INTRODUCCIÓN
Cuando pensé en hacer este estudio sobre descubrimientos curiosos en química, ni yo misma sabía la dirección que iba a tomar este trabajo. En principio, pretendía enumerar algunos hallazgos interesantes a lo largo de la historia, intentando hallar algún atisbo de algo más profundo, (dándole el punto de vista acropolitano), pues dudo mucho que estos descubrimientos fueran fruto del azar. Y como suele suceder, conforme iba indagando más en el tema, en tantos descubrimientos por accidente, descubrí la “serendipia” y todo lo que la rodea, con lo que mi enfoque cambió radicalmente. De este modo, lo que pretendo con esta monografía no es tanto citar ciertos hallazgos o anécdotas, sino que estos me sirvan de apoyo para hablar de lo que realmente me interesa, que es tratar de entender qué lleva a un ser humano a hacer un gran descubrimiento. En este proceso intervendrán muchos factores, pero con seguridad, el factor más determinante será aquel que no es palpable, que sólo vive en nuestra imaginación y en la de todos estos científicos que, antes que estudiosos, eran soñadores y pioneros. Les invito, pues, a adentrarnos en el mágico mundo de la “serendipia”…
EL FENÓMENO SERENDÍPICO
Origen e historia
“Serendipia” es una curiosa palabra asociada a otros hechos también curiosos. Probablemente no conozcan esta palabra, y de hecho, si la buscan en el diccionario no aparece, porque este término no ha sido aceptado aún oficialmente.
La “serendipidad” podría definirse como “la facultad de hacer un descubrimiento o un hallazgo afortunado de manera accidental”, o también, “encontrar soluciones a problemas no planteados, sin buscarlas siquiera”. Sí existe, en cambio, la palabra “Serendipity”, aceptada por la Academia de la lengua inglesa. Y en nuestro idioma, existe el término coloquial “chiripa”, que podría ser considerado un sinónimo de “serendipia”.
Históricamente, esta palabra se extrajo del relato “Los tres príncipes del Serendip”, que se cita en la obra La historia de Simbad de las mil y una noches. Les resumo el relato: “Había una vez un reino exótico y oriental llamado Serendip (parece ser que se podría situar en Sarandib o Serandib, denominación ancestral de la isla de Ceilán/Sri Lanka, o quizá Serendip siempre existió en Persia, el reino de los cuentos). En dicho reino, había tres príncipes que tenían el don del descubrimiento fortuito. Ellos encontraban, sin buscarla, la respuesta a problemas que no se habían planteado; gracias a su capacidad de observación y a su sagacidad, descubrían accidentalmente la solución a dilemas impensados”. Tan peculiar le debió de parecer este relato a Horace Walpole en el siglo XVIII que inventó al efecto la expresiva palabra “Serendipity” para denominar a todos esos descubrimientos producidos por la combinación de sagacidad y accidente.
El proceso serendípico
La historia está llena de descubrimientos “serendípicos”, es decir, que la “serendipia” nos conduce a resultados importantes.
Las fases del proceso podrían ser las siguientes:
existe un problema
existe un sujeto con el problema
el sujeto está buscando una solución
el sujeto encuentra la solución por accidente
Pero esto nos conduce a una segunda cuestión: ¿cómo sabe el sujeto que “eso” que ha descubierto es la solución? Aquí intervienen muchos factores, pero, por encima de todo, existe sagacidad e intuición. El sujeto busca algo específico que encaje en el problema como una llave en una cerradura. Esto supone que debe estar atento y alerta, y que además sabe perfectamente qué falta, y lo espera. Por eso, la “serendipia” no es un accidente, no es una casualidad, ni tampoco buena suerte, pero lo parece. Para quien está fuera del problema, llegar a la solución es fruto del azar, un regalo de los dioses. Quien está en el problema, en cambio, está atento, tenso, para cazar la respuesta al vuelo cuando se le presente, y en este caso, llegar a la solución no es una casualidad. La “serendipia” no es magia, pero en el proceso “serendípico” interviene la magia porque la solución surge de modo inesperado y del rincón más oculto de nuestro ser.
ALGUNOS DESCUBRIMIENTOS ASOMBROSOS EN QUÍMICA
a) Mendeleyev y la invención de la tabla periódica
Muchos habían intentado crear una tabla periódica para ordenar los elementos, pero conseguirlo parecía una utopía, pues los elementos tenían propiedades muy diferentes. Sólo alguien con una inspiración fértil y con el valor para desafiar el saber convencional iba a resolverlo: Dmitry Mendeleyev, un siberiano que quería que la ciencia se pusiese al servicio del mundo. Él intuía que existía un lazo de unión entre los elementos; por eso, hizo 63 cartas, una por elemento, donde se incluían sus propiedades y su peso atómico (entonces solo se conocían 63 elementos), e intentaba ordenarlos continuamente. Un día, en sueños, le vino la solución, y al despertar, empezó a ordenarlos. Así, distribuyó los elementos en siete grupos (precisamente usó el siete como número de ordenación natural: siete planos, siete notas, siete colores del arco iris…). Él no había hecho ningún experimento, pero su ingenio era tal que sabía que su tabla periódica no era perfecta porque faltaban elementos por descubrir, Así describió las propiedades de tres elementos aún no descubiertos, para los que dejó un hueco concreto en la tabla. Años después, todas sus predicciones se hicieron realidad, pues tres elementos fueron descubiertos y estos cumplían al pie de la letra lo vaticinado por él.
b) Daguerré y la fotografía
Daguerré quería conseguir fijar una imagen fotográfica con la máxima nitidez posible, pero con ninguno de los productos que había experimentado había tenido éxito.
Un día guardó varias placas con las que había estado experimentando en un armario, y, cuando días después las sacó, vio que en ellas la imagen aparecía clara. Este había sido el accidente, pero el descubrimiento procede de la sagacidad de Daguerré al concluir que alguno de los compuestos químicos del armario era el causante. El mercurio de un termómetro se derramó, y el vapor de mercurio había causado el milagro, convirtiendo a Daguerré en el pionero de la fotografía. Él dijo: “la buena fortuna me llevó a ello”.
c) Goodyear y la vulcanización del caucho
Charles Goodyear estaba decidido a fabricar caucho sintético resistente a los cambios bruscos de temperatura. Tras muchos intentos, completamente obsesionado con hallar la solución, se le ocurrió mezclar azufre con el caucho que accidentalmente cayó sobre una cocina caliente, y, para su sorpresa, no se fundió sino que se carbonizó lentamente como si fuese cuero. Goodyear comprendió inmediatamente el significado de este accidente. A este proceso de añadir azufre al caucho lo llamó “vulcanización” (en honor al dios Vulcano).
d) Kekulé: arquitectura molecular a partir de sueños
Kekulé llevaba mucho tiempo intentando encontrar la estructura satisfactoria para la molécula de benceno. En sus memorias, cuenta que la solución le vino al quedarse dormido en el autobús: “comencé a soñar con átomos que se agitaban y chocaban entre ellos formando una cadena. Luego, varios átomos se unieron formando una serpiente que se mordía su propia cola y giraba velozmente”. Kekulé se despertó, y lo tuvo claro: el benceno tenía que ser un compuesto cíclico de seis átomos de carbono, algo que no se le había ocurrido a nadie.
Kekulé, refiriéndose a su feliz descubrimiento a través de sueños, dijo a sus colegas: “Aprendamos a dormir, caballeros; entonces, quizá, encontraremos la verdad. Pero cuidado con publicar nuestros sueños antes de que hayan sido evaluados por el entendimiento despierto”.
e) Mestral y la invención del velcro
El ingeniero suizo George Mestral observó su chaqueta cubierta de esos pequeños cadillos llamados “arrancamoños”, tras un paseo por el campo. Al quitarlos de su abrigo y estudiarlos en el microscopio, descubrió que estos parásitos poseen numerosos ganchos dotados de una forma peculiar, que les hace adherirse muy eficientemente en otras superficies igualmente irregulares. Tras esto, se le ocurrió crear un sistema de cierre práctico basado en dicha estructura. Así surgió el cierre de velcro que hoy en día se usa en todas partes: ropa, calzado…
LA CREATIVIDAD EN LA CIENCIA. EL AMOR COMO FACTOR DEL PENSAMIENTO CIENTÍFICO
La creatividad en la ciencia
Uno de los factores determinantes para que se pueda producir la “serendipia”, y para el progreso humano en general, es la creatividad, que es una facultad innata en el hombre. La creatividad se basa en la capacidad imaginativa de cada uno y, sin duda, detrás de los grandes descubrimientos de la ciencia siempre ha estado la imaginación. Y es que para poder hacer un hallazgo, hace falta una mente abierta y libre, que contemple todas las posibles soluciones por inverosímiles que parezcan, pues si algo hemos aprendido (de los descubrimientos del apartado anterior), es que en cualquier momento “salta la liebre”, que la respuesta que tanto deseamos podemos hallarla en el momento más inesperado. Por eso, si un científico dedica su vida al estudio de un proceso, con la idea de descubrir lo que nadie ha podido hasta ahora, si no consigue encontrar la solución tras años de esfuerzo y dedicación, a este estudioso le quedan dos opciones: abandonar esa búsqueda que ha podido convertirse en una obsesión que domina su vida, o por el contrario, continuar sus investigaciones pero tomando otro camino, porque el científico tiene que ser práctico e inteligente, y ser capaz de romper barreras, de romper las propias barreras de su mente. Llega un momento en la trayectoria de todo investigador en que tiene que saber renunciar a una idea que no acaba de cuajar para contemplar otras posibilidades, que tal vez le lleven, por fin, al camino correcto.
Ante todo, la creatividad-imaginación no puede existir en una mente que se aferra desesperadamente a algo. La imaginación supone que nuestra mente puede volar en libertad, dirigida por la voluntad y supervisada por la inteligencia, pues si no, no podríamos hablar de imaginación sino de fantasía: de múltiples imágenes que se suceden sin control, pero que desde luego no nos llevarán a ninguna solución viable.
El científico, si quiere avanzar y poder acercarse a la “serendipia”, no debe permitir que nada influya en su investigación, ni siquiera su propio deseo de éxito, porque desear algo con demasiada vehemencia puede ser el principal obstáculo para que podamos alcanzarlo.
El amor como factor del pensamiento científico
El hombre suele creer que para conseguir sus objetivos basta con perseverar y formarse en una disciplina, pero esto no es del todo exacto. Solemos pasar por alto un factor fundamental para la vida: el amor. Todo aquel que quiera aprender y especializarse en una disciplina científica no solo ha de estudiar sobre ese tema, sino que debe amarlo. Seguramente la mejor manera de alcanzar el éxito sea amar todo aquello en lo que trabajamos de una manera desinteresada. No olvidemos que la ciencia lo que persigue es descubrir los secretos que la naturaleza posee, y para ello, el egoísmo o la vanidad son nuestros peores enemigos.
Quizá se ha preguntado alguna vez qué determina que una persona pueda descubrir algo o no, y tal vez la respuesta sea más sencilla de lo que creemos: la naturaleza es un ente vivo y, como tal, tiene su propia mente y su propia voz. Ella le habla al científico al oído, pero este, completamente absorbido por sus circunstancias, no es capaz de oírla, porque quien habla es el alma de la naturaleza, y esta solo puede ser oída por lo más sutil del hombre. Por eso, si es el amor al estudio y el amor a la humanidad lo que guía a un investigador, estará en condiciones de poder ver un poco más allá de lo habitual. Cuando el corazón está lleno de elevados sentimientos y pensamientos, es más fácil que el hado o las musas se conviertan en nuestros aliados. Aquel que busca, si se encuentra en paz consigo mismo, sereno y con humildad, está preparado para recibir la solución que tanto esperaba. Tal vez la clave sea esa, tal vez todas las respuestas están en lo más recóndito de nuestro interior, y para hallarlas solo tenemos que saber oír, solo tenemos que acallar nuestra propia mente para poder oír la “voz del silencio” (como dijo la maestra H. P. Blavatsky).
EDUCÁNDONOS HACIA LA “SERENDIPIA”
Hay quienes dicen que para hacer un nuevo descubrimiento hay que tener un poco de suerte, pero no nos limitemos a creer que las respuestas surgen por casualidad.
Lo cierto es que todos aquellos que han sido iluminados con alguna verdad que los demás no han sido capaces de encontrar tenían muchas cosas en común, y es que, sin saberlo, se estaban preparando para poder ser dignos del premio que iban a recibir (se encaminaban hacia su destino). Quiero decir que es posible formarse y educarse a lo largo de la vida para poder acercarse, al menos, a la “serendipia”.
Las cualidades que nos educan hacia la “serendipia” son muy variadas.
Para empezar, los accidentes se convierten en descubrimientos debido a la sagacidad de la persona que se tropezó con ese accidente. Pero no solo eso: todo estudioso ha de tener una formación básica con la que trabajar; por eso, es fundamental una mente preparada (Louis Pasteur dijo: “La fortuna favorece a la mente preparada”). Eso supone toda una vida dedicada al estudio: perseverancia, estar continuamente aprendiendo. Y además, esta preparación debe ser una formación global, lo más completa posible, porque muchos de los grandes descubrimientos se produjeron gracias a que el investigador tenía nociones básicas de muchos campos diferentes dentro de la ciencia (se necesitan muchos conocimientos para comprender el problema; si este no se entiende, difícilmente se encontrará la solución). Los accidentes se convierten en descubrimientos gracias a la curiosidad manifiesta del que observa el suceso, que, junto con la percepción, le llevan a darse cuenta del significado de lo que acaba de ver. Ambas, curiosidad y percepción, pueden ser más despiertas en el caso de algunas personas, pero también pueden estimularse. Está claro que la observación va a ser fundamental en lo que la “serendipia” se refiere. Por eso es muy útil ir anotando todos los resultados obtenidos en las investigaciones: tanto los esperados como los inesperados. Y todo eso hay que interpretarlo con la mayor objetividad posible. Para ello, es necesario ser flexibles en pensamiento y en interpretación, no despreciando los resultados inesperados considerándolos “erróneos”, porque, a veces, el resultado inesperado es lo que lleva al descubrimiento. Por eso, la mente preparada ha de estar también preparada para sorprenderse.
También debemos contar con el poder de la fortuna (un viejo poema nórdico dice: “Es mejor tener suerte que ser listo”), que parece tener a una serie de “elegidos” que tendrán la suerte de estar en el lugar preciso en el momento adecuado.
No olvidemos tampoco la creatividad como elemento básico del ser humano para concebir lo que parecía imposible.
Además, estos científicos tenían otra cosa más en común: no tenían miedo al descrédito profesional o a la humillación por plantearse lo que nadie creyó que valía la pena plantear. Tenían gran confianza en sí mismos y, aunque encontraron una gran oposición entre sus colegas, ellos seguían defendiendo aquello de lo que estaban convencidos, generando así nuevas maneras de pensar. Se caracterizaban por estar siempre aprendiendo de los errores, o incluso, indagando en ellos como fuente de inspiración para nuevas investigaciones, porque el científico debe saber “sacarle partido a todo” y tener en cuenta que las equivocaciones sugieren muchas veces rutas que nos pueden llevar a la verdad. Por tanto, el hecho de que muchos estudiosos fracasaran no es porque se movieran en la dirección equivocada, sino más bien porque no se atrevieron a ir lo suficientemente lejos.
Queda un último factor, pero de él, hablo a continuación…
“Serendipia” e intuición
Todos los factores descritos en el apartado anterior son muy importantes a la hora de intentar hacer un gran descubrimiento, pero, en última instancia, existe un factor clave y absolutamente esencial: la intuición. Como sabemos, se relaciona con el sexto plano de la división septenaria del universo: Budhi, y para el hombre sigue siendo una facultad prácticamente adormecida (sin desarrollar aún), que podría definirse como el conocimiento directo, o dicho de otro modo, saber sin precisar de la razón.
Con seguridad, todos los descubridores (del pasado y los que vengan en el futuro) tienen algo en común: ellos fueron capaces de entender el significado de lo que acababan de ver. Es como si el germen de una idea estuviese flotando en el aire, esperando ser descubierta. Pues bien, estos “elegidos” pudieron alcanzarla por ser lo bastante listos o lo bastante intuitivos. Debemos creer que la respuesta está a veces delante de nosotros, pero necesitamos ese destello (proveniente de la intuición) para verlo todo claro de repente, sabiendo conectar entre sí ideas que aparentemente no tenían relación alguna.
Por eso, la “serendipia” está íntimamente ligada a Budhi, a la capacidad intuitiva del ser humano. Así, aquellos que deseen experimentar el fenómeno “serendípico” deben prepararse a conciencia, porque la intuición está asociada de alguna manera al aprendizaje. Sin embargo, seamos realistas: no todos los científicos de mérito que han buscado respuestas las han hallado. Por eso, cabe pensar que la intuición es diferente en cada persona; esa chispa de Budhi necesaria para ver lo que nadie ha visto, no la posee todo el mundo por igual, sino que dependerá de las cualidades innatas del sujeto, así como de su momento evolutivo. Pero, por encima de todo, recordemos que si alguien quiere estar en contacto con lo elevado, con la tríada, debe despegarse de lo inferior, no puede permitir que su personalidad le moleste y/o le guíe en sus investigaciones. Dicho de otro modo: para encontrar la verdad, para descubrir las respuestas, no pensemos en la fama o el dinero que podríamos lograr, sino que debemos amar la respuesta en sí misma, como el tesoro más preciado que la naturaleza nos puede regalar.
CONCLUSIÓN
Por más que pase el tiempo, la “serendipia”, como fenómeno, continuará siendo un misterio por resolver. Por eso, me conformo con haber tratado de entenderlo, aunque solo sea un poco, permitiendo que cada cual saque sus propias conclusiones.
¿Cuestión de suerte o intuición? No veo por qué he de desechar una de las dos; puede que la intuición y la suerte vayan de la mano, puede que la intuición sea un golpe de suerte.
En cualquier caso, creo que si alguien tiene facultades para la música o el arte, también hay quien tiene facultades para la “serendipia”, pues probablemente se nace con ella. Esta facultad está como latente, esperando el momento oportuno: cuando en el científico surge la idea, brillante y clara como un relámpago en la noche. Y lo más curioso es que lo que distingue a este científico de todos los demás no es su preparación o su inteligencia, sino que, al observar lo que sucedía a su alrededor, él supo reconocer lo que a los demás les pasó desapercibido. Supo acercarse a la “serendipia”,y puede que lo hiciera siguiendo este esquema:
OBSERVACIÓN...IMAGINACIÓN...INTUICIÓN
También debemos tener en cuenta que tanto el descubrimiento como la investigación siempre estarán ligados, de alguna manera, a la pureza de corazón y al amor. El amor o la pureza por sí solos no aseguran nada, pero han de formar parte de una persona para que sea digna ante los ojos de la naturaleza o de los dioses. Alguien que practica el amor, un filósofo, posee una serie de valores internos y externos que permiten que se pueda depositar la confianza en él, pues lo único seguro es que hará un buen uso de la información recibida, pensando antes en los demás que en él mismo. Un científico debe ser, en esencia, un filósofo, un pensador, un soñador cuyos sueños no tengan límites. Por eso, filosofía y ciencia han de volver a unirse lo antes posible, porque una vez fueron uno. Todos tenemos a un científico y a un filósofo dentro, sólo hace falta que seamos capaces de encontrarlos para no perder la capacidad de sorprendernos ante la vida, pues toda la vida puede ser una “serendipia”: a lo largo de toda nuestra existencia tenemos experiencias, descubrimos un ideal, conocemos personas… porque probablemente son nuestro destino. Asociémonos a lo elevado. Mantengámonos despiertos ante la intuición y la suerte. Tal vez, incluso, seamos capaces de hacer un descubrimiento. ¿Quién sabe?, el destino nos está esperando. Vayamos en su busca…
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