Una vez un leñador muy pobre cortaba leña a la orilla de un río. Y tuvo la desgracia de que el hacha se le sato de las manos, cayó al agua y se hundió. El pobre leñador se lamentaba:
-¡Ay, pobre de mí! He perdido el hacha con la que me gano el pan para mi mujer y mis cinco hijos.
En eso escuchó unos pasos y de entre los árboles salió un hombre que le preguntó:
-¿Porqué se lamenta tanto?
-He perdido el hacha con que me gano el pan para mi familia- le contestó.
El hombre se lanzó al río y al poco rato salió con un hacha de oro entre las manos.
-¿Es ésta su hacha?- le preguntó.
-No, señor, la mía es de hierro.
El hombre volvió a sumergirse y salió con un hacha de plata.
-¿Será esta su hacha?- volvió a preguntar.
-No, señor, la mía es vieja y oxidada.
Por tercera vez el hombre se sumergió y esta ve salió con un hacha de hierro, vieja y oxidada.
-Esta sí es la mía -dijo el leñador muy contento-. No tengo como agradecerle el favor que me ha hecho.
Ya se iba el leñador cuando el hombre lo detuvo diciéndole:
-Llévese también las otras dos hachas. Se lo merece por ser honrado y no mentirme.
El leñador llegó contentísimo a su casa. Y le contó su mujer y a sus hijos lo que le había sucedido.
Un vecino ricachón oyó hablar de la suerte de leñador y se llenó de envidia. Fue a buscar una vieja hacha y con ella se dirigió al bosque. Al llegar a la orilla del río se puso a cortar leña. Y como quien no quiere la cosa, dejó que el hacha cayera al agua.
-¡Ay, que desgracia la mía!- se lamentaba con hipocresía.
Inmediatamente escuchó el ruido de pasos y una voz le preguntaba: -¿Porqué llora?
-¡Ay, señor!, he perdido mi hacha. El hombre se lanzó al agua y salió con un hacha de hierro.
-¿Es esta su hacha?- le preguntó. -No, la mía es mucho mejor.
El hombre se sumergió otra vez y salió con un hacha de plata.
-¿Será esta la suya?- volvió a preguntar. -Tampoco es esa, la mía es más fina. Por tercera vez, el hombre se sumergió y esa vez salió con un hacha de oro.
-¿Será esta por casualidad?- le preguntó. -¡Oh, sí! Esta si es mi hacha.
-Mírela bien -le dijo el hombre-, no sea que se equivoque porque en el fondo del río queda un hacha de diamante.
-Tiene razón, estoy equivocado. Es que el reflejo del sol me ha encandilado. Pero esta no es mi hacha, la mía es de diamante.
El hombre volvió a sumergirse en al agua llevándose las tres hachas y no se volvió a ver. Dicen que el vecino envidioso todavía está esperándolo a la orilla del río.
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