En los cuentos de hadas como la Bella Durmiente y Blanca Nieves, ambas doncellas conquistan a los príncipes encantados cuando están en un estado entre la vida y la muerte. Mediante un heroico beso, ambas vuelven a la vida y viven felices para siempre. Bello por fuera, pero feo por dentro: desde el punto de vista de la psicología, encontramos mensajes ocultos de una sociedad machista, opresora, que relega a las mujeres a un papel secundario.
En el caso de estos cuentos, los personajes principales solo llegan a conquistar a sus príncipes cuando están inertes, quietas, comportándose – como se esperaría de cualquier mujer. Además, en estas historias se sobreentiende que las mujeres solo tendrán una vida digna si consiguen un hombre – un príncipe lindo, blanco, alto, rubio, de ojos verdes y, preferentemente, rico. No son nada sin ese hombre y, por lo tanto, se vuelven incapaces de alcanzar la felicidad. Es como si el hombre fuera un ser superior necesario en sus vidas. Todas estas características provienen, evidentemente, de nuestra sociedad. Los cuentos de hadas no son más que un reflejo de lo que sucede en nuestro mundo real. E incluso en nuestros días ese comportamiento está vigente. Al mostrarles estas historias a nuestras niñas, las acondicionamos desde muy temprano para que busquen a un hombre, se casen y tengan hijos, educándolos mientras cuidan de la casa; eres mujer y tu papel se limita a eso.
Por supuesto que todo esto cambió bastante para algunas, principalmente en la segunda mitad del siglo pasado, pero todavía seguimos criando a nuestras hijas con estas ideas. No es coincidencia que el sueño de nueve de cada diez adolescentes, con edades entre los doce y trece años, sea casarse con el cantante teen del momento. Mientras que otras desean preñarse del jugador de fútbol o del cantante exitoso. La felicidad es el éxito en la vida que ellas creen lograrán si siempre están con un hombre. Imagina como era esto hace trescientos años.
Nacida en 1718, en la ciudad de Henley-on-Thames, en Oxfordshire, Inglaterra, Mary Blandy era hija única de unos padres que desde muy temprana edad le habían dejado en claro lo que deseaban para ella: un hombre – de preferencia rico. Si Mary hubiera nacido como hombre, seguramente su padre, Francis, lo hubiera criado para ser un proveedor, no para conseguir mujer. Las mujeres son las que requieren de los hombres, ¿verdad? Entonces eso no sería problema. Como el bebé de la pareja Blandy nació siendo niña, a la pequeña se le trazó otro objetivo. Es importante dejar en claro que Francis y su mujer no deseaban ningún mal a Mary, sino todo lo contrario: deseaban que viviera una vida feliz – y esto significaba conseguir a un hombre que se hiciera cargo de ella. Ese era el contexto social de la época.
Los registros de aquella época dicen que su padre tenía “todos sus esfuerzos enfocados al propósito de posicionarla de forma ventajosa en el mundo”. Para lograr este objetivo, Francis esparció el rumor de que poseía bienes valuados en 10 mil libras pero, en realidad, no tenía más que 3 mil libras (aun así, bastante dinero para aquellos tiempos). Con este rumor pretendía aparentar riqueza – misma que serviría como un filtro para los pretendientes de su hija. Pero no solo era eso: pese a ser una niña agradable y tener buenos modales, Mary no fue bendecida con el don de la belleza, así que la enorme dote sería una especie de “compensación” por parte de su padre.
Una niña criada para el matrimonió no puede crecer con otros objetivos en la vida. La infancia tiene un impacto muy grande en nuestra personalidad y, teniendo que aprender solo eso, Mary creció enfocando su mente a un solo propósito. Además, conseguir esposo significaría llevar felicidad a sus padres. Y siempre deseamos hacer sentir a nuestros padres orgullosos, ¿no? Sin embargo, cuando alcanzó la adolescencia, Mary vio como surgía un inesperado problema: a su padre le encantaba el dinero y, a pesar de que alardeaba de la dote generosa que le esperaba al que desposara a su hija, comenzó a rechazar a cualquier hombre que se acercaba para cortejarla. Francis no quería gastar su fortuna con ella. Los documentos de la época señalan que esto los llevó a discutir. Mary se enojó bastante, y quedó resentida con su padre por arruinar su felicidad. Pese a que no soltaba ni un solo centavo, prometía “dejarle todo a ella cuando tuviera que morir”.
En el verano de 1746, un nuevo pretendiente apareció. Se trataba de William Henry Cranstoun, capitán e hijo de un lord de Escocia. En aquella época Mary casi cumplía los 30 años, y el miedo a convertirse en una solterona pudo más, hasta el punto de albergar en William su última esperanza de felicidad, pese a que el hombre era 20 años más viejo, casado, de corta estatura, canoso y con el rostro marcado por la viruela. Evidentemente William echó mano de sus 50 bien vividos años para lavarle el cerebro a la ingenua y desesperada doncella. Conquistador de varias batallas (amorosas), el hombre se interesó por la virgen, aunque probablemente lo hizo más por su supuesta fortuna.
Francis Blandy no se opuso a la relación, hasta que descubrió que el hombre tenía esposa e hija. Deseando a Mary a toda costa, William la siguió cortejando, diciéndole que su matrimonio era ilegal. Si esto le importaba o no a Mary es una completa incógnita, pero lo que sí se sabe es que estaba loca por casarse, pues la felicidad solo podía venir al lado de un hombre. Además, su visión del mundo limitada a las enseñanzas que aprendió durante toda su vida le decía que su misión era simplemente conseguir un esposo.
Quizá motivada por Willian, Mary empezó a poner arsénico en el té de su padre, y más tarde en su puré. Mary solía llamarlo el “polvo del amor” y decía esperar que la sustancia disminuyera el desprecio de su padre hacía su enamorado. Incluso hoy los historiadores no se ponen de acuerdo sobre las verdaderas intenciones de la hija al envenenar a su padre. ¿Realmente sabía que lo estaba envenenado? ¿Acaso quería matarlo? En esa época, el arsénico en pequeñas dosis se consideraba un tónico, además era utilizado como tratamiento para enfermedades relacionadas con los tripanosomas y la sífilis. Los brujos también la utilizaban en sus hechizos, en los famosos trabajos que hoy conocemos como “amarres de amor”. Los investigadores creen que, manipulada por William, Mary comenzó a dar arsénico a su padre creyendo que el polvo lo haría cambiar de idea, de ahí que lo llamara polvo del amor. Mientras otros dicen que no, que Mary sabía muy bien lo que estaba haciendo, lo único que quería era librarse del viejo para poder casarse.
En agosto de 1751, el Dr. Anthony Addington fue llamado hasta los aposentos de Francis Blandy. El anciano se quejaba de asperezas en la boca, en la lengua, en la garganta y de estómago ardiente; también se quejaba de dolor en el intestino y el cuerpo, con punzadas (como si le estuvieran clavando agujas). Todo eso tan solo por haber comido puré preparado por su hija. “Sospeché de que estos síntomas fueran por envenenamiento así que le pregunté a la Srta. Blandy si su padre tenía problemas con alguno de los criados, clientes o con alguna otra persona. Entonces ella me respondió: ‘él está en paz con todo mundo y todo mundo está en paz con él’. Le conté al señor Blandy sobre mis sospechas y él dijo: ‘Puede ser’, pero la señorita Blandy respondió, ‘es imposible’.”, declaró el Dr. Addington.
El 14 de agosto de 1751, Francis Blandy murió. Paquetes de arsénico fueron encontrados por toda la casa; Mary intentó quemar todas las cartas que le enviaba William, pero una, parcialmente incinerada, con la inscripción “el polvo para limpiar piedras” fue encontrada. Mary fue a prisión el mismo día que murió su padre. Su juicio comenzó en la Divinity School, Oxford Assizes, el 3 de marzo de 1752. Los criados de la familia testificaron que ella solía llamar a su padre “canalla, villano, perro viejo y desdentado” y decía que lo quería “muerto en el infierno”. Una empleada relató que Mary le había dicho a su padre que le daba arsénico para “hacer que quisiera a Cranstoun”. La hija imploró para que su padre no la maldijera y él respondió: “Mi querida, ¿cómo crees que te voy a maldecir? No, yo te bendigo y espero que Dios te bendiga y te de una vida muy feliz”. El testimonio de la empleada de que Francis Blandy sabía que su hija lo envenenaba fue confirmado por el testimonio del Dr. Addington: “Cuando le pregunté quién podría estar envenenándolo, las lágrimas corrieron por su rostro y, forzando una sonrisa, dijo. ‘Una pobre niña carente de amor, yo la perdono’.”.
Al jurado le tomó apenas cinco minutos dictar un veredicto: culpable. Mary fue sentenciada a la pena capital.
Un domingo de Pascua, el 6 de abril de 1752, Mary Blandy fue llevada a la horca para ser ejecutada: “Caballeros, no me levanten demasiado, por el bien de la decencia”, le dijo a sus verdugos mientras le ponían la cuerda al cuello. “Tengo miedo de caer”, fueron sus últimas palabras. La mujer, cuyo único objetivo en la vida era casarse, moría a los 33 años por haber llevado su sueño hasta las últimas consecuencias. Fue sepultada junto a sus padres en la Parroquia de Henley. William Cranstoun, que había huido a Francia, murió de causas naturales en diciembre de ese mismo año. Dejó toda su fortuna a la mujer y la hija de las que un día renegó.
En aquella época el caso de Mary Blandy llamó bastante la atención de los medios. Unas supuestas cartas de amor escritas por ella se publicaron en varios periódicos y la opinión pública quedó dividida respecto a su culpabilidad. Los que creían en su inocencia decían que era mentalmente débil, los que creían lo contrario decían que su mente maquiavélica y su corazón enamorado no estaban de ninguna manera bajo el hechizo de un hombre viejo y astuto. El debate continuó al paso del tiempo y en el siglo XIX el caso fue reexaminado en decenas de textos que redujeron su culpabilidad describiéndola como una pobre mujer carente de amor. Hoy su historia ha quedado completamente olvidada.
Doscientos sesenta años después, Mary Blandy volvió a ser noticia. En 2011, un multimillonario ruso compró el inmueble más costoso de toda Inglaterra. Desembolsó casi 160 millones de dólares por el castillo Park Place, en Henley-on-Thames. El castillo perteneció a Francis Blandy y, según la leyenda, el fantasma de su hija Mary habita este lugar, vagando y penando, buscando un hombre con el cual casarse.
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