La historia de los agotes es la crónica de una discriminación. De origen incierto y tildados de leprosos, este grupo social habitaba principalmente en los valles del Baztán y del Roncal del pirineo navarro. Durante siglos, la palabra agote fue utilizada como insulto y sinónimo de apestado, y sus miembros segregados y relegados a ejercer ciertos oficios. ¿De dónde procedían?. ¿Eran albigenses, conversos, gentiles, godos...?. Ciertamente, el enigma continúa y son muchas las hipótesis que vamos a repasar en este relato de una injusticia social.
¿QUIÉNES FUERON LOS AGOTES?
El diccionario de la Real Academia Española nos define la palabra agote de la siguiente manera: “se dice de un linaje o gente del valle de Baztán, en Navarra, España”. Joan Corominas en su diccionario Crítico Etimológico no da algún dato más: “Paria, individuo perteneciente a una generación postergada de valle de Baztán, Navarra”. Aunque Navarra no fue la única zona donde habitaron estas gentes, si fue donde dejaron mayores vestigios de su asentamiento como muestra el Museo Etnográfico de los Agotes, situado en el caserío Gorrí-Enea de Arizkun, museo construido con el impulso de un descendiente de los agotes, el escultor Javier Santxotena Alsua. También hay novelas que, ambientadas en la zona, trataron de los agotes como es el caso de Las horas solitarias: Notas de un aprendiz de psicólogo (Pío Baroja, 1918), El barrio maldito (Félix Urabayen, 1925) y la más reciente El agote (Gaizka Arostegi, 2002).
El valle de Baztán está situado a 58 kilómetros al norte de Pamplona y tiene una extensión de 376,81 km2, regado por el río Bidasoa, tiene una población estimada de unos 7.800 habitantes. El propio topónimo de Baztán es un misterio, tradicionalmente se hace derivar del vasco baz-nat, “soy uno”, en alusión al carácter de aislamiento de sus moradores que llegaron a proclamar una república independiente en tiempos de la invasión musulmana. Otras versiones hacen derivar el nombre del valle de la raíz azta, “zarza” más el sufijo locativo –an, “lugar donde abundan”. No falta los que acuden al latín vastum, “devastado”, por la tierra sin labrar o a la voz vasca baste, “retama espinosa”.
La capital del valle es Elizondo y una de sus poblaciones con más trascendencia histórica es Arizcun, el último reducto de los agotes. En esta noble villa de casonas blasonadas como muestra de la hidalguía de sus habitantes como los Ursúa, Goyeneche, etc., creció un barrio de chabolas, Bozate, el lugar maldito de los agotes. El barrio fue construido en el siglo XIV por la familia Ursúa para dar cobijo a esta etnia fugitiva. Al otro lado de la frontera, el vizconde de Etxauz también construiría el barrio de Mitxelenea en St. Étienne-de-Baïgorri con el mismo fin, allí los conocían por el nombre occitano-bearnés de cagots, en Etxauz se les confinaría en Chubitoa y en Toulouse fundaron el barrio de Montaut.
Con los nombres de chrestiaas, gafos o mesieillos, entre otros nombres, los agotes ya aparecen documentados desde los siglos XI, XII y XIII en adelante. Durante mucho tiempo, era obligatorio indicar expresamente la condición de agote en todo tipo de documento oficial como procesos judiciales, actas matrimoniales, etc. A cambio de protección, tierras, permiso para pescar y utilizar los bosques, entre otras cosas, estas familias tenían que ofrecer parte del fruto de las tierras, pagar impuestos y trabajar como criados para los señores, aunque en otros lugares, no pagaban tributos y se les excluía del servicio de armas. El asunto del sometimiento y esclavitud ejercidas por los Ursúa o los Goyeneche sobre los agotes es citado por varios autores, Aguirre Delclaux, autora de una tesis doctoral sobre el tema, nos dice que no hay ninguna prueba documental sobre esto, o porque no existió esta servidumbre, o porque los investigadores llegaron tarde y desaparecieron los documentos que daban fe de ello. En este caso, como en otros, las incógnitas siguen abiertas, pero lo cierto es que la marginación y el odio vecinal se cebaron sobre estas gentes. Los agotes se vieron recluidos al ghetto de Bozate en Navarra y en Francia en las llamadas cagoteries como las ya citadas, así se acrecentó la leyenda negra de estos supuestos herejes y portadores de enfermedades terribles.
UNA MARGINACIÓN MEDIEVAL
Existe un documento de 1597 que dice: “¡Cállate agote!. Tú opinión cuenta menos que la del perro. ¡No eres nadie!”. En un pleito se decía que el testimonio de seis agotes era equivalente al de un ciudadano natural. “Patanes de la piedra”, “sapos cagots” o “carpintero de obra” utilizado como insulto, eran algunos de los apelativos que sufrían. Como otros grupos sociales estigmatizados, léase pasiegos, maragatos, chuetas, vaqueiros de alzada, quinquis, raqueiros..., fueron utilizados como cabeza de turco de todos los males que sufría la población como plagas, robos o mal de ojo. El conocimiento de las propiedades medicinales de las plantas les valió la fama de brujos y se llegó a decir que tenían... “rabo y un aliento fétido”.
Al igual que “los intocables” de la India, los agotes eran considerados una casta inferior sometida a todo tipo de vejaciones y se dictaron leyes y reglamentos discriminatorios contra ellos. Se llegó a decir que tenían la sangre tan caliente que las manzanas en sus manos se arrugaban, por este motivo, no se les permitía andar descalzos para que no quemaran la hierba, el que desobedecía la prohibición se le quemaba la planta del pie con un hierro candente. No podían llevar armas ni objetos puntiagudos, beber en el mismo vaso de un natural y tenían sus propias fuentes. Hasta mediados del siglo XIX no se les permitió construir un lavadero comunal para hacer la colada en público. El cultivo de la tierra y la cría de ganado también la tenían limitada así como el uso de los molinos, aunque algunos señores que los empleaban les dejaban ejercer de molineros.
Los oficios que tuvieran que ver con la alimentación, les estaban expresamente prohibidos así como los empleos públicos. Tejedor, tonelero, sepulturero, cantero, etc., y todas las profesiones que tenían que ver con la madera, quizás por que se decía que esta no contagiaba la lepra, eran las profesiones reservadas para los agotes. Destacaron como buenos carpinteros, albañiles y como chistularis y versolaris. En algunos lugares de Navarra, no se le permitía vestir los trajes típicos en las fiestas y, frecuentemente, se les dedicaban canciones de mofa y escarnio.
Como pasara con los letreros de parroquias que rezaban: “De aquí no pasarán los vaqueiros”, los agotes tenían el “banco de los agotes” al final de las iglesias. Una puerta lateral exclusivamente para ellos, la “agoten athea”, les permitía la entrada a los templos donde disponían de una pila bautismal propia y recibían la comunión con un palo que les acercaba el monaguillo, no podían abandonar la iglesia antes de que acabara la misa y sus limosnas eran separadas de las de los demás fieles. Los “bancos de los agotes” se mantuvieron en algunas iglesias hasta el siglo XIX, en Bozate duró esta separación hasta 1962. Una sentencia del parlamento de Burdeos de 1596 decía así: “no podrán sentarse en la iglesia en ningún lugar que no sea el que ellos y sus antecesores tenían el hábito de ocupar, a saber, para la iglesia de St. Pée, los hombres sobre los grados de la escala que conduce a las tribunas y las mujeres contra ésta”. Esta costumbre de separar a los agotes de los demás feligreses, era común en todos los sitios donde habitaron los agotes como en Navarra, País Vasco, Aragón, el sur de Francia y el País de Gales. Hasta en la muerte la exclusión continuaba, los agotes eran enterrados aparte e incluso se llegaron a tener cementerios especiales.
Algunos de los procesos judiciales que han llegado hasta nosotros, evidencian la persecución. Se llegó a encarcelar a un agote por pescar sin permiso y se taló sus árboles frutales por saltarse la prohibición. Un carpintero de obra se casó con una natural y se instalaron en Arizcun, los vecinos los obligan a vivir fuera del pueblo. Se obligó al cura de esta misma población, a alejar a una joven de Bozate que se ocupaba de su hogar como sirvienta. En 1820 fue multado un vecino por insultar a un semejante, le llamó agote. Los agotes pleitearon por sus derechos y, en muchas ocasiones, tuvieron el apoyo de nobles y miembros de la curia, en otras ocasiones los propios párrocos fueron cómplices de la discriminación.
Los agotes tenían prohibido casarse con los no agotes, en algunos sitios incluso bajo pena de muerte, la endogamia fue práctica común, aunque hay documentación que certifican algunos matrimonios mixtos. En 1745 el cagot Jean Alfaro, de Baigorri, se casa con Marie Joanneshandy. En 1749 Pedro Garhé, de Chubitoa, hace lo propio con Dominica Narbalatz, apellido no agote, los hijos de estos matrimonios eran considerados agotes. Para la historiadora vasca Alicia Stürtze Mendia, el origen de la marginación tenía un claro componente económico, los agotes lucharon durante siglos por sus derechos vecinales y de hidalguía que se les negaba a los foráneos y a los que no podía probar su “limpieza de sangre”.
Los apellidos, debido a la endogamia, venían repitiéndose durante generaciones por lo que se podía identificar a los miembros de este pueblo por ellos. Los Bidegain, Errotaberea, Zaldua, Maistruarena, Amorena, Arrut, Santxotena, etc., son algunos de estos apellidos hoy totalmente mezclados. Si los agotes procedían de fuera, está claro que cogieron los apellidos del lugar. El apellido vasco-navarro Agote aún existe en Guipúzcoa, Navarra, Vizcaya y Cantabria, quizá este apellido nació como mote aplicado a los habitantes de las cagoteries. Con las emigraciones a Argentina de 1779, el apellido Agote llegó a América y hoy se puede encontrar en el citado país y en México.
Bajo el reinado de Luis XIV de Francia, se prohibieron el trato y los apelativos discriminatorios hacia los cagots, dicen que esto se hizo a cambio de grandes sumas de dinero a cuenta de los impuestos de los que estaban exentos los cagots hasta entonces. Por su parte, las Cortes de Navarra en 1817 y 1818, les reconoció como navarros y con igualdad de derechos
LA INCÓGNITA DE SU ORIGEN
El origen de los agotes sigue siendo un misterio. Esto ha hecho que se sean diversas las hipótesis que se mantienen sobre el mismo, desde las más peregrinas, hasta las más factibles, pero como hemos dicho, ninguna cuenta con una base sólida como para dar por cerrado el asunto.
Los rasgos físicos comunes a este grupo, los presumía extranjeros para los lugareños del valle, pero tampoco en esto hay unanimidad. Algunos los describían como de complexión fuerte y altos, pómulos salientes, pelo rubio o castaño y grandes ojos azules o verdes. Otros como de tez blanca sonrosada, rubios, de frente convexa y ojos hundidos y con un rasgo que, durante mucho tiempo, se destacó como distinción de los agotes, se trataba del lóbulo de la oreja hinchado y redondo o la falta del mismo. La descripción de raquitismo, cabeza grande, chatos, palabra vacilante y bocio, se enlaza con las tesis que tuvieron predicamento durante un tiempo entre algunos círculos científicos, unánimemente descartada, de que los agotes no eran una etnia sino una enfermedad como el cretinismo. La enciclopedia Espasa nos remite a la entrada “cretinos” cuando buscamos agotes y nos habla de los mismos cuando buscamos “gafo”, que así eran llamados los individuos que padecían la lepra llamada gafedad.
Palassou en su obra Memoire sur la constitution physique des cagots estudió en 1815 los registros de los buques y los papeles de marineros y pasajeros en el Ministerio de Marina de Bayona, hizo lo mismo en los archivos del hospital Saint Leon de esta misma ciudad. Constató que en las fichas, los rasgos físicos descritos de los cagots, eran tan variados como sucedía en lo no cagots. Para este autor no había rasgos físicos diferenciados en estos individuos.
Aunque es posible que el bocio, enfermedad muy común en los valles de la época, el raquitismo producido por el hambre y la miseria, problemas producidos por la consanguinidad, las particularidades propias de un aislamiento de siglos y la gafedad, afectara a algunos individuos, esto está lejos de la supuesta “enfermedad de raza” que se les achacaba. Entre otras cosas porque sería imposible ejercer las profesiones que durante siglos dieron fama a los agotes, como la de carpinteros de obras, que son los que hacen los entramados de los edificios, y la de canteros. También, son tantos los diferentes nombres con los que se conocían a los agotes y a los leprosos: cahelgs, gabets, caqueux, acotados, agotak, cailluands, colliberts, caeths, chistones, oiseliers, lazdres, gavots, cagtz, gavaches, etc., que la confusión es grande.
DEL TEMPLO DE SALOMÓN A LOS GENTILES
De entre las hipótesis sobre el origen de los agotes, sin duda la más sugerente y fantasiosa es la que nos cuenta que los agotes eran los descendientes de unos constructores del templo de Salomón. Expulsados por el propio Hiram, sufrieron una maldición divina por su mal trabajo y fueron condenados cual Judío errante a vagar por el mundo. Otro de los nombres de los agotes, y quizá el más antiguo, era el de crestias o cristias que en lengua provenzal es cristiano, y no falta la leyenda que sitúa a los agotes como los carpinteros que construyeron la cruz del calvario de Cristo. Hay quien ve a los agotes como descendientes de los jentillak, que es como llamaban los vascones cristianizados a los paganos o gentiles, estos eran marginados y obligados a vivir en cuevas. Aparte de paganos o gente de religión diferente, la palabra gentilis era utilizada en la época de la Reconquista para denominar a los bárbaros. La creencia popular atribuía a los gentiles orígenes fabulosos, se les creía gigantes que levantaron los dólmenes como representación de sus dioses paganos, de ahí que muchos de estos monumentos megalíticos se les conozca con nombres tales como la Pedra Gentil de Vallgorguina (Barcelona) o el jentilarri (piedra de los gentiles) de la sierra de Aralar (Guipúzcoa), entre otros ejemplos.
GODOS O SEGUIDORES DE CARLOMAGNO
Michel y otros autores, recogen la teoría de que eran descendientes de los godos y esto explicaría su piel blanca y pelo rubio, pero no el odio que suscitaron. Serían familias visigodas que se escondieron en los Pirineos después de la invasión de los francos, marginados, se retirarían a lugares aislados. Hay quien piensa que fueron godos arrianos o restos del ejército que vieron morir al rey visigodo Alarico II en la batalla de Vouillé del año 507 o españoles que siguieron a Carlomagno y cuyos privilegios levantaron la envidia y el desprecio de sus vecinos. Los defensores de esta hipótesis citan la etimología, hoy descartada, de caa got que en bearnés se le dio el significado caprichoso de “perros godos”, para Corominas esta pseudoetimología no tiene fundamento semántico-histórico.
ALBIGENSES
Uno de los documentos históricos en los que se basa la teoría del origen albigense de los agotes, es la carta que los miembros navarros de este pueblo enviaron al Papa León X en el año 1513. En la misiva, los propios interesados se reclaman albigenses pero ya libres de dicha herejía. Para Pío Baroja, esto explicaría el apartheid que sufrieron, sólo un fanatismo religioso puede ser tan violento y daría razón de ser al nombre de chrestiaas que significa “cristiano nuevo”. ¿Esto resuelve el enigma?, parece que no. Contra esta teoría los autores como Michel, Lardizábal y otros, aducen que la aparición de los albigenses se sitúa en el Languedoc en los años 1170 y 1180 y desaparecen tras la Cruzada Albigense de 1209-1229. Los agotes se conocen desde el año 1000 con el citado nombre de chrestiaas como recogen los antiguos fueros de Navarra entre otros documentos. El que los propios agotes se proclamasen descendientes de herejes, lo explica Aguirre Delclaux como una forma de mal menor para defenderse del desprecio de sus vecinos. Ser albigense les confería una diferencia de fe y no racial, y proclamándose buenos católicos podían reclamar la protección de la iglesia, protección ante las leyes y la ignorancia y prejuicios del pueblo. Pero, por otra parte, grupos de cátaros albigenses huyeron para refugiarse en lugares apartados de los Pirineos, y fueron perseguidos por la Inquisición hasta el siglo XIV.
LEPROSOS Y CRUZADOS
“Todo el tiempo que le dure la lepra será inmundo. Es impuro y habitará sólo, fuera del campamento tendrá su morada.”, (Lev.13, 46). En el Nuevo y el Viejo Testamento, se aplicaba el término leproso a muchas dolencias que en realidad nada tenía que ver con esta enfermedad, incluso se habla de la lepra de los vestidos y las casas. Los que presentaban ciertos síntomas se les creía tsara`ath, termino hebreo que se aplicaba al que estaba en pecado ya que se pensaba que era una maldición divina. Luego este término derivó en lepros y de ahí al nombre griego como se conoce la enfermedad del bacilo de Hansen.
Muchas de las hipótesis y los nombres que se le daba relacionan a los agotes con la lepra y así se explicaría su marginación. Francisco Navarro Villoslada escribió en su libro Doña Blanca de Navarra el siguiente pasaje: “Era la lepra de los agotes una enfermedad tan repugnante, que nadie podía atribuirla a causas naturales, sino a visible castigo de Dios, por pecados propios o de linaje...”. En el Béarn chrestiaa o cagot era sinónimo de leproso blanco, luego él término cagot se aplicó de forma burlesca a los bigots, los santurrones hipócritas. El escritor François Rebelais utilizaba el nombre arcaico de cagotz para designar a los falsos devotos. Para Corominas la palabra agote tendría un origen vasco-navarro y derivaría de kakote, gancho pequeño en alusión a las manos encogidas de los que sufrían la gafedad, para Julio Altadil agote sería enfermo de la boca y el barrio de Bozate significaría confinamiento por afonía, entre otras muchas teorías.
Para los que plantean la tesis de la lepra, el agote seria descendiente de cruzados que, infectados en Tierra Santa, buscaron lugares aislados del sur de Francia y el norte de España para refugiarse. Situaban la aparición de la lepra en Oriente y en la época de las cruzadas, pero la lepra es anterior a las cruzadas y fue traída a Europa, posiblemente, por los legionarios romanos. En el siglo XIII, hubo un gran auge de las enfermedades de la piel y algunas eran confundidas con la temida lepra. Muchos lugares reservados para los leprosos, fueron designados con el nombre de agote o cagot, como es el caso de la fuente de los cagots de Nay (Béarn) o la cova dels cagots de Morella (Castellón).
En Los pueblos de España, Julio Caro Baroja hablando del posible origen del desprecio hacia los agotes dice: “...a mi juicio, hay que buscarlo en el hecho de que, durante períodos críticos de la historia medieval, muchas gentes, para zafarse de las cargas fiscales, militares, etc., (...) se refugiaban en las leproserías, fingiendo haber contraído la repugnante enfermedad. Una vez conocida su hipocresía (...), se les debió de privar de todos sus derechos y se los rodeó de toda clase de trabas.”. Precisamente, unas de las acepciones de cagot en Francia es la de hipócrita. Por su parte, Aguirre Delclaux sugiere como un posible origen de los agotes lo siguiente: “No los creemos, pues, godos, albigenses, sarracenos, leprosos, judíos, cristianos primitivos...; nos parecen sencillamente gente víctima de la ignorancia de tiempos atrasados, separados del trato con los demás por un cerco sanitario levantado debido al temor de una falsa lepra.”. Cierto es que en las leproserías había personas con enfermedades cutáneas que nada tenían que ver con la lepra y también fugitivos y personas que buscaban cama y comida gratis.
Otros detalles curiosos los relacionan con los templarios. Uno de los nombres de los agotes era el de Cristianos de San Lázaro, una orden hospitalaria y militar que regentaban las leproserías y que tenía puntos en común con la Orden del Temple, incluso algunos los ven como una especie de sucursal. Al morir un templario cedía sus ropas a una leprosería e ingresaba en la orden lazarista cuando contraía esta enfermedad. Los agotes eran marcados con un signo de segregación, se les cosía en el hombro izquierdo de la ropa, una pata de oca en rojo. Los templarios llevaban una cruz roja también en el hombro izquierdo y, lo más curioso, es el simbolismo que esta ave tiene con el Temple y con el Camino de Santiago. Las ocas ya eran utilizadas por los romanos como guardianas de las propiedades por el escándalo que montaban ante la presencia de extraños. La mitología nos cuenta que las ocas del Capitolio, consagradas a la diosa Juno Moneta (la que advierte), salvaron a los romanos despertándolos con sus gritos ante el ataque de los galos. No olvidemos que la principal misión de los templarios, era la salvaguarda de peregrinos y caminos. Pero también la oca está enraizada con el lenguaje oculto, la jerga (del francés jars, ganso) propia de los constructores. Un dicho dice: “No hablo por boca de ganso”, una vieja costumbre llamaba “gansos” a los profesores que cuidaban de sus pupilos, hablar por boca de esas aves era repetir lo dicho por el maestro. Estos palmípedos son la representación de la madre y el destino, y el azar puede estar plagado de peligros y fortunas. ¿No les recuerda esto a cierto juego de mesa?
El juego de la oca forma una espiral, y son diversos los petroglifos en forma de espiral que jalonan el Camino de Santiago, ruta que pasa por provincias donde habitaron los agotes. En la toponimia del camino nos encontramos con el río Oca, Villafranca Montes de Oca (Burgos), el Paso de la Oca en Lalín (Lugo) o el Valle de Ansó en Jaca (Huesca), que nos remiten al ave citada, la propia concha de Santiago recuerda a una pata palmeada. También hay mosaicos y pinturas con el tablero del juego, este es el caso del que existe en el pavimento de la Plaza de la Oca (Logroño) o el que está pintado en la pared del albergue templario de Arroyo San Bol (Burgos). Son muchos los autores que ven en este juego un simbolismo iniciático con referencias al esoterismo templario, el tablero sería la representación virtual del Camino de Santiago. Pero también la espiral está ligada a la idea religiosa de la muerte y la resurrección y a los ritos paganos de la fertilidad. En las catedrales medievales las espirales y los laberintos se utilizaban para la penitencia, eran llamados “Caminos de Jerusalén” por estar destinados a las personas que no podían peregrinar a los Santos Lugares. El creyente debía recorrer de rodillas la espiral dibujada en el suelo mientras oraba, en las espirales grabadas en los muros, se hacía lo propio utilizando el dedo para recorrer este camino iniciático hacia el propio ser.
Los agotes, como buenos canteros y carpinteros, fueron contratados por los templarios para construir los andamios necesarios para levantar los arcos y las bóvedas de sus templos y fortalezas. Quizá formaron parte de los llamados “Compañeros Constructores” que, curiosamente, tenían como marca gremial una oca y un caracol, cuyo caparazón tiene forma de espiral. La leyenda negra de este pueblo, nos explica que
la marca de pata de oca o de gato que llevaban los agotes, era la representación de la afición al agua que utilizaban para aliviar los picores de la psoriasis o disimular el mal olor que desprendían.
CONCLUSION
En fin, celtas, ligures, alanos, pueblos primitivos de la Bretaña, esclavos del Este de Europa vendidos por traficantes germánicos, delincuentes expulsados de Francia, etc., son otras de las tesis barajadas sobre el origen de los agotes. Para los baztaneses venían del norte, del Béarn o la Gascuña, para los franceses procedían del sur, de España, los aragoneses situaban el origen de los agotes en la Navarra Alta. Lo cierto es que tenían apellidos vascos y hablaban un euskera más puro que el de sus vecinos. Las preguntas continúan, si la religión, ni la raza, ni la lengua era diferente, ¿porqué este pueblo fue marginado durante siglos?.
Lo que está claro es que, el prejuicio, la superstición, la xenofobia, pronto se instalaron en la conciencia popular y hasta en la de los propios protagonistas que llegaron a creer en una diferencia étnica inexistente y en su origen maldito. Cuentan que los cagots aprovecharon la Revolución Francesa para hacer desaparecer todos los documentos que hablaban de ellos. A la pseudo-historia de los agotes, contribuyeron la imaginación de los primeros viajeros que los visitaron y la literatura que se basó en ellos.
Autoridades civiles y eclesiásticas, emitieron decretos para terminar con la segregación, pero el peso de la memoria y la tradición de siglos, hizo que el desprecio o por lo menos la reticencia hacia los agotes, se prolongara hasta el siglo XIX y principios del XX. Poco a poco, la segregación fue desapareciendo hasta la integración total, en ello influyó el éxodo rural, la mezcla y el desarrollo industrial y cultural. Pero aún hoy en día, los lugareños del valle evitan hablar del tema y recelan de los que quieren hacerlo. No falta el que dice que los agotes nunca existieron y todo es una leyenda.
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