viernes, 5 de agosto de 2016

La leyenda de Yuki-Onna



La leyenda cuenta que la yuki onna es el espíritu de una mujer alta, hermosa, con piel blanca y cabello largo de color negro. Se dice que hace sus apariciones en las noches de nieve.


Esta mujer forma parte de muchas leyendas japonesas y la mencionan ya sea vistiendo un kimono blanco o simplemente desnuda y recostada en la nieve. Algunos relatos cuentan que se les aparece a los viajeros que se encuentran atrapados en tempestades de nieve y utiliza su respiración helada para matarlos, otras historias dicen que extravía a las personas haciendo que mueran por hipotermia.


Sin embargo, una de las leyendas más conocidas de la Yuki Onna considera como personales principales a Oyuki y a Minokichi.


La historia dice que dos leñeros, quienes en una noche de invierno se disponían a regresar a casa después de recolectar la madera del día, se encontraron con una fuerte tormenta la cual ya había cubierto de nieve el camino que siempre seguían por lo que al ver imposible el trayecto comenzaron a deambular por el oscuro bosque en busca de ayuda o refugio. Finalmente encontraron una pequeña cabaña abandonada y se dispusieron a pasar la noche ahí esperando el sol del nuevo día.


El cansancio hizo que se quedaran completamente dormidos hasta que una ráfaga de viento abrió de golpe la puerta de la vieja cabaña despertando inmediatamente al más joven de los dos quien por impulso dirigió la vista hacia el lugar donde descansaba su compañero quedando impactado con lo que vio.


Una mujer se encontraba inclinada enfrente de su compañero quien ya se encontraba congelado. Ella tenia cabello largo y negro y vestía un kimono blanco como la nieve. El joven, llamado Minokichi, decidió orar para que aquella mujer no fuera un demonio.


La mujer volteó a verlo y sus miedos se confirmaron. Era el espíritu de una mujer con piel blanca y pálida cual sus ropas, su ojos eran negros como la noche y cuando abrió la boca, Minokichi pudo darse cuenta que no tenia dientes, ni lengua, era un vacío total.


Minokichi se resignó esperando el momento de su muerte pero entonces la mujer comenzó a hablar con un tono dulce y cariñoso. Le confesó que pensaba quitarle su aliento como a su viejo compañero pero que le iba a perdonar la vida pues sentía lastima por Minokichi ya era muy joven y apuesto. Sin embargo, le advirtió que si algún día revelaba lo que había ocurrido en ese lugar, lo mataría sin dudarlo.


El joven, aún consternado, prometió callar lo ocurrido por siempre.

Después de haber dicho la amenaza, la mujer desapareció de la cabaña y con ello, también la tormenta.


Tiempo después, Minokichi ya había retomado su trabajo como leñador por lo que regresó a la rutina de internarse en el bosque diariamente. Un día, cuando regresaba a su casa, se encontró a una bella joven de largos cabellos negros quien se dirigía al pueblo en busca de trabajo. Minokichi al ver que ya era de noche, la invitó a hospedarse en su casa junto a su familia. La joven, muy agradecida, aceptó el ofrecimiento y se presentó ante ellos con el nombre de Oyuki.


Oyuki y Minokichi se enamoraron rápidamente y no pasó mucho tiempo para que ambos se casaran. De su unión nacieron tres hermosos niños, y vivieron felices por muchos años. Minokichi era la envidia de todo el pueblo pues tenía como esposa a una bella mujer quien también era una excelente madre y esposa ejemplar. Pero había algo raro en Oyuki que llamaba la atención del pueblo, parecía que no envejecía con el pasar de los años pero Minokichi no le daba importancia, ya que él era sumamente feliz.


Un día, Oyuki se encontraba cociendo los kimonos de sus hijos y Minokichi entretejiendo unas sandalias que pensaba regalar a su esposa. Todo procedía en una hermosa tranquilidad cuando de repente Minokichi volteó a ver de reojo a su esposa y se dio cuenta del gran parecido que tenía con la mujer con quien se encontró en aquella noche fatal de invierno.


El hombre no pudo ocultar su nerviosismo por lo que su esposa le preguntó sobre su extraño comportamiento. Minokichi contestó que al verla entre las sombras le había recordado a alguien que conoció tiempo atrás y decidió contarle la historia. Oyuki escuchaba atentamente sin decir ni una sola palabra mientras su marido seguía contándole con detalle acerca de aquella misteriosa mujer. Oyuki siguió callada mientras Minokichi, entre risas, admitió que quizás todo lo que vivió aquella noche habría sido un sueño.


Oyuki se levantó y miro fijamente a los ojos de Minokichi confesandole que ella era aquella mujer y que debía matarlo pues no había cumplido su promesa de callar lo ocurrido. Minokichi confundido y asustado no supo qué hacer, sin embargo, la mujer no lo atacó por el profundo amor que había sentido por él, así que le perdonó la vida nuevamente. 


Antes de irse, la mujer le advirtió que ahora él tendría que cuidar a sus hijos pero si llegaban a quejarse por algo lo mataría sin dudarlo. Después de haber dicho esas palabras Oyuki desapareció sin dejar rastro. Nunca más fue vista ni por sus hijos, ni por su esposo quien se quedó lamentando su gran pérdida de por vida.



jueves, 4 de agosto de 2016

La Monja de la Catedral



Se cuenta que existió una vez en la ciudad de Durango una familia cuyo nombre se ha perdido en el tiempo, eran originarios de Topia, población minera que se encuentra enclavada en el corazón de la sierra de Durango. El se había dedicado a la minería, ella prototipo de la mujer hogareña, la vida había pasado dando atención a Beatriz única hija del matrimonio.


Beatriz era una hermosa chiquilla de piel blanca, ligeramente tostada por el sol de la sierra, cabello rubio y largo, ojos azules, boca pequeña con labios finos y rojos, robusta y de estatura alta bien proporcionada. Como era la única hija de la familia y los padres tenían con que hacerlo, pensaron en darle una buena educación. Movidos por ese imperativo, la familia se traslado a la ciudad de Durango, estableciéndose en una casa de la calle de la pendiente que estaba muy cerca de el templo de la catedral donde había de inmortalizarse para siempre Beatriz, en la leyenda de la monja de luna de la catedral de Durango.

Era la década de los años cincuentas del siglo XIX cuando la chica determino ingresar a un convento de religiosas. Sus padres que la amaban tanto, aprobaron de inmediato la idea, considerando que preferirían verla casada con cristo que con un mortal cualquiera.

Beatriz se fue al convento, su padre, además de pagar una fuerte cantidad de dinero por la dote correspondiente, su fortuna la dono al monasterio a donde había ingresado su hija.


Eran aquellos años turbulentos de las luchas entre liberales y conservadores, Juárez en desesperado esfuerzo por liberar a su pueblo de la opresión de conciencias, promulgo las leyes de reforma y se reformo la constitución. El clero al sentir sus intereses afectados; cerro algunos conventos o instituciones de carácter religioso, entre ellos el convento en donde se encontraba Beatriz. La monja regreso a su casa encontrándose con la desagradable sorpresa de que su madre había muerto y su padre se encontraba muy enfermo.

A Beatriz al retirarla no le regresaron ni la dote, ni la fortuna que su padre había donado cuando su ingreso. Las reservas económicas de la familia se habían agotado y la situación era difícil. El tiempo pasaba y no había dinero ni donde conseguirlo, las fuentes de trabajo estaban cerradas, acababa de pasar la guerra de reforma y ya se estaba en plena intervención francesa.


El viejo murió y tuvo que hipotecar la casa para enterrarlo poniendo en riesgo su único patrimonio donde podría vivir mientras se abría el convento. Beatriz se quedo envuelta en terrible soledad, protegida por su fe y sostenida con la esperanza de volver pronto a su vida monacal. En su casa toda ocupación consistía en salir en la mañana a la misa, en la tarde al rosario a la iglesia mas cercana que era la catedral. Durante el día aseaba la casa y entre el rezo y rezo atendía su industria artesanal hogareña que consistía en tejer y bordar paños para la iglesia, actividad por la que el cura le obsequiaba unas cuantas monedas y le daba su apretón de manos.

Mientras la vida de esta mujer se deslizaba en perzosa rutina, las tropas francesas del imperio, mandadas por el general L’Heriller entraba en Durango sin resistencia, siendo objeto de caluroso recibimiento por la burguesía y el clero. Se recibió a los franceses con la lluvia de flores, los intelectuales les compusieron versos, el comercio les ofrecía banquetes, el clero misas y Te-Deum; y la sociedad aristócrata les brindo su casa a los jefes y oficiales imperialistas extranjeros; quienes en su mayoría eran jóvenes apuestos y sobre todo, con monedas de oro en los bolsillos, sustraídas de la antigua hacienda mexicana. Estos cortejaban a las damas duranguenses, ellas en correspondencia se dejaban querer.


A los varones, principalmente jóvenes de la ciudad, nunca les cayó bien lo que veían. Odiaban a los franceses por ser invasores. Si la ciudad no había puesto resistencia a su llegada no fue por falta de valor y conciencia nacional de los hombres del pueblo, si no por falta de recursos para organizar la defensa, por una parte; por la otra, el hecho de ser franceses, los hizo sentirse facultados para atropellar a los civiles y disfrutar a la mujer que les agradaba. Este odio daba a los mexicanos razón para asesinar a un francés cuando se daba la oportunidad.

Así sucedió que una noche oscura y lluviosa del mes de agosto de 1866 se encontraban en la calle un joven mexicano que trataba de entrevistarse con su novia y un joven oficial francés de nombre Fernando que intentaba cortejar a la misma dama. No hubo dialogo entre ellos, el duranguense, puñal en mano se lanzo contra el intruso; le asesto dos o tres puñaladas, Fernando al sentirse herido huyo. El mexicano en su afán de aniquilarlo trato de darle alcance, tropezó y callo al piso, el escurridizo militar dio vuelta a la esquina y avanzo en su huida. Consciente el extranjero de que si lo alcanzaba su rival no lo dejaba vivo, toco en la primera puerta que se encontró; era la casa de Beatriz. La muchacha al oír los toques fuertes y desesperados intuyo que su auxilio era de vida o muerte. Abrió la puerta, el francés mal herido entro y callo sangrante y desmayado en el suelo del zaguán. La monja cerro, violentamente puso el aldabón y se quedo perpleja; no pensó ni hablo nada, durante unos minutos se quedo parada, contemplando al moribundo sin hallar que hacer.


Por fin se le paso el susto, le limpio la sangre de la cabeza al herido y aplico unos lienzos de agua fría que lo hicieron volver en si. Cuando se paro a ella lo cautivo por lo arrogante, a el, ella lo cautivo por lo bella y lo delicada. Luego que el militar tomo unos sorbos de agua fresca, Beatriz abrió la puerta del zaguán y le pidió que abandonara la casa de inmediato. Fernando le suplico que le permitiera pasar esa noche allí para salvar su vida, la monja se asusto y le negó el refugio. El francés ante la alternativa de la vida y la muerte, cerro la puerta con brusquedad y sacando un espadín que no pudo utilizar en el encuentro fatal, se lo puso en el pecho diciéndole: si haces escándalo ye ¡te mato¡ la monja prefirió callar y esperar el resultado de las cosas. Despues de un buen rato de silencio entre los dos, el le platico todo y le imploro su ayuda; le entrego un buen puño de monedas de oro, que indudablemente contribuyeron al convencimiento de la monja. Por fin, Fernando se quedo escondido en casa de Beatriz. Ella lo curo y lo atendió con esmero. Los dos eran jóvenes, mas o menos de la misma edad, bien parecidos. Se enamoraron profundamente uno del otro y sintiendo Beatriz que había encontrado a él hombre de su vida, se entrego en cuerpo y alma a él; los dos vivieron momentos de excelsa felicidad, de esos que son escasos en el vivir de los seres humanos pero que, cuando se presentan deben vivirse con plenitud. En ese mundo secreto de feliz compañía el militar perdió el pulso de devenir en la politica de México por que no salía de la casa, ni conversaba con nadie. Ella que era la que se comunicaba con el exterior, no entendía de esas cosas ni recibía información porque su círculo de relaciones era ajeno a la vida militar y política del estado.


Las cosas cambiaron, napoleón ordeno el retiro de las fuerzas francesas del suelo mexicano; el ejército francés sin saber Fernando, abandono la ciudad de Durango y se aprestaba el ejército liberal a la ocupación de la plaza. Al conocer esto el militar del relato, intuyo que sus días estaban contados, advirtió que no podía estar oculto toda la vida; tarde o temprano seria descubierto y terminaría en el paredón. Era urgente salir de Durango, tenia que dejar a Beatriz; se revistió de valor y dio a conocer la decisión a su amada. Beatriz se resistió en principio, el la convenció ofreciéndole volver pronto, tan bueno como las cosas cambiaran. Ya no había franceses en la ciudad de Durango, solo Fernando porque estaba escondido. La monja le consiguió un caballo ensillado, le presto bastimento y una noche del mes de noviembre de 1866, el oficial francés salio sigilosamente de la ciudad; Beatriz lo encamino hasta la salida donde terminaba el barrio de Analco, camino al puerto de Mazatlán. La despedida fue dolorosa como son todas las despedidas de dos seres que se quieren. Las lagrimas de la pareja, humedecieron aquella noche novembrina, se apretaron fuertemente en un abrazo desesperado, se dieron un beso prolongado; ella se quito una medalla de oro que llevaba colgada en su pecho y colgándosela a el le dijo: “Para que te cuide”. Fernando monto en su corcel y se perdió en la lejanía y el silencio de la noche.


La noche estaba estrellada como son las noches durangueñas en esa época del año; hacia frió, el ambiente olía a pasto frió, había silencio, en la lejanía se escuchaba el canto de los gallos y las campanas de la catedral sonaban las tres de la mañana. Beatriz levanto los ojos al cielo, oró en silencio y con voz casi apagada decía: “tiene que volver señor, tu me lo vas a traer”; mientras que con paso lento atravesaba las calles de Analco y tierra blanca y se dirigía a su casa.

Por otra parte, Fernando no conocía el camino que lo podría conducir al puerto de Mazatlán, para unirse con sus compañeros y después, ya con otro carácter volvería a buscar a Beatriz. Los conocimientos que tenia del estado de Durango y sus comunicaciones eran mínimos, solamente los que sus superiores le habían transmitido con motivo de operaciones de la guerra. Cuando se alejo de su amada y se sintió solo ante aquel esplendido panorama nocturno, contemplo las estrellas y lloro a torrentes. Se sintió el hombre mas desgraciado de la tierra, sin patria, sin familia, sin dinero, sin conocimiento del terreno, sin compañeros y con el tremendo estigma de llevar el uniforme de un ejército invasor que se batía en retirada.

Sintió que su vida estaba contada en horas y se arrepintió terriblemente de no haberse quedado con Beatriz a vivir en un encierro sin límites. Hasta ese momento se puso a considerar los riegos que consideraba aquel viaje, que comparados con los riesgos que le traía vivir al lado de su amada, opto por su regreso. Miro el horizonte y el crepúsculo rosado del amanecer anunciaba el advenimiento de un nuevo día. La fuerza del amor había triunfado, peso en el gozo que le iba dar a ver a Beatriz verso esa misma mañana.


Así torció la rienda a su caballo para emprender el camino de regreso, en el preciso momento que la avanzada de una guerrilla juarista que tenia su cuartel en la vieja hacienda de Tapias muy cerca de la capital de la entidad le marcaba “el quien vive”. Fernando al conocer de los rigores de la guerra y sabedor de la política del presidente Juárez, ni siquiera pensó su decisión. Le prendió las espuelas al caballo, le dio un cuartazo con energía y salio disparado como un rayo por donde había venido. No avanzo mucho, una descarga de fusilaría rompió el silencio de aquella madrugada y el cuerpo de Fernando rodó sin vida por el suelo. El caballo se fue con todo y silla, uno de los guerrilleros lo alcanzo y en su velos carrera con su reata de lazar le echo un cuello, enredo cabeza de silla y lo detuvo, trayéndolo ante el jefe de la guerrilla.

Después de revisarlo de todo a todo y registrar los bolsillos del muerto, tratando de encontrar algún mensaje secreto, no encontraron identificación alguna, en un morral de cuero solo había un guaje con agua, unas gordas que en su interior contenían frijoles molidos enchilados, un poco de pinole y unos panecillos de harina de trigo, estaban envueltos en una servilleta bordada con hilaza de colores adornada con un deshilado y unas puntas de tejido a mano. Aquel soldado no traía nada de importancia, ni siquiera fusil, solo colgaba en su pecho una medalla de oro con la imagen de la Purísima concepción y un nombre grabado por el dorso que decía: Beatriz.

Atravesaron el cuerpo de aquel hombre sobre la silla del caballo en que venia montado y se lo llevaron estirando hasta la hacienda. Extendieron al difunto sobre el piso del portal de la casa grande donde vivía don Antonio, el jefe de la guerrilla. El sol salía en las colinas de enfrente, un viento helado soplaba del norte; la noticia de la muerte se extendió como reguero de pólvora, la casa se lleno de mirones; una vieja observadora dijo después de examinarlo: miren y tenía barba partida; era muy joven. Otra agrego: era muy alto. Allí permaneció el cadáver tirado, no le pusieron velas ni nadie lo lloraba, a la altura del medio día, se le dio cristiana sepultura. Al cementerio lo llevaron atravesado en su caballo y al sepelio solamente asistieron dos personas soldados de la guerrilla, uno llevaba un talacho y una pala sobre el hombro. El otro cabresteaba el caballo que servia de ataúd y de carroza fúnebre. Al llegar al panteón cavaron una fosa y allí arrojaron el cadáver de Fernando como cayo. Así terminaba en amor de Beatriz, el hombre de su sueño y de su vida que la había hecho tan feliz un corto tiempo.


Beatriz no supo nada de esto, tal vez si lo sabe se muere de angustia o se clava un puñal en el corazón. Ella vivía porque era de Fernando y se conservaba para el; consideraba que el regreso de su amado era cuestión de días, o cuando mucho de meses. En su casa, volvió a la vida de soledad y rutina; ir a misa en la mañana, al rosario en la tarde y bordar y tejer para confeccionar los paños sagrados de la iglesia. No dormía, gran parte de la noche se la pasaba en vela, orando de rodillas ante el retrato antropomorfo del trazador de destinos humanos.

En el convento había aprendido que la fe debe de ser siempre constante, que hay que sufrir para merecer, y que un milagro no se realiza nada mas porque se pide; para que se haga a que atravesar la barrera del infinito y llegar a dios y se llega a el solamente cuando se habla con el corazón. Por todo esto, ella esperaba el milagro a largo plazo y aun así, hacia lo imposible por merecerlo. Siempre tenía de día y de noche una lámpara de aceite encendida a la imagen de su devoción.

La castigaba el saber que ya era madre, que en su vientre latía una vida, producto de su amor con Fernando; que la hipoteca de la casa, que había hecho cuando tuvo que enterrar a su padre estaba por vencerse y no tenia dinero; que si habrían de nuevo el convento no podría regresar; que qué diría el señor cura si se daba cuenta de su pecado; que donde iba a vivir si le quitaban la casa, que si nacía su hijo sin padre, a él y a ella la sociedad de la religión los iba a condenar; que si Fernando no venia ella se moría de pena. Esas y muchas otras reflexiones hacia Beatriz, todos los días y todas las noches; al fin, el desgaste de energía por el llanto y la preocupación, eran mas grandes que el insomnio y terminaba por dormirse. Las campanadas de misa de las cinco la despertaban, se santiguaba y empezaba a pensar en Fernando y en su situación para concluir con la espera de un milagro, que era lo único que la podía salvar.

Así paso un mes y así pasaron tres meses sin tener noticias de su amado, la confortaba la idea de que el no le escribía porque estaba próximo si regreso; el milagro estaba por realizarse de un momento a otro, en una noche de luna llegaría el oficial francés por el occidente. Tanto era su fe la idea del regreso de Fernando se convirtió en obsesión y todos los días de plenilunio, cuando Beatriz iba al rosario de la tarde, se escondía tras un confesionario de la catedral, para luego que cerraban la puerta, subiría por la escalera del caracol al campanario; porque lo alto de la torre le permitía dominar mayor distancia y visibilidad en el horizonte, para completar la inmensidad hacia el occidente por donde tenia que aparecer su amado. Todos los días, todas las tardes y todas las noches, Beatriz trepaba a lo alto de la torre izquierda de la catedral, a hurgar en el horizonte esperando el retorno de Fernando; por fin, cuando el niño de Beatriz estaba por nacer, una mañana del mes de abril, a las primera luces del alba, cuando el sacristán del templo habría la puerta mayor de la iglesia, vio tirado sobre el atrio enlozado de la catedral, el cuerpo de una mujer que con los brazos abiertos sobre el suelo, yacía muerta. Estampada en el piso al desplomarse de lo alto de la torre de donde contemplaba el horizonte.


Nunca se supo si fue suicidio por la desesperación y el desengaño porque el milagro no se realizaba, porque la plegaria de aquella noche de noviembre se perdió en el infinito del cielo estrellado y no llego a su destino, porque los ruegos y las oraciones de todos los días, no fueron escuchados en represalia, porque la monja rompió el voto de castidad. No se supo tampoco si fue un accidente producto del agotamiento y el desvelo el que ocasiono el desplome. La realidad, que Beatriz murió por la caída de mas de treinta metros de altura, cuando a su higo le faltaban unos días para nacer y que desde entonces, todas las noches de plenilunio se ve la silueta de una monja vestida de blanco en el campanario de la torre izquierda de la catedral de Durango, de rodillas contemplando el occidente implorando por el retorno de su amado.

miércoles, 3 de agosto de 2016

El Autobús Fantasma



Cuenta la leyenda que en una peligrosa carretera entre montañas un autobús sufrió un accidente muriendo todas las personas que en él viajaban. Desde entonces dicho autobús circula de noche y aquel osado que atreva a montarse en él…

De la ciudad de Toluca a la ciudad de Ixtapan de la Sal, anteriormente era obligado transitar por una carretera bastante sinuosa y peligrosa, pues bordea un precipicio sumamente profundo casi vertical y de roca sólida. Actualmente existe una autopista.


Un día de tantos un autobús partió de Ixtapan de la Sal con rumbo a Toluca. El viaje era de lo más normal aunque circulaba por la noche, muchos de los pasajeros habían hecho ese viaje varias veces así que aprovechaban para dormir. El autobús inició el viaje lleno, subió por la cuesta sin problemas cuando comenzó a llover, como tantas veces en esa parte del camino, entonces alcanzó el punto más alto y luego inició el descenso e iniciaron las famosas curvas de Calderón, un tramo de carretera, en el cual las curvas son sumamente cerradas y peligrosas, además se caracteriza porque sin importar si se va a Toluca o se viene de ella esa parte es de bajada, pues es parte de una hondonada bastante grande y donde hay un puente en el cual sólo cabe un auto y está además al salir de una curva muy cerrada.


En ese puente han ocurrido accidentes muy graves y muchos de ellos mortales, está tan hondo que a no ser por la cantidad de piedras afiladas a los lados, fácilmente podría sujetarse un “bungee”. El autobús en cuestión inició su descenso, con lluvia y por supuesto el pavimento mojado. De repente los pasajeros se percatan de que el autobús está ganando velocidad y se asustan, reclamando al conductor, quien no dice nada en absoluto, entonces sumamente nervioso al fin atina a decir:


¡¡¡Están fallando los frenos!!!

En poco tiempo el autobús toma tanta velocidad que es imposible controlarlo y en una curva el autobús se precipita al vacío, muchos mueren instantáneamente a causa del golpe, otros yacen inconscientes, hasta que el autobús se incendia y en poco tiempo es consumido por las llamas. Nadie escuchó los gritos de los pocos pasajeros que pedían ayuda y todos mueren de una forma horrible.


Mientras tanto en las oficinas de la central de autobuses no reciben el reporte de que el autobús número 40 de esta línea de autobuses haya llegado, está demasiado atrasado y era el último de la noche de modo que si se averió, no habrá otro que lo alcance y pueda traer a los pasajeros, de modo que se envía un vehículo a investigar. 


No parece haber rastro de él en todo el trayecto, al menos no hasta llegar a las curvas de Calderón, donde una patrulla de la policía ha localizado un terrible accidente. No hay supervivientes y los cuerpos están unos destrozados fuera de lo que quedó del autobús y otros calcinados dentro del mismo.


Sólo fue noticia por poco tiempo, pero a partir de esa fecha y por las noches si te encuentras en la carretera de Ixtapan de la Sal, con rumbo a Toluca por la noche e intentas subir a un autobús, es posible que sea el número 40 el que se pare y te abra la puerta. Al abordarlo notarás que es un autobús antiguo, pero en buenas condiciones, y como algunas líneas de autobuses usan vehículos no tan nuevos, no te importará mucho, pero entonces te percatarás de que aún cuando va lleno, con personas de pie, hay siempre un lugar vacío, o dos o tres, siempre de acuerdo con el número de personas que se acaben de subir. Nadie ocupa esos asientos así que te sientas aún cuando te parece raro, y sientes un vacío en el estómago. Te percatas de que a pesar de la hora nadie va dormido, mujeres hombres y niños van despiertos, pero nadie habla, ni siquiera los niños, es un silencio pesado, además todos van bien arreglados ¿Por qué? Nadie lo sabe.


El auxiliar del chófer quien revisa los billetes (o te cobra el pasaje) comienza pocos minutos después a revisarlos, preparas el importe de tu pasaje pero, jamás pasa a tu lugar para solicitar el costo, eso es aun más raro, pero piensas que al bajar en la terminal pagarás.


Llegas a Toluca sin contratiempos, pero pasada la media noche, entonces el chófer detiene la unidad antes de llegar a la Terminal y te dice que debes bajar en ese momento, aunque el trayecto no ha acabado y no entiendes la razón obedeces. Entonces al llegar a la altura del chófer, el único que habla, y al intentar pagar tu pasaje, te dice que no es nada y añade:


“Baja ahora y no te gires antes de que cierre la puerta o jamás dejarás el autobús”.

Quienes obedecen, bajan y no se giran, si no hasta que se escucha el sonido de la puerta al cerrar y el motor del autobús arrancar, sólo para darse cuenta de que no hay autobús, este mismo ha desaparecido. Los desobedientes al bajar y girarse ven el autobús hecho pedazos, dentro esqueletos descarnados y el chófer mirándote sin decir nada. El autobús desaparece y la persona en cuestión muere unos días después.


Se dice que a partir de ese momento su fantasma sube al autobús y viajará eternamente en él por causa de su desobediencia. Si por casualidad algún día viajas a Ixtapan de la Sal y de regreso tu auto no funciona, no te arriesgues, si es de noche, a subirte a un autobús, quizá sea el número 40.


Si es así sólo obedece las instrucciones de ese modo podrás contarlo, de lo contrario serás condenado a viajar por esa ruta en ese autobús por la eternidad…



martes, 2 de agosto de 2016

La Mujer sin Corazón




Hace algún tiempo sucedió en España, un hecho espeluznante, que traspasa el miedo más irracional y te hiela hasta los huesos.

La historia es la siguiente: en un pueblecito vivía un matrimonio muy feliz, no podía imaginar su existencia el uno sin el otro, fruto de ese matrimonio tuvieron una niña, que fue creciendo con un amor enfermizo hacia su padre; cuantos más años cumplía, más se obsesionaba, y más crecía en su interior un odio aún más enfermizo hacia su madre.


No pasaba un día sin que deseara la muerte de ésta, no quería compartir a su padre con nadie, lo quería sólo para ella.

Nos casaremos algún día, papi.

Solía decir ella ante la risa de su padre, ó también si viene la muerte y se lleva a mamá, viviremos juntos y felices para siempre, esto en cambio, enojaba a su padre, que le decía que no repitiera ni en broma.
Pero llegó un día en que la tragedia se cebó con el pobre hombre, su mujer, su amor, su vida, murió en un trágico accidente. Lo que para el hombre era el golpe más duro de su vida, para la niña fue el principio perfecto de “su nueva vida” con su querido padre.


En el doloroso funeral, éste caía roto por el dolor, mientras la niña tenía que reprimir una sonrisa diabólica, que a duras penas contenía, era el día soñado, parecía haber hecho un pacto con el señor de las tinieblas, no podía caber más maldad en una niña tan pequeña,¿ó sí?. Pasaron unos días, el padre estaba consumido por el dolor, pasaba las horas muertas en la cama, era la niña la que le animaba todo el rato, él se asombraba de la entereza de la hija ante ésta situación (sin saber que era plenamente feliz sin su madre), que le animaba sin cesar. Lo ocurrido le sobrepasaba, el padre se sentía muy incómodo, porque sabía que tenía que dar la cara y ser más fuerte, aunque fuera sólo por su hija.


Una tarde que la niña se fue a jugar al parque con sus amigas, su padre le dijo que comprara para la cena un corazón de cerdo en la carnicería, ella asintió. Pasó las horas jugando, y cuando se quiso dar cuenta le habían cerrado la carnicería. Ella, sabiendo que su padre estaba muy sensible en ése momento, y no queriendo defraudarlo, se le ocurrió una macabra idea. La bruja de mi madre no va a usar más su sucio corazón, dijo para sus adentros.


Ya oscureciendo se encaminó al cementerio, y una vez allí se dirigió a la tumba de su madre, la abrió, y sin pensárselo dos veces le arrancó el corazón, y riéndose dijo: corazón de cerdo. Una vez en casa le dio a su padre el corazón, y éste lo preparó, y la felicitó porque según él, nunca había probado un corazón de cerdo tan bueno.


Recién acostados, ella no concilió el sueño, porque aparte de los demás platos que cenó,”su” mitad de corazón comió con tanta ansia y rencor hacia su madre que le sentó mal. Pasaron varias horas, hasta su padre dormía, con lo que le costaba desde la tragedia…
De repente en la noche, la niña empezó a escuchar unos sonidos fuera de casa, era una voz casi inaudible, pero aterradora, y a su vez familiar, y……sí, ya estaba en casa esa voz, lo que fuera ya había entrado, a punto estuvo de desmayarse cuando reconoció a su madre,

¡Hija,devuélveme el corazón que me has robaaaadoooo!



mientras escuchaba ésto quedó paralizada por el terror, y su madre ya subía las escaleras de su casa en busca de venganza,

¡Hija,devuélveme el corazón que me has robaaaadoooo!



la niña vio cómo se giraba el pomo de la puerta y ésta empezaba a ceder, el espectro de la madre entró en la habitación de ésta, y el corazón de la niña estaba a punto de reventar, quería gritar, pero no podía,

¡Hija,devuélveme el corazón que me has robaaaadoooo!


cuando el dedo acusador iba a tocar a la aterrorizada cría, a la pequeña se le paró el corazón, no pudo aguantar más el miedo, y murió de puro pavor. Desde entonces el espíritu de ésta mujer vaga en soledad, porque al ser arrancado su corazón, jamás podrá volver a amar y a encontrarse con su querido esposo, y tendrá que penar por éste valle de lágrimas.


Dicen que algunas noches en éste lugar de cuyo nombre prefiero no acordarme, se ha visto vagar a la mujer sin corazón, unos dicen que en busca de niñas para saciar su sed de venganza, haciéndoles que se les pare el corazón de terror, ése mismo corazón que a ella le robaron; otros dicen que simplemente lloraba por el amor perdido para toda la eternidad.