Uno de los personajes que más asombraron al mundo durante el siglo XX fue, sin lugar a dudas, Uri Geller, quien hizo gala de una serie de dones especiales que parecían situarlo como ser de otro mundo por sus habilidades especiales que eran promocionadas en todos los medios de comunicación como grandes acontecimientos de la época.
Uri Geller, durante los años setenta se convirtió en toda una celebridad en su natal Israel, para luego pasar a gozar del reconocimiento en el resto de Europa, gracias a sus facultades mentales que le permitían mostrar al público espectáculos fascinantes que dejaban a todos con la boca abierta.
Él mismo contaba que estas habilidades las fue desarrollando desde pequeño, en virtud a una capacidad mental que todos tenemos, pero que no todos desarrollamos, y que en su caso lo hizo lo mejor posible.
Realmente llegó a ser toda una estrella de los medios y de la gente, quienes quedaban atónitos cada vez que Uri Geller doblaba cucharas con el poder de su mente, detenía equipos mecánicos sin siquiera tocarlos, arreglaba artefactos como relojes sin abrirlos y mostraba un enorme poder que le permitía comunicarse telepáticamente con otras personas.
La presencia de Geller en la palestra se dio hasta mediados de los años ochenta, que es cuando su protagonismo fue descendiendo, y aun cuando ya no se le ve en tantas apariciones públicas, lo cierto es que todavía es un personaje favorito para todos aquellos programas que atienden los temas paranormales de este mundo.
Muchos también pensaban que lo de Uri Geller era un simple truco, y hubo incluso quien lo retó a probarse frente a él. Situaciones que devinieron en réplicas y demandas que finalmente terminaron en nada.
Se sabe que algunas organizaciones especialistas en este tema, de los Estados Unidos y de Inglaterra, prestaron mucha atención a este caso, llegando incluso a realizar algunas pruebas con él mismo.
Nunca se informó de algo concluyente, pero lo cierto es que lo que Geller hacía lo podían ver todos, dejándolos maravillados con el poder que, según él, todos tenemos pero no conocemos aún.
La mágica facilidad con que Uri Geller dobla metales le ha hecho famoso en todo el mundo. Pero, ¿cómo lo hace? ¿Cuál es la fuente de sus extraordinarios poderes?
En el verano de 1971, los adolescentes israelíes empezaron a hablar de un nuevo ídolo pop; no un cantante ni un disc-jockey, sino un mago teatral: Se llamaba Uri Geller, y su popularidad seguramente se debió a que era alto y guapo, y sólo tenía 24 años. Pero su actuación era enormemente original. ¿Quién había oído hablar de un «mago» que reparara relojes sólo con mirarlos? ¿O que doblara cucharas masajeándolas suavemente con los dedos? ¿O que rompiera anillas de metal sin necesidad de tocarlas?
Comentarios sobre su «magia» llegaron a oídos del conocido investigador psíquico norteamericano Andrija Puharich, quien se trasladó a Israel para investigar. El 17 de agosto de 1971 Uri Geller estaba actuando en una discoteca de Jaffa, y Puharich fue a verlo.
Lo primero que le llamó la atención fue el hecho de que Geller era un actor nato, y aunque el espectáculo, en general, decepcionó a Puharich, el último «truco» le impresionó más. Geller anunció que rompería una anilla sin tocarla, y una mujer del público ofreció una anilla de su vestido. Geller le dijo que la mostrara al público y después que la apretara con fuerza en la mano. Luego colocó su propia mano sobre la de ella y la dejó allí unos segundos. Cuando la señora abrió la mano la anilla estaba rota en dos trozos.
Después del espectáculo, Puharich preguntó a Geller si estaba dispuesto a someterse a varias pruebas científicas al día siguiente. Hasta aquel momento, Geller se había negado, pero aquella vez asintió.
La primera prueba convenció al investigador. Geller puso un bloc sobre la mesa y después pidió a Puharich que pensara tres números. Puharich eligió 4, 3 y 2: «Ahora de la vuelta al bloc», dijo Geller. Puharich lo hizo y halló los números 4, 3 y 2... escritos antes de que hubiese pensado en los números. De algún modo, Geller había influido en él para que eligiese los números.
Este hecho sugiere que Geller puede hipnotizar a la gente por medios telepáticos, pero hay que preguntarse si eso explica también los hechos misteriosos y sobrenaturales que ocurrieron después. En demostraciones posteriores, Geller siguió elevando la temperatura de un termómetro con sólo mirarlo fijamente, moviendo la aguja de una brújula con sólo concentrarse en ella, torciendo el chorro de agua que salía de un grifo acercando un dedo a él. La conclusión de Puharich fue que Uri Geller no era un mero ilusionista; era un psíquico genuino, con un indudable dominio sobre la materia, facultad que se denomina psicokinesis.
Geller admitió que no tenía la menor idea de la forma en que había logrado esos curiosos poderes. Había adquirido conciencia de ellos cuando era muy pequeño. Cuando empezó a ir a la escuela, su padrastro le regaló un reloj, pero siempre parecía estar estropeado. Un día, mientras Geller lo miraba, las manecillas comenzaron a moverse cada vez más rápido, hasta que giraron a toda velocidad. Entonces empezó a sospechar que él mismo podía ser el causante. Pero no tenía control sobre esta sorprendente habilidad. Un día, mientras tomaba sopa en un restaurante, el plato se cayó al suelo. Y después las cucharas y tenedores de las mesas cercanas comenzaron a doblarse. Los padres de Geller estaban tan preocupados que pensaron en llevarle a un psiquiatra.
A los trece años comenzó a tener cierto control sobre sus poderes. Rompió el candado de una bicicleta concentrándose en él y aprendió a hacer trampa en los exámenes leyendo las mentes de los alumnos más estudiosos.
Puharich creía haber hecho el descubrimiento del siglo. Como la mayoría de los dotados afirman que no pueden conectar o desconectar sus poderes a voluntad, los investigadores no habían logrado averiguar nunca si mentían o no. En cambio, los poderes de Geller parecían estar a su disposición siempre que quería.
En este punto, los acontecimientos se modificaron de forma inesperada. En la mañana del 1 de diciembre de 1971, Geller fue hipnotizado por Puharich, quien confiaba en descubrir así el origen de sus poderes. Puharich le preguntó dónde estaba y Geller le replicó que se encontraba en una gruta, y que estaba «aprendiendo cosas acerca de gente que viene del espacio.» Agregó que aún no se le permitía hablar sobre esto. Puharich le hizo retroceder más y Geller empezó a hablar en hebreo, su lengua materna. Describió un episodio que, según dijo, había ocurrido cuando tenía tres años. Había entrado en un jardín, en Tel Aviv, y súbitamente percibió la presencia de un objeto brillante en forma de cuenco que flotaba en el aire, sobre su cabeza. En el aire había un sonido agudo y vibrante. A medida que el objeto se acercaba, Uri se sintió bañado en luz y cayó desvanecido al suelo.
Mientras Geller contaba estos hechos, Puharich y sus compañeros de investigación quedaron asombrados al escuchar una voz en el aire, encima de sus cabezas. Puharich la describió como «metálica y no terrenal». «Fuimos nosotros quienes encontramos a Uri en el jardín cuando tenía tres años -dijo la voz fantasmal-. Le hemos programado para que ayude a la humanidad.»
Cuando Geller despertó, no parecía recordar lo sucedido, de modo que Puharich le hizo escuchar la cinta en que había grabado la sesión. Aseguró no recordar el episodio, pero cuando la voz metálica comenzó a hablar, Geller extrajo la cinta del magnetofón. Mientras la tenía en la mano, la cinta desapareció. Después, Geller salió corriendo de la habitación.
¿Qué había sucedido? La explicación escéptica es que Geller usó sus dotes de ventrílocuo y después cogió la cinta, haciéndola «desaparecer», para que no se pudiera comprobar el parecido entre su propia voz y el «ser espacial» de la cinta. Pero Puharich y los demás dijeron que la voz venía de encima de sus cabezas y que parecía mecánica, como fabricada por una computadora.
La voz misteriosa fue sólo el primero de una serie de hechos extraños e inexplicables. No pasó un día sin que las misteriosas «entidades» hicieran cosas sorprendentes. Detenían el motor del coche, y volvían a ponerlo en marcha. «Teleportaron» la cartera de Puharich desde su casa de Nueva York hasta su apartamento de Tel Aviv. Cuando Geller y Puharich se dirigían a una base del ejército, fueron seguidos por una luz roja en el cielo que no era visible para su escolta militar. De hecho, Geller llegó a fotografiar una «nave espacial», siguiendo las órdenes de la voz metálica.
¿Era una broma? ¿O alguna clase de truco? Puharich, por lo menos, estaba convencido de que no había fraude. Unos años antes, un dotado le había transmitido mensajes de unos seres misteriosos que se llamaban a sí mismos los «Nueve» y que decían venir del espacio exterior. En una de las sesiones hipnóticas con Geller, Puharich preguntó si la voz era la de uno de los Nueve y la respuesta fue «sí». Después preguntó si los Nueve eran responsables de las observaciones de OVNIS, y de nuevo la respuesta fue afirmativa. La voz dijo que los Nueve eran seres de otra dimensión y que vivían en una nave estelar llamada Spectra, que estaba a «53.069 edades-luz de distancia». Habían observado la Tierra durante miles de años y habían aterrizado en América del Sur hacía 3.000 años. Y pronto demostrarían su existencia aterrizando de nuevo...
Es fácil reírse de todo esto y tachar a Puharich de crédulo. La explicación más sencilla sería que Geller había estado leyendo las obras de Erich von Däniken y había decidido engañar al ingenuo investigador. Pero si la descripción de Puharich es exacta, es totalmente imposible que Geller pudiera realizar algunos de los «trucos» más espectaculares.
¿Acaso Puharich mintió? Esta hipótesis también debe ser descartada. El propósito de Puharich era, simplemente, probar que Geller poseía poderes paranormales, y lo único que pretendía hacer era organizar pruebas científicas; como las que realizó después en Estados Unidos. Los acontecimientos posteriores no hicieron más que perjudicarle.
Pero la hipótesis de los Nueve es igualmente difícil de creer, y Geller dice que él mismo no la acepta: los acontecimientos descritos por Puharich le dejaron totalmente atónito, y no tiene ni idea de su explicación.
El mismo Geller estaba bastante preocupado por estos extraños acontecimientos. A diferencia de Puharich, no deseaba convencer al establishment científico de la realidad de sus poderes; le interesaba más ser rico y famoso. Y los sorprendentes trucos de los Nueve no parecían acercarlo a esos fines.
Cuando Puharich ya se había marchado por unas semanas, Geller fue a su apartamento y encontró una carta del investigador en el felpudo. La carta decía que Puharich no podría salir de Estados Unidos en los tres meses siguientes, y después se reuniría con Geller. De acuerdo con esto, Geller decidió llevar a cabo una tournée por Alemania. Llamó a Puharich para preguntarle las razones de su demora, y éste, asombrado, negó haber escrito la carta. En ese momento, ambos pensaron que la carta era otro «mensaje» de los Nueve. La «prueba» era que había desaparecido del bolsillo de la camisa de Geller mientras estaba en el avión; obviamente, había sido desmaterializado por el propietario de la voz metálica. Una explicación más simple podría ser que Geller hubiese inventado la carta.
Sin embargo, el incidente convenció a Puharich de que los Nueve querían que él permaneciera en Estados Unidos, tratando de persuadir a varios eminentes hombres de ciencia de que valía la pena investigar a Geller. Mientras tanto, su mudable e imprevisible protegido se trasladó a Alemania, a su primera cita con la fama y la fortuna o, al menos, con la notoriedad y la publicidad.
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