jueves, 23 de julio de 2015

El misterio de la estrella Sirio y el pueblo dogón



Los avanzados conocimientos del pueblo dogón sobre la estrella Sirio se han considerado un misterio durante décadas. Sin telescopios ni otros medios tecnológicos, ¿cómo alcanzaron los dogones esos conocimientos?


Sirio, la estrella más brillante del cielo nocturno, es visible desde el polo sur terrestre hasta las latitudes de Islandia. Desde las civilizaciones más antiguas su intenso brillo siempre ha fomentado la curiosidad y fantasía del hombre; en Egipto, por citar un ejemplo, el día de su aparición sobre el horizonte después de un periodo de invisibilidad (lo que los astrónomos llamamos el ‘orto helíaco’) marcaba el inicio de las inundaciones del Nilo.


Sirio debe su intenso brillo aparente a su proximidad a la Tierra, pues se encuentra a una distancia de tan sólo 8,6 años-luz. La estrella que nos fascina a simple vista es dos veces más masiva y 25 veces más luminosa que el Sol y tiene un rápido movimiento propio en el cielo.


Fue el estudio de este movimiento, que presenta unas marcadas oscilaciones, lo que hizo predecir al astrónomo alemán Friedrich Bessel en 1844 la existencia de una pequeña compañera, Sirio B, que acabó siendo observada por el astrónomo estadounidense Alvan Graham Clark en 1862. Sabemos hoy que Sirio B no es mas que una estrella enana blanca, un pequeñísimo residuo estelar compacto e inerte. Aunque tiene la mitad de la masa del Sol, Sirio B es del tamaño de nuestro planeta Tierra. Por su débil brillo y su proximidad a la deslumbrante Sirio A, es imposible observar Sirio B sin un buen telescopio.


Sirio A y Sirio B se encuentran ligadas gravitacionalmente. Según se estimó en 1851, una década antes de la primera observación de Sirio B, el tiempo que tarda ésta en dar una vuelta alrededor de Sirio A es de 50 años. Más recientemente se han detectado ciertas anomalías en el movimiento orbital de Sirio B que podrían explicarse con la presencia de una hipotética tercera estrella, Sirio C, que a pesar de los esfuerzos de los astrónomos nunca ha sido observada, por lo que su existencia resulta aún incierta.


Cultura ancestral, astronomía avanzada

Los dogones son un grupo étnico establecido en el centro de Malí, cerca del rio Níger y en torno a la gran falla de Bandiagara. Sus tradiciones religiosas y su cultura son ancestrales: conservan vistosos bailes con espectaculares máscaras, cultivan una original técnica en escultura y practican una arquitectura muy peculiar: las viviendas dogonas construidas en la misma falla Bandiagara son patrimonio de la humanidad. Según una tradición dogona unos dioses anfibios (llamados ‘Nommo’) llegaron en tiempos remotos desde el cielo en un barco volador.


El antropólogo francés Marcel Griaule (1898-1956) estudió a los dogones durante los últimos 25 años de su vida. Analizó sus tradiciones y creencias gracias a unas extensas conversaciones con el chamán ciego Ogotemeli. El contenido de éstas fue recogido documentalmente por Germaine Dieterlen (1903-1999), estrecha colaboradora de Griaule, en su libro ‘Le renard pâle’. Y es aquí donde entran Sirio y otros astros.


Relatan Griaule y Dieterlen que, cada 50 años aproximadamente, los dogones celebraban una fiesta llamada ‘sigui’ que estaba íntimamente relacionada con la estrella Sirio. Según Dieterlen, Ogotomeli habría revelado a Griaule unos conocimientos avanzadísimos de astronomía. Los dogones atávicos ya conocían los anillos de Saturno, los cuatro satélites galileanos de Júpiter y, lo que es aún más sorprendente, sabían perfectamente que Sirio era una estrella doble. Es más, la periodicidad de 50 años de la fiesta sigui tendría su raíz en el periodo orbital de Sirio B.


Dudosa arqueología

En 1976, el escritor anglo-americano Robert K.G: Temple publicó ‘El misterio de Sirio’, un libro en el que sostenía la tesis de que unos extraterrestres, que habrían entrado en contacto con la civilización egipcia hace unos 5.000 años, habrían comunicado sus extraordinarios conocimientos de astronomía, y estos conocimientos habrían sido transferidos por los egipcios a los dogones. Como Sirio era tan importante para los egipcios, pusieron mucho énfasis en comunicar sus conocimientos. Naturalmente los extraterrestres fueron incorporados a la arcaica tradición dogona como los dioses Nommo. Temple incluso llega a encontrar indicios en la cultura dogona de la posibilidad de que Sirio fuese una estrella triple, argumentando que conocían la existencia tanto de Sirio B como de Sirio C.


A pesar de lo fascinante de la historia, nadie medianamente serio cree hoy en las tesis de Temple. Hace 20 años que el antropólogo danés Walter van Beek emprendió un concienzudo trabajo de campo con el pueblo dogón y quedó sorprendido por sus modestos conocimientos de astronomía. Van Beek publicó un trabajo (‘Dogon restudied’) en el que subrayó que las tesis de Temple son especulaciones sobre los relatos de Griaule y Dieterlen que, a su vez, están basados exclusivamente en una fuente: el chamán Ogotemeli.


Sin duda los dogones habían tenido contacto con los occidentales antes de la llegada de Griaule a su territorio. Van Beek se refiere a un misionero jesuita que visitó a los dogones antes de Griaule. El astrónomo francés Henri Alexandre Deslandres estuvo en territorio dogón, con una expedición científica, observando un eclipse de Sol en 1893. Es de resaltar que Griaule también era astrónomo amateur.


Lo más plausible es que el avanzado conocimiento en astronomía de Ogotemeli fuese el resultado de un proceso de contaminación y asimilación cultural, es decir, que sus conocimientos en astronomía los hubiese adquirido gracias a los visitantes occidentales. Como ha señalado el gran Carl Sagan, los conocimientos de Ogotemeli reflejaban el conocimiento occidental de la astronomía hacia 1932. Ogotemeli no poseía ningún conocimiento más avanzado al occidental de la época (por ejemplo, conocía los anillos de Saturno pero no los de Urano ni los de Neptuno; tampoco sabía de los numerosos satélites de Júpiter o Saturno). Además, Ogotemeli caía en algunos errores propios de la astronomía occidental de la época.


Es cierto que los dogones se interesaban mucho por la astronomía y no es de extrañar que sus conversaciones con los numerosos visitantes occidentales de finales del XIX y principios del XX acabasen abordando temas del cielo.


Sirio y su compañera enana blanca estaban de gran actualidad en la astronomía occidental de los 1920s y resulta muy plausible que el astrónomo amateur Griaule comentase sus conocimientos a Ogotemeli. Quizás Ogotemeli simplemente asintió, o fingió saber, y la narración de Griaule quedó contaminada por su propio interés en el tema, y por su ferviente deseo de demostrar la complejidad de las creencias religiosas de los dogones.


Fueron los terrestres, y no los extraterrestres, los que comunicaron conocimientos astronómicos a Ogotemeli y los dogones. El estudio científico de Sirio ya entraña fascinantes sorpresas y misterios, sin que tengamos que recurrir a exóticos alienígenas anfibios.


El misterio de Sirio B

Los dogon son una etnia africana que habita en la región central de Mali y en el sur de Níger. Son un pueblo pacífico de pastores, agricultores y artesanos que viven en casas de adobe, pero, a pesar de la relativa sencillez de su cultura, parecen poseer desde tiempo inmemorial una serie de conocimientos astronómicos desconcertantes para la ciencia moderna.


Entre 1931 y 1956, los antropólogos franceses Marcel Griaule y Germaine Dieterlen convivieron con los dogon, llegando a ser aceptados por su comunidad e iniciados en sus tradiciones. Así descubrieron, entre otras cosas, la gran importancia que las estrellas tienen en los ritos y los mitos de este pueblo.


Según la cosmogonía dogon, el universo se originó a partir de una estrella muy pesada a la que llaman Po Tolo. Po Tolo es invisible, en el sentido de que no se puede ver mirando al cielo, pero gira en torno a la estrella más brillante del firmamento nocturno: Sigu Tolo, o, según su nombre occidental, Sirio. Esto resultó sumamente desconcertante para Griaule y Dieterlen, ya que Sirio efectivamente es un sistema doble, con una estrella muy densa e imposible de ver sin un potente telescopio, Sirio B, que gira en torno a su hermana Sirio A. Cómo llegaron los dogon a conocer su existencia era un misterio para los antropólogos franceses.


Además los dogon describían su órbita elíptica con bastante exactitud, y, por otro lado, también parecían poseer otros conocimientos sorprendentes, como que Júpiter tiene cuatro lunas y Saturno un anillo. Todos estos datos astronómicos, de adquisición relativamente reciente para la ciencia occidental, se hallaban imbricados en mitos supuestamente milenarios.


Más tarde se replicó a Griaule y Dieterlen que los dogon bien podrían haber adquirido esos conocimientos astronómicos a través de viajeros occidentales, aunque, si bien Sirio B había sido descubierta en 1862, su extrema densidad no fue tema de debate científico hasta 1920. Un año demasiado reciente como para que los dogon hubiesen incorporado ya ese dato a su mitología. Otra posible explicación consistía en que los propios antropólogos franceses hubiesen moldeado, intencionadamente o no, los mitos indígenas con sus preguntas, ansiosos por encontrar elementos que socavasen el etnocentrismo cultural europeo. Pero esto es difícil de demostrar, por lo que los conocimientos astronómicos de los dogon continúan rodeados de un halo de misterio.


En su polémico libro El misterio de Sirio (1975), Robert Temple plantea la hipótesis de que hubiesen adquirido esa información a través de antiguos visitantes alienígenas. Una idea deudora de las tesis de Erich von Däniken, en el cénit de su popularidad cuando Temple lleva a cabo la investigación y redacción de su libro. Él parte de los escritos de Griaule y Dieterlen y de sus propias indagaciones sobre el terreno. En un rito dogon del que es testigo cree encontrar la teatralización del aterrizaje de una nave espacial, y en los “nonmo”, unos seres míticos de las leyendas dogon, a extraterrestres provenientes de Sirio B, a los cuales atribuye aspecto pisciforme basándose en la representación gráfica que los indígenas supuestamente hacen de ellos.


Como es fácil de imaginar, las teorías de Robert Temple encontraron bastantes detractores. Además de reprochársele hacer interpretaciones interesadas de los mitos dogon, en los cuales se esforzaba por encontrar lo que de antemano buscaba, se le acuso de ocultar aquellos aspectos de los trabajos de Griaule y Dieterlen que podían perjudicar a su tesis principal. Lo cierto es que El misterio de Sirio no inspira demasiada confianza. Se trata de un libro áspero, un collage de elementos heterogéneos que a veces se pierde en disquisiciones más bien bizantinas, como por ejemplo su rebuscada explicación de unos dibujos que en realidad podrían significar cualquier cosa.


De esta historia tal vez debamos quedarnos con la aventura de Marcel Griaule y Germaine Dieterlen: adentrarse en el corazón de África para hacer preguntas a un pueblo en teoría primitivo, encontrando respuestas sorprendentes. Más allá de que al final esas respuestas sean misteriosas o no, escucharlas de primera mano debió de resultar una experiencia apasionante.



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A una distancia de 8,6 años-luz, Sirio es la quinta estrella más cercana al Sistema Solar. Las otras cuatro estrellas más cercanas son Alfa Centauri (a 4,2 años-luz), la estrella de Barnard (a 6 años-luz), CN Leonis (a 7,8 años-luz) y Lalande 21185 (a 8,2 años-luz). A pesar de ser más lejana que estas cuatro, Sirio se ve más brillante desde la Tierra por ser intrínsecamente más luminosa.

El gran ilustrado Voltaire escribió, en 1752, un relato llamado ‘Micromégas’ que es considerado pionero del género de la ciencia ficción. El cuento narra la visita a la Tierra de Micromégas, un ser procedente de un planeta de la estrella Sirio, y del secretario de la Academia de Saturno. Voltaire se sirve estos personajes para reflexionar sobre la idea filosófica de la relatividad.

El astrónomo Carl Sagan escribió detalladamente sobre el misterio de Sirio y los dogones en su libro ‘El cerebro de Broca’, donde citó otros casos de contaminación científica y concluyó (Capítulo 6 ‘Enanas blancas y hombrecillos verdes’), que "son demasiadas las explicaciones alternativas para el mito de Sirio como para que podamos considerarlo prueba fehaciente de contactos extraterrestres con el pasado".





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