Me queda clarísimo que no todos los mitos y leyendas cortas surgen de hechos aislados o están relacionados con cuestiones ligadas al terror. El día de hoy decidí escribir sobre una crónica que escuché en un pueblecillo llamado San Jacinto.
Cierto día, Inés, la más pequeña de las hijas de don Fermín enfermó repentinamente. El galeno del pueblo acudió velozmente al domicilio, más su visita no fue de gran ayuda, ya que la medicina que se ocupaba sólo la había en la farmacia de la capital.
– No importa doctor. Ahora mismo salgo para allá. Dijo don Fermín.
– Sí, la muchacha necesita esa medicina en un periodo menor a 12 horas, pues si no se le administra la dosis en ese tiempo puede morir. Comentó el galeno.
Don Fermín aprestó su caballo y se fue a todo galope con la esperanza de regresar a tiempo. Más nadie se imaginaría que apenas un par de horas después de su partida, se soltaría en esa región un aguacero sólo comparable con los estragos que puede causar una tormenta tropical.
El agua hizo que los ríos se desbordaran, lo que ocasionó que los caminos de tierra se volvieran verdaderos lodazales. Al ver eso don Fermín repetía una y otra vez en su mente:
– ¿Qué voy hacer ahora? Las patas de mi caballo se atoran en el fango y no logro avanzar nada.
De pronto, de entre la niebla surgió la figura de un jinete alto y robusto quien le cuestionó:
– Usted es don Fermín ¿no?
– Sí, ¿qué se le ofrece?
– No nada, lo que pasa es que lo reconocí y quise aproximarme para saludarlo en persona. ¿Le ocurre algo? Lo noto preocupado.
– Requiero llegar a San Jacinto en menos de tres horas y con este temporal no creo que eso sea posible. Me preocupa la vida de mi hija, debo llevarle esta medicina.
– Si quiere démela, yo voy para allá.
– ¡No, cómo va a ir usted, si le estoy diciendo que los caminos están inundados!
– Mi caballo ha estado transitado por peores vías sin dificultad.
Dado su alto grado de desesperación, don Fermín aceptó la propuesta del jinete.
Dos días después llegó a su casa esperando lo peor. Sin embargo, fue recibido en la puerta por su propia hija quien ya estaba curada.
– Hola papá. Hace dos días llamaron a la puerta y cuando mi mamá fue abrir, no había nadie. Únicamente estaba recargado sobre una maceta un paquete que contenía la medicina.
Nadie supo explicar lo ocurrido, más don Fermín supo que todo aquello había sido un milagro.
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