En Escocia, se cuentan todo tipo de historias, pero existe una que escapa a muchas películas actuales de horror, la terrible historia de Sawney Beane y su clan de caníbales, un grupo que aterrorizó a las gentes del condado de Galloway durante 25 años. Los detalles son realmente perturbadores y omitiremos buena parte de ellos centrando la atención en la historia, esta historia es un caso real y documentado que aun produce inquietud entre los escoceses, pese a los siglos transcurridos desde entonces.
Sawney Beane nació en el condado de East Lothian durante el siglo XVI, bajo el reinado de Jacobo VI de Escocia. Su padre trató de encaminar la actitud rebelde del muchacho para que le sucediese en el negocio familiar en la panadería, pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Un buen día Sawney se escapó de su casa junto con una mujer, de la que muchos decían que tenía ciertas "inclinaciones extrañas", y juntos se marcharon en dirección a la costa del condado de Gallway. Esa fue la última noticia que sus padres tuvieron de él, y no se sabe que los hayan visto acercarse a algún pueblo.
No resultaba extraño que algunos viajeros se perdieran, en parte debido a los salteadores y en parte a las bestias salvajes, y durante algún tiempo nadie relacionó las desapariciones entre sí. Pero estos hechos fueron a más, llegando incluso a desaparecer gente de las zonas más apartadas de la región oeste del condado. El transitar las carreteras no era seguro a menos que se viajase en grupos grandes, habiéndose "perdido" ya algunos grupos menores. Nadie se atrevía a viajar de noche, por muy armado o acompañado que fuese. La desconfianza propició que algunos viajeros procedentes de fuera fuesen tratados como sospechosos de los crímenes, e incluso se llegó a castigar injustamente a inocentes, culpándoles de haber enterrado los cuerpos en lugares remotos y secretos.
Algunos tramos de la carretera oeste de Escocia que conectan con la región de Galloway permaneció cerrado durante dos años, con la esperanza de que las personas o animales que lo provocaban falleciesen de hambre o se viesen obligados a buscar otro lugar de caza. Esta medida, lejos de resolver el problema, sólo acrecentó el horror de la situación cuando comenzaron a desaparecer los cadáveres más recientes de algunos cementerios.
En algunos casos desaparecían por completo y en otros algunas partes; esto llevó a la idea de que tal vez se enfrentaban a brujas o a adoradores del Diablo que se alimentaban de carne humana. Se produjo otra oleada de detenciones, juicios y ejecuciones en la horca, pero no lograron poner fin a estas atrocidades. Muchos de los jueces y magistrados llegaron a asegurar que nunca se podrían detener los crímenes por medios humanos, y que sería necesaria la intervención de Dios para hacerlo. Nadie sabía nada acerca de los responsables, y mucho menos del destino de sus víctimas, aproximadamente unas 1.000 (entre hombres, mujeres y niños) a lo largo de 25 años.
Un día se encontraban viajando un hombre y su esposa de regreso de una feria comercial durante el otoño, ambos a lomos del mismo caballo y pasaron cerca por la zona de las desapariciones. Antes de darse cuenta de lo que sucedía fueron rodeados por un nutrido grupo de hombres y mujeres de diferentes edades, que les atacaron con inusual fiereza. Gracias a la espada y la pistola del viajero pudo hacer frente a parte del grupo, pero su mujer cayó del caballo durante la refriega y fue apresada por los atacantes, que se la llevaron rápidamente fuera del alcance de su marido.
Utilizando al caballo como ariete, el viajero logró zafarse del ataque y herir gravemente a varios de ellos, así como provocar la huida de los demás. Entonces les persiguió en busca de su esposa pero sólo pudo hallar parte de su cuerpo por el camino. Tan aterrado como enfurecido fue en busca de las autoridades para que le ayudasen a dar caza a los responsables, y cuando el rey James VI supo lo que ocurría envió una fuerza de 400 soldados para la búsqueda.
Con la ayuda del viajero para darles un punto donde iniciar la búsqueda y acompañados por sabuesos, los soldados llegaron hasta la costa del oeste y comenzaron a barrer cada cueva o recoveco donde un humano se pudiese esconder. Finalmente los sabuesos encontraron una apertura en la roca que daba a un oscuro túnel, así que los soldados decidieron internarse para explorar. Antes de dar con los responsables de las desapariciones, los soldados contemplaron en una bóveda del interior un terrorífico espectáculo de miembros humanos colgados del techo e innumerables huesos que alfombraban el suelo. A un lado de la caverna había una enorme montaña de pertenencias de los desaparecidos, oro, espadas, pistolas, anillos y ropas de todas clases y tamaños, que habían ido acumulando durante los 25 años de sus cacerías de humanos.
Los responsables de tamaña atrocidad fueron identificados como Sawney Beane y su esposa, en compañía de sus seis hijos, seis hijas, dieciocho nietos y catorce nietas, producto de relaciones incestuosas. También se observó que no hablaban ningún idioma concreto, sino que se comunicaban con un primitivo sistema de sonidos guturales y gestos.
Los miembros de la familia Beane fueron encerrados en Tolbooth hasta que se encontró y enterró a todas sus víctimas, tras lo cual fueron trasladados a una fortaleza en Leith donde fueron ejecutados sin juicio previo. Los hombres del clan fueron desmembrados y ejecutados mientras que las mujeres perecieron en la hoguera. De esta manera se ponía punto y final a uno de los mayores episodios de crímenes que había vivido Escocia hasta esos días.
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