Durante el apogeo de los Bo, llegaron a ser decenas de miles los ataúdes que colgaban en los precipicios y cuevas de sus dominios. Hoy, apenas quedan unos cuantos centenares, y es casi todo lo que nos ha llegado de este pueblo milenario que desapareció de lo que hoy en día es China durante el siglo XVI.
Aunque la de los ataúdes colgantes no era una práctica exclusiva de los Bo, pues en la antigüedad fue bastante habitual, algunos incluso aseguran que la más común, en el sur y este de China, los ataúdes de los Bo sí que son de los más conocidos y numerosos. En total, se conservan unos 300, repartidos por una veintena de lugares de la actual provincia china de Sichuan. Aunque la mayoría de ellos se encuentra en los alrededores el Condado de Gongxian. Donde son las concentraciones de Matangba y Sumawan las que cuentan con un número mayor de ataúdes, un centenar.
Los ataúdes más antiguos de Gongxian datan de hace 1.000 años y los más recientes de hace sólo unos 400. En década los 90, eran unos 280, aunque una veintena de ellos se desplomaron en la década siguiente. Afortunadamente, los trabajos de conservación consiguieron estabilizarlos, evitando más desplomes y, a su vez, permitieron descubrir ataúdes de los que no se tenía constancia y estudiar otros a los que jamás se había podido acceder.
Si bien el difícil acceso a los ataúdes de los Bo es responsable, en parte, de que hayan llegado hasta nuestros días, también ha dificultado enormemente su estudio. La gran altura a la que se encuentran muchos de ellos hace necesario la instalación de complicados y costosos andamios para poder llegar hasta ellos. Tampoco ha ayudado su ubicación en zonas montañosas mal comunicadas. Todas estas dificultades hacen que para poder examinarlos o restaurarlos sea necesario realizar antes un costoso despliegue logístico y de seguridad.
Recientemente, la construcción de la Presa de la Tres Gargantas supuso una nueva amenaza para algunos de estos ataúdes. Afortunadamente, gracias al esfuerzo llevado a cabo por las autoridades chinas para intentar salvar la mayor parte del patrimonio histórico amenazado por la subida de las aguas, fueron rescatados algunos de estos ataúdes y también fueron descubiertos otros nuevos.
Los féretros se encuentran a alturas que van desde los 10 metros, los más bajos, hasta los 130, los situados a mayor altura. Podían llegar a medir unos 2 metros de largo y pesar más de 200 kilos. La mayoría de ellos se construía a partir de un único tronco. El exterior, a veces, estaba trabajado y en el interior se tallaba la cavidad para el cuerpo del difunto.
Los ataúdes se colocaban en las grietas, cuevas naturales y artificiales o en los salientes de la roca. Aunque los que resultan más espectaculares son los que eran colocados sobre el vacío apoyados sobre postes de madera que se fijaban en agujeros que previamente se habían hecho en las paredes de la roca. Aparentemente, a los Bo parecía no preocuparles que estos soportes se acabaran pudriendo o desprendiendo de la pared. De hecho, algunos estudiosos sostienen que los Bo consideraban que los ataúdes que caían primero eran los de los más afortunados.
Aparte de su espectacularidad, a los arqueólogos también les sorprende lo diferente que eran las tradiciones funerarias de los Bo comparadas con las de la etnia predominante en China, los Han. Colocar un ataúd en una pared sin ocultarlo, a la vista de todos, lejos de sus familiares choca de lleno con las costumbres de los Han, para los que la forma ideal de enterramiento es bajo tierra, en la ladera de una colina con vistas sobre los descendientes vivos para, así, traerles buena suerte.
Pero los Bo no eran Han, sino una minoría étnica diferenciada que ocupaba lo que hoy es el distrito Yibing de la provincia china de Sichuan, en el sudoeste de la actual China. Sus orígenes parecen remontarse a hace más de 3.000 años y en las primeras referencias que se conservan a esta minoría étnica son considerados parte de los pueblos Di y Jiang. Algunos creen que podría tratarse de un pueblo empobrecido que podría haber caído bajo el yugo de la esclavitud. Más tarde, se sabe que durante la dinastía Han (del siglo III a.C. al II) se estableció un principado para ellos en Dianchi y Sichuan.
Durante la Dinastía Tang (siglos VII-X) se mantienen las referencias a los Bo y, por primera vez, se menciona su costumbre de colocar sus ataúdes en las paredes de los precipicios. Pero, al parecer, no era esta su única costumbre un tanto extraña. Aunque quizás forme parte sólo de su leyenda, igual que su supuesta capacidad de volar, se cuenta que en verano los Bo acostumbraban a vestir abrigos de piel y reunirse alrededor de fuegos para calentarse. En invierno, era justamente lo contrario, preferían vestir muy poca ropa y no se calentaban con fuegos.
Su trágico final llegaría varios siglos más tarde, de la mano de la Dinastía Ming, con los que convivieron en un estado de guerra casi permanente durante un largo tiempo. Después de varias derrotas frente a los ejércitos imperiales, el territorio de los Bo se había visto reducido a poco más que el valle de río Naguang. A mediados del siglo XVI, parecía que su fin quizás se podía evitar. Liderados por el poderoso clan de los Hada, los Bo consiguieron derrotar al ejercito Ming y hacerse con la fortaleza de Jiusicheng.
Fue sólo un contratiempo para el poder de los Ming. Sus ejércitos pondrían sitio al montañoso baluarte en 1573. Según un relato que vuelve a mezclar leyenda e historia, el general de los Ming esperó 10 días a que los Bo celebraran la Fiesta del Doble Nueve, una de las más importantes de su calendario y también de los Han. Después de la fiesta, los Ming aprovecharon que muchos de los defensores estaban borrachos y asaltaron la fortaleza.
Hay una cierta confusión sobre lo que pasó después. Según algunas crónicas, más de 300 Bo fueron hechos prisioneros, de los que parece que una parte decidió unirse al ejército Ming y el resto no se sabe muy buen donde fueron a parar. Para algunos estudiosos, lo que sucedió se podría calificar como una auténtica limpieza étnica, y fijan en unos 40.000 el número de Bo que fueron masacrados. Los mismos estudiosos consideran bastante probable que hubiera otros supervivientes aparte de los hechos prisioneros.
En cualquier caso, a partir del 1573, no se vuelve a tener más noticia de los Bo como pueblo. Simplemente, parecen desaparecer de la faz de la tierra y, con ellos, su cultura, de la que muy poco ha llegado hasta nuestros días. Los Bo dejaron numerosas pinturas murales en las paredes de sus precipicios en las que se muestra a personas bailando, montando a caballo o realizando acrobacias, así como escenas de su vida diaria y sus batallas. Sin embargo, no nos dejaron ningún escrito o documento. Así que se conoce muy poco de sus costumbres o de su historia. Lo que hace imposible asegurar cuáles fueron los auténticos motivos que llevaron a esta etnia a elegir su particular práctica funeraria.
Pese a ello, algunos historiadores creen que fueron motivos espirituales. Según esta versión, los Bo tenían la creencia de que después de la muerte el alma del difunto subía al cielo, desde donde protegía a los familiares vivos. Colocar el ataúd con su cuerpo en las alturas de un precipicio era una buena manea de acercarlo a ese cielo al que tenía que subir, haciendo así más fácil y corto ese último viaje. Cuanto mayor era el estatus del difunto más alto se colocara su ataúd.
Otros estudiosos, sin embargo, buscan razones de carácter más práctico y aseguran que en una zona húmeda, en la que inundaciones y corrimientos de tierras son habituales, colocar los ataúdes en una pared resultaría una buena manera de mantener los cuerpos de los difuntos a salvo del agua y, de rebote, también de enemigos y animales salvajes. En cualquier caso, parece bastante probable que la motivación real fuera una combinación de ambas teorías.
Pero, aparte de intentar encontrar los motivos que llevaron a los Bo a colgar sus ataúdes, a los arqueólogos les resulta igual de fascinante intentar averiguar cómo se las arreglaron para subir hasta alturas de más de 100 metros ataúdes que pueden llegar a pesar más de 200 de kilogramos.
Descartada la opción de que los Bo pudieran volar, tal como afirma otra de sus leyendas. La manera que parece más sencilla sería construyendo rampas de tierra. Sin embargo, esta explicación es descartada por la gran cantidad trabajadores que hubiera requerido su construcción, especialmente para los ataúdes situados a una mayor altura. Demasiada gente, además, para una región que contaba con una población más bien escasa.
Otra posibilidad hubiera sido subir los ataúdes gracias a andamios de madera sujetos a la pared de roca mediante estacas. Sin embargo, pese a los años de estudios, no se ha encontrado ningún agujero para estas estacas en los precipicios. Otra hipótesis muy similar a esta, sería usando escaleras de madera en vez de andamios.
Por último existen otras dos hipótesis que según algunos han sido confirmadas por los rastros que han encontrado los arqueólogos en varios de los precipicios. Según la primera de ellas, para subir los ataúdes se habría construido una especie de camino de tablones de madera colocados sobre estacas de madera sujetas a la pared. Arrastrando el ataúd sobre estas zigzagueantes rampas, se podría hacerlo subir desde la base de la pared hasta su posición final. Esta teoría se vería corroborada por el zigzagueante rastro de agujeros que se ha encontrado en las paredes de alguno de los precipicios. Supuestamente, estos agujeros serían en los que se habrían introducido las estacas.
La segunda teoría propondría que los ataúdes fueran subidos mediante cuerdas y poleas. Antes de subirlo, un grupo escalaría hasta la posición de la pared donde se colocaría ataúd. Después, el ataúd se elevaría sujeto por cuerdas hasta la altura adecuada. Una vez allí, los que lo estaban esperando se encargarían de colocarlo en su posición definitiva. Algunas marcas de cuerdas encontradas en alguno de los precipicios parecerían confirmar esta hipótesis. Esta última es la teoría que cuenta con más adeptos, aunque podría ser que no se hubiera utilizado la misma técnica en todos los precipicios.
Pero, aparte de todo lo relacionado con los ataúdes, queda por resolver todavía un último misterio acerca de los Bo: ¿queda hoy en día algún descendiente suyo vivo?
En China, desde hace años se cree que aquellas personas que llevaban el apellido He son, en efecto, descendientes de los Bo. Existen otras familias en las zonas antes habitadas por ellos que, también, se cree que puede ser descendientes suyos. Son familias que habrían ocultado sus nombres y cambiado sus costumbres para pasar desapercibidos entre los Han u otras etnias.
Cuando algunos de estos supuestos descendientes de los Bo son preguntados si creen que sus antepasados eran los míticos Bo dicen que prefieren no reconocerlo en público, en especial los miembros de familias pequeñas, escudándose en el temor que el hecho de reconocerlo pueda convertirles en objeto de las burlas de sus vecinos. A la pregunta de si colocarían o han colocado alguno de los ataúdes de sus difuntos en las paredes de precipicio, aseguran que es una práctica que fue abandonada hace siglos y que no parece buena idea recuperar, pues la culpan de haber traído mala suerte a su pueblo.
En cualquier caso, se desconoce cuánto hay de verdad en la relación entre estas familias y los Bo. Una relación que, en ocasiones, tiene más apariencia de habladurías de pueblo que de otra cosa. Por último, más en el terreno científico, algunos antropólogos señalan a los actuales Tujia, Hunan o Bai de China y a alguna otra minoría vietnamita como posibles familiares lejanos de los desparecidos Bo. Quizás el estudio del ADN de los restos humanos encontrados dentro de los ataúdes colgantes y su comparación con el de los grupos étnicos actuales pueda resolver el misterio definitivamente.
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