viernes, 11 de marzo de 2016

Antoñín, el bobo del tranvía



El Bobo del Tranvía fue un personaje legendario de Bogotá que hizo historia en las calles de la ciudad en las décadas de 1930 a 1950. Su nombre era Antoñin, por el cariño que se ganaba de la gente al realizar su trabajo en el tranvía.


Nacido en 1914, era de origen humilde vivía en el barrio de La Candelaria (hoy localidad) con una hermana más joven que este al que daba excesiva protección y amor fraternal, dado al celo de numerosos pretendientes que querían conocerla, lo llevaba de ida al colegio todos los días. Una vez que ella se fuga con un hombre, Antoñin se enloqueció y no volvió más a su casa, trabajando de lleno en el tránsito y control de los tranvías de la ciudad (entre las que incluía atención a las damas, evitar que los niños entrasen sin pagar y que el vehículo tuviese sobrecupo), obsesión por el cual los estudiantes de la época lo llamaron Jefe Supremo de Circulación y Tránsito de Bogotá. Su atuendo común era el de un uniforme de la Guerra de los Mil Días.

En una de sus correrías, un empresario deportivo le llamó la atención para probar suerte en el atletismo a 5000 metros, pero, dado que Antoñin no entendía de que se trataba la competencia, fue descalificado en una de ellas (a pesar de su sorprendente estado físico). Más tarde, a raíz del Bogotazo, intentaría dominar la circulación de buses de la ciudad durante siete años, hasta que fue atropellado por uno de ellos en 1955.



Una mala pasada de su vida lo hizo famoso en Bogotá: fue cuando un grupo de estudiantes le dieron la supuesta investidura de Jefe Supremo de la Circulación y del Tránsito; con ello tuvo un trabajo que aunque pobre, lo hizo excéntrico en lo que hacía. Pese a que era muy bobo, era muy feliz con sus actos, incluso protagonizó una competencia en la cual corrió 100 metros, pero en sentido inverso a lo normal que terminó para sorpresa de otros en descalificación. También deambulaba por el tranvía, ya sea de lado o de atrás e incluso evitaba que estos fueran con sobrecupo o que los niños se colaran por atrás.


Quienes lo conocieron, recuerdan que vestía un uniforme militar de la Guerra de los Mil Días: kepis, guantes blancos (a menudo sucios); llevaba un palo y con su trabajo obsesivo puso en jaque a las autoridades de tráfico de Bogotá.

Su muerte que se dataría en 1955, está llena de misterios y confusiones, de la cual se dan algunas versiones como su muerte violenta a consecuencia de un atropello con un bus (que es la más probable), melancolía por el fin del tranvía a consecuencia del Bogotazo o por misteriosa muerte en la población de Sibaté mientras hacía sus quehaceres.

En la Plaza del Chorro de Quevedo, en la zona colonial de Bogotá, le dedicaron una estatua en su honor y compartiendo sitio con otros personajes legendarios de la ciudad.




Digna de un capítulo de La Rosa de Guadalupe, la vida de Antoñín fue trágica, emotiva, graciosa y única. Oriundo de La Candelaria, el que luego fuera conocido como el Bobo del Tranvía se hizo famoso gracias al excesivo sentimiento de sobreprotección que tenía hacia su hermana; menor que él y según dicen, muy mamasita.


Antoñín acompañaba todos los días a su hermana en el viaje de ida y vuelta al colegio; para tal efecto juntos tomaban el tranvía y durante el recorrido, Antoñín se encargaba con admirable efectividad, de espantar cualquier pretendiente que se le quisiera acercar a su hermana. Ella, quien lo último que quería era perder la atención de sus galanes y pasar vergüenzas gracias a su hermano discapacitado, ideó la forma de evitar que éste se subiera al tranvía y así la dejara sola aunque fuera durante el recorrido. ¿Qué hizo? Lo embolató haciéndole gastar el dinero del pasaje en unas colaciones, de modo que no tuviera forma de pagar y subirse al vehículo. Antoñín, que sí algo tenía era persistencia, no la dejó volar, y corrió todo el trayecto hasta el colegio detrás de la Nemesia (como se les conocía a los vagones del tranvía en esa época) y desde entonces, nunca más volvió a subirse en ella; desde ese día, acompañó todos los días a su hermana escoltando el tranvía desde la calle.


Un día al llegar a la parada del colegio, la hermana de Antoñín nunca bajó de la Nemesia y aunque él gritó y la buscó por todas partes, jamás la pudo encontrar; ella había escapado para disfrutar las mieles del amor junto a uno de sus pretendientes y no volvió a casa. Lo mismo hizo Antoñín, quien literalmente enloqueció de tristeza y se negó rotundamente a volver a un hogar donde ya no iba a estar su hermana; desde ese momento vivió en la calle y durmió en el terminal de tranvías.

Fue allí cuando comenzó la leyenda del Bobo del Tranvía, pues desde la fuga de su hermana, Antoñín se dedicó a dirigir el tránsito (labor que desempeñaba demasiado bien y ¡ay del que no le hiciera caso!) y a perseguir Nemesias velando también por que no llevaran sobrecupo de pasajeros, no hubiera colados y ayudando a las señoras a bajar en cada parada. Antoñín se hizo tan famoso que un grupo de estudiantes decidieron hacerle una ceremonia en la que lo nombraron “Jefe Supremo de la Circulación y el Tránsito” y para efectos de solemnidad le regalaron un viejo uniforme de la Guerra de los Mil Días. En adelante se le vería correr por el centro de Bogotá con pantalón, chaquetilla, kepis, guantes blancos (en teoría, pues tenían tanto mugre que era difícil verle su color original) y un palo en la mano.


Un 9 de abril de 1948, Antoñín como de costumbre se levantó muy temprano para ir a trabajar; sin embargo horas más tarde el pueblo iracundo por el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán arremetía contra todo lo que encontraba a su paso, acabando también con las amadas Nemesias del Bobo del Tranvía; dejándolo para siempre sin empleo. Lo que Antoñín lloró ese día tal vez fue tanto o más que lo llorado al no encontrar a su hermana; pero él era fuerte y como siempre, se levantó del dolor y siguió adelante con las responsabilidades que le atañen a los Jefes Supremos de la Circulación y el Tránsito. Ahora perseguiría buses de servicio urbano.


Los buses resultaban mucho más rápidos que las Nemesias, y por supuesto, mucho más erráticos en su circular. Así las cosas, el nuevo reto de Antoñín se volvió una profesión de alto riesgo y como era de esperarse, llegó el día en que uno de estos buses lo atropelló; en ese momento fue internado en una clínica de reposo en Sibaté, donde moriría cinco años después, lejos de todos sus fans, de un ataque cardíaco en mayo de 1955.

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1 comentario:

  1. Muy buen relato y algo que atañe a muchos pueblos y ciudades con este tipo de personajes, ellos son parte de la historia y sin ellos nada habría que comentar...

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