Australia indomable
En el sentido estricto de la palabra, África fue la última frontera: el último continente desconocido. Tras su exploración sistemática por parte de los europeos no quedarían más que regiones – como las indómitas selvas amazónicas –, pero jamás un continente completo que fuese un gran blanco en los mapas.
Sin embargo, por lo general se olvida Australia. Esta gigantesca isla-continente, con su propia historia indómita y su propio pasado legendario, fue en algún momento tan desconocida como el continente africano, y sus desiertos generaron tantos temores como las inmensas selvas perdidas de África Central.
Australia, hogar de los aborígenes y de centenares de especies animales completamente desconocidas en el resto del mundo, tuvo su propia historia de descubrimiento y de sangrienta conquista. En ella tuvo un papel fundamental un explorador olvidado en el resto del mundo: el Dr. Leichhardt.
Orígenes del Dr. Leichhardt
Friedrich Wilhelm Ludwig Leichhardt nació el 23 de octubre de 1813 en Sabrodt, en el entonces Reino de Prusia (que posteriormente se convertiría en Alemania). En su juventud estudió Filosofía, Lenguas y Ciencias Naturales en la Universidad de Göttingen y en Berlín, aunque nunca obtuvo un diploma, y para 1842 decidió viajar a Australia, territorio que siempre le había fascinado y de cuyo descubrimiento quería hacer parte.
En aquel entonces, las colonias británicas se encontraban apenas asentadas en las franjas costeras y el interior, mayoritariamente desértico, era profundamente temido y evitado. Los aborígenes, aún dueños de su reino, vivían entonces en las vastas planicies de Australia Central, y seres desconocidos esperaban la visita de los primeros hombres de occidente que se atreviesen a recorrer estos parajes olvidados.
En aquel entonces estaba profundamente interesado en vincularse a las expediciones que entonces organizaba el gobierno británico, y en particular a una que se dirigía de la Bahía Moreton a Port Essington, recorriendo una distancia de 4.800 kilómetros. Cuando el gobierno retiró su apoyo, Leichhardt tomó la aventurada decisión de partir por su cuenta con un grupo de voluntarios.
El equipo salió el 1 de octubre de 1844 de Jimbour y arribó a Port Essington en diciembre 17 de 1845 cuando ya todos los habían dado por muertos. Viajaron entonces a Sydney en botes, donde fueron recibidos como héroes. Leichhardt, hasta entonces un personaje relativamente oscuro, se había ganado a pulso el título de explorador.
La segunda expedición
Sin embargo, si la suerte lo favoreció en su primera travesía, no ocurrió lo mismo en la segunda. En aquella ocasión proyectó un viaje de la región agrícola de Darling Downs al río Swan y a Perth, en la costa oeste. Se trataba de un viaje que implicaba cruzar Australia de punta a punta: era significativamente más largo y arriesgado que la travesía anterior, pero Leichhardt estaba confiado.
La confianza no duró mucho. En medio de las áridas regiones, el problema no resultó ser la falta de agua, sino el exceso. Lluvias torrenciales asolaron la región y llevaron a la muerte de uno de los caballos, a la pérdida de valiosas reservas de alimento y a que el mismo Leichhardt enfermase de malaria. Tras 800 kilómetros, el equipo tuvo que volver.
Este fracasó no disminuyó la fama de Leichhardt, que incluso recibió a su retorno la Medalla del Patrón, la Sociedad Real de Geografía, y un premio de la Sociedad Parisina de Geografía. Por supuesto, 800 kilómetros era solo una fracción de lo planeado, pero aún así era una distancia considerable.
Apenas recuperado de su enfermedad, Leichhardt comenzó a planear la que sería su última expedición. Planeando el mismo recorrido de la ocasión anterior, en este viaje atravesarían el centro de Australia, el lugar más árido y peligroso del continente, y entonces tan desconocido que bien hubiese podido ser otro planeta.
La última expedición
Leichhdart partió con 4 europeos, dos guías aborígenes, siete caballos, 20 mulas y 50 reses cargadas de provisiones. El 3 de abril de 1848 fue visto con vida por última vez.
Pasarían años antes de que alguien comenzara a preocuparse. En vista de la larga travesía, era de esperar que no arribara a su destino antes de al menos 2 años de marcha y seguramente 3. Pero ya para 1851 comenzaron a alzarse voces, preocupadas de su ausencia en la costa oeste.
El gobierno comenzó entonces una frenética búsqueda del explorador, llegando a ofrecer hasta 1.000 libras esterlinas como recompensa a quien diera con su destino. Varias expediciones se lanzaron en su búsqueda, pero ninguna fue capaz de dar con rastro alguno de su equipo… excepto por curiosas pistas que parecía haber ido dejando en el camino, como alertando de lo que le esperaba.
Se trataba de la letra L tallada en varios árboles, muchas veces sobre las letras XDA. La L bien podía significar Leichhdart, pero el significado de XDA jamás quedó claro. Con el paso del tiempo (y hasta bien entrados los 1860’s), cada vez más y más hallazgos de este tipo añadieron datos verdaderamente confusos.
Muchos aborígenes que hablaron con estas expediciones afirmaban haber visto a cuatro hombres blancos recorriendo las áridas estepas. Algunos decían que habían muerto, pero otros que vivían y que al menos uno recorría de manera regular el desierto. Esta leyenda comenzó a tomar forma y con el tiempo incluso aparecieron pinturas aborígenes retratando al famoso hombre blanco.
Nadie sabe qué pasó con Leichhardt. Muchos especulan que sencillamente murió, y que quizás las apariciones a los nativos no eran más que su alma despidiéndose del lugar que lo hizo grande. Otros creen que fue asesinado por el gobierno británico, avergonzado de que un alemán (y no un inglés) fuese el más grande explorador australiano. Pero otros suponen que enloqueció a la vista de la inmensidad del desierto y que, cual bestia ancestral, éste se apoderó de su alma. Por ello, habría vagado el resto de su existencia de un lugar a otro sin encontrar un solo momento de descanso.
No son más que leyendas. Pero mientras no se sepa la verdad con exactitud, vivirán en las áridas tierras australianas.
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