La historia que nos ocupa hoy trata sobre la mansión Rose Hall, una casa embrujada de estilo georgiano emplazada en la mística Jamaica. Según cuentan las leyendas locales que han perdurado a través de los años, en esta casa habitaba el terrateniente John Palmer, el cual contaba con una gran fortuna debido a su prósperas plantaciones de azúcar en las que hacía trabajar a esclavos.
El señor Palmer comenzó un romance con Annie Mae Patterson, una chica procedente de Francia, con la que se casó en 1820. Lo que comenzó como un matrimonio feliz, terminó desembocando en un tortuoso final de terror que protagonizó la propia Annie Mae, a la que sólo le movía apoderarse de la fortuna y tierras de su esposo. Para ello, Annie no tuvo reparos en acuchillarlo en su propia cama hasta matarlo, con el fin de convertirse en la señora absoluta de la hacienda Rose Hall.
No se sabe si Annie siempre tuvo ese carácter pérfido, o lo desarrolló en Jamaica, pero sí se sabe que suspiraba añorando las luces y la algarabía de París, ya que la vida en Jamaica le parecía aburrida y penosa. También hay que pensar que en aquellos tiempos las mujeres estaban en clara desventaja social frente a los hombres, y una solitaria viuda podría ser una presa fácil para los delincuentes.
Quizás por eso Annie desarrolló esa imagen de mujer fuerte y despiadada con una coraza para protegerse del peligro.
A su primer esposo le sucedieron otros dos maridos, que también corrieron su misma suerte, aunque el segundo murió envenenado y el tercero estrangulado.
Con estos fallecimientos la fortuna de Annie aumentó, ya que heredó todos los bienes de sus infelices cónyuges. Para deshacerse de los cadáveres, Annie ordenó a sus esclavos que sacaran los cuerpos empleando los pasadizos subterráneos hasta llevarlos a las playas cercanas donde serían enterrados.
Para no levantar sospechas, Annie contaba que la fiebre amarilla se había llevado a sus maridos, cosa que no pareció extrañar a conocidos y lugareños de Bahía Montego (la ciudad más cercana). Quizás no sospecharon nada, o no quisieron preguntar para evitar inmiscuirse en terrenos escabrosos. De todas formas eran tiempos en los que ley brillaba por su ausencia, y no se realizaban investigaciones ante el fallecimiento de una persona.
Annie era una mujer envuelta en un halo de misterio a la que siempre había atraído el ocultismo y disfrutaba practicando magia negra y vudú. Se cuenta que realizaba sus perversos cultos en la hacienda y tenía sometidos a sus más de 3.000 esclavos a los que atemorizaba con su poder y trato despiadado.
Posiblemente aprendió el arte del vudú de algunos de sus esclavos más experimentados, que para granjearse el favor de Annie y una vida más larga, la instruyeron en las técnicas de brujería. Esto le hizo ser conocida con el sobrenombre de “La Bruja Blanca de Jamaica“.
Por la mañana, Annie comenzaba su día asomándose al balcón que hay en la imagen de abajo, y dictaba las órdenes del día a los esclavos que se reunían en este patio trasero de la casa. Sus ordenanzas incluían castigos e incluso ejecuciones.
En la parte inferior de la mansión se encontraban los sótanos donde Annie torturaba impunemente a los esclavos indisciplinados. Y cuando sentía la llamada del deseo, bajaba a los barracones donde estaban sus esclavos y elegía a un compañero de alcoba.
Cuando se hartaba de él, el pobre hombre era liquidado sin contemplaciones y se enterraba en una tumba sin marcar.
un así, pocos incautos intentaban escapar de la hacienda, ya que Annie había ordenado sembrar cepos escondidos por todo el perímetro de la plantación y eso era suficiente para disuadir a posibles prófugos. Los que no cumplían el toque de queda, eran perseguidos por la propia Annie, quien se lanzaba de cacería humana a lomos de su caballo acechando a los desertores. Luego las “presas” se encadenaban y eran marcadas con fuego para ser devueltas al barracón.
La hacienda de Annie poseía más de 24 km² y era una plantación colonial, que como todas las de Jamaica, tenía extensos terrenos en los que destacaba un gran caserón edificado de forma que fuese visible desde varias millas a la redonda.
El dueño del latifundio se asemejaba a un señor feudal, con dicha mansión como su castillo en el que moraba. Las clases sociales estaban muy marcadas, y una minoría apoderada explotaba a una mayoría oprimida, resultando en un sistema social conducido por el miedo, algo que Annie sabía explotar al máximo.
En la mansión de Rose Hall se infundía temor a los esclavos hasta límites que iban más allá de lo físico, ya que Annie podía causar un daño peor que el estigma de un latigazo. Como decíamos, esta despiadada mujer había sido instruida en los secretos del vudú haitiano hasta convertirse en una poderosa hechicera.
Empleaba sus poderes mágicos contra cualquier persona que se interpusiese en sus intereses, ya fuese una competidora en el ámbito amoroso o algún vecino que le resultase molesto.
La maldad de Annie no distinguía ni tenía límites, y en su finca de Rose Hall utilizaba su poder de forma cruel y sangrienta, llegando a matar niños si era preciso para emplear sus huesos en ceremonias demoníacas. Cuando se trataba de aplicar el mal, no existía ningún sacerdote vudú que igualase las energías mágicas de Annie.
En 1831 se produjeron cambios importantes en la sociedad colonial de Jamaica, ya que el parlamento inglés decidió abolir la esclavitud. Los potentados jamaicanos aplazaron estas nuevas legislaciones todo lo que pudieron, lo que provocó una gran tensión entre la población negra, que finalmente se tradujo en agitadas revueltas por todo el país.
La revolución también alcanzó la hacienda de Rose Hall. Finalmente la cólera fue más fuerte que el temor, y un grupo de insurgentes se adentró en la finca, ascendió por las grandes escalinatas y asaltó los aposentos de Annie. Entonces liquidaron a la que ellos llamaban “La Bruja Blanca”, y desfiguraron sus restos para luego lanzar los despojos por la ventana.
Un vecino sepultó a Annie en un túmulo sin identificar y se dispusieron tres cruces en tres de los lados de su tumba para encerrar el poder de la bruja blanca, dejando un lado libre sin cercar para que el espíritu de Annie pudiese salir y deambular cuando así lo desease.
Otra versión sobre la historia de su muerte nos cuenta que Annie tenía contratado un capataz que era un poderoso bokor (hechicero especializado en vudú, también llamado houngan si es hombre o mambo si es mujer), un hecho que él le ocultaba aun a riesgo de su propia vida. El capataz tenía una joven hija a la que había concertado un matrimonio con un atractivo joven de la plantación. Desafortunadamente, la lujuria de Annie se fijó en este joven, y pronto se le llamó para complacer a la señora de la casa. Como el capataz sabía el destino que deparaba al joven, comenzó los preparativos para proteger al chico de los procedimientos de usar y tirar que empleaba Annie con sus amantes.
Pero Annie no siguió su patrón habitual, y ebria de sensación de poder, mató al joven esa misma noche, en vez de jugar con él durante una semana hasta cansarse como solía hacer. Quizás el chico se opuso a sus atenciones y declaró quién era su verdadero amor. Sea cual fuese la razón, el joven fue asesinado, su novia quedó consternada y el capataz entró en cólera, decidiendo acabar con La Bruja Blanca a toda costa.
Construyó una tumba en un bosque cercano, a la vista de la mansión, empleando rituales y señales de vudú. El capataz entonces entró en la casa, enfrentándose a Annie, y se enzarzaron en una lucha psíquica y física. El capataz pudo matar a Annie, sacrificando su propia vida en el proceso. Los esclavos, que conocían los planes del capataz, enterraron el cuerpo de La Bruja Blanca en una tumba especialmente preparada, diseñada para evitar que pudiese levantarse de ella para vagar por la plantación. Pero no realizaron el ritual correctamente, permitiendo que Annie pudiera escapar del hechizo. Se dice que ahora su fantasma deambula por la mansión a su antojo.
De esta manera finalizó el cruel recorrido de Annie Mae Patterson, de la que incluso se duda de su existencia. Según otras fuentes, Annie nació en 1802 y no era francesa, sino de madre inglesa y padre irlandés. Cuando Annie tenía 10 años, sus padres y ella se trasladaron a Haití para vivir, pero un año más tarde sus progenitores contrajeron la fiebre amarilla y murieron. La niñera adoptó a Annie y fue esta mujer quien le enseñó brujería. Cuando Annie tenía 18 años, la niñera murió, y como no podía volver a Inglaterra al no poseer allí familiares, buscó un marido acaudalado en Jamaica. Fue así como conoció a John Rose Palmer y se convirtió en la segunda señora de la mansión Rose Hall.
Aunque no se conozca a ciencia cierta quién fue Annie, este personaje ha trascendido al tiempo y actualmente se considera una leyenda más de Jamaica. En 1931 el periodista Herbert George de Lisser publicó una novela sobre la historia con el nombre de “La Bruja Blanca de Rose Hall“, que más tarde inspiraría al grupo de rock ocultista Coven para crear una canción del mismo título.
El origen de la construcción de la hacienda se remonta al año 1750, cuando el colono inglés George Hall comenzó a cimentar la mansión y le dio el nombre de Rose Hall en honor a su mujer Rose. George murió tres años más tarde y Rose se casó tres veces más, siendo John Palmer (el representante del rey Jorge III en el distrito jamaicano de St. James), su último marido, quien finalizó la casa entre los años 1770 y 1780. Ambos murieron y al no tener hijos, la mansión fue heredada por su sobrino John Rose Palmer.
Es de las escasas mansiones de plantaciones que se conservan de la época (aprox. sólo quince siguen en pie), pues la mayoría de las setecientas que existían fueron quemadas durante los motines de los esclavos. Tras la muerte de Annie, la casa ha pertenecido al gobierno británico y luego fue vendida tres veces a tres familias distintas: Jarret, Barret y Henderson. Las dos primeras familias siguieron con las plantaciones de azúcar, pero la última familia (Henderson), la adquirió en 1905 para vivir en ella.
Durante su estancia en la mansión sucedió un hecho trágico. Cuando una de sus sirvientas estaba en la planta superior trabajando, sin razón aparente se tiró por el balcón, rompiéndose el cuello y muriendo en el acto. Los Henderson empezaron a sospechar que la casa estaba encantada y se llevaron todas sus cosas para mudarse a Kingston.
La mansión de Rose Hall es actualmente propiedad de una pareja estadounidense y el fallecido John Rollins de Wilmington, Delaware. Compraron la casa en 1965 y la renovaron entre los años 1966 y 1971, gastándose un total de dos millones y medio de dólares.
Se dice que mientras estaban realizando las tareas de restauración en la mansión, comenzaron a manifestarse ciertos fenómenos paranormales, apareciendo manchas de sangre en las paredes de un aposento, precisamente en el que Annie asesinó a su primer marido. Otras personas que han visitado la mansión de La Bruja Blanca, dicen que han escuchado sonidos muy extraños, como risas diabólicas o gemidos lastimeros.
A día de hoy la hacienda de Rose Hall permite visitas de turistas y es un legado histórico en cuyo interior se conservan objetos de gran valor y muebles de caoba jamaicana de una exquisita elegancia, con piezas genuinas de los siglos XVII, XVIII y XIX. Se conserva casi intacta y fiel a cuando Annie vivía en ella.
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