Su nombre se debe al médico cirujano que le dio vida, Dr. Carlos Durán Cartín, quien entre su historia, fue por un breve período Presidente de la República (1889-1890), además de fundar este Sanatorio, fundó el Asilo Chapuí, para personas con problemas mentales.
El Sanatorio Durán se construyó en 1915. Por su lejanía y aislamiento, fue un lugar perfecto para albergar a personas que sufrían tuberculosis que contaba con todos los servicios de un hospital y 300 camas disponibles. El sanatorio es un complejo arquitectónico que integra varios edificios. El primero de ellos fue construido entre 1916 y 1918 y, posteriormente, se levantaron otros en diferentes épocas. En ese lugar, funcionó entre 1918 y 1973 el primer hospital para el tratamiento de la tuberculosis no solo de Costa Rica sino de Centroamérica.
Este centro médico cumplió con los más altos estándares de calidad para la época, según un artículo de la investigadora Carmela Velázquez, de la Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica. El lugar fue tan bueno que competia con los mejores sanatorios de América y Europa.
Se cree que aproximadamente en el año 1963, dejó de funcionar ya que la epidemía había cesado y los enfermos podrían ser tratados en otros hospitales.
Años más tarde el Poder Judicial utilizó el recinto como cárcel. Luego, debido a erupciones del Volcán Irazú, la infraestructura sufrió daños –principalmente en los techos-. Su clausura fue en 1973.
Pero en todo este tiempo este complejo ha ido guardando muchos misterios que lo han convertido en un lugar tenebroso, aterrador y que atrae a muchas personas.
Santiago Leitón, quien vive y administra el lugar –propiedad de Upanacional- explicó que en las noches se escuchan gritos, golpes en las paredes y pasos en sus pasillos.
Precisamente, su atractivo está en ese ambiente que traslada al visitante a principios de siglo, a un lugar extraño, solitario, donde cualquier cosa puede ocurrir.
Wendoley Leitón, hija de don Santiago llegó a vivir al Sanatorio cuando tenía 12 años, ahí creció y recuerda que se llevaron más de un sustillo, pero nada tan grave como para salir corriendo, con el tiempo se acostumbraron y más bien valoran lo importante de este lugar: “Recién llegados sí oíamos pasos, como si alguien caminara con esas botas de cuero que tienen cadenas, y también se oía como movían los bancos de madera que hicieron con los mismos árboles que se caían. Una noche si me acuerdo que se oyó como a las tres de la mañana que estaban dando hachazos en la madera, mi papá salió a ver que era y no se veía nadie, pero sí quedó la madera marcada”, comentó Wendoley.
Actualmente, Wendoley vive en una de las casas que fueron construidas para los doctores que atendían el sanatorio, un poco retirada del edificio principal y allí asegura que se siente la presencia de algo, a veces se oyen pasos, y cuando no hay nadie en la casa se escuchan voces charlando, pero cuando ellos entran en la casa se apagan las voces.
“No son seres que molesten, no puedo decir, que nunca le hayan hecho algo a mis hijos, ellos, si están ahí, no hacen daño, y lo que sí se oye es un quejido muy triste y profundo pero no es solo aquí, sino en otras partes de Cartago, que se oye siempre antes que pase una desgracia, es como un grito de dolor que lleva el viento, y al día siguiente muere alguien cerca”, comentó.
También están las monjas que cuidan después de muertas. Por el sanatorio se empezó a correr el rumor que por las noches frías y oscuras, en medio de los quejidos de los enfermos, aparecían por los pasillos las dos religiosas, quienes llegaban a cuidar y dar alivio a los hospitalizados.
Mas de un interno llego a decir que en las noches se presentaba una monja fantasma a curar al enfermo de la cama continua. Una cocinera afirmo que vio a las dos monjas bajar por las gradas de la capilla.
Hoy en día la gente cuenta que ha escuchado a las monjas en el último piso del sanatorio, dicen haber visto dos figuras, como sombras de pie al lado de las gradas, o en uno de los cuartitos que están ahí.
Hace algunos años, un joven estudiante de periodismo que realizaba un trabajo en el lugar, encontró a una monja caminando en el edificio principal y le hizo una entrevista, solo que olvidó el nombre, por lo que al salir le preguntó a la hija del administrador, como se llamaba la monja. Ella sorprendida le dijo que ahí no había ninguna monja, pero el muchacho tenía hasta fotografías, y se las mostró para sacarla del error, con la sorpresa que al ver las imágenes en la cámara digital, solo se veía la forma de una mujer, vestida con un vestido azul, de monja, pero no se identificaba su rostro.
El susto fue enorme para el muchacho, quien nunca volvió por el lugar. Y la historia quedó en el recuerdo que se va contando de boca en boca, al igual que quienes aseguran haber visto una monja bajar en las noches por el edificio con un vaso de agua. Según la historia –como en tiempos del sanatorio- había una monja que no permitía llevarle agua a los enfermos en las noches, cuando murió su espíritu quedó vagando y por eso lleva el vaso con agua por las habitaciones.
También cuentan las leyendas que algunos de los pacientes que murieron por la tuberculosis, abandonados por sus familias no descansaron y por eso se mantienen ahí reviviendo cada noche el sufrimiento, por lo cual se escuchan gemidos de dolor.
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