulto le habla –El fin está cerca, los he visto caminar entre nosotros… ¿te sobran monedas?, me las debes porque predije el futuro-. El color invadió de nuevo su rostro. Se trataba del vago que dormía bajo la escalinata al cual le daba siempre algo de dinero. El hecho lo hizo quedarse dormido con una sonrisa, no entendía porque estaba tan nervioso, si salía a la misma hora todos los días y realizaba el mismo recorrido.
La mañana siguiente se despertó antes de lo acostumbrado. El bullicio de una masa de gente, entró por su ventana. Todos ellos se dirigían al parque del barrio. Sus rostros desencajados, hacían juego con sus cuerpos temblando y pieles sudorosas.
Se unió a la multitud, preguntó a los vecinos lo que ocurría, pero nadie supo responder. Solamente se encogían de hombros y agachaban la cabeza. Al llegaron a su destino, observaron hacia el horizonte. Pedro lo hizo también buscando respuestas; una gran explosión se activó a lo lejos, y el trueno se convirtió en un intenso zumbido en sus oídos. La multitud entró en pánico, corrían a todas partes, pero sin ningún rumbo.
Pedro se negaba a huir, si no sabía aun la razón, de entre la muchedumbre salió un viejo amigo, que le gritaba agitado una serie de cosas que no se podían oír entre tanto barullo. Pero no hubo que dar más explicaciones, una horda de criaturas emergió por la colina, devorando cuanta gente podía, el suelo se cubrió de cadáveres antes de que Pedro diera el primer paso para escapar.
Y deseó por un momento no haber recuperado la audición, pues los quejidos de la gente y el rugir de las bestias, helaban su corazón. Jamás en su vida había escuchado tantos alaridos, ni había sentido el dolor entrar por sus oídos.
Lo que estaba viendo lo tenía al borde de la locura, su amigo lo jalaba para que se moviera, pues esas abominaciones estaban ya muy cerca, infligiendo la muerte en el peor de los tormentos.
Pedro reaccionó y corrió hasta su apartamento, se atrincheraron en él, y cubrieron sus oídos, para evitar el sonido de la carne humana al ser mordida por aquellas extrañas criaturas.
Afuera, detrás de la puerta, la gente agonizaba, sus huesos tronaban como ramas viejas, y los engendros parecían reír gustosos.
Las ventanas se cimbraron tras una nueva explosión, y el viejo vagabundo apareció tras el cristal diciendo: -Despierta, hora de terminar la pesadilla-… el chico sonrío, pero por más que abría y cerraba sus ojos, el escenario era el mismo. No había más realidad que la que estaba viviendo. Las primeras palabras del viejo eran las que valían…El fin había llegado…
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