lunes, 3 de octubre de 2016

El Viejo Arbol



En el patio trasero de la casa había un gran árbol. Viejo, seco, ruinoso, que llevaba allí desde hacía muchos años. Era blanco, como el hueso, y sus grietas eran negras, como si se hubiera quemado desde adentro. Casi llegaba a la altura de la casa y su sombra era ominosa. No tenía hojas; en vez de eso, largas cuerdas iban de rama en rama, confeccionando una extraña decoración que, de alguna forma, se hacía amenazadora.
Porque el Viejo Árbol daba respeto: se alzaba sobre un pequeño terreno lleno de hierba seca, en el patio de una antigua casa abandonada hace muchos años, perdida en medio del campo, a kilómetros y kilómetros de la ciudad más cercana. Casi todos los días soplaba viento, y absolutamente todos los días la zona entera permanecía inmóvil.


Las ramas no se movían, la cuerda no se movía y la hierba ya no danzaba con el viento. Como mucho se podía oír de vez en cuando los gemidos de las viejas vigas de madera de la casa.


Solo una valla de metro y medio separaba el patio del exterior, y, aún teniendo claramente décadas de antigüedad, permanecía intacta. La pintura se había caído, sí, y la madera estaba astillada, pero aguantaba. Fue hecha para durar.


Era irónico, porque a la casa la acabaron bautizando como “La Casa del Árbol”, a pesar de haber tenido otro nombre, ya perdido. Parece ser que aquella maravilla de la naturaleza acabó cobrando más importancia que el lugar en donde se encontraba. Parece ser, que el árbol era la figura central… ¿de qué?


Bueno, como todos los lugares antiguos, este lugar tiene sus leyendas y habladurías. El árbol… empezó a llamar la atención de ciertas minorías muy extrañas, que visitaban a los dueños y les pedían permiso para pasar al jardín a contemplar el Viejo Árbol. Al principio el propietario no se molestó demasiado, y permitió aquel curioso turismo. Pero la cantidad de gente que venía de visita aumentó más y más, no significativamente, pero sí lo suficiente como para crear una sensación de incomodidad y asfixia en el propietario, quien acabó por prohibir las visitas. Aun así, su paz no duró mucho.


Estas visitas siguieron dándose, pero por la noche, cuando el propietario dormía y no advertía a los intrusos que hacían misteriosas reuniones al pie del árbol. Precisamente, fue una de estas mismas reuniones la que le hizo darse cuenta de lo que ocurría en su jardín, al desatarse un incendio en él. Un incendio que arrasó todo el césped y las hojas del árbol, pero nada más, por suerte para él.


Pero el incendio trajo más problemas una vez extinto: se encontraron dos cuerpos calcinados tras sofocarlo, colgados del árbol. Uno adulto, y el otro de tamaño reducido.


Al ser el propietario el único habitante de la casa, cuando la policía llegó y encontró el panorama rápidamente se le acusó de doble asesinato. Él denunció la actividad que había estado tomando lugar en el patio, pero nunca se pudo comprobar.


Afortunadamente, la investigación que se llevó a cabo lo exculpó, y fue puesto en libertad. Sin embargo, nunca se encontró al autor o autores del aquel macabro escenario. Dicen que a causa de todo esto, el propietario cogió sus pertenencias y abandonó la casa para siempre, ya que nunca más se supo de él.


Actualmente nada cambia en la Casa del Árbol, ni en el Viejo Árbol. Todo está quieto; nada se mueve. O no.

Si uno se atreve a entrar en el recinto y con cuidado se acerca al gran árbol, podrá ver las cuerdas mejor. Podrá incluso apreciar mejor su disposición entre las ramas. Puede que si va más días, aprecie… que hay más. Que, cada cierto número de meses, una cuerda más se suma al completo.


Si uno se atreve a subir al alto árbol y acercarse lo máximo posible a las ramas, quizás podrá ver que lo que parecían simplemente cuerdas, tienen una forma rara. Están anudadas, de forma que confeccionan sogas, firmes y ásperas.


Es más, si uno se atreviera a agacharse al suelo y tocarlo con la mano, quizás podría apreciar que no tiene la misma consistencia que la tierra contigua.

Puede que, en un golpe de suerte, se encuentre con una sección de tierra suelta, fresca, como si hubiera sido removida hace poco.



domingo, 2 de octubre de 2016

La isla de las muñecas



Esta leyenda es muy reciente, pues se remonta al último cuarto del siglo pasado; sin embargo se ha vuelto famosa y ha despertado el interés de muchos.


Xochimilco se encuentra al sur del centro del Distrito Federal, un lugar mágico y uno de los centros urbanos más importantes del México antiguo, tanto por su belleza natural, historia así como por su comercio. Xochimilco comprende 189 kilómetros de canales navegables donde se puede visualizar entre sus aguas a peces, culebras, y a las orillas a todo tipo de animal saltarín, escenario de las películas más importantes de la filmografía mexicana como María Candelaria y en 1987 la zona de la Chinampas recibió el título de Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. También tiene costumbres muy arraigadas como el Niñopa y el Niño de Belem.


Su belleza se contrasta con las historias y leyendas más importantes del centro de la República mexicana, una de ellas es la llamada “Isla de las Muñecas”, pequeña isla donde su único habitante, Don Julián Santana Barrera, llego a vivir ahí desde medianos de los años 70 y permaneció en su chinampa por más de 25 años, los lugareños lo reconocían como ermitaño y para otros era un señor que causaba temor. Igual sucedía cuando transitaban frente a su choza, que se caracterizaba por tener en su periferia cientos de muñecas colgadas de árboles y otras más clavadas en troncos que le servían “para espantar al espanto…”.


El señor Julián Santana Barrera, nativo del Barrio de la Asunción falleció a la edad de 80 años y fue un personaje muy pintoresco.


En los cincuentas el pasaba por los barrios de Xochimilco con su carretilla llena de verduras y hortalizas que él cultivaba, las llevaba a vender al tianguis de Xochimilco y siempre iba con su calzón blanco amarrado hacia las rodillas y con un jorongo. Al término de sus ventas se iba a “Los Cuates”, una pulquería del lugar a tomar su pulque, pero a nadie de los presentes en la pulquería les hablaba, ya que era muy retraído, aunque después le dio por andar en los Barrios pregonando la palabra de Jesús y en cada esquina se ponía a rezar y a hablar de Dios.


En esa época hablar de Dios sin ser sacerdote significaba blasfemar, ya que se aplicaba a toda persona que no tenía autoridad sacerdotal para lo mismo y era mal visto en Xochimilco, por lo que más de tres veces fue agredido por el pueblo.


Después le dio por recoger en todos los barrios las muñecas que estaba tiradas en la basura, más tarde se perdió, pues nadie preguntaba por él, por lo que no se sabía si aún vivía.


La rumorología dice que Julián Santana empezó a poner muñecos para ahuyentar al espíritu de su hija ahogada, su sobrino Anastasio dice que la historia es algo diferente: Su tío, agricultor, empezó a quejarse hace cincuenta años de las apariciones de una mujer ahogada en esas mismas aguas. Para calmarla, empezó a coger algunas muñecas que aparecían en los canales.


Pero cuando se realizó el rescate ecológico de Xochimilco en los años noventa y el lago estaba totalmente cubierto de lirio Acuático, llamó la atención que su chinampa estaba rodeada de muñecas y en esa zona nadie vivía. Tenía una choza hecha de chinami, carrizo, ramas de ahuejote y zacatón, y él vivía como un ermitaño.


Al principio Don Julián no quería hablar sobre las muñecas que tenía en su chinampa, pero después él aceptó dar su versión sobre las mismas. Fue así que comentó estaban allí para ahuyentar a los malos espíritus, y para que se dieran mejor sus cosechas; platicaba que las muñecas aparecían de repente y que ellas lo acompañaban por las noches .


Tenía una muñeca preferida que era La Moneca y de todas las chozas que tenía, siempre la trasladaba de una a otra. Una de las chozas estaba llena de mulitas que él hacía con hojas de maíz y las tenía colgando, también tenía cruces que hacía con pedazos de madera de ahuejote, recortes y fotografías de personajes de la política, delegados de Xochimilco, artistas, estudiantes y gente que lo iba a visitar.


Su cocina estaba al aire libre y tenía un tlecuil hecho con lodo, un comal de fierro, tenía en su cocina alrededor, colgados carpas secas que pescaba frente a su chinampa, también tenía recortes de periódicos que los periodistas le regalaban de los reportajes que le hacían.


Las personas que se encargaban de cuidarlo estaba su hermana y su sobrino El Chope, quien era el encargado de llevarle diariamente su comida y su desayuno, también era el que bajaba a Xochimilco a vender sus cultivos de su tío Don Julián.


Platicando con su sobrino, se le preguntó que cómo había sido el accidente y comentó que para él y su tío era un día común y corriente:


Temprano habían sacado agualodo (lodo del fondo del canal para hacer el chapin (composta de lirio acuático en donde encima se coloca el lodo, se deja reposar tres días y con un cuchillo hacen cuadros y en cada uno se depositan la semilla)para hacer sus siembras); después fue a realizar otras cosas a la parte de atrás y se puso a pescar con anzuelo como siempre lo hacía.


Don Julián comentó a su sobrino que un pez se le había escapado dos veces, pero que ya lo había pescado. Era un pez grande de por lo menos 4 ó 5 kilos.


Don Julián le comentó también que la sirena le había estado llamando porque se lo quería llevar, pero que le iba a cantar para que no se lo llevara, a lo que su sobrino respondió que tuviera cuidado.


-Yo voy a ordeñar las vacas y ahorita regreso. Entonces cuando el sobrino regresó con la leche, buscó a su tío, y descubrió que se había ahogado, lo que sucedió muy rápido.


Sus familiares, están muy dolidos de haber perdido a Don Julián, pero dentro de su tristeza ellos están conformes pues su tío murió donde él quería: junto con sus muñecas… aunque la sirena de la que tanto hablaba se lo había llevado.


Hay una advertencia que refieren los lugareños: “hay de aquel que venga a Xochimilco y no visite la chinampa de Don Julián el señor de las muñecas, ya que seguramente el espanto lo espantará” (sic)


La Isla ha crecido y ha desarrollado sus propias leyendas: se dice que un hombre que simuló sexo con una de las muñecas, murió al poco tiempo. También se dice que, de cuando en cuando, los mecanismos rotos funcionan y los muñecos lloran, ríen, o llaman a sus madres. Incluso una de ellas (que se supone que representa a la mujer ahogada) es adorada como una pequeña deidad. Los turistas le ofrecen dinero y pequeños regalos para que interceda por ellos en problemas de difícil solución o en pequeños ruegos.


Esta leyenda fue retomada en la película animada “La leyenda de la llorona”, aquí una escena de la misma:

sábado, 1 de octubre de 2016

Lauren Kavanaugh



Cuando Lauren Kavanaugh tenía tan solo 3 años de edad comenzó su tormento. Su madre, Barbara, y su padrastro, Kenneth Atkinson, la confinaron a un armario de 1.20 por 2.70 metros en su residencia en Dallas en el estado norteamericano de Texas. Por increíble que resulte, la niña pasaría los próximos cinco años de su vida viviendo como una prisionera en este sitio, en medio de sus propias heces y sin ningún tipo de contacto con sus hermanos ni con el mundo exterior. Lauren solo podía salir del armario cuando el par de sádicos tenía deseos de abusarla sexualmente o torturarla.


La alimentaban con las sobras de la comida y recibía cantidades mínimas de agua. “Era una niña muy delgada, muchas veces me ataban y resultaba imposible pelear contra los dos. Fui torturada en múltiples ocasiones – como cuando mi madre me bañaba y empujaba mi cabeza debajo del agua. Cuando tenía seis años, cierto día, ella llegó con un plato de macarrones con queso y lo puso frente a mí y me dijo que podía comerlo. Pero después me hizo escupirlo todo”. Testifica Lauren, hoy con 21 años de edad.


Muchas veces la niña era quemada con un cigarrillo cuando era alimentada o cuando recibía el baño. Lauren recuerda escuchar a otros niños jugando dentro de la casa. Estos sonreían y parecían felices, mientras ella estaba encerrada en un armario oscuro y lleno de heces.

El hallazgo.

La pesadilla de Lauren terminó cuando tenía ocho años. Quien hizo la denuncia a la policía fue un vecino a quien la propia madre le presentó a la pequeña. El par de dementes se refería a la niña como “el secreto”. El testigo quedó aterrorizado con la situación de Lauren: estaba desnutrida, débil y pesaba menos de 11 kilogramos (el peso de un niño de dos años). También eran evidentes las marcas de tortura por todo su cuerpo.


Este vecino denunció a las autoridades que actuaron de inmediato. Cuando la policía consiguió la orden e invadió la residencia de los Atkinson, el escenario era desolador. La niña estaba batida en sus propias heces, el lugar que servía como prisión también estaba lleno de excremento y el hedor era insoportable.


Lauren inmediatamente fue llevada al hospital. Debido a las pequeñas dimensiones del lugar al que había sido confinada, presentaba graves señales de atrofia. Su estado de desnutrición era gravísimo. Debido a la atrofia tuvo que practicársele una colostomia, proceso que consiste en la exteriorización del intestino grueso a través de la pared abdominal, para la eliminación de gases o heces.


Los médicos emplearon en Lauren el mismo método de alimentación usado en las víctimas del Holocausto. Debido al abuso sexual que sufrió, aunado a su corta edad y a su debilitado cuerpo, Lauren sufrió graves daños en los órganos internos, requiriendo una gran cantidad de cirugías reconstructivas.

Tras recibir los cuidados médicos, Lauren fue conducida al sistema de adopciones.


Relatos del sufrimiento de la pequeña.

Blake Strohl, la hija mayor de Barbara y media hermana de Lauren, cuenta que a sus 10 años vio a una niña lastimada en numerosas ocasiones. A veces, sacaban a su hermana del armario en el medio de la noche y le daban un baño. La niña tenía quemaduras de cigarrillos por todo el cuerpo, manchas de sangre y la vagina hinchada.


“Yo sabía que necesitaba ayuda. Ello logró hablar conmigo, pero era como si estuviera hablando con una bebé”. Dijo la joven, actualmente con 23 años.

Al Dallas Morning News, Blake también relató que la vida sexual de su madre y del padrastro era bastante activa.


“Sabía que tenían mucho sexo porque podía escucharlos, pero no sabía lo que estaban haciendo con ella. Siempre tenían la música muy alta. Lauren gritaba, pero siempre creí que le pegaban. Ella gritaba demasiado”.

Lauren recuerda que la primera vez que se le permitió salir del armario, desde que había sido encerrada, fuera para ser violada. 


“Pusieron música country a un volumen muy alto para ocultar mis gritos. Después de horas de abuso, me regresaron al armario, confusa y en agonía. A partir de aquel momento, se convirtió en mi nueva casa. No podía hacer nada en la oscuridad. Dormí ahí y tuve que usarlo como baño. El tapete estaba encharcado de orina y yo estaba sobre un cobertor delgado, mojado”.

Castigos para los abusadores.


Barbara y Kenneth Atkinson fueron condenados a cadena perpetua (una fuente norteamericana afirma que podrían apelar la sentencia en 2031). La vida de Lauren en la actualidad.

Actualmente Lauren vive con su madre adoptiva, Sabrina Kavanaugh, y tres perros. Sabrina y su esposo Bill adoptaron a Lauren cuando tenía apenas 1 año y 8 meses, pero perdieron la custodia de la pequeña cuando Barbaba, la madre biológica, solicitó a la niña de vuelva, afirmando que se había arrepentido de haberse deshecho de su hija. Cuando Lauren fue liberada de su prisión, Sabrina se apuntó nuevamente para obtener la custodia de la niña.


Por primera vez en años, Lauren Kavanaugh dejó los antidepresivos y medicamentes para el trastorno bipolar. Pasó a hacer ejercicio, a conversar más y terminó la educación media. A los 21 años, la joven vive en una casa de campo en la ciudad de Canton, en Texas.


Después de librarse de sus verdugos, la vida de Lauren fue difícil. Tuvo que luchar contra la depresión, los pensamientos suicidas y tuvo muchas dificultades en la escuela. Fue transferida a un centro educativo alternativo después de participar en una pelea. Ella recuerda que ese centro educativo fue el punto de inflexión, pues ahí comenzó su terapia residencial y conoció a otros sobrevivientes del abuso.


La adaptación de la niña después del trauma fue lenta. Ella cuenta que, cuando su madre adoptiva la ayudaba a tomar el baño, ella gritaba “no me ahogues”. Lauren también recuerda que no había pasado por experiencias básicas, como jugar: era una niña que prácticamente no tenía idea de cómo divertirse con un juguete. Después de vivir dentro de un espacio de unos pocos metros, ella cuenta que recuerda la primera vez que pisó el pasto.


“Pensé que el pasto me estaba mordiendo”, dice.

Tenía el comportamiento y la mentalidad de una niña más pequeña y tuvo que someterse a tratamiento psicológico. Ahora Lauren está por terminar el bachillerato y piensa en iniciar una carrera como psicóloga para convertirse en consejera y ayudar a otros niños que sufren de abuso a superar el trauma y la violencia, de la misma forma que ella tuvo que hacerlo.